C4: Una chica todoterreno.

Una semana después, Arantza empezó a adaptarse a las reglas de la empresa y al carácter inconstante de su jefa.

A decir verdad, soportar los desplantes de Lenya no era para nada complicado. Como provenía de una familia en donde reinaba la violencia y la comunicación se daba a los gritos, trabajar como ayudante de la heredera era el momento más pacífico de su día.

Los zapatos con tacones altos seguían siendo su mayor enemigo, así que siempre se los quitaba a escondidas para masajearse los pies. También le raspaban los talones y, por esa razón, la zona permanecía roja. No estaba acostumbrada a usarlos durante tantas horas, pero se esforzaba por adecuarse ya que debía cumplir con el código de vestimenta (camisa blanca con mangas largas, junto con una falda beige y zapatos del mismo color).

En un par de veces, Lenya le entregó unos apósitos para que pudiera colocárselos en los talones, gesto que sorprendió a Arantza. Procuraba no quejarse de las molestas heridas delante de ella, pero no sabía que Lenya siempre la observaba. Por lo tanto, era fácil darse cuenta de que tenía los pies lastimados.

En cierta ocasión, caminó por bastante tiempo debido a que tuvo que pasar por cada sector para recoger los informes. Tal suceso hizo que sus pequeñas heridas se agravaran y por ese motivo comenzaron a sangrar.

—Tengo los informes —expuso Arantza, ubicando los papeles sobre el escritorio de Lenya—. ¿Necesita algo más, señorita Parodi?

—Sí. Regresa al departamento de ventas y dile a Nicolás que el director ejecutivo ha pedido los nombres de las tiendas que venden nuestros productos junto con la cantidad de cosméticos que se les ha enviado este mes —indicó.

—Como ordene —giró en dirección contraria con la intención de caminar hacia el ascensor, pero Lenya la detuvo.

—Espera —soltó, levantándose de su asiento—. Tus pies… están sangrando…

—¿Qué? —miró hacia sus talones, fijándose en que el borde de sus zapatos estaba levemente teñido de rojo—. Ah, no lo había notado…

—¿No te duelen? —cuestionó.

—¿Esto? Pues no… —se sobó la nuca—. Con su permiso, iré al departamento de ventas…

—No, ven aquí y siéntate —impuso, a lo que Arantza obedeció.

—Señorita, ¿qué ocurre? —la miró confundida, 

—Ya vuelvo —expuso, entrando al despacho de Carla. Minutos después, regresó a donde se hallaba Arantza y trajo consigo una caja rectangular.

—¿Qué es todo eso? —preguntó la chica.

—Es un botiquín. Mi mamá lo tiene aquí para no tener que ir a la enfermería —explicó, abriendo la caja y extrayendo de ella unos algodones y un medicamento tópico en forma de líquido—. Quítate los zapatos.

—¿Eh? —ladeó la cabeza.

—Trataré tus heridas —señaló, colocándose en cuclillas.

—¡Señorita, no tiene que hacerlo! ¡Esto no es nada! —exclamó, desconcertada.

—Quítate los zapatos, es una orden —impuso—. ¿O también tengo que hacerlo yo?

—N-No… —se sacó el calzado y los hizo a un lado.

En ese momento, Lenya empezó a curar sus lesiones con cuidado y con mucha concentración, así que no se percató de que Arantza la observaba incómoda y, al mismo tiempo, sumamente conmovida.

Al terminar, guardó el medicamento en el botiquín y cerró la caja, para luego incorporarse.

—Listo. No te pongas los zapatos por un rato —declaró.

—P-Pero, ¿no debería ir al departamento de ventas?

—Iré yo —entró a la oficina para dejar el botiquín en su lugar y se disponía a dirigirse hacia el elevador, a lo que Arantza fue tras ella y la tomó de la muñeca.

—¡Espere!

—¿Q-Qué haces? ¿Porqué me tocas? —se zafó de su agarre.

—Ir allá es mi trabajo como su ayudante, no me sentiré bien si usted va en mi lugar —expresó.

—Solo será por esta vez. No te dejaré caminar descalza por todo el edificio —riñó.

—Al menos permita que la acompañe…

—¿Con esas heridas?

—No me duelen —expuso—. Por favor, quiero serle útil.

Lenya se masajeó la sien y desató un largo suspiro.

—De acuerdo, vamos —alegó, resignada.

Arantza sonrió y corrió por sus calzados para ponérselos de vuelta. Luego, ambas ingresaron al ascensor para dirigirse al departamento de ventas.

