LA LLAMADA

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Entre caricias y chocolates

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Estados Unidos, NY

Tres años después… 

—Tienes un gran talento, Gia —fueron las palabras de Ernesto, el gran Chef en el hotel cinco estrellas en donde ella trabajaba.

—Mil gracias —le dijo con una sonrisa, mientras continuaba decorando el pastel para la nieta del alcalde de la ciudad, que cumplía dieciséis años—, pero eres un exagerado. 

—¡No estoy mintiendo! —exclamó—. Por eso, te propuse para el cargo.

—¿Qué cargo? —preguntó un tanto confundida.

—Sí, para la vacante que está disponible.

—No puedo creer lo que acabas de decir —el asombro estaba en cada una de sus palabras. 

Gia dejó de hacer lo que estaba haciendo, y puso los materiales encima de la mesa, lo miró expectante, sabía que estaba hablando seriamente. Por la forma en que tenía el ceño fruncido, y lo rígido de su rostro. 

—¿Por qué razón harías tal cosa? —se sacudió las manos—. No sabía que había una vacante disponible, ¿a quién le estás buscando reemplazo? 

—A mí —le soltó Ernesto.

—¡¿Qué estás diciendo?! —ella pensaba que no era cierto. 

—Es muy simple —respondió él con voz neutra—, mi madre está enferma y necesito estar con ella. Por eso, he tomado la decisión de volver a México, y ayudarla en todo lo que pueda.

—Entiendo el motivo —en ese momento Gia se puso en su lugar, y reflexionó acerca de su abuelo Enzo, recordando que no lo veía desde hacía mucho tiempo. 

—Ya me he contactado con algunos amigos, estoy viendo la posibilidad de abrir mi propio restaurante.

—¿Estás hablando en serio? Me parece bien que quieras abrir tu propio local —hizo una pausa y ladeó la cabeza—. Lo único que para mí es lamentablemente es que es en México. 

—Lo siento, de verdad —se excusó—. Pero no puedo continuar aquí, por eso te he  recomendado para el puesto. Porque yo sé que tú lo harás lo mejor posible, aparte eres una experta en la cocina. Puedes preparar platos fuertes; así como los postres.

—Mil gracias por confiar en mí —Gia no sabía nada más que decir.

—Has trabajado conmigo desde hace mucho tiempo; por eso estoy seguro de mi decisión. 

—Confías más en mí que yo misma —le dijo ella con burla—. Si esa es tu palabra final, entonces no puedo hacer nada; simplemente decirte que espero que todo te vaya bien. Que todo salga como lo esperas —respiró de manera profunda—. Yo aún estoy en shock, pues nunca me creí merecedora de este puesto. Me siento halagada, y sin palabras. 

—Estoy seguro de que darás la talla —Ernesto le animó—. Ahora debo salir a hacer papeleo, ya sabes —entornó los ojos—. Llenar formatos, y formatos para los requisitos fiscales.  

—De acuerdo, te veré al rato —Gia volvió a tomar su material de trabajo.

—Después que termine de finiquitar todo, voy a mostrarte cuáles serán tus verdaderas funciones a partir del día que me vaya —Ernesto le hizo un gesto con la mano—, no vemos más tarde.

Esa buena noticia era inesperada, pero debía ser sincera y decir que era la mejor que le habían dado en mucho tiempo. Era increíble darse cuenta de que ya habían pasado casi tres años desde que había llegado a Nueva York. Decidió darle un cambió radical a su vida, su noche de bodas, y había ingresado a la escuela de cocina en América. 

La mejor de la ciudad, en Manhattan. En donde se graduó, y fue una de las mejores alumnas de su grupo. Por eso Ernesto la contrató, ya que el mismo daba clases en la academia en donde ella se encontraba. De manera inmediata la contrató como ayudante en la cadena de hoteles de cinco estrellas Throne Intercontinental.

Se había vuelto muy independiente; era una profesional en su área. Tenía un buen sueldo de acuerdo al cargo que ocupaba. Aunque era una Chef en todo el sentido de la palabra, su fuerte eran los postres. Para ella era relajante, casi que terapéutico, y la hacía sentir que estaba en casa.  

Su jornada laboral fue tranquila, ya que todo lo pendiente lo hizo a tiempo. Después de salir del hotel, se dirigió al supermercado. Pues quería preparar una comida especial para su vecina Kimberly. Por el hecho de que se había portado muy bien con ella mientras estuvo enferma con un virus, y ese día cumpleaños.

