*—Ryan:
Aimee movía sus labios lentamente sobre los de él, con una paciencia que casi lo molestaba. Ryan permaneció inmóvil, atrapado entre el shock y la realidad. Aimee lo estaba besando y… ¡Dios! Se sentía increíble. Sus labios eran cálidos, suaves, con una dulzura inesperada.
¿Así se sentía besarla?
La lengua de Aimee trazó una línea delicada sobre su boca, incitándolo a corresponder. Cuando su lengua rozó los labios de Ryan, un deseo latente, desconocido hasta ese momento, despertó con fuerza. No pudo controlarse más, no cuando ella estaba tan cerca, apretada contra él, besándolo con una inocencia que solo lograba encenderlo aún más. Ryan abrió la boca, dejándola deslizar su lengua en su interior, y cuando la sintió tocar la suya, la chispa que los separaba se transformó en una explosión de pasión.
El poco autocontrol que le quedaba desapareció por completo.
Ryan ladeó la cabeza y llevó una mano hacia la nuca de Aimee, acariciando su piel suave antes de sostenerla con firmeza, empujando su rostro hacia él. El beso se profundizó. Sus bocas se devoraban, explorándose mutuamente como si fueran una nueva frontera que no podían esperar a conquistar.
¿Así se sentía besar a su mejor amiga?
Era como flotar en un paraíso inexplorado, como probar el manjar más exquisito. Y mientras sentía el placer correr por sus venas, el odio hacia Sebastián se incrementaba. ¿Cómo había podido ese imbécil despreciarla?
El gemido suave de Aimee llegó como un eco directo a su alma, haciéndole darse cuenta del peligro. Rompió el beso con un suave empujón, alejándola un paso. Aimee tropezó, casi cayendo al suelo, pero Ryan reaccionó rápido, tomándola de la mano para evitarlo. Cuando vio que recuperaba el equilibrio, la soltó de inmediato, llevándose la mano al cabello, tirando un poco de este con frustración.
Había besado a Aimee.
—Me besaste —dijo girándose hacia ella, aún incrédulo.
—Tú también —respondió Aimee, mordiéndose los labios, que ahora estaban rojos e hinchados.
Ryan desvió la mirada, sin poder soportar la vista de esos labios tentadores.
—Eso… —intentó hablar, pero se interrumpió, frotándose el rostro con las manos. No podía creer lo que acababa de suceder. ¡Besar a su mejor amiga! ¡Eso nunca estuvo en sus planes!
Volvió a mirarla, la confusión mezclada con rabia.
—¡Dios, Aimee! —exclamó—. ¿Qué diablos te pasa? ¿Por qué me besaste? —preguntó, desconcertado y agitado.
Aimee le sonrió con suavidad, pero algo en su expresión la hacía ver como una seductora nata. Y lo siguiente que hizo, congeló cualquier palabra en la garganta de Ryan. Aimee llevó sus manos a sus pechos y los levantó lentamente, como si se los estuviera ofreciendo.
Ryan sintió un pulso feroz en su entrepierna.
Maldición.
Desvió la mirada, luchando por mantener la compostura. Aimee lo estaba tentando y no estaba seguro de cuánto más podría soportar.
—Esto no está bien, Aimee —murmuró sin mirarla.
—¿Qué tiene de malo? —escuchó su respuesta, y cuando la miró nuevamente, la vio deslizando los pulgares sobre sus pezones erectos—. Solo fue un beso —agregó con la misma calma, como si lo que había ocurrido, o lo que estaba por ocurrir, no tuviera importancia.
Ryan llevó una mano a su cabello, tirando de él con fuerza.
M*****a sea. Si Aimee seguía… él podría perder el control.
—Somos amigos —dijo, esforzándose por controlar la situación—, y los amigos no se besan así.
Pero entonces vio cómo las manos de Aimee descendían lentamente desde sus pechos hasta su vientre, acercándose peligrosamente al borde de sus bragas. El simple pensamiento de lo que podría hacer a continuación lo hizo jadear. Podía sentir el calor de la anticipación en su cuerpo, la tensión en el aire. Si ella movía esas manos un poco más abajo, todo podría desmoronarse.
¿Aimee había hecho eso antes?
—Pero si se ayudan —respondió ella, levantando las cejas de Ryan.
—¿De verdad ves esto como ayuda? —preguntó, sorprendido por su conclusión. ¿Cómo podía interpretar esto de esa manera? Si seguían así, iban a tener sexo, y Ryan se sentía listo para entregarlo todo.
