4

*—Ryan:

Aimee movía sus labios lentamente sobre los de él, con una paciencia que casi lo molestaba. Ryan permaneció inmóvil, atrapado entre el shock y la realidad. Aimee lo estaba besando y… ¡Dios! Se sentía increíble. Sus labios eran cálidos, suaves, con una dulzura inesperada.

¿Así se sentía besarla?

La lengua de Aimee trazó una línea delicada sobre su boca, incitándolo a corresponder. Cuando su lengua rozó los labios de Ryan, un deseo latente, desconocido hasta ese momento, despertó con fuerza. No pudo controlarse más, no cuando ella estaba tan cerca, apretada contra él, besándolo con una inocencia que solo lograba encenderlo aún más. Ryan abrió la boca, dejándola deslizar su lengua en su interior, y cuando la sintió tocar la suya, la chispa que los separaba se transformó en una explosión de pasión.

El poco autocontrol que le quedaba desapareció por completo.

Ryan ladeó la cabeza y llevó una mano hacia la nuca de Aimee, acariciando su piel suave antes de sostenerla con firmeza, empujando su rostro hacia él. El beso se profundizó. Sus bocas se devoraban, explorándose mutuamente como si fueran una nueva frontera que no podían esperar a conquistar.

¿Así se sentía besar a su mejor amiga?

Era como flotar en un paraíso inexplorado, como probar el manjar más exquisito. Y mientras sentía el placer correr por sus venas, el odio hacia Sebastián se incrementaba. ¿Cómo había podido ese imbécil despreciarla?

El gemido suave de Aimee llegó como un eco directo a su alma, haciéndole darse cuenta del peligro. Rompió el beso con un suave empujón, alejándola un paso. Aimee tropezó, casi cayendo al suelo, pero Ryan reaccionó rápido, tomándola de la mano para evitarlo. Cuando vio que recuperaba el equilibrio, la soltó de inmediato, llevándose la mano al cabello, tirando un poco de este con frustración.

Había besado a Aimee.

—Me besaste —dijo girándose hacia ella, aún incrédulo.

—Tú también —respondió Aimee, mordiéndose los labios, que ahora estaban rojos e hinchados.

Ryan desvió la mirada, sin poder soportar la vista de esos labios tentadores.

—Eso… —intentó hablar, pero se interrumpió, frotándose el rostro con las manos. No podía creer lo que acababa de suceder. ¡Besar a su mejor amiga! ¡Eso nunca estuvo en sus planes!

Volvió a mirarla, la confusión mezclada con rabia.

—¡Dios, Aimee! —exclamó—. ¿Qué diablos te pasa? ¿Por qué me besaste? —preguntó, desconcertado y agitado.

Aimee le sonrió con suavidad, pero algo en su expresión la hacía ver como una seductora nata. Y lo siguiente que hizo, congeló cualquier palabra en la garganta de Ryan. Aimee llevó sus manos a sus pechos y los levantó lentamente, como si se los estuviera ofreciendo.

Ryan sintió un pulso feroz en su entrepierna.

Maldición.

Desvió la mirada, luchando por mantener la compostura. Aimee lo estaba tentando y no estaba seguro de cuánto más podría soportar.

—Esto no está bien, Aimee —murmuró sin mirarla.

—¿Qué tiene de malo? —escuchó su respuesta, y cuando la miró nuevamente, la vio deslizando los pulgares sobre sus pezones erectos—. Solo fue un beso —agregó con la misma calma, como si lo que había ocurrido, o lo que estaba por ocurrir, no tuviera importancia.

Ryan llevó una mano a su cabello, tirando de él con fuerza.

M*****a sea. Si Aimee seguía… él podría perder el control.

—Somos amigos —dijo, esforzándose por controlar la situación—, y los amigos no se besan así.

Pero entonces vio cómo las manos de Aimee descendían lentamente desde sus pechos hasta su vientre, acercándose peligrosamente al borde de sus bragas. El simple pensamiento de lo que podría hacer a continuación lo hizo jadear. Podía sentir el calor de la anticipación en su cuerpo, la tensión en el aire. Si ella movía esas manos un poco más abajo, todo podría desmoronarse.

¿Aimee había hecho eso antes?

—Pero si se ayudan —respondió ella, levantando las cejas de Ryan.

—¿De verdad ves esto como ayuda? —preguntó, sorprendido por su conclusión. ¿Cómo podía interpretar esto de esa manera? Si seguían así, iban a tener sexo, y Ryan se sentía listo para entregarlo todo.

Los hombros desnudos de Aimee se alzaron, y Ryan sintió que la desesperación comenzaba a apoderarse de él. No, no podía más con esta Aimee.

