Sigo atontada mirando al frente como si él siguiera ahí aunque desapareció de mi campo visual ya desde hace rato. No sé si habrá doblado al llegar al extremo de los arbustos, dirigiéndose nuevamente al interior de la casa o simplemente la habrá abandonado atravesando el portón abierto como lo hizo hace unas semanas. Tampoco sé porque me estoy preguntando esto si podría entrar y corroborarlo por mí misma. Por más que tenga mil dudas en mi mente, la verdad es que no quiero verlo ahora y confundirme otra vez.
Pierdo el tiempo caminando en el jardín con la tela negra del vestido cayendo bajo mis pies hasta que la voz de una gran multitud de gente llega a mis oídos y es cuando me doy vuelta, visualizando a un grupo grande de hombres formalmente vestidos que dan una pequeña caminata en la cual sus zapatos solo se encargan de pisar todo lo que tienen por delante. Su ignorancia y la falta de un cartel que diga "no pise el césped" me indignan y las horas de esfuerzo de Luisa con esas flores que ahora solo se aplastan ante mis ojos me obliga a morderme el labio de furia. Sé perfectamente que decirles algo no ayudará en nada, por lo que suspiro y me encamino hacia la entrada de la casa, harta de la clase social a la que pertenezco.
En la sala todo sigue más o menos igual que antes. Al no reconocer ningún rostro el ambiente comienza a aburrirme. Levantando un poco la tela de mi vestido, me dispongo a subir las escaleras. Cuando finalmente me encuentro en el segundo piso me dirijo al lugar donde mejor me siento en esta casa. Tras haber abierto la puerta me encuentro con una cara familiar mirándome con ironía desde la cama.
- Gracias por desaparecer y dejarme en banda eh.
Emily: Perdón (digo para voltearme a cerrar la puerta detrás de mi), estaba hablando con "ya sabés quien".
Samira: Me lo imaginé. ¿Y?
Emily: No sé, anda raro. Dice que no le pegó por celos.
Ríe, deslizando sus dedos sobre la tela que cubre mi cama.
Samira: Si, claro.
Emily: Parecía convincente que se yo.
Samira: Lo que no parecía convincente fue tu chape con Agustín. ¿Ahora se te da por ayudar a gente injunable o qué?
Emily: Fue para darle celos a él (suspiro) y terminó horrible.
Samira: Era de esperarse.
Emily: ¿Y Agustín dónde está?
Samira: Volvió a casa. Seguía sangrando un poco pero no se quiso quedar.
...
La fiesta termina antes de lo que me esperaba, ya que, al parecer mi padre lo había acordado así para que pudiera ir a la facultad a la mañana del día siguiente.
Si bien no vuelvo a bajar, sé que aproximadamente a las dos de la mañana la casa se vacía por completo debido a la ausencia de autos en la zona del enrejado que se aprecia desde mi balcón. La última en irse es Samira y poco más tarde ya me encuentro acostada mirando al techo, donde pequeñas formas geométricas se dibujan y se deshacen solas gracias a pequeñas franjas de luz que ingresan por la ventana e iluminan un poco el interior de esas cuatro paredes. Luego de permanecer un largo rato mirando el techo como una estatua, acepto el hecho de no poder dormir y que casualmente la causa de eso sea él y su notable ausencia en mi vida. Me asombra poder asumir que, con la orgullosa personalidad que tengo, la falta de un chico me duela, pero la costumbre de necesitar obtener todo lo que quiero me obliga a no encontrar mejor alternativa que confesarle lo que pasó.
Suelto un bufido extendiendo mi mano hasta la perilla del velador de la mesita de luz y lo enciendo, sentándome en mi lugar. Tomo el celular y me propongo como objetivo escribirle un mensaje largo explicándole pero me quedo en blanco. Finalmente logro un "Necesito que hablemos, es urgente", temiendo recibir como respuesta algo como "me alegro", "bien por vos" o simplemente pura ignorancia de su parte.
