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C3: Mantengámonos de esta manera hasta que se termine.

—¿Ir a una reunión? ¿Yo sola? —cuestionó Lenya con asombro, apuntándose a sí misma. Era de mañana cuando Leónidas le pidió que fuera a su oficina.

—Puedes llevar a tu ayudante —estableció.

—P-Pero… nunca fui a una reunión de negocios por mi cuenta… —dijo, agachando la cabeza para juguetear con sus dedos.

—Sé que has acompañado a Carla en diversas ocasiones, debes conocer muy bien el protocolo —asumió—. Lenya, dentro de unos años serás la presidenta de Hidden Beauty, y es indispensable que una líder cuente con habilidades sociales. No puedes esconderte siempre detrás de tu madre, tienes que empezar a destacar por ti misma.

Leónidas quería que Lenya asistiera a una reunión debido a que él ya se había comprometido con otra a la misma hora y ambas eran tan importantes que ninguna merecía ser cancelada.

—E-Está bien, iré —accedió, sin estar del todo convencida.

Al llegar el momento establecido, se dirigió a la reunión junto con Arantza, la cual se llevaría a cabo en el salón de una tienda de cosméticos, en donde asistirían varias personas.

Una vez allí, tomaron asiento alrededor de una mesa redonda y dieron inicio al acontecimiento.

Durante aquellos minutos, Lenya no podía concentrarse. Se esforzaba por mantener la atención en el asunto tratado, pero le resultaba difícil. Miró de reojo a Arantza, quien realizaba unas anotaciones en una agenda. ¿Estaba escribiendo un acta sobre la reunión? A decir verdad, estaba tan nerviosa que olvidó proporcionarle una laptop para evitar el contratiempo.

Por debajo de la mesa, Lenya se restregaba las manos, detalle que fue captado por su acompañante.

Arantza la tomó de la muñeca con suavidad, haciendo que Lenya diera un respingo.

—¿Se encuentra bien? —le susurró, inclinándose ligeramente hacia su oído, lo que hizo que a la joven se le erizara la piel.

—¡E-Estás muy cerca! —reprendió en voz baja.

—Estoy preocupada por usted —expresó, sin soltar su muñeca—. Luce pálida, como si la estuviera pasando mal…

Nuevamente, Lenya percibió la calidez de la muchacha y aquello la tranquilizó. No entendía porqué esta persona le transmitía tanta seguridad, si ni siquiera la conocía y mucho menos le agradaba.

—N-No me hables en medio de la reunión o molestaremos a los demás… —indicó.

—De acuerdo… —alegó, soltando su muñeca.

Sin embargo, en un impulso, Lenya la volvió a agarrar de la mano, acto que sorprendió a Arantza.

—M-Mantengámonos de esta manera hasta que se termine… —estableció, con la mirada apuntando en cualquier dirección.

—Está bien… —aceptó sin vacilar. Supuso que su jefa tenía sus propios motivos para comportarse de ese modo, así que no dudó en ayudarla.

Al finalizar la reunión, caminaron hacia la recepción, sitio en el que Lenya desató un largo suspiro.

—Qué sofocante… —murmuró.

—Señorita, ¿le gustaría que le trajera un vaso con agua? —ofreció Arantza —. Estoy segura de que la relajará.

—Ah, sí. Gracias… —respondió.

—Enseguida regreso —dijo, para luego alejarse.

Mientras Lenya la esperaba, un par de hombres bien trajeados se aproximaron a ella. Sus nombres eran Rodrigo y Esteban, quienes trabajaban para una agencia de publicidad.

—Lenya Parodi, heredera de Hidden Beauty —pronunció Rodrigo.

—¿Q-Quién eres? —cuestionó a la defensiva.

—¿No me recuerdas? ¡Rayos! Ahora estoy herido —alegó, con una expresión de agobio—. Sin embargo, yo te he visto en varias reuniones a la que acudiste con la presidenta. Fue una sorpresa encontrarte sola. ¿Porqué no vino la señora Parodi? ¿Quién es la chica que estaba contigo?

—E-Es mi ayudante —señaló—. Mi mamá está en un viaje de negocios…

—¿Y tú has venido en su lugar? ¡Qué emocionante! Eso significa que tu madre ya está comenzando a pensar en ti como la futura presidenta y busca prepararte… —asumió, creyendo que fue Carla la que la envió.

—Es muy bueno para ti que asistas a reuniones por tu cuenta, podrás aprender muchas cosas de los demás —agregó Esteban—. ¿A dónde fue tu madre? ¿Cuánto tiempo tardará en regresar?

—¿Ahora tú ocupas la oficina de la señora Parodi o dejó la empresa a cargo de Leónidas? —preguntó Rodrigo.

—¿La situación se pone difícil cuando la presidenta no está o pueden sobrellevarlo? —articuló el otro hombre.

Lenya miraba a uno, para luego dirigir la vista hacia el otro.

«¡¿Porqué están hablando tanto?!» pensó, abrumada por la energía de ambos sujetos. No eran malas personas, solo intentaban quedar en buenos términos con la heredera, pero ella no era muy abierta con gente desconocida.

