Temprano en la mañana, la joven subió a su coche para dirigirse a Hidden Beauty. No iba con su madre porque le había pedido que la dejara conducir su propio auto, y Carla accedió.
Al llegar, subió al último piso en el que se hallaba la oficina de su madre, en donde encontró a una persona sentada en una de las sillas de espera. No era alguien fuera de lo común, pero lo que llamó su atención fue que tenía los pies descalzos.
Su pelo oscuro como el azabache era bastante corto, tenía un corte masculino y su flequillo caía sobre su frente, traía puesta una camisa blanca y una falda elegante. Sus atributos no destacaban. Si no fuera por la falda, habría pensado que se trataba de un chico.
La muchacha se percató de que alguien la observaba, así que fijó la mirada en la pelirroja, pero Lenya desvió la vista rápidamente y caminó hasta la puerta de la oficina para dar un par de ligeros golpes, procurando ignorar la presencia de la chica de los pies descalzos.
Finalmente, su curiosidad fue mayor e intentó mirarla de reojo, pero en una cuestión de segundos, la joven se levantó de su silla para situarse justo al costado de Lenya.
—Wow, tu cabello… es impresionante —manifestó, con una mirada grisácea y penetrante—. ¿Es natural?
Lenya se quedó paralizada en lo que la desconocida la analizaba. No era muy buena comunicándose con los demás debido a que había sido educada en casa, así que no supo cómo reaccionar ante la inesperada cercanía de la muchacha.
—¿Q-Quién… eres tú? —cuestionó, retrocediendo unos pasos.
—Me llamo Arantza Bernal, desde hoy empezaré a trabajar aquí —dijo con confianza. Su voz era calmada y levemente gruesa, y a pesar de la ropa elegante que llevaba puesta, su actuar no era para nada femenino—. Eres la hija de la señora Parodi, ¿cierto? Te pareces bastante a ella…
«¿Porqué me tutea?» pensó Lenya con disgusto. No estaba acostumbrada a que los demás la trataran con tanta familiaridad, ya que siempre era muy distante.
En ese momento, la puerta se abrió.
—Ah, me alegra que ya se hayan conocido. Pasen —invitó Carla y regresó a su escritorio.
Lenya estaba a punto de entrar, pero se quedó observando la forma en que Arantza corrió hacia la silla en donde estaba sentada y se puso rápidamente los zapatos, para luego volver.
—Por favor, no me delates… —le susurró, bridándole una sonrisa cómplice. Después, cruzó el umbral.
Lenya la miró con rareza y cerró la puerta, acercándose al escritorio.
—Buenos días, señorita Bernal —saludó Carla—. Asumo que recursos humanos ya te explicó cuál será tu función en esta empresa.
—Buenos días, señora Parodi —expresó con seriedad—. Sí, así es.
—Confío en el criterio de ese departamento, así que estoy segura de que si te eligieron a ti es porque tienes lo que se necesita para cumplir con las responsabilidades que se te asignará —declaró—. A partir de hoy, trabajarás como la ayudante de mi hija.
Lenya incrustó la vista en su madre, con una expresión de asombro.
—¿C-Cómo? —agregó, desconcertada.
—Sí, eso es lo que me han dicho. En verdad agradezco esta oportunidad —respondió Arantza.
—M-Mamá, ¿podemos hablar… en privado? —solicitó Lenya.
—Señorita Bernal, espera afuera —ordenó, a lo que Arantza asintió con la cabeza y salió de la oficina.
—Mamá, ¿porqué no me mencionaste nada de esto? —cuestionó, confundida.
—¿A qué viene ese reproche? Jamás tuve la obligación de darte explicaciones acerca de mis decisiones, Lenya —estableció.
—N-No es un reproche… —replicó—. Simplemente no entiendo porqué la asignaste como mi ayudante.
—Lo hice porque en estos últimos tiempos estuviste saturada de trabajo.
—Nunca me he quejado, puedo hacerlo sola…
—Lenya, no seas testaruda. Siempre tengo una razón por la cual hago las cosas, tú solo debes aceptarlo sin rechistar —aseveró—. Mañana me iré de viaje, será por negocios. Dejaré la empresa en manos de Leónidas, el director ejecutivo. Mi viaje durará dos meses, y en ese lapso, Leónidas y tú trabajarán juntos. Es probable que tengan mucho más trabajo de lo habitual, es por ello que necesitas una ayudante. Tú debes guiar a esa muchacha y enseñarle todo lo que debe saber para que te sea útil. Si te resulta inservible, puedes despedirla.
