Las lágrimas lucharon por salir, me esforcé por no hacerlo en presencia de Matt. No era mi intención confundirlo, más de lo que ya estaba en realidad. Acabé dibujando nuestro lugar favorito, sus ojitos brillaron encantado de verse en el dibujo.—¿Somos nosotros? —inquirió señalando nuestras siluetas dando la espalda sobre aquel viejo columpio de madera. Faltaba colorearlo, pero se lo dejaría a él.Asentí acariciando su mejilla. Sonrió y se colgó a mi cuello bastante agradecido. —Te quiero Emi, gracias por ser tan buena conmigo. Se sintió bien y doloroso a la vez. Lo apreté más a mí, necesitaba sentirlo de ésa manera, urgía a mi corazón una dosis de su ternura. El nudo se atoró en mi garganta, las emociones colapsaron dejándome transida al tiempo que retrospectiva. Debí huir cuando pude, al menos debí intentarlo y no optar por quedarme con la incertidumbre de lo que pudo ser. Ya era demasiado tarde; sólo el retorno de Max podía cambiar el desenlace sombrío que se palpaba en esa ca
5 años después…—La señora Copperfield ha ordenado que sirvas la cena.—¿Qué? Eso debe hacerlo Emma, ya yo acabé mi turno.En mi boca se formó una perfecta “O”.—Quiere que tú lo hagas —continuó sin mirarme. Fruncí el ceño. —¿Qué sucede Rebeka? ¿Qué, ha enfermado Emma y Ava sigue indispuesta? —quise saber rodando los ojos.No me apetecía verle la cara a esos dos, en realidad nunca. —Emireth…Dos toques secos en la puerta la interrumpieron. —Emireth ¿Estás ahí? —preguntó Emma. Miré mal a Rebeka, aunque no tuviese la culpa de que la bruja hubiera ordenado que sirviera la cena. Los últimos años me había limitado a hacer todo lo que decían, así evitaba problemas y nada en vano. Continué estando con Matthew, pero menos que antes; cuando Marie iba al tonto spa, a las tertulias con sus amigas, entonces aprovechaba de llevarlo al lago. Mi niño estaba creciendo, ya tenía diez años y me alegraba verlo feliz.Era tan travieso a veces. Sin duda la copia de su padre. —¡Sólo quedan veinte mi
Eternidad…Nunca se sintió así, servir la cena bajo la atenta mirada de Maximiliano fue incómodo, eterno. Marie, por supuesto se encargó de que estuviera más de lo debido, con la intención de humillarme. Las manos me temblaban y fue todo un desafío no derramar una sola gota del vino blanco que servía. -¿Ya conoces a Matthew? -comenzó André echándome una mirada furtiva. Era el más flexible de los dos pero se dejaba convencer por su esposa fácilmente.Y Max me miró inquisitivo. Desde que se sentó en esa silla no sonrió, su rostro era inexpresivo; Estaba conteniéndose. -Lo adoptamos muy chiquito, lo dejaron en un orfanato y pensamos que sería bueno darle una vida mejor a ese niño -continuó ella como si fuese la mujer más buena de la tierra.No era más que una bruja mentirosa y manipuladora. Y si Maximiliano no se daba cuenta sería por ciego. -Quiero que me expliquen por qué Emireth está sirviendo, ¿Qué está pasando? ¡¿Por qué se quedan callados?! -explotó golpeando la mesa con la mano
Recorrí la amplia habitación, aturdida, con un dolor punzante en su pecho. Los ojos me ardían, la garganta estaba seca. No reconocí mi entorno, no supe la hora, no dónde rayos estaba postrada. —Max… ¿dónde estás? —susurré, mi voz ahogó el silencio por unos segundos. Nadie emitió respuestas, Max no estaba en la habitación. Intenté deslizarme sobre las almohadas pero en el acto la puerta que se mantuvo cerrada emitió ese estridente chirriar siendo abierta, en cuanto nuestras miradas conectaron yo me estremecí y mi corazón aumentó su ritmo cardíaco. Su mirada me recordó cada minuto antes y después de que Marie, su madre y la que por unos años lo fue para mí también, me disparara. Antes de sumergirme en una oscuridad de la que creí no poder escapar, descubrí que él guardaba secretos torno al tema de Máximo y sé qué no era el momento para exigir explicaciones sin embargo no iba a permitir que continuara mintiéndome en mis narices. Maximiliano tenía el deber de decírmelo todo sin impor
