Capítulo 07.

Annette Martin:

—Dites-moi, mademoiselle… —Brando se sienta frente a mí, en el otro extremo de la mesa y me mira con fijeza. Sonrío ante su acento francés.

Yo en realidad soy española. Mi familia está allá, yo vine por cuestiones laborales y me gustó tanto de la ciudad que terminé quedándome. Anteriormente vivía en otra ciudad de acá, en Toulouse. Me gustaba que era más pequeña y menos poblada, pero París es París. No sabía que aspiraba tanto a vivir aquí hasta que estuve en ciertos lugares muy reconocidos de manera mundial y le dieron la razón a mis pensamientos sobre querer quedarme aquí.

Y, aunque sea de no creer, todavía no he visitado la torre Eiffel. Aunque, sinceramente, tampoco es que sea algo que muera por hacer. No me parece súper importante. Menos todavía con el hecho de que sea uno de los más grandes símbolos de romance que existen. Por algún motivo, lo es.

—¿Qué desea saber, señor Brandon? —Le pregunto lo más cordial posible.

—Comencemos por ti. ¿Estudias?

—Sí. Actualmente estoy estudiando de manera virtual. Debido a mi trabajo, el cual incrementa cada vez más, no me es posible asistir de manera presencial a la universidad. En realidad, ya me gradué, ahora estoy con la licenciatura.

—¿Y qué carrera haces? Supongo que tiene que ver con el hecho de que seas escritora.

—Estudio letras, pero también hice cursos de Comunicación y Edición. De hecho, estoy habilitada para dar ese tipo de cursos también. Trato de aprovechar lo más que puedo para ampliar tanto mis conocimientos como mi campo laboral —explico.

—Eso te hace una persona muy interesante…

Noto como lanza un vistazo detrás de él y no entiendo la mirada que le da a su hijo mayor. Creo que ni él no entiende porque le frunce el ceño y su padre solo sacude su cabeza. Vuelve a mirarme y me sonríe.

—Ya está por venir la pizza. Juro que, si no te gusta, dejaré que hables mal de mí pizzería, aunque no me guste en lo absoluto.

—No puedes decirme eso cuando ya me haz influenciado en mi opinión respecto a este lugar. Dijiste que eran las mejores pizzas, no solo de este país, sino del mundo, así que sostenga sus palabras y no cause dudas en mí.

—Me parece justo —dice, y se levanta de su asiento cuando ve que Breidy viene con una pizza pequeña de cuatro porciones para mí —. Debo ir a la cocina, pero debes darme tu muy importante opinión respecto a la pizza, eh. Podría darte otra para llevar.

—No es necesario. Con esta gratis, basta y sobra.

Veo como, en medio de pequeñas risas, se da media vuelta y se pierde en el camino hacia la cocina, la cual está escondida detrás del mostrador. Mi mirada se queda fija en Bastián, está ayudando a dos abuelitas a contar unas monedas y ellas le sonríen encantadas.

—Ellas vienen cada fin de semana… —exclama Breidy una vez que se da cuenta de donde estaba puesta mi atención. Deja la pizza frente a mí y me entrega un cuchillo y tenedor de mesa.

—¿Todo mundo viene el fin de semana o cómo es la cuestión? —Pregunto, realmente interesada.

—Por suerte, el lugar es muy concurrido, incluso los días de semana que es cuando menos clientela suele haber en la zona; sin embargo, Bastián solo suele venir los fines de semana y está casi todo el día acá hasta que se va a su departamento, y junto con él aparecen muuuuuchas clientes. Esas dos señoras son las primeras, lo adoran.

—Vaya, es muy popular…

Él mira con fijeza como yo, en vez de tomar el cuchillo y tenedor, agarro una servilleta y con mi mano tomo una porción de pizza colocando su extremo más grueso entre la servilleta y comenzando a comer desde la punta, donde hay muchísimo queso.

No puedo evitar gemir al sentir la delicia que es.