Los hombros desnudos de Aimee se alzaron, y Ryan sintió que la desesperación comenzaba a apoderarse de él. No, no podía más con esta Aimee.
Gruñó en voz baja, maldiciendo mientras caminaba por la habitación como un león enjaulado.
—El alcohol te está destruyendo las neuronas —murmuró, convencido de que esa era la única explicación para su extraño comportamiento. La Aimee sensata no haría esto.
—Solo quiero tener sexo —dijo Aimee detrás de él, y Ryan se detuvo, girándose rápidamente, boquiabierto.
¿Había escuchado bien? ¿Aimee realmente quería que la hiciera suya? La idea le pareció tan surrealista que pensó que el alcohol le estaba dañando el cerebro.
—¿Qué tanto bebiste antes de que llegara? —le preguntó, sacudiendo la cabeza. No podía ser posible que estuviera diciendo esas tonterías. Esta no era su Aimee.
Aimee bajó la mirada, y Ryan vio que sus hombros temblaban; parecía estar a punto de llorar.
—Solo quiero saber lo que se siente ser amada —dijo con un tono tan triste que le pesó el corazón. ¿Acaso Sebastián no le había mostrado amor, aunque fuera fingido?
Ryan se acercó a ella, abrazándola sin preocuparse por su desnudez.
—Aimee… —susurró mientras la envolvía en sus brazos.
—¿Me amas? —preguntó, tomándolo desprevenido.
¿Amarla?
Ryan sonrió. Amar era un verbo con múltiples significados. Amaba a sus padres, a sus hermanos, un sentimiento profundo, pero también a sus amigos, que eran como familia. Aimee era más que una amiga para él. Así que sí, la amaba.
—Sí, te amo, eres mi mejor amiga —dijo, sintiendo cómo se estremecía en su abrazo—. Eres alguien a quien aprecio muchísimo. Gracias a Dios que mi deseo se ha disipado un poco, quizás el verla así, vulnerable, ayudó. —La miró a los ojos—. Eres como una hermana para mí.
—Pero me amas, ¿no? —insistió Aimee, alzando la mirada hacia él con esos grandes ojos verdes, húmedos de lágrimas.
Ryan sonrió con sinceridad.
—Sí, te amo, Aimee —dijo, inclinándose para besarle la frente, que ardía, tal vez por el alcohol. Luego tomó su rostro entre sus manos—. Eres mi persona especial, alguien a quien siempre cuidaré, incluso cuando esté casado y tenga una familia —añadió, soltando una risa al imaginarla rodeada de niños.
Aimee levantó las manos y las colocó sobre las suyas.
—Entonces, ayúdame a sentirme más amada —dijo, mirándolo con esos intensos ojos brillantes, haciendo un puchero.
Maldición. Cuando lo miraba así, no podía resistirse. Esos ojitos de perrito eran demasiado para él, pero no debía caer en la tentación.
—Aimee —susurró, moviendo la cabeza. Lo sentía, pero no podía ayudarla de esa forma. No era lo correcto. Esta no era la verdadera Aimee; era el alcohol hablando.
—Ryan —susurró, frotándose contra él—. No quiero sentirme sola.
Ryan cerró los ojos. Si Aimee seguía pidiéndoselo así, no sabía cuánto más podría controlarse. Su cuerpo respondía a su desnudez, y la presión dentro de sus pantalones se hacía insoportable.
Se soltó de Aimee y dio varios pasos atrás, alejándose de la tentación que se había convertido en su amiga. Se pasó una mano por la entrepierna, sintiendo un gemido gutural escapar de sus labios al buscar algo de alivio. Esto no podía estar bien; nunca había experimentado algo así con ella.
—Ryan —dijo Aimee, acercándose, con una mirada que lo desarmó.
Se detuvo frente a él, sus manos explorando su pecho cubierto por el chaleco de su traje. Acarició su cuello y lo atrajo hacia ella.
—Lo siento —se disculpó antes de lanzarse a besarlo.
Lo sentía, pero no podía rechazarla. Aimee deseaba amor, y rechazarla solo complicaría las cosas. No quería que se sintiera peor, quería hacerla feliz, y si esto era lo que ella necesitaba…
Ryan la envolvió entre sus brazos, correspondiendo su beso con fervor mientras lentamente la guiaba hacia la cama en el centro de la habitación. Cuando las rodillas de Aimee tocaron el borde del colchón, la soltó, y ella cayó de espaldas sobre el colchón.
La observó desde su posición, viéndola morderse los labios, mirándolo con una mezcla de deseo y vulnerabilidad.