De pronto, una presencia imponente apareció en ese momento.

—Señorita, aquí tiene su vaso con agua —pronunció Arantza. La rodeaba un aire de confianza en sí misma, algo de lo que Lenya carecía—. Señores, ¿en qué los puedo ayudar? —añadió, con el semblante relajado.

—Ah, solo tratábamos de conversar con Lenya. Me sorprendí al verla en la reunión sin su madre, pero ya me comentó que está en un viaje de negocios —expuso Rodrigo—. ¿No es así, Lenya?

—Eh, sí… —replicó, mirando al suelo.

A Arantza solo le tomó unos segundos darse cuenta de que su jefa estaba bastante incómoda y que todo su rostro decía mediante gritos silenciosos que quería marcharse de allí.

—Los señores son muy amables y estoy segura de que a la señorita Parodi le encantaría continuar con la plática, sin embargo, debo llevármela ya que hay mucho que hacer en la empresa ahora que la presidenta se halla ausente —indicó, educadamente—. Con su permiso, nos retiramos —tomó a Lenya de la muñeca y caminaron hacia la salida.

—¡Adiós! —se despidió Rodrigo desde la distancia.

Las dos chicas se aproximaron al auto, en lo que Lenya le quitó el seguro.

—Señorita, ¿se siente bien? ¿Puede conducir? —preguntó Arantza—. Si no se encuentra en condiciones, puedo llamar a un taxi…

—Estoy bien —respondió, subiendo al coche, mientras que Arantza se acomodaba en el asiento del copiloto.

Durante el trayecto, ambas permanecieron calladas, hasta que Lenya decidió romper el silencio.

—G-Gracias por… haber sido un apoyo para mí en la reunión —manifestó de repente—. También te agradezco por haberme liberado de esos sujetos.

—Guau, no sabía que usted podía decir cosas como esas —articuló entre risitas.

—Agh, mejor me retracto…

—¡No puede hacerlo, las palabras no pueden borrarse! —exclamó, con una sonrisa—. Sin embargo, ¿me permitiría decirle lo que pienso?

—Espero que sea algo que valga la pena escuchar…

—Creo que usted es una chica muy extraña —describió, colocando la mano en su barbilla—. Se puso muy tensa durante la reunión y cuando le hablaron esos hombres. ¿Acaso tiene fobia social?

—N-No es tan grave como eso, simplemente me resulta difícil socializar con personas desconocidas…

—Yo soy una desconocida, pero me regaña sin reparo —gimoteó.

—Es diferente, tú eres una empleada —se justificó.

—Oh, así que de eso se trata —chasqueó los dedos—. Solo le espanta la gente de su mismo rango o la que está por encima de usted, pero los que estamos por debajo no le causamos ninguna impresión —se encogió de hombros.

—No me refería a eso —refunfuñó—. Suficiente de esta charla, dime qué escribiste en esa agenda.

—Está bien —hojeó las páginas y comenzó a leer cada párrafo.

[…]

Al llegar el horario de salida, cada funcionario se marchó para su casa. Lenya siempre veía a Arantza en la misma parada de autobús y apretaba el volante para reprimir las extrañas ganas de ofrecerse para llevarla a su residencia. No era su problema que no pudiese pagar un taxi y su intuición le advertía que, aunque sintiera curiosidad hacia ella, no debía involucrarse más de lo debido.

Una vez en su domicilio, Lenya guardó el coche en el garaje y se dirigió a su habitación. La joven tenía una rutina que repetía cada noche, el cual era quitarse el vestido para entrar a la ducha, pero antes de asearse, se miraba en el espejo.

Observaba cada zona, fijándose en su delgadez. Había perdido masa muscular a causa del tratamiento al que se sometía y lucía débil, como una muñeca de porcelana que podría romperse ante cualquier movimiento brusco. Poco a poco, empezaban a crecerle un par de bustos que no eran muy notorios con la ropa. Su tratamiento le provocaba muchos desórdenes emocionales y notar los cambios en su cuerpo lo sumergía a un estado de depresión.

Siempre se lamentaba en silencio para que Carla no la descubriera, pero como ahora se encontraba lejos, se tomó la libertad de, al menos, por una vez en su vida, llorar con intensidad y sin tener que ocultarse.

Se colocó en cuclillas y derramó un sinfín de lágrimas, preguntándose hasta cuándo tendría que vivir de ese modo. ¿Acaso estaba condenada a vivir como el reemplazo de Lenya para siempre? De cualquier forma, Landon fue registrado como fallecido desde hacía muchos años, así que era muy probable que no pudiera volver a retomar su identidad.

Además, aún se sentía culpable por la muerte de su hermana. Si tan solo no la hubiese ayudado a subir al árbol, si tan solo hubiera hecho caso a su madre y la hubiese cuidado mejor, Lenya seguiría viva y nada de esto habría pasado.

Mientras tanto, Arantza regresaba a su casa en autobús, recordando el momento de la reunión y la conducta de su jefa. De pronto, cruzó por su mente aquel minuto en que la tomó de la mano por debajo de la mesa.

