Las lágrimas lucharon por salir, me esforcé por no hacerlo en presencia de Matt. No era mi intención confundirlo, más de lo que ya estaba en realidad. Acabé dibujando nuestro lugar favorito, sus ojitos brillaron encantado de verse en el dibujo.
—¿Somos nosotros? —inquirió señalando nuestras siluetas dando la espalda sobre aquel viejo columpio de madera. Faltaba colorearlo, pero se lo dejaría a él.Asentí acariciando su mejilla.Sonrió y se colgó a mi cuello bastante agradecido. —Te quiero Emi, gracias por ser tan buena conmigo.Se sintió bien y doloroso a la vez. Lo apreté más a mí, necesitaba sentirlo de ésa manera, urgía a mi corazón una dosis de su ternura. El nudo se atoró en mi garganta, las emociones colapsaron dejándome transida al tiempo que retrospectiva.Debí huir cuando pude, al menos debí intentarlo y no optar por quedarme con la incertidumbre de lo que pudo ser. Ya era demasiado tarde; sólo el retorno de Max podía cambiar el desenlace sombrío que se palpaba en esa casa. Desafortunadamente Marie había dicho muchas veces que su hijo tardaría en volver. Desde París se había hecho cargo de los negocios de la familia así que el panorama era desfavorable para mí. Y si llegaba alguna vez, ellos ya habían inventado una historia a su favor. ¿En verdad eran capaces de engañar a su propio hijo? ¿Tan estúpidos al creer que Maximiliano no se daría cuenta del parentesco?—Yo también te quiero, en realidad te amo, te amo mucho Matt —confesé besándole las mejillas repetidas veces.No me di cuenta hasta entonces que Rebeka, mi compañera de habitación, nos estaba observando. Me separé de Matthew depositando en su frente un beso corto.—Debo volver a trabajar, pórtate bien ¿Si?—Lo haré, Emi.Rebeka me dedicó una mirada de solidaridad. Sonreí asegurando estar bien, aunque estuviera muriendo cada día y mis fuerzas disminuían. La única razón por la que no renunciaba era Matt. Me fortalecía, me daba motivos, le daba sentido a mi vida cada vez que parecía perderlo.—¿Estás bien? —preguntó cuando estuve frente a ella.—Descuida —me encogí de hombros.—Emireth…—No Rebeka, por favor —pedí cansada de la misma situación.—De acuerdo, lo que tú digas.Me alejé rápidamente urgida en llegar al exterior, la nostalgia se había adueñado de mis pensamientos, se hacía irrespirable cada que pensaba en el pasado.Era un inevitable martirio y un constante recordatorio de errores y posteriores consecuencias.Ya no quería estar sola, no quería únicamente verlo al cerrar los ojos y despertar con la desilusión de que sólo fue un sueño. Tampoco que nuestra historia se resumiera en recuerdos del ayer sino que siguiera existiendo hoy, en éste presente que aún vivía faltandome su esencia.Echaba de menos la danza de sus besos que con las ansias que inexperta le devolvían mis labios temblorosos, imaginaría que me rodeaban sus fornidos brazos como cuando tenía miedo, pero su cariñosa voz ya era suficiente calmante.Si estuvieras aquí, no estaría viviendo la pesadilla que causa tu ausencia, Max. Pensé desviando mi atención del cielo resplandeciente, de los árboles que se movían con el viento imperioso, que al tiempo de arrancar sus hojas, emitía el suave ulular.Me sentía una hoja seca, pero yo tenía la opción de aprovechar el viento que me hizo caer y alzarme en vuelo o dejar que continuaran pisándome y sólo entonces quedase el crujir de mi alma.…La tarde se llevó una vez más los rayos del sol, dejando pintado en su despido un cielo naranja y rojizo, también llegó el fin de mi jornada laboral. Había limpiado sin parar luego de quedarme dibujando para Matt. Apestaba a sudor, ni hablar de mi uniforme lleno de suciedad y polvo.Asear todo el ático y luego cuatro habitaciones de invitados, me dejó exhausta.Mi estómago rugió recordándome que no había probado un solo bocado después de las tostadas y el café de la mañana. Devolví los instrumentos de limpieza al cuarto de aseo y fui por esa ducha que aclamaba mi cuerpo engarrotado.A diferencia de la habitación perfecta de ensueño que alguna vez me perteneció, ésta era más pequeña, pintada de un aburrido amarillo