Luego de vestir uno de sus elegantes trajes, Taylor se dirigió a su cafetería favorita, pero como se había levantado un poco más tarde de lo habitual, se encontró con el sitio repleto de personas. Por lo tanto, decidió ir a otra.
Todos los lugares que frecuentaba eran ostentosos. Massimo, su padre, le enseñó que una persona de su estatus debía actuar de acorde a su nivel y mantener su reputación intacta.
Al llegar, bajó de su costoso auto gris e ingresó a la cafetería. Se acomodó en una de las mesas y realizó su orden. Tras unos minutos, la mesera regresó con su café expresso cubierto de una crema espesa y dorada. Taylor levantó la taza y la aproximó a su olfato para percibir su aroma, no era el expresso que acostumbraba beber, pero sabía bien de todos modos. Se relajaba mientras leía una revista, pero aquella tranquilidad se esfumaría al oír la pataleta de quien parecía ser un hombre adulto.
—¡Argh! ¿Qué es esto? —vociferó, llamando la atención de los que se hallaban a su alrededor.
—Disculpe, señor. ¿Tiene algún problema? —una de las meseras se lo preguntó con amabilidad.
—Sí, y uno muy serio. Pedí un café caliente, pero esto está frío —apuntó a su taza—. ¿Es tan difícil que me traigan lo que ordené?
—Señor, me aseguré de que su café estuviera caliente. Lo sien... —la mesera se disponía a disculparse, pero el hombre no la dejó hablar.
—Si en verdad te hubieras asegurado, no estaría haciendo el reclamo en este momento. ¿Acaso me estás tratando de mentiroso? ¿Crees que estoy bromeando contigo? —su actitud era en extremo arrogante y quería tener la razón a toda costa.
Aquella estridente voz le quitó el buen sabor al expresso que había ordenado Taylor. Miraba por el rabillo del ojo al que armaba el escándalo, fijándose que no estaba solo. Una mujer lo acompañaba, pero aparentemente prefirió quedarse al margen del asunto y permaneció callada.
«Ni siquiera esa mujer que está a su lado tiene planeado intervenir, así que ni siquiera pienses en hacerlo tú», se dijo a sí mismo. Odiaba encontrarse con ese tipo de seres humanos, pero no podía controlarlo todo.
—Lo siento mucho, señor. Quizás se ha enfriado debido al aire acondicionado, le prepararemos otr... —la mesera fue silenciada con el café de ese hombre, quien tomó la taza y arrojó el contenido en el rostro de la trabajadora. Se puso de pie y se inclinó ligeramente hacia ella.
—No te quemó, ¿cierto? Lo que significa que ese café estaba helado. ¿Ahora me entiendes? —gruñó el hombre, intimidando a la mesera.
Taylor no pudo seguir siendo testigo de esa escena e ignorarla por completo, así que se levantó de su asiento y se aproximó a aquella mesa.
—Disculpe, ¿podría llevar su berrinche a otro sitio? —adoptó una postura firme y lo miró directamente a los ojos, demostrando que no se dejaría atemorizar por su terrible temperamento.
El hombre frunció el ceño y lo miró de pies a cabeza.
—¿Quién te crees que eres para hablarme de esa manera? —apretó los dientes al articular cada palabra—. Este no es asunto tuyo, no te entrometas.
—No sería asunto mío si se limitara a señalar el error de la mesera en privado, pero como usted insiste en hacer un alboroto, nos está involucrando a todos los que estamos aquí y ni siquiera podemos disfrutar de nuestro café —Taylor lo enfrentó con un tono calmado.
El hombre lanzó una corta risa colmada de ironía y escrutó a su oponente con desdén.
—¿Eres un justiciero, defensor de los débiles? —cuestionó con sarcasmo.
—Si desea verme de esa forma, no me desagrada en absoluto. Sin embargo, solo quiero beber un buen café con tranquilidad, sin tener que soportar las rabietas de un niño que se cree adulto.
El rostro del hombre se tornó bermejo y lo tomó del cuello de la camisa.
—¿Acaso quieres que te envíe al otro mundo? —se exasperó, fijando su mirada en los ojos azules de Taylor que se atrevió a desafiarlo, pero éste ni se inmutó.
—¡Basta! —luego de tanto lío, la mujer que lo acompañaba decidió intervenir—. Es suficiente, ya nos dejaste en ridículo a ambos.
El hombre apretó la mandíbula y chasqueó la lengua antes de soltar de un empujón al delgado joven trajeado.
—El café de aquí es un asco, jamás regresaré —comentó despectivamente.
—Por favor, con ese temperamento, será mejor que se quede encerrado en su casa —respondió Taylor, mientras se acomodaba la corbata y el saco.
—¿Qué acabas de decir? —el hombre volvió a acercarse amenazante, pero su acompañante lo tomó del brazo.