El pan es crujiente por fuera y muy suave por dentro, sus condimentos están en el punto exacto, el pimentón con rodajas de jamón y trocitos de salame están bien cocidos y no son tan salados, y hay mucho queso, abundante queso. Me encanta el queso.

—Vaya, tú sí que sabes degustar la pizza.

—Es la más deliciosa que he probado en la vida —trago rápido y le doy otra mordida.

—Mi padre estará feliz de escuchar eso.

—Dile que nació para esto.

—Esta la hicieron nuestros cocineros, pero mi padre también las hace. Le quedan igual de bien. Él fue quien entrenó a los cocineros y ayudantes con la serie de pasos necesarios para que quedaran igual. Es un genio.

—Suenas orgulloso… —sonrío al verlo entusiasmado.

—Lo estoy.

Sigo comiendo de la pizza y bebo de la gaseosa que trajeron como bebida. Cada cierto tiempo miro hacia donde está Bastián y no puedo evitar negar con mi cabeza mientras veo como rueda el teclado de la computadora frente a él y así no molestar a Disten, quien ahora duerme en ese espacio, mientras es acariciado por él.

Sí. Él de verdad que es un traidor.

Niego con mi cabeza y me enfoco en el chico frente a mí.

—¿Qué edad tienes? —Le pregunto, sin dejar de comer.

—Dieciocho, ya soy legal —bromea.

—Eso podría decirse que depende. Hay cosas para las que son necesarias tener veintiuno.

—¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles?

—Varios empleos y cargos públicos, por ejemplo —me encojo de hombros.

—Bueno, pero no para el sexo, salir o beber, que es todo lo que le importa a este adolescente descarriado.

Tengo que detener cuando estoy por tragar el pedazo de comida que tengo en la boca, porque se lo trago en este momento, capaz y me atoro debido a sus palabras. Trago con fuerza, mirándolo fijamente, y me da una pequeña risa que se supone que es angelical. Niego con mi cabeza y continúo comiendo. Ya llevo tres porciones. ¿Ya dije que me encanta la comida?

Lo peor es que, sé que está mal, pero la que más me gusta es la menos sana. No sé cómo es que estoy flaca.

—Hablando en serio, ahora que dices eso de que para algunos trabajos se necesita tener veintiún años, espero que no planeen hacerlo con todos. Justamente estoy buscando trabajo.

—¿No trabajas acá también?

—Sí, y mi padre insiste en querer pagarnos, pero nosotros no lo dejamos. Quiero mis propios ingresos mientras termino de estudiar para vivir de mi carrera.

—¿Qué estudias?

—Arquitectura.

—Vaya…

—Sí. Todos tienen esa reacción. No es difícil.

—No es difícil para ti porque naciste para ello. Es algo que te gusta hacer y por eso lo estás estudiando, pero si, por ejemplo, estudiaras mi carrera, te parecería, o difícil, o inentendible, o aburrida. —Le explico —. Y eso está bien, porque todos tenemos gustos distintos, gustos específicos.

—Lo sé. Intenté estudiar periodismo o comunicación, seguir los pasos de mi hermano, metiéndome en esas aguas profundas y casi me ahogo. No es algo que me gusta, eso de redactar, analizar, y expresar mediante palabras no es muy lo mío.

—Es todo un caso…

Vuelvo a mirar detrás de él. Comienzo a pensar que, o Bastián es un imán inesquivable para mis ojos o extraño mucho a Disten, lo cual no creo que sea el caso. Puedo amar mucho a ese gato, pero, por algún motivo, él parece detestarme.

—Puede que tengamos otra cliente potencial que comience a venir únicamente los fines de semana… —salgo de mi trance, volteando a mirarlo cuando lo escucho hablar.

—¿De quién estamos hablando? —Pregunto. Dejando de lado el plato vacío, con los cubiertos limpios y un poco de coca cola que ya no cabe en mi ser flacucho.

—De alguien cerca, muy cerca de mi… —me mira con sus ojos muy abiertos y yo frunzo el ceño, mirando alrededor, tratando de ver si hay alguien nuevo, lo cual es estúpido, porque ante mis ojos todos son nuevos, nunca los he visto.

