Esa noche es la primera vez que duermo con facilidad en varias semanas y quizás sea la razón más lógica por la cual, en la próxima mañana, despierto una hora antes de que mi celular comience a aturdirme. Cuando finalmente la alarma suena, ya me encuentro saliendo del baño con una toalla oscura que rodea mi cuerpo húmedo y mi pelo cayéndome en la espalda sin dejar de derramar gotas que producen un breve clic al tocar el suelo.
Luego de arreglarme y vestir un pantalón negro con roturas en las rodillas, remera blanca estampada y botas negras, abandono la habitación llevándome también una campera de cuero negro colgando de mi brazo.
De camino hacia las escaleras, visualizo el reloj ubicado en una de las paredes del pasillo y sus manijas clavadas en el número 8. Maldigo por dentro y me odio a mí misma por haber tardado tanto y la imagen de Rafael esperándome impaciente me enfurece el doble. Acelero el paso hasta llegar a las escaleras y desciendo a gran velocidad.
En el momento de abrir la puerta una voz femenina me detiene.
- ¿No llegás tarde vos?
Trago saliva, volteándome.
Emily: Entro tarde.
Luisa (levanta las cejas): ¿Qué ahora se va a la facultad sin mochila?
Su tono irónico comienza a tentarme.
Emily: ¿Podemos hacer como si no hubieses visto nad...
Luisa (me interrumpe): ¿A dónde vas?
Abro la boca para hablar y vuelve a interrumpirme.
Luisa: No mejor no digas nada, no quiero ser tu cómplice.
Suelto una breve risa para luego acercarme y darle un abrazo acompañado de un sentido beso en la mejilla derecha.
Luisa: Las cosas con tu papá están mejorando, ¿hace falta seguir con estos caprichos?
Dice en un tono tan calmado y comprensivo que por un momento pienso que sabe más de mi vida y me entiende más que mi propia madre, detalle que no sé si debería entristecerme o ponerme feliz.
Emily: Las dos sabemos que las cosas nunca van a mejorar. Él no quiere ceder y está bien, es su personalidad. El problema es que por más que yo no lo soporte, somos casi iguales. Y si él es caradura...yo puedo ser eso y el doble.
Noto la pesadez y seriedad de mis últimas palabras al pronunciarlas, la mirada de Luisa delata su pequeña decepción que se lleva de mi persona. Toma aire y cuando menos me lo espero, vuelve a hablar.
Luisa: Hace más de 20 años que trabajo acá y estas cosas siempre fueron algo normal en esta casa, siempre le quisiste llevar la contra a tu papá y Marco hizo la inversa. Pero esta vez es...(suspira) sos diferente, estás distinta, no sé. Es como si no quisieras provocarlo sino solo ser feliz. La sonrisa que tenías cuando bajabas recién no la vi desde que eras así (señala con la palma de la mano una altura de menos de un metro). Ya sé que se supone que tendría que decirte que no vayas pero... si ese chico de verdad te hace feliz (hace una pausa y me mira fijamente a los ojos) andá y sé feliz.
No dudo en rodearla en brazos apenas termina de hablar y percibo un extraño nudo en la garganta. Me contengo para no derramar lágrimas y permanezco así por un largo rato. Cuando me separo veo sus ojos vidriosos.
Luisa: Esa es la sonrisa que quiero ver.
Luego de mil vueltas que me atrasan el doble de lo que ya llevo, me despido de ella escuchando un "Otra en mi lugar no te cubriría" antes de cerrar la puerta detrás de mí.
En el transcurso del viaje, en el que el chofer parece ser un muñeco inflado inexistente que solo se limita a girar el volante, la amplia sonrisa no se borra de mi rostro mientras observo las saturadas veredas de la metrópoli por la mañana. Las palabras de Luisa resuenan en mi cabeza constantemente como aquella canción que escuchás antes de dormir y luego no se te despega de la mente en horas. Me cuesta creer que alguien haya cambiado tan notablemente mi vida, alguien tan indiferente e ignorado para los de mi clase y a la vez increíblemente especial para mí. Las palabras de Luisa no solo me emocionan sino también me dan mayor coraje a lograr lo que me propuse y eso hace que cada minuto que paso en el asiento de ese auto me parezca intolerante y agotador.