deprimente, no tenía un balcón y mucho menos el gigantesco armario blanco en el que solía perderme en busca de un vestido. Aquí sólo habían dos camas, una pequeña mesita de noche, el baño común y corriente. También cuadros antiguos de Francia colgado en las paredes y un profundo silencio. Ni siquiera había un televisor pequeño, ninguna de las habitaciones de la servidumbre tenían uno.Así que me hice asidua a la lectura.Rebeka terminó haciendo lo mismo, incluso cuando visitaba a su familia compraba novelas, revistas y las compartíamos. No podía darme ese lujo puesto que trabajaba a cambio de un techo y comida. Era obvio que no recibiría un solo centavo de su parte, no permitirían de ningún modo darme comodidades.Masajeé mi cabello, dejé que el agua se deslizara sobre mi espalda. Bajo la cascada fría pero reconfortante, una lluvia de recuerdos me ahogó.…Me envolví en un albornoz y salí dando un respingo.—¿Te he asustado? —inquirió sosteniendo el brazalete en su mano. Lo miraba despectiva, ella misma lo mandó a hacer en una joyería exclusiva por petición de Max. Temí que ahora quisiera quitármelo.Era ella otra vez, la madre de Maximiliano.—Señora…—Fue una estupidez, al principio no lo creí así, sólo cosa de niños, pero me equivoqué. No sé por qué te permito conservarlo —soltó sin remilgos.Miré un punto fijo de la habitación intentando contener la rabia, mi propia respiración tornándose errática.—¿Qué se le ofrece señora Copperfield? —pregunté aparentando serenidad. Pero solo quería reclamarle, decirle a la cara lo bruja y vil que era.Deslizó una sonrisa con cinismo.—¿En verdad creíste que eras el ángel de mi hijo? Pura, inocente y perfecta. Terminaste siendo una cualquiera, pecadora y recogida. No eres más que una adoptada de la que cada día me arrepiento haber dado mi apellido —escupió resentida—. Has manchado nuestro nombre, suerte que cubrimos un poco de la porquería que causaste.—No es necesario que me lo recuerde, ya me lo ha dicho incontables veces, le pedí perdón a mi…—No te atrevas, insignificante sirvienta, no somos tus padres, solo estás aquí por la absurda lástima que André te tiene. De lo contrario ya estarías en la calle, pero eso no sería problema ¿Verdad? Después de todo allí están tus podridas raíces.Comencé a llorar. Odiaba ser débil, mucho más ante esa mujer irreconocible, pero no pude contener el dolor que causaron sus palabras; como puñaladas atravesándome el corazón.—Deja de lloriquear, Emireth. ¡Basta de ser infantil! —farfulló embravecida—¡¿Cómo puede ser tan hostil?! —exploté —. ¡Estoy harta de su humillación, de que me robe el derecho maternal, de sus insultos, de todo éste infierno!Se levantó furibunda por mi respuesta. Había retado al monstruo, sus pasos resonaron fuerte en la madera. Aventó a algún lugar el brazalete y se acercó tomando un puño de mi cabello mojado. Gemí en el acto.—¡En primer lugar, Máximo dejó de ser tu hijo desde el día que nació, no tienes derecho a reclamarlo estúpida desagradecida! —gritó tirando con fuerza de mi cabello, intenté sacármela de encima pero me estaba sujetando con una fuerza sobrenatural.Se empecinaba en llamarle Máximo a Matthew, ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué insistía?—Suélteme, déjeme por favor…—imploré en un hilo.Me empujó abruptamente, caí al piso sosteniéndome la cabeza. ¡Dios! Dolía horrible.Ella estaba más loca de lo que imaginé. La miré horrorizada. ¿Qué sería lo siguiente?—¿Hace falta que te aclare tu posición en ésta casa? —preguntó entre dientes, desafiante.Sollocé en mi lugar, incapaz de mover un solo músculo.—N-no…Tragué grueso.—Perfecto, no te quiero cerca de mi hijo o te vas a arrepentir —amenazó y salió azotando la puerta.Sentí algo peor que el estupor.Mi cuerpo temblaba, dolía mi cabeza aunque no más que el destrozo contundente en mi interior. No pude levantarme, a duras penas conseguí mantenerme consciente. El apetito siSe fue de mi sistema; Rebeka me ayudó a ponerme la pijama y a entrar a la cama. Agradecí que no dijera nada al respecto.