Era un error, pero…
Se acercó, y Aimee aprovechó la oportunidad para rodear su cintura con sus piernas desnudas, frotándose contra él. Un dulce gemido salió de sus labios hinchados.
Ya estaba decidido; no podía echarse atrás.
*—Ryan:Ryan se inclinó hacia adelante, dominándola bajo su cuerpo al tomar sus manos y elevarlas hacia su cabeza, inmovilizándola. Su mano libre comenzó a explorar el cuerpo ruborizado y anhelante de Aimee, hasta que sus dedos encontraron uno de sus pechos, apretándolo con fuerza y jugando con su pezón, haciéndolo rodar entre sus dedos.Otro gemido escapó de los labios de Aimee, y Ryan se dijo que no podía esperar más. Si iba a hacerlo, lo haría con todo, aunque al final pudiera arrepentirse.Bajó la cabeza y tomó en su boca el pecho que no había acariciado. Aimee arqueó la espalda al sentir su calor, y un gemido, delicioso y gratificante, se escuchó en la habitación. Ryan se excitó aún más al morder suavemente el pezón que tenía entre sus labios. La dulzura de sus gemidos lo llevó al borde de la locura, y pensar que Sebastián había estado aquí antes solo le llenó de rabia.Se separó de ella, despojándose de su ropa con rapidez. La idea de que Sebastián hubiera tenido su primera vez c
*—Aimee:Sus ojos se abrieron rápidamente, pero al recibir la luz de la mañana, volvió a cerrarlos. Su cabeza le dolía. Aimee alzó una mano y se tocó las sienes, quejándose. Como si todo fuera un balde de agua fría, recordó dónde estaba, por qué le dolía la cabeza y lo que había hecho.Lentamente, sus ojos se ajustaron a la luz cegadora que entraba por las ventanas de la habitación. Miró el techo; sobre su cabeza, el ventilador giraba suavemente, refrescando el ambiente, aunque eso no sería suficiente para lo que se avecinaba. Tragó nerviosa y se sentó en la cama, paseando su mirada verdosa por el lugar. No había ropa en el suelo ni nada fuera de lugar, solo ella desnuda bajo las suaves sábanas.Aimee se mordió los labios y se quejó al mover su cuerpo. Algunos lugares que nunca le habían molestado ahora la incomodaban, principalmente el espacio entre sus piernas. Sentía una mezcla extraña de placer y dolor. Había hecho una locura la noche anterior, y sabía que no podría escapar de ello
*—Ryan:Un mes después…Su cuerpo se sentía pesado, y levantarse estaba resultando cada vez más difícil. Ryan extendió los brazos al aire, desperezándose con un mohín. Otro día sin ánimos de trabajar; solo quería pasar la jornada en la cama, pero eso no le hacía ganar dinero.Con desgano, se bajó de la cama.En el cuarto de baño, observó su semblante en el espejo del lavabo. Sus ojos, cansados; su rostro, pálido y delgado, como si no hubiera comido en días. Quizás su cuerpo estaba rechazando las comidas que solía disfrutar.¿Qué diablos le pasaba?Soltó un pesado suspiro y abrió el grifo del lavabo para lavarse los dientes. Si las cosas continuaban así, tendría que dejar su trabajo y ver a un médico. No comprendía qué le sucedía ni por qué se sentía tan cansado, cuando siempre había gozado de buena salud.¿Habrá pescado algún virus?Odiaba sentirse así, patético y enfermo, y su eficacia en el trabajo se veía mermada. Debía dejar de darle vueltas y resolver el asunto.Con esfuerzo, se d
*—Aimee:—¿De qué diablos hablas, Aimee? —preguntó Abby, sacudiéndose la sorpresa que le causó el comentario sobre un posible embarazo.Aimee se tomó las manos, comenzando a sudar mientras intentaba decidir por dónde empezar. No debería ser tan difícil, solo tenía que contar cómo, por hablar de más, Ryan terminó buscándola hasta debajo de las piedras, encontrándola en aquel bar justo cuando estaba a punto de ligar con un joven.—Debo confesar algo —dijo Aimee, mordiéndose los labios.—¡Oh, claro que debes! —exclamó Abby, cruzándose de brazos y mirándola como si fuera su madre, con la misma mirada de quien ha atrapado a alguien haciendo algo malo.Aimee soltó una risa nerviosa, pasando una mano por su cara, ahora sudorosa.—Aquella noche en el bar sabes perfectamente quién fue a buscarme —dijo Aimee a Abby para luego dirigir la mirada a Regina, quien aún no captaba por completo la situación—. No sé si lo sabes, pero Sebastián terminó conmigo ya que me engañó con otra mujer.Regina asint
