EL REGAÑO:

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Entre caricias y chocolates

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Gia estaba desesperada por ver a su Nono. Aunque Lulú le había dicho que él ya estaba fuera de peligro, ella quería verlo por sí misma. Había llegado a Italia después de la hora del almuerzo. Para lo único que le dio tiempo fue probar la deliciosa comida preparada por el ama de llaves de su casa, que en su juventud fue la niñera. Luego se dio una ducha, tomó un analgésico para el dolor de cabeza producido por el largo viaje, y el cambio de horario.

Al siguiente día se levantó muy temprano y se encontró con qué Lulú le estaba preparando un rico desayuno.

—No debiste molestarte —le dijo Gia.

—No es ninguna molestia, cariño. Solo estoy preparando algo que te gusta mucho —Expresó el ama de llaves con una sonrisa cordial.

—¿Sabes?, generalmente no desayuno.

—¡Oh, ya veo el porqué estás tan delgada!

—Eres una exagerada, Lulú —le guiñó el ojo y se miró los pies con los brazos extendidos—. Yo me siento normal, así que pienso que tan mal no me veo.

—Tu abuelo se pondrá muy contento cuando te vea.

—Por el Nono, es por quien estoy aquí en casa de nuevo.

 —Entiendo —expresó Lulú, pero no estaba de acuerdo con ella, ya que su mirada decía otra cosa.

—Es mejor que termine de comer para ir con él, inmediatamente —Gia prefirió dejar el tema en ese momento, porque se percató de la mirada capciosa de la mujer que la había cuidado hasta sus años de adolescente.

 —Muy bien, cariño. Le diré a Giovanni que tenga el auto preparado.

Gia dio un largo suspiro, estar en casa era un tanto extraño. Tenía los sentimientos encontrados y a flor de piel, tenía que reconocer que cuando puso un pie en su habitación sentía una profunda paz, que fue alterada por mariposas en el estómago. En el instante que fue atacada por los recuerdos de su relación con Santino. Esas sensaciones le preocuparon enormemente porque hacía mucho tiempo que no estaban ahí.

Estaba un poco nerviosa; porque no sabía que iba a hacer cuando se encontrara cara a cara con Santino, eso era inevitable. Solo esperaba ser lo suficientemente fuerte, para no caer de nuevo en sus redes de encantos, ya que dudaba de su capacidad de decisión para volver a separarse nuevamente de su lado. Dio un largo suspiro. 

Luego de que Giovanni le saludara, se subió al auto, y le pidió ir con los vidrios abajo. Pues, el olor fresco de la ciudad era algo que no sabía que había extrañado tanto, hasta que salió al patio. Cuando salieron para la venida a su mente llegó el momento en que conoció a Guido en su motocicleta tan atractivo, tan galante que desde ese mismo día quedó prendada en él. Todavía después de tres años no podía creer que todo fue una mentira.

—¿Gia?

La voz de Giovanni la sacó de sus recuerdos.

—¿Sí? —preguntó ella un poco exaltada.

—Hemos llegado —le informo Giovanni

Con un suspiro miró a los lados; pues no había sacado de su cabeza la noche en que le pidió tiempo. Eso sin contar que todavía se encontraba desorientada, y de nuevo le estaba comenzando a doler la cabeza el jet lag. Seis horas de diferencia entre New York y Palermo no era cosa fácil, tenía que acostumbrarse de nuevo. 

Al entrar el hospital respiro profundo; porque nunca estuvo en sus planes volver a casa de esa forma. La noticia de que su abuelo había tenido un infarto, casi la hace morirse del susto. Sin embargo; se sentía muy cómoda en el lugar. Soltó una risita, ya que no entendía el porqué estar en un hospital era relajante.

Lulú le dio las instrucciones de como llegar al piso en donde Enzo Fontano se encontraba. Abrió la puerta del pasillo, a unos cuatro pasos encontró la habitación. Se tapó la boca con las manos, para guardar amortiguar su grito de angustia. Fue duro para ella verle en la cama tan frágil. Frunció el ceño porque aún estaba conectado a varias máquinas a pesar de que ya no estaba en cuidados intensivos sino en una sala privada.

