Annette Martin:
—Dites-moi, mademoiselle… —Brando se sienta frente a mí, en el otro extremo de la mesa y me mira con fijeza. Sonrío ante su acento francés.
Yo en realidad soy española. Mi familia está allá, yo vine por cuestiones laborales y me gustó tanto de la ciudad que terminé quedándome. Anteriormente vivía en otra ciudad de acá, en Toulouse. Me gustaba que era más pequeña y menos poblada, pero París es París. No sabía que aspiraba tanto a vivir aquí hasta que estuve en ciertos lugares muy reconocidos de manera mundial y le dieron la razón a mis pensamientos sobre querer quedarme aquí.
Y, aunque sea de no creer, todavía no he visitado la torre Eiffel. Aunque, sinceramente, tampoco es que sea algo que muera por hacer. No me parece súper importante. Menos todavía con el hecho de que sea uno de los más grandes símbolos de romance que existen. Por algún motivo, lo es.
—¿Qué desea saber, señor Brandon? —Le pregunto lo más cordial posible.
—Comencemos por ti. ¿Estudias?
—Sí. Actualmente estoy estudiando de manera virtual. Debido a mi trabajo, el cual incrementa cada vez más, no me es posible asistir de manera presencial a la universidad. En realidad, ya me gradué, ahora estoy con la licenciatura.
—¿Y qué carrera haces? Supongo que tiene que ver con el hecho de que seas escritora.
—Estudio letras, pero también hice cursos de Comunicación y Edición. De hecho, estoy habilitada para dar ese tipo de cursos también. Trato de aprovechar lo más que puedo para ampliar tanto mis conocimientos como mi campo laboral —explico.
—Eso te hace una persona muy interesante…
Noto como lanza un vistazo detrás de él y no entiendo la mirada que le da a su hijo mayor. Creo que ni él no entiende porque le frunce el ceño y su padre solo sacude su cabeza. Vuelve a mirarme y me sonríe.
—Ya está por venir la pizza. Juro que, si no te gusta, dejaré que hables mal de mí pizzería, aunque no me guste en lo absoluto.
—No puedes decirme eso cuando ya me haz influenciado en mi opinión respecto a este lugar. Dijiste que eran las mejores pizzas, no solo de este país, sino del mundo, así que sostenga sus palabras y no cause dudas en mí.
—Me parece justo —dice, y se levanta de su asiento cuando ve que Breidy viene con una pizza pequeña de cuatro porciones para mí —. Debo ir a la cocina, pero debes darme tu muy importante opinión respecto a la pizza, eh. Podría darte otra para llevar.
—No es necesario. Con esta gratis, basta y sobra.
Veo como, en medio de pequeñas risas, se da media vuelta y se pierde en el camino hacia la cocina, la cual está escondida detrás del mostrador. Mi mirada se queda fija en Bastián, está ayudando a dos abuelitas a contar unas monedas y ellas le sonríen encantadas.
—Ellas vienen cada fin de semana… —exclama Breidy una vez que se da cuenta de donde estaba puesta mi atención. Deja la pizza frente a mí y me entrega un cuchillo y tenedor de mesa.
—¿Todo mundo viene el fin de semana o cómo es la cuestión? —Pregunto, realmente interesada.
—Por suerte, el lugar es muy concurrido, incluso los días de semana que es cuando menos clientela suele haber en la zona; sin embargo, Bastián solo suele venir los fines de semana y está casi todo el día acá hasta que se va a su departamento, y junto con él aparecen muuuuuchas clientes. Esas dos señoras son las primeras, lo adoran.
—Vaya, es muy popular…
Él mira con fijeza como yo, en vez de tomar el cuchillo y tenedor, agarro una servilleta y con mi mano tomo una porción de pizza colocando su extremo más grueso entre la servilleta y comenzando a comer desde la punta, donde hay muchísimo queso.
No puedo evitar gemir al sentir la delicia que es.
El pan es crujiente por fuera y muy suave por dentro, sus condimentos están en el punto exacto, el pimentón con rodajas de jamón y trocitos de salame están bien cocidos y no son tan salados, y hay mucho queso, abundante queso. Me encanta el queso.
