C2: ¿Siempre es así de voluble?

Temprano en la mañana, la joven subió a su coche para dirigirse a Hidden Beauty. No iba con su madre porque le había pedido que la dejara conducir su propio auto, y Carla accedió.

Al llegar, subió al último piso en el que se hallaba la oficina de su madre, en donde encontró a una persona sentada en una de las sillas de espera. No era alguien fuera de lo común, pero lo que llamó su atención fue que tenía los pies descalzos.

Su pelo oscuro como el azabache era bastante corto, tenía un corte masculino y su flequillo caía sobre su frente, traía puesta una camisa blanca y una falda elegante. Sus atributos no destacaban. Si no fuera por la falda, habría pensado que se trataba de un chico.

La muchacha se percató de que alguien la observaba, así que fijó la mirada en la pelirroja, pero Lenya desvió la vista rápidamente y caminó hasta la puerta de la oficina para dar un par de ligeros golpes, procurando ignorar la presencia de la chica de los pies descalzos.

Finalmente, su curiosidad fue mayor e intentó mirarla de reojo, pero en una cuestión de segundos, la joven se levantó de su silla para situarse justo al costado de Lenya.

—Wow, tu cabello… es impresionante —manifestó, con una mirada grisácea y penetrante—. ¿Es natural?

Lenya se quedó paralizada en lo que la desconocida la analizaba. No era muy buena comunicándose con los demás debido a que había sido educada en casa, así que no supo cómo reaccionar ante la inesperada cercanía de la muchacha.

—¿Q-Quién… eres tú? —cuestionó, retrocediendo unos pasos.

—Me llamo Arantza Bernal, desde hoy empezaré a trabajar aquí —dijo con confianza. Su voz era calmada y levemente gruesa, y a pesar de la ropa elegante que llevaba puesta, su actuar no era para nada femenino—. Eres la hija de la señora Parodi, ¿cierto? Te pareces bastante a ella…

«¿Porqué me tutea?» pensó Lenya con disgusto. No estaba acostumbrada a que los demás la trataran con tanta familiaridad, ya que siempre era muy distante.

En ese momento, la puerta se abrió.

—Ah, me alegra que ya se hayan conocido. Pasen —invitó Carla y regresó a su escritorio.

Lenya estaba a punto de entrar, pero se quedó observando la forma en que Arantza corrió hacia la silla en donde estaba sentada y se puso rápidamente los zapatos, para luego volver.

—Por favor, no me delates… —le susurró, bridándole una sonrisa cómplice. Después, cruzó el umbral.

Lenya la miró con rareza y cerró la puerta, acercándose al escritorio.

—Buenos días, señorita Bernal —saludó Carla—. Asumo que recursos humanos ya te explicó cuál será tu función en esta empresa.

—Buenos días, señora Parodi —expresó con seriedad—. Sí, así es.

—Confío en el criterio de ese departamento, así que estoy segura de que si te eligieron a ti es porque tienes lo que se necesita para cumplir con las responsabilidades que se te asignará —declaró—. A partir de hoy, trabajarás como la ayudante de mi hija.

Lenya incrustó la vista en su madre, con una expresión de asombro.

—¿C-Cómo? —agregó, desconcertada.

—Sí, eso es lo que me han dicho. En verdad agradezco esta oportunidad —respondió Arantza.

—M-Mamá, ¿podemos hablar… en privado? —solicitó Lenya.

—Señorita Bernal, espera afuera —ordenó, a lo que Arantza asintió con la cabeza y salió de la oficina.

—Mamá, ¿porqué no me mencionaste nada de esto? —cuestionó, confundida.

—¿A qué viene ese reproche? Jamás tuve la obligación de darte explicaciones acerca de mis decisiones, Lenya —estableció.

—N-No es un reproche… —replicó—. Simplemente no entiendo porqué la asignaste como mi ayudante.

—Lo hice porque en estos últimos tiempos estuviste saturada de trabajo.

—Nunca me he quejado, puedo hacerlo sola…

—Lenya, no seas testaruda. Siempre tengo una razón por la cual hago las cosas, tú solo debes aceptarlo sin rechistar —aseveró—. Mañana me iré de viaje, será por negocios. Dejaré la empresa en manos de Leónidas, el director ejecutivo. Mi viaje durará dos meses, y en ese lapso, Leónidas y tú trabajarán juntos. Es probable que tengan mucho más trabajo de lo habitual, es por ello que necesitas una ayudante. Tú debes guiar a esa muchacha y enseñarle todo lo que debe saber para que te sea útil. Si te resulta inservible, puedes despedirla.

—Sí, señora… —la joven suspiró resignada y salió del despacho, encontrándose nuevamente con Arantza, quien estaba sentada y masajeándose uno de sus pies.

