Piero saltó hacia un lado con la agilidad de un felino, no sin antes clavar su mirada en la cabina que giraba vertiginosamente. Con un grito ahogado, Ludovica se arrojó de la cabina poco antes de que el helicóptero colisionara con el suelo en una bola de fuego. Piero, a pesar de su pie herido, logró arrastrarse fuera del radio de la explosión con un esfuerzo sobrehumano.El helicóptero impactó contra el suelo con un estruendo metálico, la tierra tembló bajo el impacto de la aeronave y Piero, tendido sobre su espalda, observó cómo las llamas terminaban de consumir lo que quedaba de ella. La noche se había iluminado como si fuera mediodía, y el humo se elevó al cielo en negros remolinos.Ludovica tosió y jadeó dolorida mientras gateaba lejos de los restos aún chisporroteantes. Solo cuando el ruido del impacto dejó de retumbar en sus oídos, Piero se acercó, cauteloso, pero decidido. La destrozada aeronave ardía aún con agudas llamas. Buscó signos de Ludovica entre la maraña retorcida d
El mundo pareció detenerse cuando el peso de las palabras se estrelló contra Eletta, su corazón se dobló bajo una pena tan profunda que tuvo la impresión de que su respiración se había detenido. Se desplomó sobre el sofá, cuyos cojines aceptaron su caída como si estuvieran preparados para recibirla en su dolor. Un sollozo brotó de sus labios, resonante y lleno de un dolor que había estado hirviendo a fuego lento bajo superficies tranquilas. —Lo siento —murmuró entre labios temblorosos, con los recuerdos de su madre arremolinándose en su mente.Algunos complejos, otros tumultuosos, pero también algunos cariñosos, sobre todo de cuando era pequeña.—No puedo evitar que me duela... era mi madre, y a pesar de todo aún sentía amor por ella... —. Sus palabras se interrumpieron, con un sollozo.Se levantó de golpe, dominada por la necesidad de escapar de los muros que la encerraban. Sus pasos resonaron en el vestíbulo mientras corría, con las voces preocupadas de su familia detrás de ella
El aire polvoriento del viejo galpón se aferró a la garganta de Alexander cuando él y su tío Piero entraron, sus pasos resonando en el espacio cavernoso que una vez resonó con las órdenes de su padre Enzo Ferrer.La tensión lo envolvía como las pesadas cadenas que suspendían al desgraciado de las vigas. Era el momento de rendir cuentas.—¡Desgraciado! —rugió Alexander, arremetiendo contra uno de los hombres que secuestró a su mujer.Sin dudarlo ni un segundo, su puño impactó en el estómago del hombre, obligando al cautivo a emitir un gruñido. —¡¿Cómo te atreviste a meterte con mi mujer?! Dime ¿Dónde están los demás? —preguntó.Su voz era un gruñido grave, cada palabra impregnada de furia por atreverse a hacerle daño a Tanya.El hombre atado sacudió la cabeza, con los ojos muy abiertos por el miedo y la voz temblorosa. —Ellos no están... ellos están muertos, murieron en el ataque contra la hacienda de Arthur Lujan.La mirada oscura de Piero parpadeó con confirmación. —Eso mismo me h
Alexander llegó a la casa de sus padres donde se estaban hospedando, empujó la puerta de la habitación con un suspiro, liberando el peso de los sucesos del día. La tenue luz del cuarto ondeaba en los bordes de la ventana, arrojando sombras sobre la delicada figura de Tanya, acurrucada bajo las mantas como una niña protegida en su fortaleza de sábanas y almohadas, al lado de la pequeña Alyssa, mientras los bebés descansaban acurrucados uno al lado del otro en la cuna, durmiendo plácidamente.Su respiración era un susurro rítmico, cada aliento, una canción de tranquilidad que él anhelaba sumarse. Alexander sintió un deseo profundo de besarla, de despertarla con el roce de sus labios; sin embargo, se contuvo.—Primero debo ducharme para limpiarme todo este sucio de mi cuerpo — murmuró para sí mismo, dirigiéndose al baño conectado al cuarto.El agua caliente de la ducha caía como redención sobre su piel cansada, llevándose la suciedad, la sangre y el sudor. Sin embargo, no lograba arras