—Vaya, tú sí que sabes degustar la pizza.
—Es la más deliciosa que he probado en la vida —trago rápido y le doy otra mordida.
—Mi padre estará feliz de escuchar eso.
—Dile que nació para esto.
—Esta la hicieron nuestros cocineros, pero mi padre también las hace. Le quedan igual de bien. Él fue quien entrenó a los cocineros y ayudantes con la serie de pasos necesarios para que quedaran igual. Es un genio.
—Suenas orgulloso… —sonrío al verlo entusiasmado.
—Lo estoy.
Sigo comiendo de la pizza y bebo de la gaseosa que trajeron como bebida. Cada cierto tiempo miro hacia donde está Bastián y no puedo evitar negar con mi cabeza mientras veo como rueda el teclado de la computadora frente a él y así no molestar a Disten, quien ahora duerme en ese espacio, mientras es acariciado por él.
Sí. Él de verdad que es un traidor.
Niego con mi cabeza y me enfoco en el chico frente a mí.
—¿Qué edad tienes? —Le pregunto, sin dejar de comer.
—Dieciocho, ya soy legal —bromea.
—Eso podría decirse que depende. Hay cosas para las que son necesarias tener veintiuno.
—¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles?
—Varios empleos y cargos públicos, por ejemplo —me encojo de hombros.
—Bueno, pero no para el sexo, salir o beber, que es todo lo que le importa a este adolescente descarriado.
Tengo que detener cuando estoy por tragar el pedazo de comida que tengo en la boca, porque se lo trago en este momento, capaz y me atoro debido a sus palabras. Trago con fuerza, mirándolo fijamente, y me da una pequeña risa que se supone que es angelical. Niego con mi cabeza y continúo comiendo. Ya llevo tres porciones. ¿Ya dije que me encanta la comida?
Lo peor es que, sé que está mal, pero la que más me gusta es la menos sana. No sé cómo es que estoy flaca.
—Hablando en serio, ahora que dices eso de que para algunos trabajos se necesita tener veintiún años, espero que no planeen hacerlo con todos. Justamente estoy buscando trabajo.
—¿No trabajas acá también?
—Sí, y mi padre insiste en querer pagarnos, pero nosotros no lo dejamos. Quiero mis propios ingresos mientras termino de estudiar para vivir de mi carrera.
—¿Qué estudias?
—Arquitectura.
—Vaya…
—Sí. Todos tienen esa reacción. No es difícil.
—No es difícil para ti porque naciste para ello. Es algo que te gusta hacer y por eso lo estás estudiando, pero si, por ejemplo, estudiaras mi carrera, te parecería, o difícil, o inentendible, o aburrida. —Le explico —. Y eso está bien, porque todos tenemos gustos distintos, gustos específicos.
—Lo sé. Intenté estudiar periodismo o comunicación, seguir los pasos de mi hermano, metiéndome en esas aguas profundas y casi me ahogo. No es algo que me gusta, eso de redactar, analizar, y expresar mediante palabras no es muy lo mío.
—Es todo un caso…
Vuelvo a mirar detrás de él. Comienzo a pensar que, o Bastián es un imán inesquivable para mis ojos o extraño mucho a Disten, lo cual no creo que sea el caso. Puedo amar mucho a ese gato, pero, por algún motivo, él parece detestarme.
—Puede que tengamos otra cliente potencial que comience a venir únicamente los fines de semana… —salgo de mi trance, volteando a mirarlo cuando lo escucho hablar.
—¿De quién estamos hablando? —Pregunto. Dejando de lado el plato vacío, con los cubiertos limpios y un poco de coca cola que ya no cabe en mi ser flacucho.
—De alguien cerca, muy cerca de mi… —me mira con sus ojos muy abiertos y yo frunzo el ceño, mirando alrededor, tratando de ver si hay alguien nuevo, lo cual es estúpido, porque ante mis ojos todos son nuevos, nunca los he visto.
—No te entiendo.
—Debo ir a reemplazar a mi hermano en la caja. Ya le aviso a mi padre que venga a despedirse de ti, y no es que te esté echando porque cerramos en la noche, pero él tiene una cita romántica y debe irse en poco tiempo.