 Pegó un brinco en el instante que una de las enfermeras hizo acto de presencia.

—No se preocupe, el señor Fontano está recuperándose de manera favorable. 

—¿De verdad? —Gia quiso saber de inmediato.

—Sí, y hasta ahora todo va muy bien —contestó la enfermera haciendo unas anotaciones en su libreta—. Solo necesita de algunos cuidados, puede usted terminar de pasar. Él solo está dormido, le hemos dado su medicina por vía endovenosa. 

—¡Gracias! —expresó ella—. Me quedaré a su lado, hasta que despierte. De aquí no me moveré.

—¿Es usted familiar? —preguntó con curiosidad la joven. 

—Soy su nieta —contestó dándole una sonrisa ladeada—, mi nombre es Gia. 

—¡Oh! —exclamó la enfermera, terminando de firmar su reporte—. Con razón es usted tan hermosa como su otro nieto —se acercó un poco más a Gia, y con picardía dijo—: Ese joven es guapísimo, parece un dios griego. A más de una enfermera ha hecho suspirar, en las pocas horas que ha estado aquí.

Gia supo de quién podría tratarse, pues solo una persona cercana a su familia tenía esas características. En ese momento los celos se aprovecharon de ella.

—De hecho —continuó relatando la enfermera—, él estuvo aquí temprano.

Fue entonces cuando Gia trago grueso, los sentimientos encontrados se hicieron presentes.

—Espere un momento —inquirió ella— ¿Santino estuvo aquí?

—¡Ese es su nombre! —exclamó la mujer—. Ese chico nunca se ha separado de su abuelo, el día que lo trajeron, él pasó la noche aquí. 

—Santino no es mi hermano, es mi esposo —soltó de golpe, luego se tapó la boca por el desliz que había cometido. 

—¿Esposo? —preguntó con asombro—. No cabe duda que es un hombre muy especial, se lleva muy bien con el señor Fontano.

 —¡Será cargo de conciencia! —replicó Gia muy bajito.

—¿Qué ha dicho? 

—Nada, que solo quiero estar al lado de mi Nono —señaló hasta donde el hombre mayor se encontraba.

Sin esperar, alguna contraindicación por parte de la enfermera caminó rápidamente hasta quedar en frente de él. No pudo evitar acariciar su frente curtida y arrugada, para luego inclinarse y darse un beso en la frente, inmediatamente el abuelo abrió los ojos

 —¡Oh, mi niña! ¡Estás aquí! —dijo Enzo con voz pastosa.

 —¡Claro que si, Nono! —le sonrió— ¿En dónde más debería estar?

 

—Llegué a pensar que no volverías a casa por nada ni por nadie —en la voz de su abuelo había un cierto toque de reclamo.

 —Tomé el primer vuelo en cuanto me enteré de que estabas enfermo.

 —Pues mírame, ya no tienes de qué preocuparte. Ya estoy mucho mejor, no me he muerto.

Gia soltó una risita, al darse cuenta de que estaba actuando como un chico malcriado. Y  aunque creía en su pronta recuperación. Algo le decía que no debía permanecer mucho tiempo alejado de su único familiar. El saber que estaba en peligro, le hizo reflexionar acerca de que si era prudente estar lejos de casa para una emergencia como esa. 

En el momento que pensaba agregar algo más, sonó su teléfono celular dentro de un bolso, rebusco a tientas y lo sacó miro el identificador de llamadas 

—Nono, dame un momento esta llamada es muy importante para mí —le informó

—Lo que quieras —Enzo le hizo señas con mala cara.

 

Gia dio dos pasos hacia la puerta.

—¿Hola? 

—¡Oh, Gia! ¿Todo bien? —inquirió la otra voz al lado del teléfono. 

—Sí, Ernesto —contestó ella mirando sobre su hombro a su abuelo—. Aunque todavía estoy en el hospital.

