Capítulo 5

Eternidad…

Nunca se sintió así, servir la cena bajo la atenta mirada de Maximiliano fue incómodo, eterno. Marie, por supuesto se encargó de que estuviera más de lo debido, con la intención de humillarme. Las manos me temblaban y fue todo un desafío no derramar una sola gota del vino blanco que servía.

-¿Ya conoces a Matthew? -comenzó André echándome una mirada furtiva. Era el más flexible de los dos pero se dejaba convencer por su esposa fácilmente.

Y Max me miró inquisitivo. Desde que se sentó en esa silla no sonrió, su rostro era inexpresivo; Estaba conteniéndose.

-Lo adoptamos muy chiquito, lo dejaron en un orfanato y pensamos que sería bueno darle una vida mejor a ese niño -continuó ella como si fuese la mujer más buena de la tierra.

No era más que una bruja mentirosa y manipuladora. Y si Maximiliano no se daba cuenta sería por ciego.

-Quiero que me expliquen por qué Emireth está sirviendo, ¿Qué está pasando? ¡¿Por qué se quedan callados?! -explotó golpeando la mesa con la mano echa puño.

Los Copperfield se pusieron como el papel. ¿Acaso no habían pensado en algo tan obvio? O no tuvieron el tiempo de deshacerse de mí antes de su regreso.

-No debes hablarnos de grotesca manera, Maximiliano. Somos tus padres -chilló dizque afectada.

-No debe pero tiene derecho a saber la verdad Marie. ¿No crees que ya ha sido suficiente? -le dijo André sorprendiendo a los tres.

En cualquier momento me desmayaría; de hecho ya empezaba a marearme.

-Retírate Emireth -ordenó guiñándome un ojo, como si quisiera decirme que se acabó la farsa, pero era tan cobarde que no se atrevería a decirlo en mi presencia.

-Sí señor.

-No, no irá a ningún lado -me tomó del brazo, Max, cuando pasé por su lado -Emireth, quédate.

Miré a sus padres antes de enfrentarlo a él.

-No, ellos deben decirte la verdad y no creo que soporte estar cuando eso suceda -musité con la voz quebrada.

Entonces escapé de todo. Al menos lo creí mientras corría bajo la oscuridad que cernía la noche. La adrenalina en mi sistema le dio rapidez a mis piernas; mis pulmones estaban atrofiados.

Caí al prado de rodillas y me puse a llorar sin poder contenerme más. Lágrimas y más lágrimas escaparon junto a mis gemidos de dolor.

Me dolía el corazón, me dolía el alma.

No pasó mucho tiempo después, cuando él volvió.

-Sabía que te encontraría aquí -susurró.

Lo siento, lo siento tanto Max.

Inspiré hondo, incapaz de moverme. Ya estaba al corriente, al tanto de que Matt era su hijo.

Él lo sabía todo.

Se tumbó a mi lado, suspiró sonoramente y me acercó a él permitiendo que apoyara la cabeza en su hombro.

Te necesito…

Me abrazó por la cintura estremeciéndome con su tacto. Su calor me envolvió; entrelazó nuestras manos y sentí el aleteo en mi estómago.

Miré el adoso nostálgica.

Me aferré más a él temblorosa; entonces alzó mi rostro para que lo mirara.

-Has sufrido por mi culpa, todo este tiempo cargando con los errores de ambos. Si lo hubiera sabido, habría renunciando a mis sueños, la universidad podía esperar, pero no te iba a dejar a ti sola con una responsabilidad tan enorme -hizo una pausa; sus ojos brillaban, su voz estaba a poco de romperse -. Me siento terrible… El peor hombre de la tierra. ¡Maldición, Emireth! Perdóname, mi ángel.

-Matt no es un error, tampoco he sido una madre para él. No puedo, tus padres no me lo permiten, aun así no me fui, preferí quedarme en ésta casa recibiendo humillaciones, malos tratos y avasallamiento, con tal de ver a Matt; por él he resistido cada maldito día infernal en éste lugar -admití, casi fue un débil murmuro.

-Lo sé, es nuestro hijo Emireth y ya te dije que lamento que vivieras todo eso, de saberlo jamás lo habría permitido -me besó suavemente, esta vez con toda la calma del mundo. Las yemas de sus dedos acariciaron la comisura de mis labios tornando el tiempo lento, a nosotros eternos -. Nunca me olvidaste, sé que no lo hiciste. ¿Sigues sintiendo algo por mí?

Sí, no imaginas cuánto.

-¿Crees que no quise olvidarte? Lo intenté pero los recuerdos de antaño se interponían y contra eso resultaba inútil seguir luchando. S-seguía teniéndote en mis sueños, tan cerca y al despertar muy lejos. Cada detalle hizo que no te olvidara; aún tengo el brazalete, parece que se ha encogido con el tiempo -sonreímos -. Definitivamente sigo enamorada de ti, sigo amándote con todo mi corazón. Pero soy una sirvienta, una simple…

Puso un dedo en mis labios.

-Shh… No vuelvas a decir eso-exigió besándome las manos; suspiré perdida en su ternura -No voy a seguir perdiendo el tiempo. Matthew, tú y yo debemos estar juntos… -su voz se quebró.