—¿Una cita con tu mamá? —Pregunto, y su sonrisa se borra de inmediato.
—Ni siquiera sé quién es mi mamá. La conozco por medio de fotos y nada más… —susurra, desviando su mirada.
Creo que he tocado un tema prohibido.
—Lo siento… no sabía.
—Tranquila. No eres adivina —me da una pequeña sonrisa que no llega del todo a cubrir sus labios y rostro.
Él toma el plato y el vaso donde tenía la bebida, para luego alejarse de mi e irse hacia el área de cocina. Cuando regresa, intercambia palabras con su hermano mayor y aparece su padre, diciéndole algo que los hace reír.
Sonrío al mirar como Brandon está vestido de manera elegante, y antes de que piense en venir hacia donde me encuentro, decido levantarme, dejar algo de propina en la mesa, e ir hasta donde se encuentran.
—Niños, niños, no tienen que decirme como tratar a una dama. Yo no soy el que no tengo citas aquí, esos son ustedes; así que es todo lo contrario. Ustedes deberían aprender de mí. —No puedo evitar reír, llamando la atención de los tres, por el hecho de que los esté llamando ‘’niños’’. Creo que ya son lo bastante grandecitos como para que deje de llamarlos así.
De todas maneras, me parece algo gracioso y tierno al mismo tiempo.
—Se ve muy elegante, señor Leroy.
—Brandon, niña. Brandon.
—Señor Brandon. —Me corrige.
—Muchas gracias. —Él vuelve a mirar a sus hijos —. ¿Lo ven? Hasta la señorita a la que no le gusta el romance dice que me veo elegante para ir a la cita a la que voy. Ustedes son los únicos pensando que me veo muy formal.
—Las chicas aman ver a los hombres en trajes aun si van a un cuchitril —opino.
No es momento para salir con mi negatividad sobre los sentimientos. Soy yo quien no cree en esas cosas, si ellos si lo hacen, pues bien, como ya lo dije: cada persona es un mundo. Todos somos diferentes.
—Me caes bien.
—Vendré muy de seguido, esa pizza que me diste es lo mejor que he probado en mi vida.
—No lo es. Luego te recomendaré de otros sabores para que las vayas probando y veas que, luego del dilema de si te gustarían o no las pizzas, ahora vendrá el verdadero dilema que será elegir cuál es tu sabor de pizza favorito. Todos son tan buenos que será muy difícil decidirte por uno solo —me asegura.
—¿Qué más publicidad para tu propio negocio que la que le haces tú mismo? No necesitas ninguna otra, papá. —Escucho hablar a Bastián y río por su broma que no es tan broma.
—Respeta a tus mayores, Bastián Alexander Leroy.
—Bueno, ha sido un placer estar aquí con ustedes, pero ya debo irme —les informo.
—¿Regresarás? —Pregunta el menor de los Leroy.
—Eso ni siquiera lo dudes, Breidy —le aseguro.
Intento caminar hacia donde está Bastián para intentar quitarle al traidor de Disten, pero las palabras de su padre me detienen de seguir y hacen que voltee a verlo.
—Bueno, ahora que me voy, que Breidy queda a cargo de la caja y llegó el camarero de turno; tú, Bastián Leroy, puedes ir y acompañar a la niña Annette a sus aposentos.
—¿Quién dice la palabra aposentos a estas alturas? —Pregunta Breidy, riendo.
—No hace falta que… —intento decirle, pero me interrumpe.
—Insisto. Bastián te acompañará. —Voltea a mirarlo y palmea su hombro antes de apretarlo con fuerza —. ¿Cierto hijo?
—Será un placer, padre.
Y no deja de mirarme al decirlo.