Cuando el vehículo se detiene, admito no tener esperanza alguna de verlo. Es prácticamente absurdo que me esperara más de media hora y ya pasaron casi 45 minutos. Le comunico al chofer que espere y abandono el auto, encontrándome con la fría brisa otoñal del exterior. Cruzo la calle sumando la campera de cuero a mi cuerpo y tiro la puerta de vidrio hacia mí, entrando en un ambiente que se contrapone plenamente al de afuera. El aroma de café y dulces despierta mis sentidos.
Avanzo un par de pasos entre las mesas vacías, cada vez más convencida de mi suposición hasta llegar al fondo del café y suelto un suspiro de impotencia e indignación. Me muerdo el labio tan brutalmente que percibo el sabor de la sangre en mi boca. Me doy la vuelta aceptando haber perdido quizás la última chance de recuperar a Rafael y choco contra el pecho de alguien. El desconocido cuyo rostro aún no vi me sobrepasa en altura y me sostiene de los brazos emitiendo un pequeño quejido.
- ¿Llegás tarde y encima te vas sin verme? Que feo lo tuyo.
El tono irónico de su voz y su mirada, en la cual la picardía parece ocupar el papel principal me confunden a tal punto de querer hablar, pero no lograrlo por haberme perdido entre mis pensamientos.Ya ni sé si la poca distancia que hay entre los dos debería considerarse como ventaja o todo lo contrario.Él, al no recibir ninguna reacción ni respuesta de mi parte, frunce el ceño, desentendido.Rafael: ¿Te pasa algo? Parece que viste un fantasma.Pregunta aun sosteniéndome por los hombros.Emily: No...bah, si...Rafael (interrumpe, soltándome bruscamente): Bueno che, capaz estoy un poco despeinado pero...(gira y se mira en la cafetera enorme que refleja su rostro y comienza a tocarse el pelo perfectamente arreglado)...¿tan directa ibas a ser?Emily (me muerdo el labio): ¿Tu sarcasmo no tiene frenos no?Al escucharme, deja de mirarse y se voltea.<
Rafael: Emily.Insiste, retomando su tono preocupado.Rafael: ¿Qué te pasa?Emily: Nada.Rafael: ¿Querés salir afuera o algo?Me ahorro la respuesta cuando una muchacha de baja estatura se aproxima a la mesa con un pequeño anotador en mano y una bandeja negra bajo el brazo. Escucho a Rafael hablando con ella, pero no presto atención. Cuando levanto la vista y no visualizo más a la joven desconocida, supongo que él habrá pedido algo por los dos.Rafael: Veo que se te fueron los nervios.Emily: No estaba nerviosa.Rafael (ríe): Si, claro.Levanto las cejas.Rafael: Cuando estás nerviosa te ponés pálida y no podés hablar.Exclama sin mirarme, mientras toquetea los sobres de azúcar que se encuentran en un pequeño canasto de paja sobre la mesa, como si lo que dijera fuese un poema estudiado de memoria.