—Oh, Lenya —articuló Nicolás, sorprendido—. Hace días que ya no venías por este sector, estaba empezando a extrañarte…

Arantza realizó una mueca de inquietud ante dicho comentario. Había pensado que quizás Lenya y el gerente tenían un romance secreto, sin embargo, ¿no debería de abstenerse de coquetear con ella en horarios laborales?

—Solo vine por algo que me pidió el director ejecutivo —respondió la joven, ignorando las palabras de Nicolás.

—¿Qué necesitas? Dímelo y te lo preparo en este instante —le dedicó una sonrisa amable y ubicó la mano en la espalda de Lenya, dando unos pasos para llevarla hacia su oficina.

Arantza se quedó observando la manera en que la señorita no reaccionó mal al toque de Nicolás, pero se alteraba bastante cuando era ella quien la tocaba.

A pesar de que le había agarrado la mano en la primera reunión a la que asistieron juntas, fue la única vez que se mostró cómoda. En las siguientes ocasiones, le regañaba si le rozaba aunque fuese por error.

«Definitivamente, el gerente y la señorita deben tener algún tipo de relación…» pensó, con los dedos en su barbilla.

Al regresar al último piso junto con Lenya, permaneció escrutando fijamente a la joven, en lo que un montón de ideas se cruzaron en su mente.

«¿Seré muy indiscreta si se lo pregunto directamente? Bueno, está claro que me reprenderá, pero la curiosidad me está carcomiendo…» dijo dentro de sí, sintiendo comezón en el cuero cabelludo.

—¿Tienes un asunto pendiente conmigo? —cuestionó Lenya sentada detrás de su escritorio, haciendo que su ayudante diera un respingo.

—¿D-De qué habla? —fingió demencia, mientras estaba parada al otro lado de la mesa y con los pies descalzos.

—Estás mirándome con esa cara de tonta desde hace un buen rato —apuntó—. ¿Qué te traes, Araceli?

—¿Araceli? No me llamo Araceli…

—Como sea que te llames, estás comenzando a molestarme —riñó.

—Señorita Parodi… —pronunció, realizando un puchero—. Llevamos trabajando poco más de una semana, ¿y ni siquiera recuerda mi nombre?

—¿Sabes cuántas personas trabajan en esta empresa? Recordar el nombre de todos es un verdadero fastidio —rechistó—. ¿Seguirás observándome como si fueses una psicópata o te pondrás a trabajar seriamente?

Arantza entornó los ojos y frunció los labios. ¿Cómo hacía su jefa para tener esa actitud tan detestable y ser amable en otros momentos? Era como si tuviese dos lados, uno muy frío y otro bastante caliente, sin ningún punto intermedio.

Minutos después, se armó de valor para preguntarle por Nicolás.

—Señorita, ¿acaso usted y el gerente de ventas… tienen un romance secreto? —preguntó sin tapujos. 

Lenya incrustó la vista en Arantza y adoptó una expresión de desagrado.

—¿Te has vuelto loca? —refunfuñó.

—¿Estoy equivocada? —agregó—. El gerente siempre la devora con la mirada cada vez que la ve…

—¿Q-Qué? —sus párpados se expandieron—. ¡P-Por supuesto que no!

—Entonces, ¿porqué está tan nerviosa? —arqueó una ceja.

—¡Porque lo que dices es repulsivo! —exclamó, furiosa.

—Oh… —la escrutó con asombro—. Al gerente le dolerá oír eso, se lo aseguro…

—¿Tienes mucho tiempo para pensar en tonterías? ¿No te he dado suficientes tareas?

—Señorita, ¿en verdad nunca notó que le gusta al gerente? —asumió.

—¿Gustarle? ¿Yo? —tragó saliva. Una horrible sensación recorrió su cuerpo de tan solo imaginarse que un hombre sintiera atracción hacia ella.

—Para ser honesta, creí que ustedes sostenían un noviazgo o algo parecido —expuso Arantza—. Siempre me regaña cuando estoy muy cerca de usted, pero no dice nada cuando el gerente le pone las manos encima…

—Eso no es así, tus conclusiones son completamente absurdas —exhaló con fuerza—. De todas formas, no tengo la obligación de darte explicaciones acerca de mi vida personal. ¿Crees que por el simple hecho de haber tratado tus heridas te considero una amiga? No seas ilusa.

—¿Acaso está admitiendo que sí tiene un romance con el gerente? —elevó ambas cejas, mostrándose sorprendida. Los intentos de intimidación de Lenya no surtían efecto en Arantza.