—Agh, este zapato va a matarme… —murmuró, pero Lenya alcanzó a oírla.

—Si no puedes con esos zapatos, ¿cómo pretendes ser de ayuda aquí? —regañó.

—Eh, pensé que lo que le importaba a la empresa era mi capacidad. ¿Acaso me equivoqué? —ladeó la cabeza.

Aquel comentario no fue un ataque, pero Lenya lo percibió de esa manera. Por lo tanto, frunció el ceño y se mostró enfadada. Desde que la vio con los pies descalzos, hubo algo que no le agradó de esa chica, pero no entendía qué era lo que específicamente le inquietaba.

—Estás en una empresa de cosméticos, la apariencia es muy importante en este sitio, además de tu eficiencia —aclaró.

—Ah, tienes razón. No lo había pensado de ese modo —se colocó de nuevo el zapato y se levantó para dar unos pasos hacia ella—. Entonces, ahora estoy en tus manos. Será un placer trabajar contigo —extendió la mano con la intención de estrechar la de Lenya, pero ella no correspondió a dicha acción.

—Seré tu mentora y tu jefa, no es apropiado que me tutees —aseveró.

—Lo siento, señorita —bajó la mano que había quedado en el aire—. ¿Qué haremos primero?

—Hoy no haremos mucho. Te enseñaré la empresa y cada sector para que puedas empezar a familiarizarte. También te explicaré sobre el código de vestimenta —expuso—. Concéntrate en recordar cada cosa que te diga y prepárate, pues mañana empezará el verdadero trabajo.

Las dos comenzaron a caminar e hicieron un recorrido por las secciones. Lenya le presentó al director ejecutivo y a los gerentes que dirigían cada departamento, siendo el de ventas el último.

—Él es Nicolás, el gerente del departamento de ventas —señaló la joven—. Probablemente se encuentren seguido ya que cada día necesito el informe de los números.

—Hola, mi nombre es Arantza Bernal —reveló.

—Un gusto —respondió, tajante—. Señorita Parodi, he oído que la presidenta viajará mañana por negocios. ¿Es así?

—Sí, estará ausente durante dos meses —estableció.

—¿Dos meses? Qué bueno… —murmuró, formándose una sonrisa juguetona en sus labios, lo cual dio un escalofrío a Arantza. Había notado en ese instante que Nicolás no le sacaba los ojos de encima a Lenya, lo que la llevó a pensar que quizás estaba interesado en ella.

Sin embargo, no estaba en posición de hacer comentarios al respecto. ¿Y si, en realidad, ambos sostenían un romance secreto? No quería meter la pata en su primer día de trabajo.

Al caer la noche, las puertas de Hidden Beauty se cerraron y todos se marcharon para su casa. En lo que Lenya conducía su coche, vio desde la distancia a Arantza en la parada de autobús.

Algo dentro de sí le insistió para que se acercara y se ofreciera a llevarla a casa, pero decidió ignorar esa sensación y siguió su rumbo.

En la mañana siguiente, luego de dejar a su madre en el aeropuerto, se dirigió a la empresa. Al situarse en el último piso, se encontró con Arantza, quien ya la estaba esperando.

—¡Señorita! —exclamó, aproximándose a ella, otra vez con los pies descalzos.

—¿Dónde están tus zapatos? —refunfuñó.

—¡Ah! —volvió a donde los había ubicado para ponérselos—. Lo siento mucho, solo me los quité mientras la esperaba…

—No puedes hacer lo que te plazca. Si alguien más te ve sin tus zapatos, pensarán que los funcionarios de aquí no son estrictos y dañarás nuestra reputación —reprendió.

—Eh… ¿así de exageradas son las cosas en este lugar? —se sobó la nuca.

Lenya la escrutó irritada y caminó hasta Arantza para clavarle el torso con el dedo índice.

—Escucha, en "este lugar" hay ciertas normas que debes cumplir. Si no puedes con ello, puedes largarte por donde viniste —rezongó.

Arantza no era una muchacha que se dejaba intimidar con facilidad, así que solo permaneció mirándola con un semblante impasible. Además, que una chica de su misma edad y estatura buscara aterrorizarla, solo le resultaba gracioso. Con ese cabello enrulado y el vestido estampado que le daba un aspecto tan juvenil, parecía una niña malcriada echando chispas por doquier.

La joven sonrió y tomó el dedo de Lenya, el cual aún le hincaba en el pecho.

—No era mi intención sonar despectiva, no tiene por qué enfadarse tanto —manifestó.

Lenya se congeló ante aquel inesperado toque, percibiendo la aspereza de la mano de Arantza. Sin embargo, a pesar de la rugosidad de su palma, sintió la calidez que esta persona transmitía.