—¡Ya vámonos! —exclamó, arrastrándolo hasta la salida.
—M-Muchas gracias por su ayuda, joven, pero no tenía que hacerlo —la mesera tenía los ojos cristalizados y se limpiaba los rastros de café que quedaron en su rostro, en lo que Taylor quitó un pañuelo del bolsillo frontal de su camisa y la ayudó a secarse.
—Tienes razón, no tenía que hacerlo, pero no podía simplemente desviar la vista mientras alguien como él sobajaba a una trabajadora amable —señaló con suavidad.
—G-Gracias... —la tristeza de la mesera se disipó y la calidez de Taylor la relajó—. ¿Me podría decir su nombre?
—Me llamo Taylor Bizzozzero —le entregó su pañuelo—. Ve al tocador y límpiate con esto, puedes quedártelo.
La mesera lo contempló con los labios ligeramente separados y se dedicó a apreciar la hermosa sonrisa que Taylor le había brindado antes de marcharse. Minutos después, reconoció el nombre.
«¡¿T-Taylor Bizzozzero?!»
Taylor no salía en periódicos, pero la mayor parte del país sabía de quién se trataba. Era el único hijo de Massimo Bizzozzero, presidente de la exitosa agencia de viajes "Traveling". Massimo asumió el puesto dos años después de que naciera Taylor y se encargaba del manejo de la empresa.
Luego de retirarse de la cafetería, se dirigió a la agencia. Había encontrado un mensaje de su padre en su celular, en el que decía que su abuelo deseaba verlo y hablar con él.
Al llegar, subió a la oficina de Massimo, en donde Nathaniel lo esperaba. Éste al ver a Taylor, se levantó del sofá en el que estaba sentado, sosteniéndose con un bastón.
—¡Taylor, mi nieto favorito! —el abuelo caminó hacia el joven y colocó la mano izquierda en su mejilla.
—¿En verdad soy tu favorito? ¿No le dirás lo mismo a Maximiliano? —bromeó Taylor, arqueando una ceja. Maximiliano era el hijo mayor de Isaías, es decir, su primo.
—Eres un chico listo, muy listo —sonrió Nathaniel, dando palmadas al hombro de Taylor. Se giró para regresar al sofá, a lo que el joven se dispuso a ayudarlo.
—Me dijo papá que querías hablar conmigo. Veo que él no está aquí... —comentó.
—Sí, así es. Siéntate a mi lado —apuntó al lugar vacío a su costado—. Lo que te diré es importante, así que préstame atención.
Taylor asintió con la cabeza.
—Como sabes, Massimo y yo hemos dedicado nuestra vida a la agencia. Tú también en cierto modo, ya que has venido a recorrerla desde pequeño para heredarla cuando seas un adulto. Sin embargo, tu padre y yo decidimos que deseamos un camino distinto para ti —explicó Nathaniel.
—¿Quieres decir que... no heredaré la empresa? —especuló Taylor.
—No, no. No se trata de eso. Eres el hijo del presidente, por lo tanto, eres su sucesor —esclareció—. El punto al que quiero llegar es que sería bueno que expandieras tus horizontes en lugar de quedarte confinado en la agencia. Ya que has terminado tus carreras universitarias, en vez de darte un puesto aquí, queremos que trabajes en otro sitio y aprendas nuevas cosas. Salir de tu zona de confort te hará un hombre más fuerte.
Taylor era un joven muy inteligente y talentoso. Estudió dos carreras al mismo tiempo. Fue a clases de Hotelería y Turismo de mañana, y a clases de Ingeniería Comercial por las noches.
—Ya que has estudiado un poco de Hotelería, he conversado con el CEO de I'll Castello. A partir de mañana trabajarás como su secretario.
—¿Qué? ¿El CEO de I'll Castello? ¿Te refieres a... Roger Croce? —Taylor no pudo ocultar su expresión de descontento.
—Le pedí que te aceptara como su secretario personal y su respuesta fue positiva. ¿Porqué pones esa cara? ¿No te agrada la idea? —cuestionó Nathaniel.
—Ese hombre es petulante y tiene un mal temperamento —resaltó, inquieto.
—¿Acaso lo conoces?
—No, pero he oído de él. Los comentarios acerca de su carácter no son para nada buenos —se masajeó la sien, a lo que Nathaniel soltó una carcajada.
—No deberías dejarte llevar por la opinión de los demás, debes conocerlo por ti mismo —aconsejó.
—Si tantas personas hablan mal de Roger Croce es por algo, ¿no? —asumió Taylor.
—En el fondo es un buen hombre, terminarás apreciándolo —Nathaniel conocía a Roger desde pequeño, así que lo veía como a un sobrino.