—Sí, señora… —la joven suspiró resignada y salió del despacho, encontrándose nuevamente con Arantza, quien estaba sentada y masajeándose uno de sus pies.
—Agh, este zapato va a matarme… —murmuró, pero Lenya alcanzó a oírla.
—Si no puedes con esos zapatos, ¿cómo pretendes ser de ayuda aquí? —regañó.
—Eh, pensé que lo que le importaba a la empresa era mi capacidad. ¿Acaso me equivoqué? —ladeó la cabeza.
Aquel comentario no fue un ataque, pero Lenya lo percibió de esa manera. Por lo tanto, frunció el ceño y se mostró enfadada. Desde que la vio con los pies descalzos, hubo algo que no le agradó de esa chica, pero no entendía qué era lo que específicamente le inquietaba.
—Estás en una empresa de cosméticos, la apariencia es muy importante en este sitio, además de tu eficiencia —aclaró.
—Ah, tienes razón. No lo había pensado de ese modo —se colocó de nuevo el zapato y se levantó para dar unos pasos hacia ella—. Entonces, ahora estoy en tus manos. Será un placer trabajar contigo —extendió la mano con la intención de estrechar la de Lenya, pero ella no correspondió a dicha acción.
—Seré tu mentora y tu jefa, no es apropiado que me tutees —aseveró.
—Lo siento, señorita —bajó la mano que había quedado en el aire—. ¿Qué haremos primero?
—Hoy no haremos mucho. Te enseñaré la empresa y cada sector para que puedas empezar a familiarizarte. También te explicaré sobre el código de vestimenta —expuso—. Concéntrate en recordar cada cosa que te diga y prepárate, pues mañana empezará el verdadero trabajo.
Las dos comenzaron a caminar e hicieron un recorrido por las secciones. Lenya le presentó al director ejecutivo y a los gerentes que dirigían cada departamento, siendo el de ventas el último.
—Él es Nicolás, el gerente del departamento de ventas —señaló la joven—. Probablemente se encuentren seguido ya que cada día necesito el informe de los números.
—Hola, mi nombre es Arantza Bernal —reveló.
—Un gusto —respondió, tajante—. Señorita Parodi, he oído que la presidenta viajará mañana por negocios. ¿Es así?
—Sí, estará ausente durante dos meses —estableció.
—¿Dos meses? Qué bueno… —murmuró, formándose una sonrisa juguetona en sus labios, lo cual dio un escalofrío a Arantza. Había notado en ese instante que Nicolás no le sacaba los ojos de encima a Lenya, lo que la llevó a pensar que quizás estaba interesado en ella.
Sin embargo, no estaba en posición de hacer comentarios al respecto. ¿Y si, en realidad, ambos sostenían un romance secreto? No quería meter la pata en su primer día de trabajo.
Al caer la noche, las puertas de Hidden Beauty se cerraron y todos se marcharon para su casa. En lo que Lenya conducía su coche, vio desde la distancia a Arantza en la parada de autobús.
Algo dentro de sí le insistió para que se acercara y se ofreciera a llevarla a casa, pero decidió ignorar esa sensación y siguió su rumbo.
En la mañana siguiente, luego de dejar a su madre en el aeropuerto, se dirigió a la empresa. Al situarse en el último piso, se encontró con Arantza, quien ya la estaba esperando.
—¡Señorita! —exclamó, aproximándose a ella, otra vez con los pies descalzos.
—¿Dónde están tus zapatos? —refunfuñó.
—¡Ah! —volvió a donde los había ubicado para ponérselos—. Lo siento mucho, solo me los quité mientras la esperaba…
—No puedes hacer lo que te plazca. Si alguien más te ve sin tus zapatos, pensarán que los funcionarios de aquí no son estrictos y dañarás nuestra reputación —reprendió.
—Eh… ¿así de exageradas son las cosas en este lugar? —se sobó la nuca.
Lenya la escrutó irritada y caminó hasta Arantza para clavarle el torso con el dedo índice.
—Escucha, en "este lugar" hay ciertas normas que debes cumplir. Si no puedes con ello, puedes largarte por donde viniste —rezongó.
Arantza no era una muchacha que se dejaba intimidar con facilidad, así que solo permaneció mirándola con un semblante impasible. Además, que una chica de su misma edad y estatura buscara aterrorizarla, solo le resultaba gracioso. Con ese cabello enrulado y el vestido estampado que le daba un aspecto tan juvenil, parecía una niña malcriada echando chispas por doquier.
La joven sonrió y tomó el dedo de Lenya, el cual aún le hincaba en el pecho.