Minutos más tarde aparece en línea y dos clicks azules se dibujan al lado de mi mensaje. Trago saliva y se desconecta, haciéndome perder todas las esperanzas. Suspiro, indignada y vuelvo a dejar el celular debajo de la almohada, apagando la luz y volviendo a acostarme. Justo cuando cierro los ojos, esa cosa suena.
"Ok. A las 8 en el café que está delante de tu facultad, ¿te va?".
Y con solo esas insignificantes palabras logra que una amplia sonrisa se forme en mis labios, similar a la de una niña a la que le han robado su peluche favorito y ahora siente que está a punto de recuperarlo.
Esa noche es la primera vez que duermo con facilidad en varias semanas y quizás sea la razón más lógica por la cual, en la próxima mañana, despierto una hora antes de que mi celular comience a aturdirme. Cuando finalmente la alarma suena, ya me encuentro saliendo del baño con una toalla oscura que rodea mi cuerpo húmedo y mi pelo cayéndome en la espalda sin dejar de derramar gotas que producen un breve clic al tocar el suelo.Luego de arreglarme y vestir un pantalón negro con roturas en las rodillas, remera blanca estampada y botas negras, abandono la habitación llevándome también una campera de cuero negro colgando de mi brazo.De camino hacia las escaleras, visualizo el reloj ubicado en una de las paredes del pasillo y sus manijas clavadas en el número 8. Maldigo por dentro y me odio a mí misma por haber tardado tanto y la imagen de Rafael esperándome impac
El tono irónico de su voz y su mirada, en la cual la picardía parece ocupar el papel principal me confunden a tal punto de querer hablar, pero no lograrlo por haberme perdido entre mis pensamientos.Ya ni sé si la poca distancia que hay entre los dos debería considerarse como ventaja o todo lo contrario.Él, al no recibir ninguna reacción ni respuesta de mi parte, frunce el ceño, desentendido.Rafael: ¿Te pasa algo? Parece que viste un fantasma.Pregunta aun sosteniéndome por los hombros.Emily: No...bah, si...Rafael (interrumpe, soltándome bruscamente): Bueno che, capaz estoy un poco despeinado pero...(gira y se mira en la cafetera enorme que refleja su rostro y comienza a tocarse el pelo perfectamente arreglado)...¿tan directa ibas a ser?Emily (me muerdo el labio): ¿Tu sarcasmo no tiene frenos no?Al escucharme, deja de mirarse y se voltea.<
Rafael: Emily.Insiste, retomando su tono preocupado.Rafael: ¿Qué te pasa?Emily: Nada.Rafael: ¿Querés salir afuera o algo?Me ahorro la respuesta cuando una muchacha de baja estatura se aproxima a la mesa con un pequeño anotador en mano y una bandeja negra bajo el brazo. Escucho a Rafael hablando con ella, pero no presto atención. Cuando levanto la vista y no visualizo más a la joven desconocida, supongo que él habrá pedido algo por los dos.Rafael: Veo que se te fueron los nervios.Emily: No estaba nerviosa.Rafael (ríe): Si, claro.Levanto las cejas.Rafael: Cuando estás nerviosa te ponés pálida y no podés hablar.Exclama sin mirarme, mientras toquetea los sobres de azúcar que se encuentran en un pequeño canasto de paja sobre la mesa, como si lo que dijera fuese un poema estudiado de memoria.