—No te entiendo.

—Debo ir a reemplazar a mi hermano en la caja. Ya le aviso a mi padre que venga a despedirse de ti, y no es que te esté echando porque cerramos en la noche, pero él tiene una cita romántica y debe irse en poco tiempo.

—¿Una cita con tu mamá? —Pregunto, y su sonrisa se borra de inmediato.

—Ni siquiera sé quién es mi mamá. La conozco por medio de fotos y nada más… —susurra, desviando su mirada.

Creo que he tocado un tema prohibido.

—Lo siento… no sabía.

—Tranquila. No eres adivina —me da una pequeña sonrisa que no llega del todo a cubrir sus labios y rostro.

Él toma el plato y el vaso donde tenía la bebida, para luego alejarse de mi e irse hacia el área de cocina. Cuando regresa, intercambia palabras con su hermano mayor y aparece su padre, diciéndole algo que los hace reír.

Sonrío al mirar como Brandon está vestido de manera elegante, y antes de que piense en venir hacia donde me encuentro, decido levantarme, dejar algo de propina en la mesa, e ir hasta donde se encuentran.

—Niños, niños, no tienen que decirme como tratar a una dama. Yo no soy el que no tengo citas aquí, esos son ustedes; así que es todo lo contrario. Ustedes deberían aprender de mí. —No puedo evitar reír, llamando la atención de los tres, por el hecho de que los esté llamando ‘’niños’’. Creo que ya son lo bastante grandecitos como para que deje de llamarlos así.

De todas maneras, me parece algo gracioso y tierno al mismo tiempo.

—Se ve muy elegante, señor Leroy.

—Brandon, niña. Brandon.

—Señor Brandon. —Me corrige.

—Muchas gracias. —Él vuelve a mirar a sus hijos —. ¿Lo ven? Hasta la señorita a la que no le gusta el romance dice que me veo elegante para ir a la cita a la que voy. Ustedes son los únicos pensando que me veo muy formal.

—Las chicas aman ver a los hombres en trajes aun si van a un cuchitril —opino.

No es momento para salir con mi negatividad sobre los sentimientos. Soy yo quien no cree en esas cosas, si ellos si lo hacen, pues bien, como ya lo dije: cada persona es un mundo. Todos somos diferentes.

—Me caes bien.

—Vendré muy de seguido, esa pizza que me diste es lo mejor que he probado en mi vida.

—No lo es. Luego te recomendaré de otros sabores para que las vayas probando y veas que, luego del dilema de si te gustarían o no las pizzas, ahora vendrá el verdadero dilema que será elegir cuál es tu sabor de pizza favorito. Todos son tan buenos que será muy difícil decidirte por uno solo —me asegura.

—¿Qué más publicidad para tu propio negocio que la que le haces tú mismo? No necesitas ninguna otra, papá. —Escucho hablar a Bastián y río por su broma que no es tan broma.

—Respeta a tus mayores, Bastián Alexander Leroy.

—Bueno, ha sido un placer estar aquí con ustedes, pero ya debo irme —les informo.

—¿Regresarás? —Pregunta el menor de los Leroy.

—Eso ni siquiera lo dudes, Breidy —le aseguro.

Intento caminar hacia donde está Bastián para intentar quitarle al traidor de Disten, pero las palabras de su padre me detienen de seguir y hacen que voltee a verlo.

—Bueno, ahora que me voy, que Breidy queda a cargo de la caja y llegó el camarero de turno; tú, Bastián Leroy, puedes ir y acompañar a la niña Annette a sus aposentos.

—¿Quién dice la palabra aposentos a estas alturas? —Pregunta Breidy, riendo.

—No hace falta que… —intento decirle, pero me interrumpe.

—Insisto. Bastián te acompañará. —Voltea a mirarlo y palmea su hombro antes de apretarlo con fuerza —. ¿Cierto hijo?

—Será un placer, padre.

Y no deja de mirarme al decirlo.

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