—No era mi intención sonar despectiva, no tiene por qué enfadarse tanto —manifestó.
Lenya se congeló ante aquel inesperado toque, percibiendo la aspereza de la mano de Arantza. Sin embargo, a pesar de la rugosidad de su palma, sintió la calidez que esta persona transmitía.
Se zafó rápidamente de su agarre y se aclaró la garganta.
—T-Tenemos que ir a la oficina del director ejecutivo —indicó.
—De acuerdo. Vamos —replicó Arantza.
Al dirigirse a la oficina de Leónidas, Lenya conversó con él durante un rato. Debido a que la presidenta se hallaba de viaje, toda la carga de trabajo caía sobre los hombros del director, así que necesitaba toda la asistencia posible.
Arantza y Lenya regresaron al último piso, colocando en el escritorio de asistente un montón de papeles que debían examinar para luego archivarlas. Luego, Lenya pidió a Arantza que hiciera unas copias.
Veinte minutos después de que se fue, Arantza aún no volvía. Lenya la esperaba agitando la pierna derecha y mirando el reloj que colgaba en la pared.
«¿Porqué se está demorando tanto? ¿Acaso se perdió?» rechistó en su interior.
Tras otros minutos más, chasqueó la lengua y se levantó de su asiento, enojada por tener que ir a buscarla.
Al llegar al sector en donde se encontraba la fotocopiadora, la vio frente a la máquina, conversando amenamente con una empleada.
—¡Oye! —exclamó, dando un sobresalto a ambas y aproximándose a ellas—. ¿Por esto te estabas tardando? ¿Por ponerte a socializar con los funcionarios?
—No es lo que piensa —respondió Arantza con calma, a lo que la otra empleada se alejó de la escena, dando pasos veloces para no verse involucrada—. No sabía cómo usar la fotocopiadora, así que le pedí a esa mujer que me lo explicara.
—Tardaste casi media hora solo para hacer copias de unos cuantos papeles —apuntó—. No lo entiendo, ¿qué tienen en la cabeza los del departamento de recursos humanos? Desde que te vi sin tus zapatos supe que eres una persona que no toma en serio sus responsabilidades. Solo me haces perder el tiempo —le dio la espalda y empezó a caminar para entrar en el elevador.
Arantza frunció el ceño y fue tras ella, con los papeles en sus manos.
—No tiene necesidad de ser tan grosera, no hice nada malo —señaló.
—¿No se suponía que viniste para demostrar tu capacidad? —reclamó, entrando al ascensor—. No tengo ninguna expectativa sobre ti y aún así me decepcionas.
—¿Disculpe? ¡Es mi segundo día de trabajo! ¡No tengo idea de cómo es el funcionamiento de la empresa! —reprochó, colocándose a su costado, a lo que las puertas del elevador se cerraron.
—Esfuérzate. Si sigues así, en una semana te quedarás sin empleo —advirtió.
—Pues perdóneme por no haber nacido sabiendo usar la fotocopiadora —manifestó, sarcástica.
—Eres muy respondona, ¿lo sabías? Con esa actitud no durarás en ningún lugar —se cruzó de brazos.
—Lamento no ser tan condescendiente —gesticuló con sorna.
—Debería despedirte de una vez, sin embargo, te tendré piedad y te daré una segunda oportunidad —las puertas se abrieron y bajó en el último piso—. Me deberás un favor.
—Señorita —pronunció Arantza, acomodando los papeles sobre el escritorio—. Yo en verdad necesito este trabajo, pero si no le agrado en absoluto y tiene pensado despedirme, hágalo ahora. No me quedaré en donde me detestan.
Lenya incrustó la vista en la muchacha y se mantuvo observándola durante un rato. Estaba acostumbrada a que los demás la alabaran falsamente a pesar de su carácter seco, solo para obtener algún beneficio.
Pero, esta chica se mostraba exactamente como era, sin temor alguno. Era la primera vez que se cruzaba con alguien así, lo cual significaba una cosa: Arantza no pertenecía al mundo que Lenya conocía, por esa razón era tan diferente del resto.
En ese momento, nació en su interior una curiosidad abrumadora. Arantza no le agradaba, pero al mismo tiempo, había algo en ella que le intrigaba.
—Olvídalo… —dijo, en un tono calmado que sorprendió a la joven, quien esperaba su inevitable despido.
—¿Siempre es así de voluble? —arqueó una ceja, dedicándole una sonrisa torcida—. Me costará acostumbrarme, pero creo que por una jefa bonita vale la pena intentarlo —declaró.
—¿Je-Jefa bonita? —resaltó Lenya—. ¿Te burlas de mí?
