Alexander llegó a la casa de sus padres donde se estaban hospedando, empujó la puerta de la habitación con un suspiro, liberando el peso de los sucesos del día. La tenue luz del cuarto ondeaba en los bordes de la ventana, arrojando sombras sobre la delicada figura de Tanya, acurrucada bajo las mantas como una niña protegida en su fortaleza de sábanas y almohadas, al lado de la pequeña Alyssa, mientras los bebés descansaban acurrucados uno al lado del otro en la cuna, durmiendo plácidamente.Su respiración era un susurro rítmico, cada aliento, una canción de tranquilidad que él anhelaba sumarse. Alexander sintió un deseo profundo de besarla, de despertarla con el roce de sus labios; sin embargo, se contuvo.—Primero debo ducharme para limpiarme todo este sucio de mi cuerpo — murmuró para sí mismo, dirigiéndose al baño conectado al cuarto.El agua caliente de la ducha caía como redención sobre su piel cansada, llevándose la suciedad, la sangre y el sudor. Sin embargo, no lograba arras
El corazón de Alexander retumbó en su pecho, un crescendo de alegría, cuando el "sí, quiero" de Tanya impregnó el aire. No pudo contenerse: su voz estalló en un grito de éxtasis que parecía resonar en el mismísimo cielo. —¡La mujer de mi vida me aceptó! Me voy a casar!La risa de Tanya, ligera y musical, bailó a su alrededor mientras observaba cómo la euforia de Alexander se desbordaba como el champán. Se burló de él, con los ojos brillantes de alegría: —Ah no, pero si vas a enloquecer con esa respuesta, mejor me retracto y te digo que no.La juguetona amenaza golpeó a Alexander como un puñetazo físico; su grito victorioso se truncó y se sumió en un silencio aturdidor. Cuando por fin recobró la voz, lo hizo con fingida severidad.—Ni se te ocurra... no puedes retractarte porque si lo haces, te secuestro y te obligo a casarte conmigo. Su amenaza solo provocó la risa en Tanya, se acercó a él, con una sonrisa más amplia, y le rodeó el cuello con los brazos en un tierno abrazo. —Nunca
Eletta se mantuvo en silencio, y la voz de Tanya se escuchó de nuevo retumbando como el acero.—¿Por qué, Eletta? ¿Acaso no amas a Paul? ¿Lo engañaste diciendo que lo amabas y era mentira? ¿Por qué lo hiciste? ¿Para burlarte de él? —las preguntas salían a borbotones de la boca de Tanya.El silencio que siguió pareció resonar en la pequeña habitación. Tanya vio cómo los hombros de Eletta se tensaban, y se ponía de espaldas a ella, negándose a mirarla.—Es porque... porque me di cuenta de que no lo amo —la voz de Eletta apenas superaba un susurro, un temblor que traicionaba su fachada tranquila.—¿En serio? Entonces date la vuelta y dímelo mirándome a la cara —, exigió Tanya, sus palabras afiladas como fragmentos de cristal.Necesitaba ver la verdad en los ojos de Eletta, confirmar la traición. Pero Eletta permanecía inmóvil, como una estatua de remordimiento.—¡Anda, dímelo! Nunca te he tenido por cobarde —soltó.La paciencia de Tanya se quebró como una cuerda deshilachada, su tono se
Tres meses después.Las manos de Tanya temblaban mientras revisaba su teléfono por enésima vez; no sabía qué hacer, dos personas muy queridas por ella estaban a punto de hacer su aparición y no sabía qué hacer porque ellos no se toleraban.Al día siguiente, en horas de la tarde, sería su boda, donde le juraría amor eterno al hombre a quien amaba, al que le había entregado su corazón y era el padre de sus hijos, sin embargo, en lugar de deleitarse en la dulzura de la anticipación, un nudo tenso anidaba en su estómago debido a la pequeña, pero potencialmente catastrófica, mini red de mentiras que había tejido.—¿Quién te manda a ser mentirosa? —Leandra, su gemela, arqueó una ceja, incapaz de ocultar una mezcla de reproche y diversión.—Es fácil para ti, pero recuerda que yo estoy entre la espada y la pared, no podía decirle a Eletta nada, porque no vendría a la boda de su padre y tampoco a Paul, porque no vendría y él es como un hermano para mí, así que no me juzgues, tal vez en mi luga
Los tacones de Tanya chasqueaban rítmicamente contra el mármol mientras bajaba la escalera, Leandra la seguía de cerca. Alexander estaba al pie de la escalera, con los dedos tamborileando inquietos sobre la barandilla, y sus primos formaban a su lado un coro silencioso de inquietud.Apenas ella estuvo a su lado, la acercó a él y la abrazó con fuerza.—Te amo, mi amor ¿A qué hora llegas? La voz de Alexander cortó el murmullo de la charla preboda. Los labios de Tanya se curvaron en una sonrisa fácil, sus ojos se iluminaron con picardía y emoción.—Quizá a la una, dos de la mañana —bromeó —, eso depende, aunque no quiero estar mañana como un mapache con las ojeras en mi día especial.Extendió la mano y sus dedos rozaron brevemente los de él. —Deberías estar tranquilo, no tengo ojos, sino para ti.Tanya quería tranquilizarlo, pero Alexander asintió sin convicción. La observó, como un centinela de la preocupación, mientras ella se volvía hacia la puerta y su risa le llegaba como un eco.
