Capítulo 2

Volví a mis quehaceres antes de que la  señora Copperfield notara mi ausencia. En la sala, el pequeño Matthew dibujaba trazos sin sentidos, tumbado sobre la alfombra. En cuanto se percató de mi presencia soltó las crayolas y corrió a mis brazos.

—¡Emi! ¡Emi! ¿Quieres ayudarme a terminarlo? —preguntó aferrándose a mi pierna.

Sonreí.

Eran esos instantes los que daban color a mi opaca vida. ¿Cómo podría negarme ante esos ojitos azules?, Era tan perfecto, no había nada más hermoso sobre la faz de la tierra que él.

Nuestro hijo…

—A ver, enséñame lo que haces ¿De acuerdo? —dije revolviendo su cabello marrón.

Enseguida tomó mi mano y me llevó hasta sus dibujos. Miré de cerca el montón de rayas incomprensibles, bueno tan sólo tenía cinco años, no podía esperar una obra de arte; aunque para mí todo lo que hiciera era tan valioso como una pintura de Picasso o Da Vinci.

—Quisiera dibujar como tú, por favor por favor enséñame, Emi —rogó juntando sus manitas.

Sus facciones me lo recordaban, esos mismos gestos del pequeño Max de mis recuerdos, estaba frente a mí. Una parte suya y también mía llena de energía, inocencia y dulzura.

Así era Matt, mi hijo.

Asentí mirando a todos lados. Tenía terminantemente prohibido vincularme más allá de empleada con los Copperfield. Así había sido desde lo que pasó.

Me convertí en parte de la servidumbre, dejé de ser la niña que ellos querían, y pasé a ser la chica que día a día repudiaban, sobretodo Marie, la que creí me amaba como una hija. Ahora ellos eran fríos, distantes y las personas más malvadas  que conocía.

Conservaba su apellido pero perdí lo que alguna vez consideré vida y tranquilidad.

No quise ser una malagradecida,

No fue mi intención cambiarles la vida.

Jamás quise sentir una conexión tan fuerte con Maximiliano, enamorarme de él. Fue inevitable la atracción, imposible evitar que surgiera el amor.

Mientras le explicaba y él escuchaba con atención, mi cabeza se fue al pasado. No estaba mirando a Matthew sino a ese niño que me protegió, al adolescente que se robó mi corazón, al chico del que me enamoré perdidamente.

¿Cuánto más tendré que seguir esperando, Max?

Entonces volví al antaño.

[Recuerdo]

—Maximiliano queremos presentarte a alguien muy especial. Oh vamos no seas tímida, linda  —me apremió mi nueva mamá y di un paso observando al niño.

Él sonrió con tanta naturalidad que me sentí cohibida. ¿Acaso no estaba celoso de ya no ser el único hijo?

—Hola Emireth, yo soy Maximiliano pero ahora que somos hermanos puedes llamarme Max; yo te diré Emi ¿Te parece? —expresó sonriéndome y sin verlo venir, él me abrazó.

No supe cómo actuar en ese momento, no estaba acostumbrada a las demostraciones de afecto. Miré a mis “padres” pero ellos sólo asintieron, supuse que debía devolverle el gesto, así que lo rodeé escondiendo el rostro en su pecho y por primera vez, sentí el calor familiar.

—Eres muy bonita Emi, ¿No es verdad mamá, papá? —comentó algo impresionado.

Entrelacé los dedos nerviosa evitando mirar a cualquiera de los tres.

¿Por qué decía esas cosas?

—Es preciosa y la niña más especial que he conocido, ya lo verás Max. ¿Por qué no le muestras su habitación? —inquirió mi “padre.”

—Estupenda idea, así vamos arreglando lo de la cena —coincidió “mamá” más que satisfecha.

Sólo tenía siete, pero era una niña muy perceptiva. Yo vi en Marie la plena convicción de que nos llevaríamos bien y en André también mucha seguridad. No eran los únicos, porque sentí lo mismo cuando… Max me abrazó.

