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Advertencia:
Esta historia fue escrita en 2015 y refleja algunas normas y dinámicas de género que pueden ser consideradas problemáticas en la actualidad. Elementos como la sumisión femenina y ciertas relaciones con banderas rojas pueden resultar molestos para algunos lectores. Se recomienda la lectura con una mente crítica.
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*—Aimee:
Aimee se sentía sola, terriblemente sola.
Una suave sonrisa se asomó en sus labios pintados de rojo, pero esa sonrisa no llegaba a sus ojos. Estaba rodeada de personas en un bar abarrotado, pero, aun así, el vacío la consumía por dentro. Tenía familiares y amigos en quienes confiar, pero su soledad no se debía a ellos. Era por otra razón, una que la atormentaba, y lo odiaba.
Observó el vaso sobre la barra, el whisky empezaba a perder su frescura mientras ella se sumergía en sus pensamientos. Una carcajada amarga escapó de sus labios al recordar por qué se sentía así.
Su vida era algo patética.
Era una de las tantas razones por las que se sentía tan sola, tan triste, pero había una principal, la que más la hacía reír por lo absurdo que era: su novio la había traicionado con otra mujer.
¡Qué cliché! Tan típico en la vida moderna. Parecía que, últimamente, nadie se conformaba con su pareja y siempre terminaban buscando algo más. Ella era solo una más en la larga lista de personas engañadas. ¡Qué triste!
Aimee Park soltó un suspiro pesado mientras recorría con la mirada el pequeño bar. Estaba repleto de gente que quería disfrutar la vida, beber sin preocupaciones y, en muchos casos, olvidar sus problemas. Ella optaba por la última opción. No estaba allí para socializar, sino para ahogar sus penas en alcohol, lejos de la compañía de sus amigos, en un lugar donde pudiera pensar en paz.
Miró su vaso de whisky con hielo y, sin dudar, lo levantó y apuró el trago, sintiendo el ardor descender por su garganta. Al dejarlo de nuevo sobre la barra, supo que necesitaría otro si quería adormecer el dolor.
Estaba comenzando a darse cuenta de que su vida no era tan genial como algunos la veían.
Tenía 28 años y, según los estándares, se suponía que estaba en el mejor momento de su vida. Se había graduado de la universidad, tenía un trabajo estable, un apartamento cómodo y un auto que muchos envidiarían. Pero carecía de lo que más anhelaba: el amor.
Cuando conoció a Sebastián Harrington en su último año de universidad, creyó que él sería el amor de su vida. Imaginaba un futuro juntos: una hermosa casa, algunos hijos, tal vez mascotas… todo lo que una pareja soñaba al inicio. Pero todo se desplomó. Su castillo de ensueño se derrumbó ante sus ojos.
No tenía suerte en el amor, eso comenzaba a quedar claro.
Recordó su primer amor, un desastre, ya que nunca llegó a sentir por esa persona lo que había esperado. Sabía que nunca tendría una oportunidad y, por ello, decidió seguir adelante, buscando a alguien más. Durante un tiempo, funcionó. Sebastián parecía ser la respuesta a sus oraciones, pero ahora que él ya no estaba, esos viejos sentimientos, junto con la soledad, volvían a atormentarla.
Odiaba sentir esto.
Llamó al barman y pidió otro whisky. Necesitaba que el alcohol la liberara pronto de su propia miseria. No quería seguir pensando en lo patética que era su vida amorosa, ni en Sebastián, ni en su primer amor. Solo quería olvidar.
Echó un vistazo al ambiente del bar, lleno de gente moviéndose al ritmo de la música, disfrutando sin preocupaciones. Quería ser como ellos, soltarse y dejarse llevar, pero su timidez la frenaba. Nunca había sido el tipo de mujer que se levantaba a bailar o que se acercaba al primer hombre que se le cruzara.
¿Por qué no podía ser más atrevida?
Quizás eso era lo que había fallado con Sebastián. Tal vez había sido demasiado tranquila, demasiado sosa para alguien como él.
Aimee mordió sus labios y desvió la mirada. Ya no quería seguir lamentándose por lo sucedido. Quería hacer algo alocado esa noche, algo de lo que reírse después, aunque se arrepintiera al día siguiente. Necesitaba una locura, una aventura.
Sí, tenía que hacer algo.
Cuando el barman volvió con su trago, Aimee lo tomó y se giró hacia la multitud. Su mirada buscaba a alguien, a algún hombre que quisiera compartir un rato con ella. Había muchos tipos guapos en el lugar, y esperaba tener suerte esa noche.
Se miró a sí misma. Se había esforzado en su aspecto. Su cabello castaño, normalmente ondulado, estaba liso y brillante gracias a la plancha. Su maquillaje resaltaba sus ojos verdes, y su atuendo, una blusa vaporosa con estampado de flores y una falda negra ajustada a la cintura, la hacía sentirse femenina y segura. No se veía mal, pensó, y aunque era delgada, tenía curvas que muchos apreciarían.