—No me malinterprete, solo estoy siendo completamente honesta. Aún si me despidiera, seguiría pensando que es bonita —se encogió de hombros—. ¿Seguimos trabajando? —tomó los papeles y comenzó a revisarlos.
Lenya se quedó inmóvil en su sitio, en lo que sus mejillas empezaron a calentarse debido al rubor. ¿Cómo puede decir ese tipo de cosas con tanta tranquilidad?
—¿Ir a una reunión? ¿Yo sola? —cuestionó Lenya con asombro, apuntándose a sí misma. Era de mañana cuando Leónidas le pidió que fuera a su oficina.—Puedes llevar a tu ayudante —estableció.—P-Pero… nunca fui a una reunión de negocios por mi cuenta… —dijo, agachando la cabeza para juguetear con sus dedos.—Sé que has acompañado a Carla en diversas ocasiones, debes conocer muy bien el protocolo —asumió—. Lenya, dentro de unos años serás la presidenta de Hidden Beauty, y es indispensable que una líder cuente con habilidades sociales. No puedes esconderte siempre detrás de tu madre, tienes que empezar a destacar por ti misma.Leónidas quería que Lenya asistiera a una reunión debido a que él ya se había comprometido con otra a la misma hora y ambas eran tan importantes que ninguna merecía ser cancelada.—E-Está bien, iré —accedió, sin estar del todo convencida.Al llegar el momento establecido, se dirigió a la reunión junto con Arantza, la cual se llevaría a cabo en el salón de una tienda
Una semana después, Arantza empezó a adaptarse a las reglas de la empresa y al carácter inconstante de su jefa.A decir verdad, soportar los desplantes de Lenya no era para nada complicado. Como provenía de una familia en donde reinaba la violencia y la comunicación se daba a los gritos, trabajar como ayudante de la heredera era el momento más pacífico de su día.Los zapatos con tacones altos seguían siendo su mayor enemigo, así que siempre se los quitaba a escondidas para masajearse los pies. También le raspaban los talones y, por esa razón, la zona permanecía roja. No estaba acostumbrada a usarlos durante tantas horas, pero se esforzaba por adecuarse ya que debía cumplir con el código de vestimenta (camisa blanca con mangas largas, junto con una falda beige y zapatos del mismo color).En un par de veces, Lenya le entregó unos apósitos para que pudiera colocárselos en los talones, gesto que sorprendió a Arantza. Procuraba no quejarse de las molestas heridas delante de ella, pero no s
Lenya pestañeó repetidamente y el aire se atascó en su interior, sintiéndose abrumada por la osadía de Arantza. Estaba tan cerca que podía percibir el suave aroma de la colonia que la rodeaba, lo cual la paralizó.Sin embargo, en cuestión de segundos, se recuperó de la impresión y la empujó ligeramente para apartarla.—¡Aléjate! —exclamó—. ¡¿Qué crees que estás haciendo?!—Ah, es que… descubrí que tiene un par de hoyuelos —expuso—. Nunca sonríe, así que no me había dado cuenta.—¿Y qué con eso? No es nada del otro mundo —refunfuñó.—Pero en usted lucen sensacionales —agregó Arantza, entusiasmada.—D-Déjate de tonterías…—Quiere hacerse la dura, pero se está sonrojando —le apuntó a la cara.—¡Suficiente! Hemos perdido demasiado tiempo hablando de cosas sin sentido —riñó—. Sigamos trabajando.Arantza soltó una risita y regresó a su posición para ordenar unos documentos. Mientras tanto, Lenya procuró recuperarse de lo que había sucedido recientemente. Su corazón palpitó con intensidad y
En la mañana siguiente, mientras Lenya y Arantza trabajaban en el último piso, las puertas del elevador se abrieron, dejando pasar a Nicolás. El hombre caminó hasta el escritorio y saludó a las muchachas.—Buenos días, señoritas —articuló educadamente.—B-Buenos días, gerente… —alegó Arantza, escrutándolo atónita, pues nadie podía subir a ese piso sin autorización a menos que fuera por un asunto muy importante.—¿Porqué no estás en tu puesto, Nicolás? —reclamó Lenya, ahorrándose las formalidades.—Necesito hablar contigo. ¿Me darías un segundo? —solicitó.—Lo que sea puedes decírmelo aquí y ahora —señaló, imponente.—Debe… ser en privado —dijo, mirando de reojo a Arantza—. Por favor.La ayudante captó la indirecta, así que se puso de pie.—Yo me iré al baño en lo que ambos conversan…—Tú no te irás a ninguna parte, Araceli —ordenó.—S-Señorita, no me llamo Araceli... —resaltó Arantza.—Siéntate —apuntó a la silla, ignorando sus palabras e incrustando los ojos en el gerente—. No entien