—Descansa Emi, dulce sueños.Apreté los párpados deseando no despertar por la mañana. Hacerlo significaba seguir en la misma pesadilla.****»Me pierdo entre el dolor, la soledad me atrapa, asfixia estar sin ti; finjo estar bien pero por dentro muero lentamente, porque todo está mal«5 años después…—La señora Copperfield ha ordenado que sirvas la cena.—¿Qué? Eso debe hacerlo Emma, ya yo acabé mi turno.En mi boca se formó una perfecta “O”.—Quiere que tú lo hagas —continuó sin mirarme. Fruncí el ceño. —¿Qué sucede Rebeka? ¿Qué, ha enfermado Emma y Ava sigue indispuesta? —quise saber rodando los ojos.No me apetecía verle la cara a esos dos, en realidad nunca. —Emireth…Dos toques secos en la puerta la interrumpieron. —Emireth ¿Estás ahí? —preguntó Emma. Miré mal a Rebeka, aunque no tuviese la culpa de que la bruja hubiera ordenado que sirviera la cena. Los últimos años me había limitado a hacer todo lo que decían, así evitaba problemas y nada en vano. Continué estando con Matthew, pero menos que antes; cuando Marie iba al tonto spa, a las tertulias con sus amigas, entonces aprovechaba de llevarlo al lago. Mi niño estaba creciendo, ya tenía diez años y me alegraba verlo feliz.Era tan travieso a veces. Sin duda la copia de su padre. —¡Sólo quedan veinte mi
Eternidad…Nunca se sintió así, servir la cena bajo la atenta mirada de Maximiliano fue incómodo, eterno. Marie, por supuesto se encargó de que estuviera más de lo debido, con la intención de humillarme. Las manos me temblaban y fue todo un desafío no derramar una sola gota del vino blanco que servía. -¿Ya conoces a Matthew? -comenzó André echándome una mirada furtiva. Era el más flexible de los dos pero se dejaba convencer por su esposa fácilmente.Y Max me miró inquisitivo. Desde que se sentó en esa silla no sonrió, su rostro era inexpresivo; Estaba conteniéndose. -Lo adoptamos muy chiquito, lo dejaron en un orfanato y pensamos que sería bueno darle una vida mejor a ese niño -continuó ella como si fuese la mujer más buena de la tierra.No era más que una bruja mentirosa y manipuladora. Y si Maximiliano no se daba cuenta sería por ciego. -Quiero que me expliquen por qué Emireth está sirviendo, ¿Qué está pasando? ¡¿Por qué se quedan callados?! -explotó golpeando la mesa con la mano
Recorrí la amplia habitación, aturdida, con un dolor punzante en su pecho. Los ojos me ardían, la garganta estaba seca. No reconocí mi entorno, no supe la hora, no dónde rayos estaba postrada. —Max… ¿dónde estás? —susurré, mi voz ahogó el silencio por unos segundos. Nadie emitió respuestas, Max no estaba en la habitación. Intenté deslizarme sobre las almohadas pero en el acto la puerta que se mantuvo cerrada emitió ese estridente chirriar siendo abierta, en cuanto nuestras miradas conectaron yo me estremecí y mi corazón aumentó su ritmo cardíaco. Su mirada me recordó cada minuto antes y después de que Marie, su madre y la que por unos años lo fue para mí también, me disparara. Antes de sumergirme en una oscuridad de la que creí no poder escapar, descubrí que él guardaba secretos torno al tema de Máximo y sé qué no era el momento para exigir explicaciones sin embargo no iba a permitir que continuara mintiéndome en mis narices. Maximiliano tenía el deber de decírmelo todo sin impor
—Regresé a los Estados Unidos, con el anhelo de poder verte, mirarte otra vez y cerciorarme de que estabas bien. No sabía que mis padres te tenían terminantemente prohibido que me contactaras. Yo pensé que no querías saber nada de mí. ¿Sabes cuántas veces le pedí a mamá que te pusiera al teléfono, frente a la pantalla de la Mac y poder sentirte más cerca? Eso nunca sucedió. Necesitaba volver a verte, sentirme vivo —confesó de espaldas. Y un nudo se atascó en mi garganta —. Odio que casi pude perderte, creí que no iba a jalar el gatillo. Somos tan iguales y diferentes a la vez…—¿P-por qué dices eso? —quise saber, sin embargo, Maximiliano Cooperfields me ignoró.—Temí perderte. Y la verdad no soportaría pasar por la misma situación —me miró, clavó sus ojos invadidos de dolor en los míos —. Dos malditas semanas se convirtió en eternidad, el doctor me decía que pronto despertarías, así fue. Mientras papá arreglaba el asunto con las policías, me encargué del papeleo legal para sacarlos de
