C5: Jamás me gustará un hombre, ni ahora ni en un millón de años.

Lenya pestañeó repetidamente y el aire se atascó en su interior, sintiéndose abrumada por la osadía de Arantza. Estaba tan cerca que podía percibir el suave aroma de la colonia que la rodeaba, lo cual la paralizó.

Sin embargo, en cuestión de segundos, se recuperó de la impresión y la empujó ligeramente para apartarla.

—¡Aléjate! —exclamó—. ¡¿Qué crees que estás haciendo?!

—Ah, es que… descubrí que tiene un par de hoyuelos —expuso—. Nunca sonríe, así que no me había dado cuenta.

—¿Y qué con eso? No es nada del otro mundo —refunfuñó.

—Pero en usted lucen sensacionales —agregó Arantza, entusiasmada.

—D-Déjate de tonterías…

—Quiere hacerse la dura, pero se está sonrojando —le apuntó a la cara.

—¡Suficiente! Hemos perdido demasiado tiempo hablando de cosas sin sentido —riñó—. Sigamos trabajando.

Arantza soltó una risita y regresó a su posición para ordenar unos documentos. Mientras tanto, Lenya procuró recuperarse de lo que había sucedido recientemente. Su corazón palpitó con intensidad y no supo exactamente el motivo, pero estaba segura de que se relacionaba con su ayudante.

«Esta chica… es peligrosa…» concluyó, prometiéndose a sí misma ser más precavida.

Al caer la noche, la heredera dejó ir a Arantza en su horario de salida habitual, a lo que Lenya decidió quedarse por más horas ya que debía revisar unos registros.

Arantza llegó a su casa y se percató de que las luces de los alrededores estaban apagadas. Luego de entrar, vio unas cuantas velas encendidas ubicadas en la cocina, sala y comedor.

—¿Mamá? —vociferó.

—¡Arantza! —respondió Indira, acercándose a ella tras oír su voz.

—¿Qué pasó aquí?

—Nos cortaron la electricidad…

—¿Qué? ¿Porqué? —cuestionó, aturdida—. El otro día te di el dinero para que pagaras la factura que estaba a punto de vencer. ¿Habrán cometido un error?

—E-En realidad… no lo pagué… —confesó, bajando la cabeza.

—¿Cómo que no lo pagaste? ¿Qué ocurrió con el dinero? —añadió, inquieta.

—Es que… tu papá… —mencionó, restregándose las manos.

—¿Se lo diste a ese señor? —reprochó.

—Dijo que lo necesitaba, no tuve más remedio que dárselo —gimoteó—. ¿No tendrías más dinero? Quiero decir, tengo una cierta cantidad que he juntado limpiando casas, pero no es suficiente para pagar por la electricidad…

—¡Argh, mamá! ¡No debiste darle nada! —reclamó—. Ya no tengo más, lo que te había dado era lo que me quedó del trabajo anterior y aún faltan semanas para cobrar mi primer sueldo.

—Dios mío, ¿qué vamos a hacer? —articuló, preocupada.

—Te diré lo que haré, mamá. Le exigiré a ese señor inútil que me devuelva mi dinero —manifestó con determinación, caminando hacia la sala.

—¡Arantza, no vayas a cometer ninguna insensatez! —advirtió Indira, siguiendo sus pasos.

—Dime en dónde está él —impuso, buscándolo con la mirada entre la luz de las velas—. ¡Martín! ¡Sal de dónde te escondes!

—¡Detente, Arantza! —regañó su madre, tomándola del brazo—. Cálmate, por favor. No quiero que empecemos ninguna discusión…

—¿Qué son esos gritos? —Martín se subió la cremallera justo después de salir del baño, a lo que su hija se situó delante suyo.

—Devuélveme mi dinero —ordenó, incrustando los ojos en los de su padre.

—¿Tu dinero? ¿Qué dinero? —fingió demencia.

—El que te dio mi mamá era mío, yo lo obtuve con mi esfuerzo, así que lo quiero de vuelta —reclamó.

—Tch, trabajar para mantener a tus padres es lo mínimo que debes hacer después de todo lo que nos sacrificamos para criarte —refunfuñó.

—Estamos sin electricidad por tu culpa, ¿no lo ves? Eres un bueno para nada…

—¿Qué acabas de decir? —adoptó una postura amenazante—. Repítelo si te atreves…

—Dije que eres un bueno para nada —reiteró con énfasis.

—¡Niña estúpida! —espetó, tomándola del cuello de su camisa—. ¿Quién te crees que eres para hablarme así? ¡Soy el hombre de esta casa! ¡Debes respetarme!

—¡Já! ¡No me hagas reír! ¡Hasta un perro merece más respeto que tú! —le gritó.

—¡Si sigues provocándome, te daré una paliza que no olvidarás en tu vida! —exclamó, elevando la mano en el aire.

—¡Tan solo inténtalo y verás! ¡Te devolveré cada golpe!

—¡Basta! —Indira agarró a Arantza y la apartó de su padre, colocándose en medio de ambos—. ¡Esta no es la forma en que debe tratarse una familia!

—Esto es cualquier cosa, menos una familia… —rezongó la joven.

—Arantza —pronunció Indira en tono autoritario—. Nunca, jamás te atrevas a levantarle la mano a tu papá, ¿me has entendido?