*—Ryan:No estaba mejorando para nada.Con las manos temblorosas, Ryan agarró el vaso de agua que le extendía Stephen Tate, su mejor amigo. Había pensado en visitar a un médico, pero al llegar a la empresa se sumergió en el trabajo, ignorando sus síntomas como si todo estuviera en orden.¡Vaya error!En plena reunión con un cliente, un mareo terrible casi lo deja con la cara contra la mesa de la sala de conferencias. Por suerte, Stephen, que estaba presente como jefe de finanzas de la empresa familiar, lo sostuvo justo a tiempo. Cuando Ryan dejó caer la cabeza, su amigo ya estaba a su lado, evitando una vergonzosa desgracia.Todos se alarmaron al ver a Ryan desmoronarse. Era lógico, jamás había estado enfermo y gozaba de una salud impecable, gracias a Dios. Pero aquella mañana era diferente, no se sentía ni remotamente bien.La reunión se reprogramó para otro día, cuando Ryan pudiera mantenerse en pie sin sentir que iba a desmayarse, y él lo aceptó sin protestar. No sabía cuándo volver
*—Aimee:Esto no podía estarle pasando.Aimee dejó caer la prueba usada en el bote de basura y cerró los ojos al sentir cómo las lágrimas comenzaban a acumularse. Había querido creer que, si mantenía una actitud positiva, todo saldría bien, pero después de obtener dos resultados positivos en tres pruebas, sabía que la había cagado. Y en serio.Después de que el servicio de entrega llegara con su pedido, las tres se habían reunido en la habitación de Aimee, mirando las cajas de las pruebas sin atreverse a abrirlas. Finalmente, Aimee decidió enfrentar la verdad. Tomó una caja y se dirigió al baño. Cuando terminó con la primera prueba, la dejó sobre la cama y se sentaron a esperar el resultado.Cuando la pequeña pantalla mostró el veredicto, fue Regina quien lo revisó. Soltó un suspiro de alivio y sonrió, lo que calmó un poco a Aimee. Sin embargo, aún quedaban dos pruebas más por realizar. La tensión se mantuvo mientras Aimee repetía el proceso. Esta vez, Abby se ofreció para mirar el seg
*—Ryan:Los análisis no decían que era lo que tenía.Ryan lanzó el sobre con sus resultados ya revisados sobre el escritorio mientras maldecía, tirando de su cabello y paseándose como un león enjaulado en su oficina.Había llegado recientemente del hospital y el doctor que le habían recomendado, nada que ver con el hermano de Stephen, había revisado los resultados obtenidos comentándole que no veía nada fuera de lugar más que una pequeña anemia por la falta de alimentos y que era posible que su estado se debía al estrés, por lo cual, le recomendó ir a un psicólogo.¿Un psicólogo?Él no estaba loco ni tenía ningún problema mental, así que no necesitaba un maldito psicólogo. Estaba enfermo y esos médicos de pacotilla no servían para nada, pues, ¿cómo era posible que no pudieran dar con lo que tenía? Incluso en esos momentos se sentía grave, las náuseas volvían y ya estaba cansado de esta situación.¿Acaso era la falta de vacaciones? ¿Sería el estrés del trabajo y todo lo sucedido con su
*—Ryan:Seguir los consejos de Edward le había hecho bien.Para cuando volvió de su viaje a Boston, Ryan comenzaba a sentirse un poco mejor. Quizás era su mente o algo así, pero sea lo que sea, le había sentado bien. Y claro, olvidarse de ciertas preocupaciones había ayudado también.Cuando estuvo en Boston ese fin de semana para el bautizo de su sobrino, Ryan trató de no pensar en Aimee y lo sucedido y se enfocó en su salud. Fue una bendición que el bautizo fue algo privado entre la familia y no invitaron a personas fuera de esta, a excepción de los padrinos quienes eran amigos cercanos de su hermano Richard y Valeria, su esposa.Sin embargo, a pesar de que había pasado tres meses desde lo sucedido con Aimee, Ryan volvía a preguntarse: ¿qué era de Aimee? Era extraño que su hermana no se hubiera acercado en el bautizo para preguntarle o exigir respuestas, y que tampoco le hubiera mencionado algo durante sus llamadas. Ryan ya se imaginaba que se sabía todo el chismecito, pero la misma