—¡Que no! —declaró—. ¿Porqué no te metes en tus propios asuntos? Déjame en paz.

—Hum… —se quedó observándola durante unos minutos, percatándose de que el ambiente se había tornado tenso a causa de aquella suposición tan incómoda para Lenya. Por lo tanto, para aligerar la atmósfera, decidió cambiar de tema—. Por cierto, señorita Parodi, quiero agradecerle por haber curado mis heridas. Fue muy gentil de su parte…

—Recuérdame no volver a ser amable contigo, ya que, al parecer, mi afabilidad te hace pensar que puedes hacerme preguntas inapropiadas —le increpó—. No soy una amiga tuya, soy tu jefa, que te quede claro.

—¿Sabe qué? Me desconcierta lo duro que es su carácter, pero es muy delicada cuando desea serlo —comentó—. Me colocó el medicamento como si estuviese rozando una frágil planta…

—Pues a mí me desconcierta que no seas nada femenina. ¿Cómo es posible que una chica como tú no pueda caminar con tacones? Aún no entiendo en qué pensaba recursos humanos…

—Es la primera vez que trabajo en una empresa, señorita. En mis empleos anteriores, no había necesidad de usar tacones —aseveró.

—¿Qué empleos eran esos? ¿Recogiendo la basura? ¿Atendiendo a borrachos en un bar? —se mofó.

Arantza se mantuvo callada, con la vista fijada en su jefa y el semblante impasible.

—Pues… sí. Así es, señorita —manifestó—. He trabajado recogiendo la basura por un par de meses y también obtuve un puesto en un bar. Si algún día necesita una camarera o una persona que le prepare las bebidas en su fiesta, puede contratarme.

Lenya apartó la mirada, en lo que una punzada se hizo presente en su pecho. Estaba arrepentida por haberse burlado, pero no quería mostrar compasión.

—Bueno, eso es peor que nada… —replicó.

—No me siento avergonzada en absoluto. A estas alturas, puedo afirmar con certeza que soy capaz de hacer cualquier cosa. Puedo trabajar recogiendo basura, como también puedo hacerlo en una empresa tan prestigiosa como esta. Soy una chica todoterreno —le dedicó una sonrisa orgullosa.

Por un momento, Lenya quedó cegada por su actitud tan positiva. Había un aura resplandeciente rodeando a esa joven, la cual hacía contraste con la constante negatividad de la heredera. Arantza brillaba por su optimismo, mientras que Lenya se sumergía cada vez más en la oscuridad.

—Supongo que, si eso es realmente cierto, aprenderás a usar esos zapatos, ya que caminas horrible con ellos —apuntó.

—Por supuesto, solo es cuestión de tiempo —se encogió de hombros—. Este empleo es el mejor que he tenido. Cuando ahorre suficiente dinero, volveré a la universidad.

—¿Universidad? —resaltó.

—No he podido terminar una carrera universitaria, pero lo haré —alegó—. Usted tampoco va, ¿no es así? Aunque hay una diferencia abismal entre nosotras. Yo no soy la heredera de una gran empresa, no tengo la vida hecha, debo esforzarme por construir mi propio camino.

—¿Siempre eres así de bocazas? ¿Le cuentas sobre tu vida y aspiraciones a todo el mundo? —cuestionó con disgusto.

—No, solo a usted. Es extraño, pero la señorita me transmite mucha confianza —expresó—. Siento que puedo contarle lo que sea y que nunca se lo dirá a nadie.

«Esta chica… no tiene nada de filtro» pensó Lenya y soltó una corta risa irónica.

—Ni siquiera me conoces… —articuló.

Arantza la miró con las pupilas dilatadas, asombrada por aquella sonrisa que no había visto antes. Además, notó un importante detalle en las mejillas de Lenya.

«¿Eso… es lo que creo?» se dijo a sí misma, impactada por lo que acababa de descubrir. En un impulso y sumergida en su ensimismamiento, Arantza dio unos pasos para acercarse a su jefa.

La sonrisa de Lenya desapareció de sus labios en cuanto la vio aproximarse a tal punto de cruzar el límite de lo permitido. Arantza se inclinó hacia el rostro de la señorita, a lo que ésta se vio obligada a llevar la cabeza ligeramente hacia atrás o el aliento de su ayudante le rozaría en la cara.

—¿Usted… tiene hoyuelos? —preguntó, con los ojos inundados de fulgor.

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