Con un movimiento rápido e irritado, se arrancó la máscara de la cara, revelando un ceño fruncido grabado en sus rasgos robustos. Tanya, imperturbable ante su aparente enfado, se limitó a esbozar una sonrisa socarrona y satisfecha que sólo pareció avivar su irritación.—¿Te estás burlando de mí? —, le preguntó en voz baja y con un tono acusador.En respuesta, Tanya levantó los brazos, le agarró suavemente la barbilla con los dedos y, sin mediar palabra, apretó los labios contra los suyos, en un casto beso. Él hizo un intento poco entusiasta de retroceder, con la mente agitada por las protestas, pero el deseo por la mujer que tenía delante era más fuerte que cualquier sentimiento de indignación. Sus objeciones murieron en sus labios, tragadas por la calidez de su boca.Con un instinto casi primario, la cogió en brazos y sus manos se atrevieron a abrazarla mientras la multitud de mujeres que los rodeaba prorrumpía en silbidos y gritos de entusiasmo, aplaudiendo el espectáculo. Llevó a
El revuelo de satén y encaje se calmó cuando la madre de Tanya colocó el último broche de perlas en el pelo de su hija. —Estás lista… tan bellísima como yo —dijo su hermana gemela con una sonrisa, visiblemente conmovida.—Mi padre quedará sin aliento al verte —pronunció Eletta que había llegado ese mismo día.Entretanto, Taylor, la madre de Tanya, con las manos juntas en señal de orgullo, observaba a la más pequeña de las gemelas. Sus ojos brillantes, de lágrimas no derramadas, asintió con la cabeza. —Sí, es toda una princesa, se ve demasiado hermosa y estoy tan orgullosa de ella —, susurró, con un ligero temblor en la voz que delataba la tempestad emocional que llevaba dentro.—Todo esto me parece mentira, me cuesta creer que mi pequeña haya crecido tanto —, murmuró Tarah, la tía de Tanya, y su sentimiento fue secundado por los suaves asentimientos de la asamblea colectiva de la familia.—¡Bueno, mejor, no lloren, porque se les va a correr el maquillaje y parecerán mapaches! —las r
El sol de la tarde proyectó un cálido resplandor a través de las vidrieras de la iglesia de piedra, iluminando los rostros de los fieles reunidos para presenciar la unión de Alexander Ferrari y Tanya Hall. Los novios yacían frente al altar, tomados de las manos, ambos sintiendo la seguridad y la agradable compañía del otro. Sus miradas se cruzaron en una conversación silenciosa que no necesitaba palabras, prueba de la profundidad de su conexión y de su inmenso amor. El tintineo del metal contra el cristal resonó débilmente a medida que los rezagados iban encontrando sus asientos, pero ni Alexander ni Tanya se dieron cuenta; estaban totalmente consumidos por la gravedad del momento que tenían ante sí. —Queridos amigos y familiares —, comenzó el clérigo, su voz resonando con una calidez que llenaba el espacio sagrado. —Nos hemos reunido hoy aquí, en presencia de Dios, para unir a Alexander y Tanya en sagrado matrimonio. Mientras el clérigo hablaba de amor, honor y santidad del matr