Bastián Leroy: —Así que lograste caerle bien a mi padre y sin siquiera intentarlo —le digo, a modo de broma, mientras vamos caminando uno al lado del otro, con nuestros hombros casi rozándose, y una sonrisa muy pequeña, pero perceptible, en nuestros labios. No podemos dejar de sonreír. A mí no me molesta, en lo absoluto; pero, se nota que ella no está acostumbrada o está incómoda con el hecho de que no pueda dejar de hacerlo. No puede controlar sus reacciones. —Y tu lograste hacer que mi gato te amara, cosa que no pasa con nadie —me dice, intentando seguirme la conversación y tener algo con lo que distraernos mientras acaba el camino hacia su casa. Apenas llevamos dos cuadras, y son diez, según lo que dijo. Miro a Disten aun echado sobre mi hombro. Ella ni siquiera lo tiene sujeta a su correa, puesto que el gato sigue aferrado a mí. No puedo parar de acariciar su pelaje y él de ronronear. —Esto me hace sentir especial —admito. —Supongo que lo eres. Incluso con tu pequeña fami
Annette Martin:Dejo las manos sobre las teclas de la computadora. Pienso una y otra vez en qué colocar… Llevo nueve capítulos de treinta, y aunque tengo la idea, no sé bien como proseguir.Normalmente mi método de escritura no es este. Yo suelo hacer un bosquejo de la historia que quiero, escribiéndola en un cuaderno, luego, paso la idea a Word, y expando la historia, creo los personajes, el mundo, la trama, etc… por último comienzo con la idea de lo que quiero que vaya en cada capítulo, así tengo una idea de cuantos serían, y así podría comenzar a escribir bien cada capítulo teniendo ya la certeza de lo que va en cada uno de ellos.Así tengo completa la historia de principio a fin, y luego no se me olvidan cosas anteriormente quería agregar. Con esta historia ha ocurrido totalmente diferente.Hace aproximadamente dos meses, cuando el último libro que escribí salió a la luz, me dije que me tomaría un descanso, pero, en definitiva, eso no es algo que mi pequeño cerebro acepte, o, en to
Bastián Leroy:Ha estado muy callada desde que salimos de su edificio. Yo no puedo parar de sonreír. Caminamos un poco hasta llegar a mi auto y nos subimos en él.Sé que lo que hice estuvo mal. Si alguien llegara a revisar mis cosas de la manera en la que yo lo hice con los escritos de ella, probablemente me enojaría mucho. Más todavía teniendo en cuenta que yo tenía un secreto que seguir guardando. No quería que todo reventara de un momento a otro, pues, amaba mi vida tal cual como estaba: sin toda esa atención puesta en mí.Sé lo que conlleva ser el famoso escritor anónimo. El solo hecho de que se llame así, hace que a muchos les cause curiosidad y quieran averiguar quién es a como dé lugar. Lo único de lo que están seguros es que soy hombre, cosa acertada, y nada más. Por ahora.Mientras vamos de camino le hago algunas preguntas sobre Disten que me responde muy por las ramas. Está un poco cerrada y sé que es mi culpa, así que decido ser sincero:—Lo siento. Sé lo desagradable que es
Annette Martin escribió su primera historia de desamor a la edad de dieciséis años, cuando su primer novio la traicionó de la forma más cruel con quien decía ser su mejor amiga. Desde ese momento, Annette ha estado escribiendo muchas historias con finales de superación, trágicos o tristes, pero nunca, en ningún caso, los personajes principales han quedado románticamente con alguien. Siempre terminan solos… o muertos.Su salto a la fama se dio a la edad de diecinueve años al haber sido descubierta por una gran editorial que con suma rapidez le hizo una propuesta laboral.Ahora Annette tiene veintitrés años, seis libros publicados, sin pareja sentimental y un gato perezoso al que trata como si fuese su hijo; Tiene un blog personal donde informa de cada paso que da y mantiene una lista de todas las cosas por hacer, pues, le gusta el orden. Mantener la estabilidad que ha tenido su vida desde hace casi ocho años y seguir escribiendo sobre cuánto odia el amor y por qué no existe, es la únic