El corazón de Alexander retumbó en su pecho, un crescendo de alegría, cuando el "sí, quiero" de Tanya impregnó el aire. No pudo contenerse: su voz estalló en un grito de éxtasis que parecía resonar en el mismísimo cielo. —¡La mujer de mi vida me aceptó! Me voy a casar!La risa de Tanya, ligera y musical, bailó a su alrededor mientras observaba cómo la euforia de Alexander se desbordaba como el champán. Se burló de él, con los ojos brillantes de alegría: —Ah no, pero si vas a enloquecer con esa respuesta, mejor me retracto y te digo que no.La juguetona amenaza golpeó a Alexander como un puñetazo físico; su grito victorioso se truncó y se sumió en un silencio aturdidor. Cuando por fin recobró la voz, lo hizo con fingida severidad.—Ni se te ocurra... no puedes retractarte porque si lo haces, te secuestro y te obligo a casarte conmigo. Su amenaza solo provocó la risa en Tanya, se acercó a él, con una sonrisa más amplia, y le rodeó el cuello con los brazos en un tierno abrazo. —Nunca
Eletta se mantuvo en silencio, y la voz de Tanya se escuchó de nuevo retumbando como el acero.—¿Por qué, Eletta? ¿Acaso no amas a Paul? ¿Lo engañaste diciendo que lo amabas y era mentira? ¿Por qué lo hiciste? ¿Para burlarte de él? —las preguntas salían a borbotones de la boca de Tanya.El silencio que siguió pareció resonar en la pequeña habitación. Tanya vio cómo los hombros de Eletta se tensaban, y se ponía de espaldas a ella, negándose a mirarla.—Es porque... porque me di cuenta de que no lo amo —la voz de Eletta apenas superaba un susurro, un temblor que traicionaba su fachada tranquila.—¿En serio? Entonces date la vuelta y dímelo mirándome a la cara —, exigió Tanya, sus palabras afiladas como fragmentos de cristal.Necesitaba ver la verdad en los ojos de Eletta, confirmar la traición. Pero Eletta permanecía inmóvil, como una estatua de remordimiento.—¡Anda, dímelo! Nunca te he tenido por cobarde —soltó.La paciencia de Tanya se quebró como una cuerda deshilachada, su tono se
Tres meses después.Las manos de Tanya temblaban mientras revisaba su teléfono por enésima vez; no sabía qué hacer, dos personas muy queridas por ella estaban a punto de hacer su aparición y no sabía qué hacer porque ellos no se toleraban.Al día siguiente, en horas de la tarde, sería su boda, donde le juraría amor eterno al hombre a quien amaba, al que le había entregado su corazón y era el padre de sus hijos, sin embargo, en lugar de deleitarse en la dulzura de la anticipación, un nudo tenso anidaba en su estómago debido a la pequeña, pero potencialmente catastrófica, mini red de mentiras que había tejido.—¿Quién te manda a ser mentirosa? —Leandra, su gemela, arqueó una ceja, incapaz de ocultar una mezcla de reproche y diversión.—Es fácil para ti, pero recuerda que yo estoy entre la espada y la pared, no podía decirle a Eletta nada, porque no vendría a la boda de su padre y tampoco a Paul, porque no vendría y él es como un hermano para mí, así que no me juzgues, tal vez en mi luga
Los tacones de Tanya chasqueaban rítmicamente contra el mármol mientras bajaba la escalera, Leandra la seguía de cerca. Alexander estaba al pie de la escalera, con los dedos tamborileando inquietos sobre la barandilla, y sus primos formaban a su lado un coro silencioso de inquietud.Apenas ella estuvo a su lado, la acercó a él y la abrazó con fuerza.—Te amo, mi amor ¿A qué hora llegas? La voz de Alexander cortó el murmullo de la charla preboda. Los labios de Tanya se curvaron en una sonrisa fácil, sus ojos se iluminaron con picardía y emoción.—Quizá a la una, dos de la mañana —bromeó —, eso depende, aunque no quiero estar mañana como un mapache con las ojeras en mi día especial.Extendió la mano y sus dedos rozaron brevemente los de él. —Deberías estar tranquilo, no tengo ojos, sino para ti.Tanya quería tranquilizarlo, pero Alexander asintió sin convicción. La observó, como un centinela de la preocupación, mientras ella se volvía hacia la puerta y su risa le llegaba como un eco.