En ese momento, se fijó en un chico en una mesa cercana. Rubio, de buena complexión, pero parecía muy joven. Quizás demasiado joven para ella. Aimee arqueó una ceja, calculando su edad. Probablemente, no tenía más de veinte años. Pero si estaba allí, debía ser mayor de edad… ¿O tendría una identificación falsa?
Sacudió la cabeza. No debería estar pensando tanto. Si era muy selectiva, terminaría la noche sola.
Decidida, tomó el último sorbo de su whisky, dejó el vaso en la barra y se lanzó a la caza. Esa noche sería diferente.
Sonrió coquetamente mientras se acercaba al chico, pero cuando estaba a unos pasos, sintió que alguien le tomaba el brazo con firmeza.
Se giró, furiosa, para encontrarse con un hombre alto que la miraba con intensos ojos ámbar.
Su boca se abrió de sorpresa al reconocerlo.
Retrocedió un paso cuando el hombre la soltó.
—¡No! —susurró, incrédula—. ¿Qué haces aquí?
*—Aimee:Aimee observó con sorpresa a la figura frente a ella. Había elegido ese bar porque era el tipo de lugar que ninguno de sus amigos o conocidos frecuentaría. Lo había elegido precisamente por esa razón, pero parecía que había cometido un error.«¿Cómo diablos me encontró aquí?», pensó Aimee y bufó molesta para luego cruzarse de brazos, encarando a Ryan cruzaba de brazos.—¿Qué haces aquí? —espetó, sin molestarse en ocultar su irritación.El hombre alzó una ceja oscura, escrutándola con esos ojos ambarinos que parecían juzgarla.—Más bien, ¿qué estás haciendo tú? —replicó, su mirada tan severa que Aimee sintió como si la estuviera regañando en silencio.Un nudo de nervios se formó en su estómago. Desvió la vista, intentando evadir el intenso escrutinio de Ryan Rivers, su mejor amigo y, para complicar las cosas, el primer amor de su vida.«No dejaré que me regañe. No él», Aimee apretó los ojos, reafirmando su decisión. Era una mujer adulta, y no tenía que rendir cuentas a nadie, m
*—Ryan:Estar de nuevo en la ciudad que lo vio nacer a menudo lo llenaba de nostalgia. Boston, su antiguo hogar, seguía despertando recuerdos en él, aunque ya había construido la mayor parte de su vida en otro lugar. Ahora, su vida estaba en Nueva York, donde era presidente de una de las empresas del grupo familiar, y solo volvía a Boston en ocasiones especiales. Como ahora, cuando había venido por un motivo muy concreto: rescatar a su mejor amiga del caos emocional en el que se había sumido tras una ruptura. Pero no estaba allí para ser su niñera, o al menos eso se repetía a sí mismo.Ryan frunció el ceño mientras miraba a Aimee, quien yacía en la cama de una pequeña habitación de hotel. Estaba completamente ebria, acurrucada en un ovillo y refunfuñando incoherencias. Él se sentó al borde de la cama y, con suavidad, apartó un mechón de su cabello castaño claro que cubría su rostro. A pesar de su estado, Aimee seguía viéndose hermosa, lo que le provocó una incomodidad repentina.Frunci
*—Ryan:Aimee movía sus labios lentamente sobre los de él, con una paciencia que casi lo molestaba. Ryan permaneció inmóvil, atrapado entre el shock y la realidad. Aimee lo estaba besando y… ¡Dios! Se sentía increíble. Sus labios eran cálidos, suaves, con una dulzura inesperada.¿Así se sentía besarla?La lengua de Aimee trazó una línea delicada sobre su boca, incitándolo a corresponder. Cuando su lengua rozó los labios de Ryan, un deseo latente, desconocido hasta ese momento, despertó con fuerza. No pudo controlarse más, no cuando ella estaba tan cerca, apretada contra él, besándolo con una inocencia que solo lograba encenderlo aún más. Ryan abrió la boca, dejándola deslizar su lengua en su interior, y cuando la sintió tocar la suya, la chispa que los separaba se transformó en una explosión de pasión.El poco autocontrol que le quedaba desapareció por completo.Ryan ladeó la cabeza y llevó una mano hacia la nuca de Aimee, acariciando su piel suave antes de sostenerla con firmeza, empu
*—Ryan:Ryan se inclinó hacia adelante, dominándola bajo su cuerpo al tomar sus manos y elevarlas hacia su cabeza, inmovilizándola. Su mano libre comenzó a explorar el cuerpo ruborizado y anhelante de Aimee, hasta que sus dedos encontraron uno de sus pechos, apretándolo con fuerza y jugando con su pezón, haciéndolo rodar entre sus dedos.Otro gemido escapó de los labios de Aimee, y Ryan se dijo que no podía esperar más. Si iba a hacerlo, lo haría con todo, aunque al final pudiera arrepentirse.Bajó la cabeza y tomó en su boca el pecho que no había acariciado. Aimee arqueó la espalda al sentir su calor, y un gemido, delicioso y gratificante, se escuchó en la habitación. Ryan se excitó aún más al morder suavemente el pezón que tenía entre sus labios. La dulzura de sus gemidos lo llevó al borde de la locura, y pensar que Sebastián había estado aquí antes solo le llenó de rabia.Se separó de ella, despojándose de su ropa con rapidez. La idea de que Sebastián hubiera tenido su primera vez c