Se zafó rápidamente de su agarre y se aclaró la garganta.

—T-Tenemos que ir a la oficina del director ejecutivo —indicó.

—De acuerdo. Vamos —replicó Arantza.

Al dirigirse a la oficina de Leónidas, Lenya conversó con él durante un rato. Debido a que la presidenta se hallaba de viaje, toda la carga de trabajo caía sobre los hombros del director, así que necesitaba toda la asistencia posible.

Arantza y Lenya regresaron al último piso, colocando en el escritorio de asistente un montón de papeles que debían examinar para luego archivarlas. Luego, Lenya pidió a Arantza que hiciera unas copias.

Veinte minutos después de que se fue, Arantza aún no volvía. Lenya la esperaba agitando la pierna derecha y mirando el reloj que colgaba en la pared.

«¿Porqué se está demorando tanto? ¿Acaso se perdió?» rechistó en su interior.

Tras otros minutos más, chasqueó la lengua y se levantó de su asiento, enojada por tener que ir a buscarla.

Al llegar al sector en donde se encontraba la fotocopiadora, la vio frente a la máquina, conversando amenamente con una empleada.

—¡Oye! —exclamó, dando un sobresalto a ambas y aproximándose a ellas—. ¿Por esto te estabas tardando? ¿Por ponerte a socializar con los funcionarios?

—No es lo que piensa —respondió Arantza con calma, a lo que la otra empleada se alejó de la escena, dando pasos veloces para no verse involucrada—. No sabía cómo usar la fotocopiadora, así que le pedí a esa mujer que me lo explicara.

—Tardaste casi media hora solo para hacer copias de unos cuantos papeles —apuntó—. No lo entiendo, ¿qué tienen en la cabeza los del departamento de recursos humanos? Desde que te vi sin tus zapatos supe que eres una persona que no toma en serio sus responsabilidades. Solo me haces perder el tiempo —le dio la espalda y empezó a caminar para entrar en el elevador.

Arantza frunció el ceño y fue tras ella, con los papeles en sus manos.

—No tiene necesidad de ser tan grosera, no hice nada malo —señaló.

—¿No se suponía que viniste para demostrar tu capacidad? —reclamó, entrando al ascensor—. No tengo ninguna expectativa sobre ti y aún así me decepcionas.

—¿Disculpe? ¡Es mi segundo día de trabajo! ¡No tengo idea de cómo es el funcionamiento de la empresa! —reprochó, colocándose a su costado, a lo que las puertas del elevador se cerraron.

—Esfuérzate. Si sigues así, en una semana te quedarás sin empleo —advirtió.

—Pues perdóneme por no haber nacido sabiendo usar la fotocopiadora —manifestó, sarcástica.

—Eres muy respondona, ¿lo sabías? Con esa actitud no durarás en ningún lugar —se cruzó de brazos.

—Lamento no ser tan condescendiente —gesticuló con sorna.

—Debería despedirte de una vez, sin embargo, te tendré piedad y te daré una segunda oportunidad —las puertas se abrieron y bajó en el último piso—. Me deberás un favor.

—Señorita —pronunció Arantza, acomodando los papeles sobre el escritorio—. Yo en verdad necesito este trabajo, pero si no le agrado en absoluto y tiene pensado despedirme, hágalo ahora. No me quedaré en donde me detestan.

Lenya incrustó la vista en la muchacha y se mantuvo observándola durante un rato. Estaba acostumbrada a que los demás la alabaran falsamente a pesar de su carácter seco, solo para obtener algún beneficio.

Pero, esta chica se mostraba exactamente como era, sin temor alguno. Era la primera vez que se cruzaba con alguien así, lo cual significaba una cosa: Arantza no pertenecía al mundo que Lenya conocía, por esa razón era tan diferente del resto.

En ese momento, nació en su interior una curiosidad abrumadora. Arantza no le agradaba, pero al mismo tiempo, había algo en ella que le intrigaba.

—Olvídalo… —dijo, en un tono calmado que sorprendió a la joven, quien esperaba su inevitable despido.

—¿Siempre es así de voluble? —arqueó una ceja, dedicándole una sonrisa torcida—. Me costará acostumbrarme, pero creo que por una jefa bonita vale la pena intentarlo —declaró.

—¿Je-Jefa bonita? —resaltó Lenya—. ¿Te burlas de mí?

—No me malinterprete, solo estoy siendo completamente honesta. Aún si me despidiera, seguiría pensando que es bonita —se encogió de hombros—. ¿Seguimos trabajando? —tomó los papeles y comenzó a revisarlos.

Lenya se quedó inmóvil en su sitio, en lo que sus mejillas empezaron a calentarse debido al rubor. ¿Cómo puede decir ese tipo de cosas con tanta tranquilidad?

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