Lo único que conserva de su vida interior era el apartamento; que le había dado su abuelo cuando estudió en la universidad, junto con el vehículo que muy poco usada. Porque era un verdadero demonio consumidor de gasolina. Sin embargo; había días que le apetecía utilizarlo y lo hacía. También contaba con su fideicomiso, pero ese dinero no lo tocaba. Ese era su respaldo para emergencias. 

Después de un par de horas, Gia se encontraba en la cocina de su apartamento. Lavando los ingredientes, para disponerse a preparar aquella cena. No lo pudo evitar, abrió una botella de Cabernet Sauvignon para disfrutar con un chocolate. 

Era un sabor de dioses, la combinación era exquisita. La manera en que el chocolate se derretía en su boca, y luego dar un trago a su copa de vino. Le hizo recordar los besos dulces del hombre que amaba, y que había abandonado. Porque ya no confiaba en él, la primera vez que la engañó lo justificó. Pero la segunda, la forma en que la envolvió y prácticamente la presionó para casarse. La hizo sentir estúpida, y dolida. Por esa razón puso distancia entre ellos. 

Su abuelo, aunque no le dijo nada por su decisión, ella sabía que estaba molesto. Cuando Gia le explicó cómo se sentía, le dijo que le daría tiempo para aclarar su mente y sentimientos. Así que al Nono no le quedó de otra a acceder a que se trasladara a New York. Dio un suspiro, porque estaba clara que tenía que llamarle para disculparse. Pues, no se había comportado de manera correcta con él. 

Hacía un par de semanas que él le llamó para pedirle que volviera a casa para su cumpleaños, casi que accedía a viajar a Sicilia. Pero en el instante que le dijo que Santino se iba a ocupar de todo, de la manera más sutil le dio excusas para no ir. Sin embargo; su abuelo se dio cuenta de su negativa y le exigió que regresara a casa. Para resolver de manera definitiva las cosas con su esposo. De manera inmediata, Gia le contestó que para lo único que volvería hablar con él, sería para firmar los documentos de divorcio. 

Fue cuando entonces Enzo se enojó más de la cuenta, y le dijo que seguía siendo la malcriada de siempre. Aquellas palabras hicieron que Gia se sintiera tan mal, que le dijo que por favor nunca más la llamara para hablarle de Santino. Esa noche lloró hasta que se quedó dormida. 

Estaba por servirse la segunda copa de vino, cuando comenzó a sonar a lo lejos su teléfono celular. Frunció el ceño, porque la persona que llamaba era insistente. El aparato estaba  en su bolso, y este en la habitación. Aligeró el paso, pero cuando entró la llamada había finalizado. 

Sin embargo, lo sacó de su bolso. Revisó las llamadas perdidas, eran siete en un solo instante. Pero el número era completamente desconocido para ella, y más porque sabía que era de Italia. Chequeó la hora en la pantalla dele teléfono celular y marcaba las siete y treinta, en Sicilia eran alrededor de seis horas y media más.

Su corazón comenzó fuertemente en el instante que de nuevo sonó el aparato, pero esa vez en su mano. Se puso completamente nerviosa, cuando observó que el número de su casa en Italia. 

—¿Gia? —la voz de su nana, estaba llena de nerviosismo— ¿Cariño?

—¿Lulú? ¿Pasa algo?

—Gia, debes volver inmediatamente a casa…

—¿Le pasó algo al Nono? —tenía que saberlo de manera inmediata.

—Sí, mi niña —Lulú respondió con voz entrecortada— Tu abuelo está en el hospital desde esta mañana. 

—¡¿Esta mañana?! —chilló Gía— ¿Por qué apenas me vienes avisando?

—Creímos que solo era una pequeña dolencia, pero…

—¿Pero qué? —le presionó— ¡Habla ya mujer! ¡No me dejes a oscuras!

—Las cosas se han complicado, y esta tarde le han ingresado al área de cuidados intensivos. Debes estar aquí, Gia.

—Está bien, ahora mismo me encargaré de eso —manifestó ella denotando angustia en su voz. 

—Prepararé todo, mi niña. Daré las instrucciones para que te vayan a buscar al aeropuerto.

—Muy bien, Lulú. Solo te pido que me mantengas al tanto de todo lo que ocurre con el nono.

Al finalizar la llamada, se dejó caer en el suelo. En ese preciso instante, sus lágrimas rodaban por sus mejillas. Debía ser algo muy grave para que su abuelo estuviera en cuidados intensivos, y también para que Lulú le pidiera que volviera a casa. 

Comenzó a buscar por internet los boletos que necesitaba. Nunca creyó que de esa manera iba a volver a casa, ella estaba pensando en hacerlo. Después de hacer las reservaciones, empacó sus cosas en una maleta de mano.

«Solo espero poder llegar a tiempo», se dijo.

  

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