Brian fue el primero en apartarse, temiendo perder el control al besar esos labios tan tibios y dulces de su amada.
—Estaré bien, amor —le dijo mientras se levantaba y se acomodaba un poco la ropa de nuevo.
Ella lo miró sonriente, en especial al notar que estaba evitando perder de nuevo el control. Se lo agradeció en lo más profundo de su corazón, porque se había dado cuenta, al besarlo de nuevo, que no iba a poder contenerlo, ni contenerse, si volvían a empezar.
—Ya pronto, mi amor —le dijo con los ojos brillantes, y con una firme determinación en su mente, continuó— Vámonos de aquí, nos casaremos y ya nada importará, podemos estar juntos como deseamos.
Un ramalazo de deseo espoleó el ánimo del joven muchacho, se sintió lleno de una nueva fuerza y al ayudarla a levantarse del piso la abrazó con fuerza. Se quedó mirando a la chica que lo veía con el mismo amor que él sentía por ella.
—Tenemos que irnos pronto, mi amor —le dijo el joven enamorado.
—¿Cuándo? —fue la pregunta inmediata.
—Por mi nos iríamos ahora mismo —le dijo con entusiasmo casi infantil— Pero debo recoger el dinero de mi paga el viernes en la tarde, por lo que nos iremos antes de las primeras luces del día siguiente.
—¡Estaré ansiosa! —le dijo uniendo su entusiasmo al de él.
—Te esperaré en la curva del camino, Lottie. Y en vez de subir por la cuesta desde donde se ve la iglesia, nos iremos por el camino del arroyo, para que nadie sepa que vamos saliendo del pueblo.
—Está bien, Brian —sonrió ante el acuerdo al igual que él.
Se besaron y cada uno regresó a su casa sin añadir nada más. Habían decidido que no se iban a encontrar hasta el día de la partida porque no quería que los padres de ella supieran que estaban juntos antes de partir.
Brian estaba un poco preocupado por sus padres, pero su hermano mayor se encargaría de cuidarlos. Reuben era un excelente trabajador y ayudaba a sus padres en todo.
Su madre seguramente lloraría y su padre movería de un lado al otro la cabeza en señal de negación, mostrando su desacuerdo con tan desatinada decisión. Pero al final lo perdonaría, él siempre le había dicho a su padre que no se quedaría en el pueblo a pudrirse en la mina de cobre o trabajando de pastor con las ovejas de algunos de los terratenientes de allí.
Brian siempre había querido surgir, salir de la pobreza con la que había lidiado su familia por generaciones. Había salido muy inteligente, en la escuela los maestros se admiraban de su sano juicio y su aplicación para estudiar.
Apenas terminó el bachillerato le ofrecieron una beca en una universidad que quedaba bastante lejos, pero su padre no estaba de acuerdo porque lo necesitaba en casa, para atender las dos vacas que la familia había logrado adquirir, mientras él y Reuben trabajaban en la mina.
Esa decisión le dolió en el alma y lo hizo encerrarse en su cuarto por varios días, en donde no quería comer ni salir para nada, y ni siquiera las lágrimas de su madre lograban hacerlo entrar en razón y encontrar consuelo. Hasta el cura del pueblo y el director de la secundaria local lo habían visitado.
Pero cuando lo visitó Charlotte él la recibió, y ella lo convenció para que se tranquilizara y tomara las cosas por el lado bueno.
“—Al menos estaremos juntos por un tiempo más —le dijo ella”
Finalmente decidió volver a la normalidad, pero su decisión de salir adelante no lo abandonó nunca.
“—Algún día seré rico, Lottie —le decía mientras paseaban en la cercanía de un arroyuelo solitario tomados de la mano— Y te llevaré lejos de aquí, ¡Ya lo verás!”
Ahora que había decidido marcharse del pueblo con Lottie para casarse pensó en llegar a la capital. Allí si podría trabajar en algo que no fuera una horrible mina o como pastor de ovejas. Conseguiría un empleo decente mientras estudiaba para conseguir un empleo mejor o para tener su propio negocio… era su sueño… uno que no abandonaría por nada en el mundo.
Charlotte por su parte llegó a casa, sus padres la esperaban sentados en la sala, sólo para decirle que esa misma noche los visitaría su prometido y su familia para fijar la fecha de la boda.
Se puso pálida al escuchar esas palabras, y por primera vez, para sorpresa de sus padres, se quedó callada sin protestar, pero ellos pensaron que ya estaba madurando para dejar de comportarse como una niña malcriada cuando la obligaban a hacer algo que ella no quería.
Esa noche conoció en persona al que sería su prometido de ahora en adelante. Reginald Taylor era un hombre hecho y derecho, que a sus veintisiete años ya dirigía una de las empresas familiares. Era alguien a quien solo le gustaba divertirse y a quien ese matrimonio obligado no complacía en nada, pero su padre lo había amenazado so pena de desheredarlo si rechazaba el compromiso.
