Capítulo 3.

NICOLÁS COOPER.

—¡Mierda!

Azoto los papeles enojado contra mi escritorio.

Aún no la han encontrado y eso hace que me enoje más.

Pero lo peor de todo, es que le hemos perdido el rastro.

Alguien llama a la puerta de mi oficina.

—Pase —digo frotándome la cien de frustración.

Amaris entra y cierra la puerta detrás de ella.

Me siento en la silla del escritorio.

—¿Qué quieres?

—¿Ya la has encontrado?

Niego.

—Le han perdido el rastro los estúpidos a los que contrate —le contesto molesto—. Otra vez no sé en donde esta.

—¿En dónde le perdieron el rastro?

Bufo molesto.

—¿Para qué quieres saberlo? —le pregunto— ¿Acaso vas a ayudar a encontrarla?

—Sí.

Me burlo por eso.

—¿Por qué te burlas? —me pregunta—. Sabes muy bien que soy una excelente rastreadora.

—Pero eres mujer —le digo—. Y las mujeres son más lentas.

—Pero tenemos mejor olfato que los hombres —me dice.

Ruedo los ojos.

—Necesito encontrarla rápido.

—Y yo puedo ayudarte en eso —me dice—. Solo necesito que me dejes intentarlo.

—¿Intentarlo? —pregunto burlón—. Yo no necesito que lo intentes, yo necesito que la encuentres.

—¿Entonces eso es un sí?

Empiezo a revisar unos documentos.

—Es un no y es mi última palabra.

Ella bufa cruzándose de brazos.

—Glaikit.

La veo enojado.

—¿Qué dijiste?

Ella me mira nerviosa.

—N-Nada —me contesta.

Me levanto del escritorio y me acerco a ella.

Pongo una de mis manos en su cuello.

—¿Qué dijiste?

Aprieto su cuello.

—D-Dije glaikit —me contesta y pone sus manos en mi brazo—. S-Suéltame.

La miro furioso antes de soltarla y volver a sentarme en el escritorio.

Ella pasa su mano por su cuello adolorido.

—Si no tienes nada importante que decir, lárgate de aquí.

Ella da dos pasos hacia delante.

—Por favor, déjame ayudarte a buscarla —me pide—. Sabes muy bien que yo puedo encontrarla.

—Ya te dije que no.

—¿Pero por qué?

—Ya te lo dije —le contesto—. Eres mujer y más lenta. Si llegaran a encontrarla tú harías que los demás se atrasen una semana por tu velocidad.

—Ay, por favor, tampoco es como si estuvieran haciendo un buen trabajo —me dice—. Al final, volvieron a estar como al principio, sin ninguna pista o rastro en donde esta o estuvo Acacia.

Aprieto mis puños.

—Y sabes que es verdad —me dice—. Por cierto, es una pena ver como hasta nuestros padres cambiaron su forma de pensar pero tú, no.

Sale de la oficina dejándome con la palabra en la boca.

Golpeo el escritorio furioso.

¿Por qué m****a la diosa le dio un gran olfato a las mujeres, pero poca velocidad e hizo lo contrario con los hombres? ¿Por qué?

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