EL VIAJE

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Entre caricias y chocolates

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Cinco horas y media más tarde, Gia se encontraba acomodándose en su asiento junto a la  ventanilla, algo que no le gustaba. No sabía cómo iba a aguantar doce horas con treinta y cinco minutos de vuelo, para cubrir los siete mil ciento cuarenta kilómetros que la separaban de casa.

Se acomodó la chaqueta, observó la oscuridad de la madrugada por el pequeño vidrio y luego bajó la persiana. Lo mejor era no darle mucha vuelta al asunto, pues el viaje era largo. Inclinó su asiento y cerró los ojos. Quería dormir, pero la incertidumbre de no saber en realidad el estado de salud de su abuelo se lo impedía. 

Respiró de manera profunda un par de veces, para calmarse un poco. Pero solo lo que hizo fue traer a su cabeza el recuerdo de su noche de bodas.

—Eres la mujer que nunca esperé tener —susurró Santino, besando la cabeza de Gía.

Por alguna razón extraña, él esperaba que ella dijera alguna cosa o que le hiciera sentir correspondido. Sin embargo; solo el silencio se hizo presente.

—¿Gía? —apretó su hombro, en señal que quería que le prestara atención.

Ella se tensó entre sobre su pecho, y se salió de la calidez de sus brazos. Se sentó a su lado en la cama, y cubrió la desnudez de su cuerpo con la sábana.

—¡Ya no puedo con esto! —exclamó negando con la cabeza, y con la voz cargada de emociones. 

—No entiendo, ¿a qué te refieres? —la voz de Santino era de sospecha. 

—¡A esto! —exclamó Gia alzando las manos—. Siento que no es lo correcto —hizo una pausa—, la conexión que tenía contigo. Ya no está, se ha esfumado. 

Al escuchar aquella declaración por parte de Gia, él se levantó de la cama. Olvidando por en ese instante que estaba completamente desnudo, como Dios lo había traído al mundo.   

—Estás de broma, ¿cierto? —cuestionó con incredulidad—. No puedo creer lo que me acabas de decir. 

—¿Cuál es tu asombro? —replicó Gia—. Parece que no tuvieras memoria, y no recordaras que me has manipulado desde el día en que me conociste.

—Gia… —pronunció su nombre con un toque de advertencia—. No digas cosas de las cuales, en un futuro inmediato, te puedes arrepentir.  

—No puedes decirme qué hacer, ni como actuar —expresó ella cerrando sus puños sobre las sábanas—. Tampoco puedes pedirme que no exprese lo que  estoy sintiendo en este momento. 

—Es nuestra noche de bodas —Santino le recordó, su intención era hacerla reflexionar.

—Tal vez, el peor error de nuestras vidas —aunque Gia utilizó un tono de voz muy bajo, él la escuchó. 

—¡Joder, Gia! —él exclamó un tanto furioso— ¡Te acabo de hacer el amor!

—No todo se soluciona con sexo.

—¡Eres increíble! —Santino, después de hablar, chasqueó los dientes.

—Apuestas que lo que acaba de suceder entre nosotros es lo que necesitamos, y que después todo será como antes —Gia puso las manos en su boca y posteriormente dijo—: Esto solo complica un poco más todo, porque me confunde más y odio sentirme de esa manera. 

Santino parpadeó dos veces, pues aquellas duras palabras se clavaron en su pecho como si fuera un puñal. Desconcertándolo completamente y sembrando la incertidumbre en él.

—Entonces hacerte mía, y demostrarte cuanto te amo casándome contigo para ti es un error, ¿cierto?

Gia dio un largo suspiro, ya que su afirmación fue un golpe bajo. Fue el momento para ella levantarse de la cama, se cubrió el cuerpo con las almohadas, luego lo miró fijamente.

—Nunca juegas limpio, Santino —hizo una pausa— Y ese es precisamente mi problema contigo. Tus acciones hacen que no confíe en ti. 

—Sé que he cometido muchos errores —él negó con la cabeza—, pero debemos trabajar en ello. Porque si no confías en mí, entonces nuestro matrimonio comenzó con mal. 

—Eres el culpable que haya sido de esa forma —Gia le acusó.

—Tú no…

—No te hagas ahora el ofendido —ella no le dejó terminar la oración—. Si no hubieras manipulado a mi abuelo, para engañarme —apretó los dientes—. Si no te hubieras reído en mi cara, te aseguro que otra sería nuestra historia. 

 

—Tu abuelo estaba preocupado —Santino le recordó—. ¡Necesitabas un alto!