Las dos familias se verían beneficiadas al unir sus fuerzas en las empresas en que participaban en común, como la mina de cobre Copperfield Mining & Co. Donde ambas familias reunían la mayoría de las acciones.
Las dos familias compartieron unos canapés y unas bebidas en el salón grande de la casa. Luego de las formalidades, en la que Reginald besó la mano de su, ahora, prometida, y Charlotte, haciendo de tripas corazón le sonrió como si estuviera complacida.
En algún momento ellos dos quedaron solos en el salón, cerca de la chimenea que ahora estaba apagada, pero que lucía unas luces rojizas como para simular las llamas en el verano.
—Así que tú eres la hermosa Charlotte —le dijo Reginald con un tono que a ella le desagradó, en especial porque se dedicó a mirarle con cínico descaro, el escote donde se vislumbraba el nacimiento de sus senos.
—Y tú eres el “gran” Reginald Taylor —le dijo ella con tono de desprecio en la voz. Y era que hasta ella, que era una jovencita, había escuchado más de una vez de las aventuras del “joven señor” Taylor.
Incluso se mencionaba en voz baja que había abusado mas de una vez de alguna ingenua jovencita, incluso forzándola a tener sexo con él, aunque no fuera consentido.
—Ya veo que nos vamos a entender —le dijo, con la dura sonrisa que le caracterizaba— Al menos disfrutaré haciéndote mía… imagino que eres virgen todavía —Charlotte no lo podía creer. Era un malnacido ¡Y ese era el hombre que sus padres querían para ella!
Se prometió que jamás le pondrían una mano encima.
Su decisión de escapar, si es que tenía alguna duda, se hizo firme en ese mismo instante.
Esos cuatro días fueron un infierno de nervios, tanto para Charlotte, como para Brian. A ambos les hubiera gustado estar juntos a cada momento de esos días, pero no podían hacerlo, cualquier error echaría por tierra sus deseos de escapar.Por fortuna para Charlotte, la familia Taylor no volvió a visitarlos en esa semana, pero la boda se fijó para el mes siguiente. Si no fuera porque ya había decidido huir con el amor de su vida, hubiera sido un infierno la expectativa.Para Brian, concentrarse en conseguir todo el dinero que podía era su norte, su padre se había extrañado que tomara trabajos alternos, muchos de los cuales su hijo aborrecía, pero los hacía con entusiasmo al ser solo una vía para obtener más dinero para su viaje hasta la capital.El día anterior al que habían fijado para marcharse, Brian había estado pendiente para encontrarse aunque fuera un momento con Charlotte, solo para ver que estaba bien y que los planes que habían concebido seguían adelante.No tuvo que esperar
Brian y Charlotte descansaban debajo de un árbol de espino a la orilla de la carretera, como estaban del lado donde esta tomaba hacia la zona oriental del país, justo el lado que menos usaban los habitantes de donde venían, pues hacia el otro lado quedaba la capital. Eso hacía que la probabilidad de que los encontraran se redujera.Pasaron varios autos, y cada vez que pasaba uno, Charlotte se tapaba la cara o se daba la vuelta para evitar que alguien la reconociera. Pero Brian se reía de sus preocupaciones, se sentía confiado en que todas las cosas le iban a salir bien. Viniendo de una familia protestante devota estaba acostumbrado a los discursos sobre la fe en Dios.Y allí estaba él, confiando siempre en ese ser divino y todopoderoso que ayudaba a las personas que lo necesitaban.Al poco rato, después de comer unos sándwiches que Charlotte había preparado la noche anterior, se pusieron de pie para ver si alguien podía llevarlos al menos hasta el siguiente pueblo. Tuvieron suerte, un
No contenta con lo que había hecho, buscó el cierre de su falda y lo abrió, permitiendo que la misma cayera al suelo, dejándola con un pequeño bikini negro que estaba usando, a juego con el brassier.Brian estaba con la boca abierta, pero no le salía ningún sonido, su rostro estaba congestionado por el intenso rubor que le generaba la situación. Había tenido oportunidad de ver a chicas semidesnudas antes, pero ninguna se parecía, ni por asomo a Charlotte.Pero no tuvo tiempo de nada más, porque ella, entre risas nerviosas, salió corriendo y se metió al baño.Una vez allí adentro se puso las manos sobre la cara completamente arrebolada.«¡Dios, qué osada me he vuelto! —se dijo.Terminó de desnudarse por completo y se valoró ante el espejo del baño. Sus pechos firmes y turgentes se veían hermosos, con sus pezones y aureolas de un rosado casi blanco.Se metió en la ducha, donde se bañó y enjabonó con cuidado. Cuando pasó la mano por su entrada íntima se sorprendió de la cantidad de líqui