—Es tu culpa, Indira —acusó Martín—. Arantza es de esta manera porque no supiste educarla. Mira nada más lo que hizo con su cabello y en la clase de persona en la que se ha convertido…

—Tú no eres nadie para criticarme, solo eres una sanguijuela que se aprovecha de nosotras —se defendió la muchacha.

—¡Arantza! ¡Ve a asearte y enciérrate en tu habitación! —impuso su madre, mostrándose enfadada.

La joven le dedicó una mirada de rabia a Martín, para luego caminar hacia su cuarto.

Un par de horas más tarde, Lenya terminó de revisar los registros y recogió sus cosas. Al salir del edificio, se aproximó a su coche y le quitó el seguro; sin embargo, antes de subir, se percató de que la rueda trasera estaba desinflada.

—Pero ¿qué…? —se agachó levemente para mirar de cerca—. ¡Argh, no lo puedo creer! —siseó, dando una patada a su rueda.

—¿Lenya? —pronunció una voz masculina por detrás de ella, lo que hizo que girara en su dirección—. ¿Te sucede algo?

—Ah, Nicolás —soltó—. La rueda de mi auto se pinchó, precisamente ahora —suspiró—. ¿Qué haces todavía aquí? Creí que todos se habían ido…

—Decidí hacer horas extras hoy y adelantarme con algunos asuntos —expuso—. Qué bueno que elegí quedarme o estarías sola en medio de la noche. ¿Qué te parece si dejas el coche aquí y te llevo a tu casa?

—No es necesario, tomaré un taxi —replicó.

—¿No sería mejor aceptar mi oferta? Esperar por un taxi suena tedioso…

Lenya lo miró inexpresiva durante unos segundos, en lo que un recuerdo aterrizó en su memoria.

"Señorita, ¿en verdad nunca notó que le gusta al gerente?"

Las palabras de Arantza hicieron eco en su mente, pero Lenya sacudió la cabeza para expulsas esos ridículos pensamientos.

«Ella solo está imaginándose cosas…» se convenció a sí misma de que su ayudante estaba en un error.

—¿Lenya? —repitió Nicolás, debido a que la joven no daba respuesta.

—Está bien, llévame —accedió.

Las comisuras de los labios del hombre se extendieron tras darse cuenta de que su plan había resultado a la perfección, pues fue su idea pinchar la rueda del auto de Lenya para ofrecerse a llevarla a casa y, de esta forma, conocer su dirección.

Nicolás era seis años mayor que la heredera, pero desde la primera vez que la vio, sintió una atracción fuerte hacia ella.

Sin embargo, nunca fue capaz de acercársele debido a que nunca estaba sola. Siempre se hallaba siguiendo los pasos de su madre y Carla era una mujer bastante sobreprotectora cuando estaban juntas. Por esa razón, pensó que quizás fue a causa de un milagro que la presidenta viajara sin su hija y que era una oportunidad que le brindaba la vida para que pudiera cortejarla.

El hombre le abrió la puerta del copiloto para ayudarla a entrar y luego se acomodó frente al volante. Era un sujeto apuesto y tenía buenos modales, así que pretendía usar todas sus armas para impresionar a la fría Lenya.

Por desgracia para Nicolás, la joven no estaba interesada en él y jamás lo estaría por motivos que éste desconocía. Como en realidad era un chico el que se ocultaba debajo de ese vestido, nunca iba a fijarse en alguien de su mismo sexo.

Nicolás intentó conversar con Lenya durante el trayecto, pero fue inútil. La muchacha contestaba a todas sus preguntas de manera tajante, sin dar lugar a una charla. Esto frustró al hombre, pero supuso que era normal ya que, precisamente, la conocían por ser inaccesible.

Al llegar a su domicilio, Lenya se quitó el cinturón de seguridad.

—Gracias por traerme —expresó con sequedad.

—Así que… aquí vives —articuló él, observando la residencia—. Ahora que la presidenta está ausente, ¿te quedas sola en esta casa tan grande? ¿No tienes miedo?

—Soy una adulta, puedo arreglármelas sola —dijo, abriendo la puerta con la intención de bajarse, pero fue detenida por Nicolás.

—Espera —la tomó de la muñeca—. ¿Puedo… hacerte una pregunta?

—¿Qué pasa? —cuestionó, descolocada por el agarre del gerente—. ¿No me has hecho suficientes preguntas ya?

—Esta es la más importante —manifestó—. ¿Tú… tienes novio?

Lenya expandió los ojos, mirándolo con evidente asombro.

—No, y no estoy interesada en tener uno —replicó con disgusto, estirando su mano para liberarse de la mano de Nicolás.

—Quizás piensas eso porque no hay nadie que te atraiga en este momento, sin embargo, estoy seguro de que cambiarás de parecer cuando encuentres a la persona indicada.

—Jamás me gustará un hombre, ni ahora ni en un millón de años —declaró.

—¿Porqué? ¿Acaso alguien te lastimó? —insinuó.

—Tus preguntas son muy personales, están completamente fuera de lugar —regañó—. Te agradezco por haberme traído, pero esto no significa que nos hayamos vuelto cercanos. Buenas noches —agregó, bajando del auto y cerrando la puerta con fuerza.

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