El cambia la dirección de sus ojos, apuntándolos al lado contrario del pasillo donde una familia de muchos integrantes sigue los pasos acelerados de un médico, insistiéndole algo que no se llega a escuchar con claridad. Tras varios metros sin ceder, finalmente el hombre de bata blanca detiene su caminata rápida y se voltea hacia la muchedumbre. Suspira y parece estar comunicándoles algo. En solo instantes, la expresión de la chica (que parecía ser la que dirigía al grupo) cambia y aquel rostro preocupado se transforma en el marco de un llanto desgarrador.- Es el mismo doctor que trataba a mi mamá.La voz de Rafael me hace retomar la situación, recordándome que el aún permanece sentado a mi lado, que no soy la única que observa esa espantosa escena. Me asombra la coincidencia de que, según él, sea el mismo médico y estoy a punto
Y aquí vamos otra vez.Todo mi alrededor se diluye, pasando a un tercer plano, como si nos encontráramos en el interior de una burbuja trazada al contorno de nuestros cuerpos, similar a un escudo que los aparta de hasta la más mínima corriente de aire que corre afuera. Ya no escucho el ruido de las olas y la marea, toda mi consciencia se centra en él, solo él y el movimiento suave y lento de sus tibios labios.Jugar con su pelo se ha convertido en una costumbre que nunca me aburrirá por más que lo haga un millón de veces. Por otra parte, la presencia de sus manos en mi cintura me reconforta, haciéndome sentir...no sé si "protegida" sería la palabra adecuada, es algo indescriptible.Se me eriza la piel al sentir la presencia de algo frío que toca mis pies, por lo que me veo obligada a abrazar más a Rafael, con la esperanza de lograr dejar de tiritar gracias a eso, pe
Se me hace extraño poner un pie fuera de ese ascensor otra vez, al igual que me pasó un par de minutos antes cuando cruzaba la calle y visualicé aquel balcón (esta vez no tan iluminado por los rayos del sol). Todas esas sensaciones las cuales estoy forzada a transitar involuntariamente se deben a que la última ocasión en la que estuve en este lugar me marcó...y lo hizo de una forma imborrable. Haber venido con Samira y Analía (a la que conocía personalmente por primera y única vez), enterarme de que ella no solo se hospedaba aquí sino que también dormía en la habitación de Rafael y finalmente haberme topado con él con los ojos llenos de lágrimas, quién, sin siquiera tener la necesidad de usar palabra alguna me destrozó solo observándome (primero en el interior del departamento, luego en el ascensor y más tarde desde el mismísimo balc&oacu
Tardo varios segundos en procesar el sentido de sus palabras, rato durante el cual permanezco quieta, con los ojos fijos en el espejo, en cuyo interior mi reflejo me observa, repitiendo hasta el más mínimo e insignificante gesto que me propongo hacer.Entrecierro los ojos, como si eso hiciera que la comprensión de lo último que escuché lograra ser menos dificultosa o llevarme menos tiempo.Finalmente, cuando advierto que mi actitud no solo es inútil sino que también debe verse algo ridícula, desplego la mirada de aquella superficie de cristal y la apunto a Rafael, quien me mira luciendo una cara divertida.Imágenes de hechos anteriores se me vienen a la cabeza, pasando como un remolino por delante de mis ojos: muestras de cariño de parte de Analía, como lo acompañaba en el hospital, esa extraña relación familiar con la madre de él (que ya no es tan extra&ntil
Me veo obligada a abrir los ojos con extrema flojera cuando el irritante sonido de mi celular invade la habitación donde hasta ese momento reinaba la oscuridad y el silencio. Miro a mis lados, llegando a la conclusión de que no veré ni encontraré absolutamente nada en estas condiciones. Extiendo mi brazo hacia la mesa de luz y, tras varios intentos fallidos, finalmente enciendo la lámpara que yace allí, iluminando aunque sea un poco el lugar con una luz cálida y amarillenta.Diviso mi bolso sobre la silla que se encuentra a unos metros y abandono la cama evitando hacer ruido, acción cuyo logro me sorprende con lo torpe que soy. El excesivo brillo que emite la pantalla casi me deja ciega, obligándome a cerrar los ojos, para luego abrirlos uno por uno con desconfianza, como si esa luz me fuese a quemar al tener contacto con mi rostro."Samira: 3 llamadas perdidas, 5 mensajes no leídos." Leo en silencio