Bastián Leroy:—No serás uno de esos ricachones con grandes empresas o heredero de una fortuna, como el gran abogado estadounidense Archer Alarcón, pero que de que eres millonario, lo eres —dice mi hermano, sin dejar de fastidiarme.—No habrá dinero para ti esta vez, Breidy —aseguro, aunque sé que luego me terminará convenciendo, como siempre.—Pero, Bastián…—No.—Esta vez es de vida o muerte. Urgentisísimo.—¿Por qué?—He tenido que venir hasta acá, y en taxi, para pedirte ayuda, porque…—¿En taxi? Espera… —dejo de teclear en mi computadora para voltear a verlo con mis ojos achicados, acusándolo antes de tiempo —. ¡¿En taxi?! ¡¿Dónde está tu auto?!—Bueno, puede que haya tenido un pequeño accidente…—Papá te va a matar.—No me digas eso —suplica, con un tono tan desesperado que casi me hace querer reír. Casi.—Te regaló ese auto hace dos meses, por tu cumpleaños número dieciocho —le recuerdo —, y ya lo has accidentado dos veces. Dos choques. Serían dos veces que te he ayudado donde
Bastián Leroy:—Qué vergüenza llegar tarde a mi propia firma de libros. Espero no haber tardado mucho —la joven toca el brazo derecho del mueble donde pretende sentarse, pero toca mal y casi se va de lado. El público ríe. Ella niega con su cabeza mientras le asegura al vigilante, que se acercaba a ayudarla, que está bien.—No tardaste mucho, solo fueron pocos minutos…—Qué bueno —suspira aliviada.—Unos largos cuarenta minutos…—Oh. —Acomoda su vestido y aprieta sus labios con fuerza, haciendo reír al público con más intensidad —. De verdad lo siento, mi gato estaba enfermo y…—De seguro no tiene un gato, esa es la excusa que siempre usan para que se compadezcan de ella —le susurro a mi hermano, sin dejar de mirar a la autora.—De hecho, sí tiene uno. —Me muestra el libro que compró antes de que entráramos y me muestra la foto que tiene la autora allí: ella besando a un gato que estira sus patas sobre su pecho.—Annette Martin… —saboreo su nombre entre mis labios. Sale con mucha facili
Annette Martin:—¿Quién se supone que eres tú? —Pregunto, colérica. No me esperaba esto. Se supone que todos mis seguidores o al menos quienes me conocen saben perfectamente que odio todo lo relacionado con la palabra ‘’amor’’, y que si alguna vez la he mencionado es para hablar mal de ella o del hecho de que no existe. ¡Porque no existe!—Bastián Leroy —se atreve a responder y con su mano le resta importancia a lo siguiente que dice: —un simple pizzero.Me gustan las pizzas, pero a él ya lo odio.—Pues, Bastián. Me parece perfecto que tú pienses que el amor existe. Respeto tu equivocada opinión, pero no quieras venir a hacerme cambiar de opinión, porque la mía es algo en lo que creo firmemente desde hace mucho tiempo.—¿Mi equivocada opinión? ¿Cómo puede una autora hablar de tal manera? —Frunce el ceño y la verdad me gustaría acercarme a él, verlo más de cerca e intimidarlo. Suelo hacer eso con las personas, mi carácter les hace sentirse de tal manera.—Solo estoy siendo una persona.
Bastián Leroy:—Tu hermano me contó de todo el drama que hubo en un seminario al que fueron —menciona mi padre, quien viene cargando unas bolsas enormes de harina.Niego con mi cabeza y me acerco hacia él.—No me sorprende que te haya ido con el chisme, me sorprende que se tardara.—En realidad, me lo contó anoche mismo, por un audio. Aún no me acostumbro a esas nuevas cosas en los celulares. Yo ya le estaba respondiendo como si estuviésemos en una llamada telefónica y luego me acordé que era un audio. Tenía que grabar mi voz. Qué cosa tan espeluznante.—Iba a suplicarle que pasara más tiempo contigo, pero voy que no hace falta.—Es joven, hijo. Es completamente normal que quiera salir y divertirse con sus amigos. Me parece perfecto que haga eso, siempre y cuando no deje de lado sus estudios. Ya se lo dije.—Yo no era tan… así. —Ni siquiera sé cómo llamar a ese tipo de personas.—Eso es cierto, ustedes han sido muy distintos en todos los aspectos. Sin embargo, y aunque tú creas que él