*—Aimee:Sus ojos se abrieron rápidamente, pero al recibir la luz de la mañana, volvió a cerrarlos. Su cabeza le dolía. Aimee alzó una mano y se tocó las sienes, quejándose. Como si todo fuera un balde de agua fría, recordó dónde estaba, por qué le dolía la cabeza y lo que había hecho.Lentamente, sus ojos se ajustaron a la luz cegadora que entraba por las ventanas de la habitación. Miró el techo; sobre su cabeza, el ventilador giraba suavemente, refrescando el ambiente, aunque eso no sería suficiente para lo que se avecinaba. Tragó nerviosa y se sentó en la cama, paseando su mirada verdosa por el lugar. No había ropa en el suelo ni nada fuera de lugar, solo ella desnuda bajo las suaves sábanas.Aimee se mordió los labios y se quejó al mover su cuerpo. Algunos lugares que nunca le habían molestado ahora la incomodaban, principalmente el espacio entre sus piernas. Sentía una mezcla extraña de placer y dolor. Había hecho una locura la noche anterior, y sabía que no podría escapar de ello
*—Ryan:Un mes después…Su cuerpo se sentía pesado, y levantarse estaba resultando cada vez más difícil. Ryan extendió los brazos al aire, desperezándose con un mohín. Otro día sin ánimos de trabajar; solo quería pasar la jornada en la cama, pero eso no le hacía ganar dinero.Con desgano, se bajó de la cama.En el cuarto de baño, observó su semblante en el espejo del lavabo. Sus ojos, cansados; su rostro, pálido y delgado, como si no hubiera comido en días. Quizás su cuerpo estaba rechazando las comidas que solía disfrutar.¿Qué diablos le pasaba?Soltó un pesado suspiro y abrió el grifo del lavabo para lavarse los dientes. Si las cosas continuaban así, tendría que dejar su trabajo y ver a un médico. No comprendía qué le sucedía ni por qué se sentía tan cansado, cuando siempre había gozado de buena salud.¿Habrá pescado algún virus?Odiaba sentirse así, patético y enfermo, y su eficacia en el trabajo se veía mermada. Debía dejar de darle vueltas y resolver el asunto.Con esfuerzo, se d
*—Aimee:—¿De qué diablos hablas, Aimee? —preguntó Abby, sacudiéndose la sorpresa que le causó el comentario sobre un posible embarazo.Aimee se tomó las manos, comenzando a sudar mientras intentaba decidir por dónde empezar. No debería ser tan difícil, solo tenía que contar cómo, por hablar de más, Ryan terminó buscándola hasta debajo de las piedras, encontrándola en aquel bar justo cuando estaba a punto de ligar con un joven.—Debo confesar algo —dijo Aimee, mordiéndose los labios.—¡Oh, claro que debes! —exclamó Abby, cruzándose de brazos y mirándola como si fuera su madre, con la misma mirada de quien ha atrapado a alguien haciendo algo malo.Aimee soltó una risa nerviosa, pasando una mano por su cara, ahora sudorosa.—Aquella noche en el bar sabes perfectamente quién fue a buscarme —dijo Aimee a Abby para luego dirigir la mirada a Regina, quien aún no captaba por completo la situación—. No sé si lo sabes, pero Sebastián terminó conmigo ya que me engañó con otra mujer.Regina asint
*—Ryan:No estaba mejorando para nada.Con las manos temblorosas, Ryan agarró el vaso de agua que le extendía Stephen Tate, su mejor amigo. Había pensado en visitar a un médico, pero al llegar a la empresa se sumergió en el trabajo, ignorando sus síntomas como si todo estuviera en orden.¡Vaya error!En plena reunión con un cliente, un mareo terrible casi lo deja con la cara contra la mesa de la sala de conferencias. Por suerte, Stephen, que estaba presente como jefe de finanzas de la empresa familiar, lo sostuvo justo a tiempo. Cuando Ryan dejó caer la cabeza, su amigo ya estaba a su lado, evitando una vergonzosa desgracia.Todos se alarmaron al ver a Ryan desmoronarse. Era lógico, jamás había estado enfermo y gozaba de una salud impecable, gracias a Dios. Pero aquella mañana era diferente, no se sentía ni remotamente bien.La reunión se reprogramó para otro día, cuando Ryan pudiera mantenerse en pie sin sentir que iba a desmayarse, y él lo aceptó sin protestar. No sabía cuándo volver