La mano de Lenya era sorprendentemente suave, pero lo que más llamó su atención fue el hecho de que era incluso más grande que la suya. Tenía dedos largos y finos y sus venas se demarcaban en el dorso. Definitivamente, esas manos no concordaban con su apariencia femenina.

Arantza sacudió la cabeza para deshacerse de esos pensamientos. Creía que no debía dar importancia a esos detalles y no era de las que juzgaba el aspecto de los demás. Para ella, eso era irrelevante.

Tras unos minutos, bajó en la parada y caminó un par de cuadras para llegar a su casa. Abrió la puerta y cruzó el umbral, para luego pasar a la cocina.

—Hola, mamá —saludó a la mujer, de nombre Indira, que se hallaba cortando los vegetales en pequeños trozos.

—Ah, qué bueno que ya estás aquí, hija —expresó con una voz dulce, pero sin mirarla a la cara.

—¿Qué es lo que haces a estas horas? Déjame ayudarte —dio unos pasos hacia ella.

—N-No es necesario, ve a tu habitación y enciérrate —indicó.

—¿Encerrarme? —resaltó, confundida—. Mamá, ¿qué ocurre?

—Por favor, Arantza. Solo haz lo que te digo —declaró, temblorosa.

La muchacha frunció el ceño y la tomó del brazo.

—Mamá, mírame —impuso, haciéndola girar hacia ella.

En ese momento, sus ojos se abrieron de tal forma que casi cayeron de sus órbitas.

—No puede ser… ¿otra vez? —cuestionó con dolor, al ver el moretón en la mejilla de su madre y la herida en su labio.

—E-Esto no es nada... —dijo, zafándose de su agarre.

—¡Es increíble, mamá! ¿Hasta cuándo vas a permitir que ese imbécil te golpee? —reclamó.

—No te refieras a tu papá de esa manera, Arantza —estableció, desatando un suspiro—. Estaba empezando a portarse muy bien conmigo, pero lo hice enojar de nuevo…

—¡Argh, tú y tus excusas! ¡¿Porqué siempre buscas justificarlo?! ¡Te he dicho miles de veces que lo dejes! ¡No tienes motivos para aguantarlo!

—¿A dónde iremos si nos separamos? —gimoteó.

—¡Él es el que se tiene que ir! —replicó.

—No voy a echarlo, hija. Nosotros… somos una familia…

—Lo éramos hasta que él decidió engañarte, y para colmo, te usa como saco de boxeo —refunfuñó—. Además, por su culpa estamos metidos en deudas hasta el cuello. Esta casa se cae a pedazos y lo único que hace es gastar todo el dinero en sus mal-ditas apuestas.

—No me gusta que hables así, Arantza. No debes guardarle rencor a tu papá… —alegó.

—Mamá, no vuelvas a darle ni un centavo a ese señor, yo tampoco lo haré. Si quiere dinero para apostar, que se consiga un trabajo —señaló, irritada.

—Si se lo niego, se pondrá furioso…

—¡Si se atreve a tocarte, dale una patada en los hue-vos! ¡No seas tan sumisa y enséñale lo que sucede cuando no te respeta! —exclamó—. Deja eso, yo lo haré —agarró el cuchillo y empezó a picar los vegetales.

—D-Debes estar muy cansada por haber trabajado todo el día, no tienes que ayudarme… —manifestó.

—No podré dormir tranquila si simplemente decido ignorarte —aseveró—. Y tú, mamá, no le tengas miedo a ese hombre. Si te levanta la mano, haz lo mismo, defiéndete, usa cualquier objeto que encuentres y golpéalo en la cabeza. O, si es necesario, usa esto… —alzó el cuchillo en el aire.

—¡No digas tonterías, Arantza! —regañó la mujer—. Cuando termines de picar, ve a asearte, y deja de pensar en cosas sin sentido.

Arantza era una joven de clase baja que provenía de una familia disfuncional, pero no siempre fue de esa forma. Eran felices juntos, pero cuando ella tenía diez años, su padre, Martín, engañó a Indira, y ésta decidió perdonarlo.

Sin embargo, en lugar de reparar el daño, se volvió un hombre agresivo luego de haber descubierto que de esa manera podía dominar a su esposa. Martín se convirtió en un sádico –o, quizás, esa era su verdadera naturaleza– e hizo de la vida de Indira y de Arantza un infierno. Era por eso que la joven empezó a odiarlo.

Arantza terminó la preparatoria mediante una beca, pues Martín había dejado de trabajar y dependía del dinero de Indira para hacer sus apuestas. La muchacha fue a la universidad solo por un año, para posteriormente abandonarla debido a que deseaba ayudar a su madre con los gastos de la casa.

Consiguió varios trabajos de bajo nivel, hasta que finalmente la contrataron en Hidden Beauty. No haber cursado una carrera universitaria completa era una desventaja, pero persuadió a recursos humanos con su elocuencia y su seguridad, que era precisamente las cualidades que necesitaba para trabajar como la ayudante de Lenya.

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