Lenya se paralizó ante dicho cuestionamiento, para después girar lentamente hacia ella.¿Lástima? ¿En verdad aquel sentimiento que se había originado en su alma era algo tan simple como eso? ¿Lo estaba haciendo porque sentía compasión?No. Definitivamente, esa no era la razón. No lo sabía con exactitud, se suponía que no le agradaba así que no comprendía muy bien por qué quería ser amable con Arantza, pero no lo hacía por lástima.—¿Piensas que esto se trata de una obra de caridad? —articuló Lenya, con el semblante inalterable—. El celular no es un obsequio de mi parte, te estoy proporcionando un instrumento de trabajo, al igual que la laptop. Esa la aceptaste sin problemas, ¿cierto?—Pero, la laptop es de la empresa, no me la llevo a mi casa…Lenya lanzó un suspiro y se aproximó a ella.—¿A qué le temes? ¿Tienes miedo de que crea que te estás aprovechando de mí?—N-No es eso…—Y ya te he dicho que no te lo descontaré de tu salario, así que… ¿qué otra excusa pondrás para no acatar mis
Mientras conducía, Lenya analizó si debía comentarle a su madre lo ocurrido, pero luego de pensarlo mucho, decidió no hacerlo, pues no quiso mezclar lo personal con lo laboral. Nicolás era muy bueno manejando el departamento de ventas, y si Carla se enteraba de que trató de cortejar a su hija en su ausencia, probablemente lo despediría sin dudarlo.Lenya llegó a su casa y repitió su rutina habitual. Después de darse un baño, se tumbó en la cama y procuró olvidar el incómodo episodio que vivió con el gerente, hasta que consiguió que las imágenes de ese momento fuesen reemplazadas por otros recuerdos.La sonrisa de Arantza al contemplar el celular que le había comprado sacudió la mente de Lenya de manera repentina y la intranquilidad que acongojaba su corazón se disipó.La joven tomó su móvil, buscó el contacto de su ayudante y permaneció contemplando la pantalla durante un largo rato. Finalmente, se armó de valor para hacerle una llamada.Arantza se hallaba recostada entre las sábanas,
Arantza solo podía pensar en una cosa: Necesitaba ver a Lenya y disculparse por lo que le había ocurrido al teléfono móvil. Parecía tonto, pero no podía sacárselo de la cabeza. Además, le había prometido que lo cuidaría y no lo cumplió, así que la culpa le corroía las entrañas.Asumió que Lenya definitivamente se enfadaría luego de ver el celular con la pantalla hecha añicos, por lo tanto, quería enfrentarla esa misma noche o no podría conciliar el sueño.Estaba molesta con su familia. Amaba a su madre y, en el pasado, amó a su padre. Eran felices hasta que él lo arruinó y le enojaba que Indira lo defendiera tanto. No le importaba mucho ser pobre porque tenía la esperanza de que sus circunstancias económicas mejoraran, sin embargo, reparar una familia tan destruida como la suya era un sueño muerto.«Por favor, que la señorita aún se encuentre en la empresa…» rogó, dirigiéndose a Hidden Beauty en autobús, con tan solo una playera y unos shorts.Tras llegar a la parada, bajó del transpo
A Lenya le resultó extraño que Nicolás haya ido a su casa ya que no lo había invitado y ni siquiera se había presentado a trabajar en la empresa ese día, dejando a su secretario como su reemplazo.Lenya colocó el móvil en la pequeña mesa que se encontraba en el centro de la sala y se dirigió a la entrada para abrir el portón.—Nicolás —articuló con un tono de regaño—. ¿Qué se supone que haces en mi casa?—Lenya… —soltó, en lo que el fuerte aliento a alcohol golpeó el olfato de la joven—. Lenya, mi chica preferida… —se aproximó a ella y la envolvió con los brazos.—¡Oye! ¡¿Cuál es tu problema?! —reprochó—. ¡Aléjate de mí!—Lenyaaaa —gimoteó—. Dime, Lenya. ¿Qué tengo que hacer para gustarte?—¡Mira nada más lo borracho que estás! ¡No tienes respeto por nadie! ——vociferó, empujándolo para apartarlo—. ¡Lárgate de aquí!Nicolás frunció el ceño y cierta ira invadió su interior, lo que hizo que se acercara nuevamente para tomarla de los hombros y empezar a sacudirla con agresividad.—¡¿Porqu