—Regresé a los Estados Unidos, con el anhelo de poder verte, mirarte otra vez y cerciorarme de que estabas bien. No sabía que mis padres te tenían terminantemente prohibido que me contactaras. Yo pensé que no querías saber nada de mí. ¿Sabes cuántas veces le pedí a mamá que te pusiera al teléfono, frente a la pantalla de la Mac y poder sentirte más cerca? Eso nunca sucedió. Necesitaba volver a verte, sentirme vivo —confesó de espaldas. Y un nudo se atascó en mi garganta —. Odio que casi pude perderte, creí que no iba a jalar el gatillo. Somos tan iguales y diferentes a la vez…—¿P-por qué dices eso? —quise saber, sin embargo, Maximiliano Cooperfields me ignoró.—Temí perderte. Y la verdad no soportaría pasar por la misma situación —me miró, clavó sus ojos invadidos de dolor en los míos —. Dos malditas semanas se convirtió en eternidad, el doctor me decía que pronto despertarías, así fue. Mientras papá arreglaba el asunto con las policías, me encargué del papeleo legal para sacarlos de
Tres meses en la ciudad Parisina me ayudó a cerrar heridas y nos dio la oportunidad a Max y a mí de volver a empezar. Al principio quería respuestas, ahora sé que llegaría el momento idóneo para que Maximiliano me confiara su pasado.Él no estaba listo y yo no lo presionaría. Lo importante era nuestro hijo, el bonito amor que me daba y que yo correspondía con la misma intensidad y vehemencia.…La fascinante ciudad de París, era un verdadero espectáculo de luces por la noche; la torre Eiffel se podía mirar desde el balcón de nuestro acogedor piso.Me recogí el cabello en una coleta baja. En este punto de mi vida podía decir que las cosas iban por un buen rumbo, ignorando el hecho que seguían incógnitas. No sabía cuánto lo cambiaría en un futuro, desconocía que tan oscuro era el tema de Máximo Cavalcanti. Su nombre seguía en mi cabeza, los últimos tres meses se clavó en mi mente, como el recordatorio de pendientes o de un misterio sin resolver. —Mamá Emi, papá dice que la cena está l
Sollocé contra sus labios. Entonces dejó de besarme, se apartó y buscó mis ojos. Solo asentí escondiendo el rostro en su pecho.Lo oí suspirar. —*Merde Emireth, comme je déteste que tu reviennes, je sais que je ne peux pas m’en empêcher, j’aimerais bien, mais ne m’en souviens plus, essaie-le. ( *Mierda Emireth, como odio que vuelvas pasado, sé que no puedo evitarlo, quisiera, pero ya no lo recuerdes, tan solo inténtalo)—No hables como si supieras todo, tú también tienes tormentos y sigues recordando —susurré y me alejé. Retrocedí dos pasos, cruzada de brazos. Eran esos momentos que nos alejaban, abriendo una brecha entre los dos. —Tienes razón y no me digas nada, es mejor que no lo hagas si te incomoda. Además no merezco que me cuentes si yo aún no te digo.—Bien, me voy a dormir. —Tienes esa mirada de molestia, lo siento amor no quise hacerte enfadar. Ven aquí preciosa —apremió con dulzura. —Hoy dormiré en el sofá —avisé ignorando sus palabras.No siempre iba a permitir que
—Marie, la torre Eiffel es gigantesca, pude ver toda la ciudad y fue increíble. También fuimos al zoológico —solté enérgico —Oh, hijito, me alegra que la pasaras genial, ¿tienes hambre? —No, he comido mucho, ¿verdad papá? —lo miró. Max sonrió revolviendo su cabello.—Cuatro hog dog, dos salchichas y un helado.Lo miré sorprendida. —Pues ojalá que no te de una indigestión, hijo. Ve a darte un ducha y luego a la cama. —Está bien mami. Te espero para que me leas un cuento ¿si? —juntó sus manitas y le sonreí.—Nunca he dejado de serlo, Matt. Entonces se fue. Me acerqué a Max y le di un beso corto en los labios. —Gracias por hacerlo feliz. Eres un papá grandioso, Max —mencioné sin soltarla. Besó mi coronilla. —Gracias a ti, Matt tiene la mejor mamá del mundo. —Te amo. —Y yo a ti, Emi. Me besó. …Después de contarle dos cuentos, mi niño se quedó dormido. Parecía un angelito plácido sobre la cama. Dejé los libros en la cómoda. —Descansa, cielo. Apagué la lámpara y le di un bes