Maximiliano hundió su cara en mi cuello y lloró como nunca, hasta secarse. No lo había visto así de destrozado en la vida. Solía ser mi protector, el que me consolaba y ahora me necesitaba.

Y yo a él.

-Hagamos esto juntos, por favor Emireth, seamos una familia -rogó, sus ojos estaban inundados de tristeza, urgencia y dolor.

Acaricié su pelo, paseé mis dedos por su rostro con la intención de borrar sus lágrimas surcando la belleza varonil, que a mí me tenía atontada. Se quedó quieto, silencioso al roce en su piel. Y fui acercándome a su boca; quería besarlo, sentir una vez más el sabor suyo y el mío siendo sólo uno.

Lo besé con ansias, olvidando el tiempo, con una maraña de pensamientos en la cabeza y un tornado de emociones. Correspondió con vehemencia, instando a darlo todo. Me tomó por la nuca profundizando el beso, no resistí y subí a horcajadas sobre él. Me acomodó en su regazo, famélico; debíamos detenernos pero ahora mismo la cordura se había ido por un caño.

-Max…

-*Je te veux Emireth, je veux te faire mienne. (Te deseo, Emireth, quiero hacerte mía)

Suspiré contra sus labios, temblé como gelatina en su pecho. Nos detuvimos con la respiración entrecortada; él me observó con una sonrisa juguetona y me sonrojé.

-¿Qué?

-*Souvenons-nous de ce que nous étions; Changeons le panorama, réparons un peu le passé dans notre présent. Je sais que tu m’aimes toujours. (Recordemos lo que éramos; cambiemos el panorama, arreglemos un poco el pasado en nuestro presente. Sé que aún me amas)

¿Podía ser más tierno?

Me derretí en sus brazos.

-¿A quién se la has robado esa frase, Max? -entrecerré la mirada.

-Lo único que me he robado es tu corazón Emireth, y es ése amor que me ha dado la inspiración para decirte esas palabras. ¿Aún no me crees? -inquirió acariciando los costados de mi cintura.

¿Cómo podía pensar, siquiera hilar una palabra teniéndolo a mi Merced, así de cerquita?

-Siempre Maximiliano-confesé apretándole las mejillas. Antes solía hacerlo, pero ahora fue extraño -. Lo siento y-yo…

Acunó mi rostro y me pellizco la punta de la nariz -También hacía esto, no es malo que tú hagas lo mismo conmigo. No porque crecimos vamos a dejar a un lado lo que solíamos hacer cuando niños.

-Es verdad, creí que… Ya sabes, no somos los mismos. Tú… Te ves tan distinto -admití e hice el amago de apartarme pero aferró su agarre en mi cadera.

-No irás a ningún lado -advirtió -. Y según tú ¿Qué tan diferente estoy?

-Más guapo, más perfecto y me encanta que sea así Max.

-Tú eres más hermosa que antes y también me encantas mi ángel; no voy a permitir que te pase algo malo, ni a Matthew ¿De acuerdo?.

-Sí… -me sujeté a sus palabras -. ¿Qué vamos a hacer Max?.

-Yo me encargaré, tendremos la custodia más rápido de lo que imaginas -prometió y nos pusimos en pie -. Volvamos…

-No, ustedes no van a llevarse a Máximo ¡No me lo pueden quitar!

Mi corazón se detuvo en ese momento que vi a Marie completamente fuera de sí, apuntando con un arma.

-¿Mamá que crees que haces? -soltó estupefacto.

-Haré lo necesario para que no me arrebaten a mi hijo, no otra vez Maximiliano. ¡Máximo no puede estar con ustedes, porque es mi hijo!

Otra vez decía que era su hijo, Máximo… ¿Qué significaba eso? ¿Quién fue el Máximo que tanto la atormentaba?.

-M- mamá baja el arma por favor, sabes que Máximo se ha ido hace ya mucho. No quieres hacerlo, te lo suplico madre -imploró desesperado.

-¡Ella es una malagradecida, una cualquiera y no voy a permitir que tenga a mi hijo!

-Señora Copperfield, el no es su hijo, no es Máximo. ¿Por qué se empecina en confundirlo? -inquirí asustada.

Max se había puesto delante de mí, estaba protegiéndome de la sicópata de su madre.

-Y tú ¿Por qué sigues acostándote con mi hijo? ¡Aléjate Maximiliano, deja de cuidar a esa zorra! -rugió entre sollozos.

Max temblaba, detonando algo que nunca noté en él: tormentos.

-No lo voy a hacer, no voy a permitir que se repita lo mismo. Mamá…

¿Lo mismo?

Lo hice a un lado y me arrodillé frente a ella.

-Le he pedido perdón, he dejado que me humille ¿Qué más debo hacer Marie? -emití aterrada, persiguiendo la esperanza de que diera su brazo a torcer y no acabara jalando el gatillo.

-Emireth ¿Qué haces? -su voz salió ahogada.

Lo ignoré y Marie quitó el seguro.

-Irte al infierno. ¡Vete al infierno Emireth!

Entonces todo pasó muy rápido…

Un disparo, aquel sonido ensordecedor pitó en mi oído y en un instante se llevó mi último suspiro.

Max… Otra vez me has fallado.

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