Tres meses en la ciudad Parisina me ayudó a cerrar heridas y nos dio la oportunidad a Max y a mí de volver a empezar. Al principio quería respuestas, ahora sé que llegaría el momento idóneo para que Maximiliano me confiara su pasado.Él no estaba listo y yo no lo presionaría. Lo importante era nuestro hijo, el bonito amor que me daba y que yo correspondía con la misma intensidad y vehemencia.…La fascinante ciudad de París, era un verdadero espectáculo de luces por la noche; la torre Eiffel se podía mirar desde el balcón de nuestro acogedor piso.Me recogí el cabello en una coleta baja. En este punto de mi vida podía decir que las cosas iban por un buen rumbo, ignorando el hecho que seguían incógnitas. No sabía cuánto lo cambiaría en un futuro, desconocía que tan oscuro era el tema de Máximo Cavalcanti. Su nombre seguía en mi cabeza, los últimos tres meses se clavó en mi mente, como el recordatorio de pendientes o de un misterio sin resolver. —Mamá Emi, papá dice que la cena está l
Sollocé contra sus labios. Entonces dejó de besarme, se apartó y buscó mis ojos. Solo asentí escondiendo el rostro en su pecho.Lo oí suspirar. —*Merde Emireth, comme je déteste que tu reviennes, je sais que je ne peux pas m’en empêcher, j’aimerais bien, mais ne m’en souviens plus, essaie-le. ( *Mierda Emireth, como odio que vuelvas pasado, sé que no puedo evitarlo, quisiera, pero ya no lo recuerdes, tan solo inténtalo)—No hables como si supieras todo, tú también tienes tormentos y sigues recordando —susurré y me alejé. Retrocedí dos pasos, cruzada de brazos. Eran esos momentos que nos alejaban, abriendo una brecha entre los dos. —Tienes razón y no me digas nada, es mejor que no lo hagas si te incomoda. Además no merezco que me cuentes si yo aún no te digo.—Bien, me voy a dormir. —Tienes esa mirada de molestia, lo siento amor no quise hacerte enfadar. Ven aquí preciosa —apremió con dulzura. —Hoy dormiré en el sofá —avisé ignorando sus palabras.No siempre iba a permitir que
—Marie, la torre Eiffel es gigantesca, pude ver toda la ciudad y fue increíble. También fuimos al zoológico —solté enérgico —Oh, hijito, me alegra que la pasaras genial, ¿tienes hambre? —No, he comido mucho, ¿verdad papá? —lo miró. Max sonrió revolviendo su cabello.—Cuatro hog dog, dos salchichas y un helado.Lo miré sorprendida. —Pues ojalá que no te de una indigestión, hijo. Ve a darte un ducha y luego a la cama. —Está bien mami. Te espero para que me leas un cuento ¿si? —juntó sus manitas y le sonreí.—Nunca he dejado de serlo, Matt. Entonces se fue. Me acerqué a Max y le di un beso corto en los labios. —Gracias por hacerlo feliz. Eres un papá grandioso, Max —mencioné sin soltarla. Besó mi coronilla. —Gracias a ti, Matt tiene la mejor mamá del mundo. —Te amo. —Y yo a ti, Emi. Me besó. …Después de contarle dos cuentos, mi niño se quedó dormido. Parecía un angelito plácido sobre la cama. Dejé los libros en la cómoda. —Descansa, cielo. Apagué la lámpara y le di un bes
Todos nos miraban, desde que llegamos al cementerio la atención de muchas personas se posó en nosotros. Max apretó mi mano, sé que le resultaba molesto la curiosidad de terceros. Unas mujeres murmuraban y cuando las miré disimularon. —¿No es Emireth? Entonces es cierto que tuvo un hijo con su hermano —susurró una señora bastante dramática. —Sí, que horror —le respondió la otra en el mismo tono bajo.Luego se alejaron.En vez de guardar silencio y respetar el dolor ajeno, criticaban en un momento tan triste. No tenían vergüenza. Ellos no sabían nada, nada en absoluto de nuestras vidas.—No les prestes atención, Emi —me dijo al oído y asentí sin soltarlo. El padre de Max se acercó. Llevaba unas gafas oscuras. No supe qué hacer en ese momento.—Maximiliano —lo saludó.—Padre —correspondió abrazándolo. Así permanecieron unos segundos. —Mamá no quiero estar aquí —se quejó Matt con lágrimas en los ojos. Mientras Padre e hijo hablaban, me puse a la altura de Matt y acuné su rostro. S