—¡Vaya! —exclamó su jefe—. Lo siento mucho, pero cuéntame se encuentra bien, ¿cierto?

—Los doctores dicen que ya está fuera de peligro —chasqueó los dientes—. Pero ya sabes, aún no me pasa el susto.

—Gia… —Ernesto se aclaró un poco la garganta, después que pronunció su nombre—. Sé que no es el momento adecuado, pero necesito una pronta respuesta para la proposición que te hice. 

Ella dio un largo suspiro porque no sabía qué responder, en ese instante su prioridad era su abuelo, y por muy buena que fuera la oportunidad. No tenía comparación, con la salud de este.

—No tienes que contestarme ahora mismo —agregó Ernesto de manera rápida al escucharla—. Te entiendo, y sé que la familia siempre será primero. Así que tómate un par de semanas, para que soluciones las cosas —hizo una pausa—. Sobre todo si crees que volver a New York, y tomar este trabajo es lo que quieres realmente.

—De acuerdo, Ernesto —dijo Gia con tono de alivio—. Nos vemos en dos semanas, supongo que serán suficientes para poner en orden todo. 

—Cuídate, Gia y recuerda que las cosas siempre suceden por algo.

La llamada finalizó, y cuando levantó la cabeza se dio cuenta de que unos ojos sabios, pero cansados la observaba minuciosamente, y con sospecha.

—¿Ernesto? —preguntó el abuelo usando un tono de voz de desaprobación.

—Eh… Sí —contestó ella entornando los ojos, y encogiéndose de hombros—. Ernesto es el Chef del hotel. Por tanto; es mi jefe, Nono. 

—¡Sorprendente! —exclamó—. Es bueno contigo, por lo que pude captar de tu conversación con él.

Unas de las cosas que Enzo le había reprochado era; ser empleada cuando tenía su propio negocio familiar. Siempre le decía que nunca entendería su terquedad al respecto.

—Le tienes mucha confianza, también pude darme cuenta.

—¡Nono! —se quejó ella— ¡Por Dios!

Se escuchó un resoplido por parte del hombre mayor.

—Estoy contento de que estés aquí, pequeña —él miró a todos lados—. Pero no sabes como lamento de que sea en estas circunstancias.

—No pude hacerlo antes…

—Por terca —replicó Enzo sin darle tiempo a nada. 

—Recuerda que no puedes alterarte, tienes que descansar todo lo que puedas. 

—¡Por supuesto! Así podrás marcharte en dos semanas, ¿verdad?

—Es mi trabajo, lo sabes —Gia quería dejar clara las cosas—. Mi vida ahora está en New York.

—Trabajando para los demás —le soltó—, cuando tu familia y tu legado te necesitan.

—No es lo mismo, Nono. Ya lo hemos hablado millones de veces. 

—¿Y tu matrimonio? —quiso saber él— ¿Qué hay con Santino?

—Es complicado…

—Eres realmente obstinada, Gia —le cortó—. Hasta cuando piensas dejar a ese muchacho en esta agonía —hizo una pausa—. Lo que me sucedió es un llamado de atención, es un recordatorio de que mi hora de partir cada vez está más cerca. 

—¡No digas eso! —exclamó ella, tapándose los oídos— ¿Me quieres dejar sola?

—Tienes a tu esposo.

—No voy a hablar de mi relación marital contigo.

—Entonces lo haré yo.

—¿A qué te refieres?

—No me pienso morir sin conocer a mis bisnietos.

—Eso es imposible…

—No, no lo es… —Enzo la señaló con el dedo índice—. No te volverás a ir a América, no lo permitiré.

—Nono, allá…

—No irás a New York, al menos no de inmediato —la miró seriamente—Tienes tres meses para solucionar tu situación con Santino…

—Pero…

—Si no lo hacen, ambos perderán sus herencias.

—Yo no…

—Alonzo y yo estamos cansados de verles perder el tiempo —negó con la cabeza—. Es nuestra palabra final, es hora de crecer de una vez por todas, Gia. Tienes que tomar las riendas de tu vida. 

 

 

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