Un rayo de sol se colaba entre las cortinas de la habitación donde yacían Brian y Charlotte.Ella fue la primera en abrir los ojos, pero apenas ella se movió un poco, él también se despertó.—Te amo, Lottie —fueron sus primeras palabras y ella le correspondió abrazándolo apretadamente.Brian la besó con ternura, pero luego, beso tras beso los invadió de nuevo la pasión que los consumía…Una hora después Brian estaba listo para salir, había quedado en ir a la casa parroquial para hablar con el ministro que iba a efectuar el casamiento. En la carta que había escrito para el ministro decía que ambos eran huérfanos de padre y madre, así que el ministro había aceptado casarlos sin ningún impedimento.Sólo necesitaba avisar que habían llegado y fijar la hora del casamiento. No le tomó mucho tiempo la diligencia, el buen sacerdote estaba ocupado en algunos arreglos en la casa donde vivía, así que lo atendió sin perder mucho tiempo. Brian lo ayudó un poco con unos maderos que estaba colocando
Al día siguiente, los padres de Brian llegaron a la comisaría, donde tuvieron que esperar a que fuera casi mediodía para que, tras mucho rogar, les permitieran ver a su hijo.—¡Brian! —la voz de Clara Lancaster sonaba angustiada— ¿Cómo estás hijo…? —Comenzó a decir pero la voz se le estranguló en la garganta cuando lo vio acercarse a las rejas con la camisa toda manchada de sangre y los hematomas en la cara y los brazos.—Tranquila, mamá —le dijo al pasar los brazos por los sólidos barrotes para dar un amago de abrazo a su progenitora— Estoy mejor de lo que parece.—¿Qué sucedió, Brian? —preguntó su padre, el viejo Richard Lancaster tenía la cara pálida y en la frente se le acentuaban las arrugas— ¿Por qué huiste con la hija de los Reynolds? Ella es muy buena chica, pero sus padres…El viejo Lancaster dejó la frase sin terminar. Pero Brian entendió perfectamente lo que su padre quería decir. Luego les explicó lo que habían hecho y la razón para hacerlo, su madre lloraba quedamente y a
—Te marcharás en el plazo acordado, muchacho —le dijo con ira el comisario— No me busques las cosquillas porque no te irá bien. —amenazó.Brian miró hacia donde estaba el viejo Rufus Reynolds.—Señor Reynolds —le dijo en voz alta para que lo escuchara bien— Usted sabe que yo no secuestré a Lottie, y también sabe que la amo y que ella me ama a mí.—No menciones ese diminutivo ni el nombre de mi hija con tu sucia boca, pedazo de escoria —la rabia se le notaba aún sin hablar— Por tu culpa tuve que darle unas bofetadas a mi hija, pero eso me lo vas a pagar, al igual que el atrevimiento de llevártela, como si hubieras podido ofrecerle algo de valor, no eres más que un pobre e inmundo ladronzuelo.—Quizás sea pobre, “conde” Reynolds —al escuchar el título sarcástico el viejo Rufus se puso lívido de la rabia— Pero saldré adelante, y usted y sus esbirros me la van a pagar algún día.—¿Me estás amenazando, porquerizo? —rugió el comisario, usando el término despectivo de los que criaban cerdos,
Dos días tuvo que estar Brian en cama, aunque la tarde de ese mismo día había querido levantarse de la cama, pero se había mareado y su padre hizo que se recostara de nuevo, bajo amenaza de amarrarlo para que no intentara tratar de levantarse de la cama otra vez.La señora Clara le daba comida, en especial consomés y caldos para que se recuperara rápido. Al segundo día se levantó de la cama y le dijo a su madre que se sentía mucho mejor aunque se sentía bastante adolorido aún.—Quiero salir un rato —dijo Brian mientras trataba de ponerse una camisa.—Creo que es mejor que no salgas, hijo —le replicó su madre.—¿Por qué, madre?—Ya no somos bien vistos aquí, Brian. Los Reynolds se encargaron de que queramos como una familia de malas personas, y a ti te acusan de secuestrador.Brian cerró los ojos y apretó los labios con fuerza. Sabía que esa había sido una estrategia de Rufus Reynolds para que no se quedara en el pueblo. Pero quería saber más sobre Lottie y así se lo dijo a su madre.—
Brian caminó por el centro del poblado como si en lugar de su mochila llevara centenares de kilogramos a la espalda… tanto pesaba el dolor.Muchas personas lo miraban con conmiseración, como queriendo decir: “Pobre muchacho” Otros lo miraban con cierta aprensión, no en vano el comisario Brown y sus esbirros habían hecho correr el rumor de que Brian había secuestrados Charlotte con engaños y se la había llevado para seducirla a la fuerza en otro poblado.Los que lo conocían más de cerca, desechaban esos comentarios porque sabían lo apegados que eran los jóvenes, el uno con el otro. Pero la mayoría tenían dudas si en verdad eso no había sucedido así, y algunos más citaban el célebre refrán “Cuando el río suena… es porque piedras trae”Pero a Brian le tenían sin cuidado los comentarios, su dolor era al mismo tiempo una motivación y una coraza. Los más conocidos le decían palabras de despedida o le hacían señas para ello.Entre la gente “bien”, los que se consideraban con más fortuna o di