Gruñó en voz baja, maldiciendo mientras caminaba por la habitación como un león enjaulado.

—El alcohol te está destruyendo las neuronas —murmuró, convencido de que esa era la única explicación para su extraño comportamiento. La Aimee sensata no haría esto.

—Solo quiero tener sexo —dijo Aimee detrás de él, y Ryan se detuvo, girándose rápidamente, boquiabierto.

¿Había escuchado bien? ¿Aimee realmente quería que la hiciera suya? La idea le pareció tan surrealista que pensó que el alcohol le estaba dañando el cerebro.

—¿Qué tanto bebiste antes de que llegara? —le preguntó, sacudiendo la cabeza. No podía ser posible que estuviera diciendo esas tonterías. Esta no era su Aimee.

Aimee bajó la mirada, y Ryan vio que sus hombros temblaban; parecía estar a punto de llorar.

—Solo quiero saber lo que se siente ser amada —dijo con un tono tan triste que le pesó el corazón. ¿Acaso Sebastián no le había mostrado amor, aunque fuera fingido?

Ryan se acercó a ella, abrazándola sin preocuparse por su desnudez.

—Aimee… —susurró mientras la envolvía en sus brazos.

—¿Me amas? —preguntó, tomándolo desprevenido.

¿Amarla?

Ryan sonrió. Amar era un verbo con múltiples significados. Amaba a sus padres, a sus hermanos, un sentimiento profundo, pero también a sus amigos, que eran como familia. Aimee era más que una amiga para él. Así que sí, la amaba.

—Sí, te amo, eres mi mejor amiga —dijo, sintiendo cómo se estremecía en su abrazo—. Eres alguien a quien aprecio muchísimo. Gracias a Dios que mi deseo se ha disipado un poco, quizás el verla así, vulnerable, ayudó. —La miró a los ojos—. Eres como una hermana para mí.

—Pero me amas, ¿no? —insistió Aimee, alzando la mirada hacia él con esos grandes ojos verdes, húmedos de lágrimas.

Ryan sonrió con sinceridad.

—Sí, te amo, Aimee —dijo, inclinándose para besarle la frente, que ardía, tal vez por el alcohol. Luego tomó su rostro entre sus manos—. Eres mi persona especial, alguien a quien siempre cuidaré, incluso cuando esté casado y tenga una familia —añadió, soltando una risa al imaginarla rodeada de niños.

Aimee levantó las manos y las colocó sobre las suyas.

—Entonces, ayúdame a sentirme más amada —dijo, mirándolo con esos intensos ojos brillantes, haciendo un puchero.

Maldición. Cuando lo miraba así, no podía resistirse. Esos ojitos de perrito eran demasiado para él, pero no debía caer en la tentación.

—Aimee —susurró, moviendo la cabeza. Lo sentía, pero no podía ayudarla de esa forma. No era lo correcto. Esta no era la verdadera Aimee; era el alcohol hablando.

—Ryan —susurró, frotándose contra él—. No quiero sentirme sola.

Ryan cerró los ojos. Si Aimee seguía pidiéndoselo así, no sabía cuánto más podría controlarse. Su cuerpo respondía a su desnudez, y la presión dentro de sus pantalones se hacía insoportable.

Se soltó de Aimee y dio varios pasos atrás, alejándose de la tentación que se había convertido en su amiga. Se pasó una mano por la entrepierna, sintiendo un gemido gutural escapar de sus labios al buscar algo de alivio. Esto no podía estar bien; nunca había experimentado algo así con ella.

—Ryan —dijo Aimee, acercándose, con una mirada que lo desarmó.

Se detuvo frente a él, sus manos explorando su pecho cubierto por el chaleco de su traje. Acarició su cuello y lo atrajo hacia ella.

—Lo siento —se disculpó antes de lanzarse a besarlo.

Lo sentía, pero no podía rechazarla. Aimee deseaba amor, y rechazarla solo complicaría las cosas. No quería que se sintiera peor, quería hacerla feliz, y si esto era lo que ella necesitaba…

Ryan la envolvió entre sus brazos, correspondiendo su beso con fervor mientras lentamente la guiaba hacia la cama en el centro de la habitación. Cuando las rodillas de Aimee tocaron el borde del colchón, la soltó, y ella cayó de espaldas sobre el colchón.

La observó desde su posición, viéndola morderse los labios, mirándolo con una mezcla de deseo y vulnerabilidad.

Era un error, pero…

Se acercó, y Aimee aprovechó la oportunidad para rodear su cintura con sus piernas desnudas, frotándose contra él. Un dulce gemido salió de sus labios hinchados.

Ya estaba decidido; no podía echarse atrás.

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