Sin darme cuenta su mano estaba enlazada a la mía y pronto me llevó con él.

—Vamos, te va a encantar y lo mejor de todo es que está a la par de la mía, eso es bueno porque si alguna vez tienes miedo podrías quedarte conmigo. Imagínate, veremos películas hasta tarde o alguna serie de N*****x…

Hablaba sin parar.

—¿Netflix? —quise saber mientras subíamos las escaleras, en su apuro di un traspié, afortunadamente no me fui de bruces.

—Lo siento, vamos muy veloz, es que olvidé que no eres tan rápida como yo —se disculpó un poco ¿Arrogante?

Eso porque no me conocía. En el orfanato solía competir con Sam y Marcus para ver quien llegaba primero al comedor, por supuesto les ganaba aunque luego recibía una reprimenda por parte de nuestra cuidadora.

—Y N*****x es lo mejor que existe para entretener, las mejores series y películas. —continuó—. Ésta es tu recámara Emi, pasa.

Abrió la puerta para mí.

Nos adentramos los dos, mi corazón se detuvo unos segundos y volvió a latir con mucha más intensidad. El rosa y violeta en las paredes, la enorme cama cubierta de un lindo cobertor rosado y sábanas de flores primaverales junto a un montón de muñecas y peluches, me pareció de ensueño.

—¿Es un asiento?

—Se llama diván —explicó señalando lo que a mí parecer era un asiento a los pies de la cama—. Mira, tienes tu propio televisor, también un balcón.

No podía pedir más.

—¿En verdad es mía, Max? —no lo podía creer.

—Es tuya Emi, en verdad que lo es. Háblame de ti —añadió sentándose en mi cama.

—¿Qué debo decirte? —me encogí de hombros y tímidamente me dejé caer a su lado.

De cerca noté que sus ojos eran de un azul atrayente, parecía el cielo y también el mar. Eran tan llamativos que creí perderme unos segundos.

Sentí un chisporroteo en todo el cuerpo cuando dejó caer la palma de su mano en mi hombro.

—Empecemos por tu color favorito, el mío es el azul.

Sonreí.

—Bueno a mí me gusta el violeta, aunque todos los colores son muy bonitos —solté dibujando una sonrisita.

—Tienes razón. ¿Cuál es tu comida favorita, postre y hobby?

—Ahm… Puré de papa y pollo, helado de vainilla ¿Hobby? No sé que es eso, Max.

—Es algo así como un pasatiempo, algo que te guste hacer, el mío es jugar tenis.

—Dibujar, no lo hago tan bien pero a Sam y Marcus le gustaba mucho que dibujara para ellos.

—Y supongo que ellos eran tus amigos.

—Sí, Sam es de mi edad, Marcus sólo tiene cuatro años —susurré recordándoles.

Los echaba de menos; quizá un día volvería a verlos, o no.

—Pues harás nuevos amigos en tu nueva escuela. Yo también puedo serlo si así deseas —emitió dulcemente.

¿El quería ser mi amigo?

—Está bien, seremos amigos…

—También hermanos —añadió elevando una ceja. —¿No es eso genial? * J’aime l’idée d’avoir à nouveau un frère, enfin une sœur à partager. Depuis … (•Me agrada la idea de tener otra vez un hermano, bueno una hermana con quien compartir. Desde lo de…

)

Se detuvo abruptamente; de todas maneras no entendí nada en absoluto de lo que dijo en ese raro idioma.

—Oye… Bajemos a cenar ¿Bien? —zanjó como turbado.

—Si, ya quiero comer —admití avergonzada.

—Yo también muero de hambre, mi estómago ruge fuerte como un león —bromeó en pie.

Me levanté perdiendo la mirada en las puertas corredizas de cristal que daban al balcón. Al otro lado estaba un armario blanco. 

—Vamos Emi ¿Qué esperas? —me dio su mano y la tomé.

[Fin del recuerdo]

***

»Se juntan los recuerdos del pasado, amontonando en mi presente melancolía«

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