—¡Pero por mí misma! —chilló— No porque tú lo decidiste, y te pareció buena idea persuadir a mi abuelo para que te apoyara. 

—Nunca fue esa mi intención, Gia —Santino usó un tono de voz de disculpa. 

—Si pretendías ayudarme, fue una muy mala manera —levantó el rostro—, la peor de todas. 

Santino puso los labios en línea recta, antes confiaba en que el amor que sentía por ella iba a solucionar todos los malos entendidos. Pero en ese instante veía a Gia muy decidida y eso le preocupó un poco. 

—Podemos trabajar en ello, ya estamos casados —él ladeó la cabeza de un lado a otro.

En ese instante, Gia sintió que la rabia corría por sus venas como lava caliente. Por eso caminó hasta donde se encontraban sus maletas, y sacó una blusa de seda sin mangas y un jeans. 

 

—Gracias a otra de tus manipulaciones —le espetó. 

—En realidad quería casarme contigo…

—Pero yo no… —ella no pudo evitar decirlo, y al ver el dolor en los ojos del hombre que estaba parado en frente, agregó—: No me diste la oportunidad de aclarar mis sentimientos, porque sabes que yo me enamoré de Guido, y aunque son la misma persona no me dejaste conocerte, Santino. Lo que hiciste fue confundir mi cabeza, sé que estoy mal.

—¿Eso quiere decir que no crees en lo que siento por ti?

—Ya no sé si es cierto —respondió poniéndose el jeans, luego se abotonó la blusa—. ¿La verdad? A veces pienso que no. 

—Esto no me lo esperaba, Gia —manifestó Santino— Dudas de todo, pero lo que más me duele es que no supones que mi amor por ti no es sincero. 

—Necesito tiempo, Santino —ella le soltó

—¿Para qué? ¿Para dejarme de manera definitiva? —él replicó. 

—Solo es tiempo —contestó—, el suficiente como para que ya no duela recordar que Guido fue solo un personaje ficticio que te inventaste para darme una lección.

—No lo veas así…

—En estos momentos no me siento bien a tu lado, y antes de que nos hagamos más daño —hizo una pausa, para dar una larga respiración y mirarlo a los ojos—, lo mejor es distanciarnos un tiempo.

Gia caminó hasta donde se encontraba su equipaje. 

—¡Oh, no! —exclamó Santino— ¡Tú no me dejarás en nuestra noche de bodas!

Corrió hasta donde ella se encontraba. 

—Es darme el tiempo que te estoy pidiendo o el divorcio, Santino —inquirió Gia—. Créeme que lo último es lo que pienso hacer —negó con la cabeza—, tampoco quiero darle otro disgusto a nuestros abuelos. 

Después de escucharla decir aquello a él no le quedó de otra que aceptar su decisión y obligarse a verla partir.

De aquella conversación habían pasado tres años, y si era sincera con ella misma, ya a las tres semanas había puesto en orden sus ideas y aclarado sus sentimientos. Todavía el amor que sentía por su esposo estaba intacto. Sin embargo; suponía que Santino había continuado con su vida, porque nunca fue por ella.

Su abuelo la había visitado un par de veces, incluso fue a su graduación en la Escuela de Artes Culinarias, en donde había egresado con honores e inmediatamente había sido reclutada para trabajar en una de las cadenas de hoteles más reconocidas a nivel mundial. 

Aquel momento tan importante de su vida, quiso compartirlo con Santino, pero no fue así. Fue cuando aceptó que era hora de seguir adelante, y que así lo amara al punto del dolor. Si él quería irse, esa vez sería ella quien no se opondría. A los meses se enteró por una de sus amigas, que él estaba con otra chica. 

Luego de que una solitaria lágrima rodara por su mejilla, el cansancio y el sueño la reclamó. En ese momento, apenas llevaba tres horas de vuelo, tal vez Morfeo era generoso con ella y le hacía dormir todo el trayecto. 

Sus ojos se abrieron en el momento exacto en que el avión entró a tierras italianas. Aunque su cuerpo estaba un poco aporreado por la mala posición a la hora de quedarse dormida, su corazón comenzó a latir fuertemente cuando se asomó por la ventana y el hermoso amanecer le saludó. Respiró profundamente, porque eso era justamente lo que había esperado desde que se había acomodado en su asiento. 

«Ya estás aquí, Gia», pensó.

Era tanta la emoción que una lágrima se deslizó por la mejilla. Volver a casa significaba algo más. 

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