El cambia la dirección de sus ojos, apuntándolos al lado contrario del pasillo donde una familia de muchos integrantes sigue los pasos acelerados de un médico, insistiéndole algo que no se llega a escuchar con claridad. Tras varios metros sin ceder, finalmente el hombre de bata blanca detiene su caminata rápida y se voltea hacia la muchedumbre. Suspira y parece estar comunicándoles algo. En solo instantes, la expresión de la chica (que parecía ser la que dirigía al grupo) cambia y aquel rostro preocupado se transforma en el marco de un llanto desgarrador.- Es el mismo doctor que trataba a mi mamá.La voz de Rafael me hace retomar la situación, recordándome que el aún permanece sentado a mi lado, que no soy la única que observa esa espantosa escena. Me asombra la coincidencia de que, según él, sea el mismo médico y estoy a punto
Y aquí vamos otra vez.Todo mi alrededor se diluye, pasando a un tercer plano, como si nos encontráramos en el interior de una burbuja trazada al contorno de nuestros cuerpos, similar a un escudo que los aparta de hasta la más mínima corriente de aire que corre afuera. Ya no escucho el ruido de las olas y la marea, toda mi consciencia se centra en él, solo él y el movimiento suave y lento de sus tibios labios.Jugar con su pelo se ha convertido en una costumbre que nunca me aburrirá por más que lo haga un millón de veces. Por otra parte, la presencia de sus manos en mi cintura me reconforta, haciéndome sentir...no sé si "protegida" sería la palabra adecuada, es algo indescriptible.Se me eriza la piel al sentir la presencia de algo frío que toca mis pies, por lo que me veo obligada a abrazar más a Rafael, con la esperanza de lograr dejar de tiritar gracias a eso, pe
Se me hace extraño poner un pie fuera de ese ascensor otra vez, al igual que me pasó un par de minutos antes cuando cruzaba la calle y visualicé aquel balcón (esta vez no tan iluminado por los rayos del sol). Todas esas sensaciones las cuales estoy forzada a transitar involuntariamente se deben a que la última ocasión en la que estuve en este lugar me marcó...y lo hizo de una forma imborrable. Haber venido con Samira y Analía (a la que conocía personalmente por primera y única vez), enterarme de que ella no solo se hospedaba aquí sino que también dormía en la habitación de Rafael y finalmente haberme topado con él con los ojos llenos de lágrimas, quién, sin siquiera tener la necesidad de usar palabra alguna me destrozó solo observándome (primero en el interior del departamento, luego en el ascensor y más tarde desde el mismísimo balc&oacu
Tardo varios segundos en procesar el sentido de sus palabras, rato durante el cual permanezco quieta, con los ojos fijos en el espejo, en cuyo interior mi reflejo me observa, repitiendo hasta el más mínimo e insignificante gesto que me propongo hacer.Entrecierro los ojos, como si eso hiciera que la comprensión de lo último que escuché lograra ser menos dificultosa o llevarme menos tiempo.Finalmente, cuando advierto que mi actitud no solo es inútil sino que también debe verse algo ridícula, desplego la mirada de aquella superficie de cristal y la apunto a Rafael, quien me mira luciendo una cara divertida.Imágenes de hechos anteriores se me vienen a la cabeza, pasando como un remolino por delante de mis ojos: muestras de cariño de parte de Analía, como lo acompañaba en el hospital, esa extraña relación familiar con la madre de él (que ya no es tan extra&ntil
Me veo obligada a abrir los ojos con extrema flojera cuando el irritante sonido de mi celular invade la habitación donde hasta ese momento reinaba la oscuridad y el silencio. Miro a mis lados, llegando a la conclusión de que no veré ni encontraré absolutamente nada en estas condiciones. Extiendo mi brazo hacia la mesa de luz y, tras varios intentos fallidos, finalmente enciendo la lámpara que yace allí, iluminando aunque sea un poco el lugar con una luz cálida y amarillenta.Diviso mi bolso sobre la silla que se encuentra a unos metros y abandono la cama evitando hacer ruido, acción cuyo logro me sorprende con lo torpe que soy. El excesivo brillo que emite la pantalla casi me deja ciega, obligándome a cerrar los ojos, para luego abrirlos uno por uno con desconfianza, como si esa luz me fuese a quemar al tener contacto con mi rostro."Samira: 3 llamadas perdidas, 5 mensajes no leídos." Leo en silencio
Aquella sonrisa cínica con la que me observaba mientras bailábamos en la fiesta de mi prima se me viene a la mente, seguida del odio que se reflejaba en sus ojos y parecía querer estallar hacia afuera cuando me miraba apoyado en el marco de la puerta de su casa, viendo como yo lloraba contando los segundos para que las puertas del ascensor se cerraran y se llevaran esa imagen de él, reemplazándola por una textura oscura y gris, que no generaba nada más que apatía.Recordar esa escena y observar la expresión actual de su rostro hace que me cuestione sobre si acaso estoy viendo a la misma persona. ¿Quién es el real? ¿El Rafael superado que mostraba desinterés por mi llanto o aquel que me mira ahora con los ojos llenos de lágrimas al confesar que sus actitudes pasadas habían sido solo actuación? No tengo idea y lo que más duele es que s&e