Nathaniel era un gran amigo del abuelo de Roger, y cuando el hotel I'll Castello tuvo algunos problemas que casi lo llevaron a la quiebra, fue Nathaniel quien le otorgó un préstamo para que saliera del abismo en el que habían caído. I'll Castello le devolvió cada centavo, y desde entonces, estuvo dispuesto a cumplir sus deseos. Roger conocía esa historia, así que no podía negarse ante el favor que Nathaniel le había pedido.
—Ya he hablado con él, por lo tanto, te estará esperando en la mañana. No me harás quedar mal, ¿cierto? —fue más una advertencia para Taylor.
—Claro que no, abuelo —lanzó un suspiro de resignación—. Daré mi mejor esfuerzo.
—Ese es mi muchacho —dio unas palmadas a la espalda de Taylor, expresando su satisfacción.
Luego de finalizar la charla, el joven salió de la oficina de su padre, encontrándose con éste mientras esperaba al elevador.
—Taylor, ¿hablaste con tu abuelo? —dijo apenas lo vio.
—Hola, papá. Sí, ya me ha dado sus indicaciones —respondió, inexpresivo.
—No luces contento —comentó, observando su rostro.
—No me hace mucha ilusión trabajar para Roger Croce, pero prometo no decepcionarlos —se sinceró. Taylor siempre fue un joven muy obediente, así que en ningún momento se le cruzó por la mente oponerse a la decisión que había tomado su abuelo.
—Eres... un buen hijo —soltó, en lo que el sonido del elevador se hizo escuchar. Las puertas se abrieron y Taylor dio unos pasos hacia adentro.
—Gracias, papá —dijo, y las puertas se cerraron.
Massimo permaneció de pie delante del elevador con un semblante agobiado.
«Cada vez... te pareces más a tu madre» pensó, luego de ver partir a Taylor.
En el resultado de la ecografía que le habían hecho a Olivia cuando estaba embarazada, se afirmó que el género del bebé era femenino. Y no fue un error. Tras la muerte de su esposa, Massimo sobornó al doctor y a las enfermeras que se encargaron de salvar la vida del bebé para que no revelaran el género. Como el dinero le sobraba, se ocupó de cerrarles la boca a cualquiera que supiese ese secreto. En ocasiones tuvo que recurrir a las amenazas, todo para proteger la identidad del bebé.
Aunque le contó a Taylor lo que había ocurrido cuando éste creció, le dejó en claro que debía seguir comportándose como un chico. Nadie, jamás, podía enterarse de que no lo era. Si eso sucedía, se acabaría la vida cómoda que tenían. Ambos terminarían en la calle y perderían toda credibilidad, o eso era lo que Massimo pensaba.
A excepción de unos pocos, nadie sabía que el heredero de Traveling era una mujer.
Taylor se alistó muy temprano en la mañana para presentarse en su nuevo trabajo. No estaba particularmente emocionado por ser el secretario de Roger, pero trató de ver el lado positivo de la situación y supuso que le vendría bastante bien conocer un poco sobre el manejo de un hotel. Quizás en el futuro, cuando herede Traveling, podría encargarse de levantar uno para que los viajeros se hospedaran allí. Debía ganarse una buena impresión de su jefe nuevo y absorber toda la información conveniente. Se mentalizó que era una buena oportunidad para obtener experiencia, por lo tanto, se alentó a sí mismo mientras se colocaba el traje. Taylor había aprendido a vestirse como un chico y a actuar como hombre, ha vivido como uno desde pequeño, así que no era un reto para él. Con las vendas bien puestas, nadie notaría que escondía un par de secretos. Luego de pasar por su cafetería favorita, se dirigió a I'll Castello. Al llegar, se aproximó a la recepcionista, quien le indicó a qué piso debía s
—¡DESPEDIDO! —exclamó Roger y su voz retumbó aquel lugar. —¿Qué? —Taylor no podía creérselo. ¿Lo despedirán por haberse tropezado? —¡Ya me oíste! ¡Lárgate! —recalcó. —¡Roger, tranquilízate! —intercedió la hermana, colocando las manos sobre sus hombros—. ¡Estás fuera de control! —¡Suéltame, Clarisse! —era el nombre de ella—. ¡No pienso tener ningún tipo de relación con este chico arrogante y acosador! —lo insultó, mientras lo señalaba con el dedo. —¿A-Acosador? —Taylor lanzó una corta risa colmada de indignación—. ¡Bien, perfecto! No es necesario que me despida, ¡yo mismo renuncio! —contar hasta diez ya no sirvió de nada, se le había acabado la paciencia y no toleraría que ese hombre lo acusara de tal bajeza. —¡Tú no renuncias, yo te despido! —Roger tenía la cara enrojecida debido a la cólera y le saltaban las venas en el cuello. —¡Pues renuncio aunque me despida! —gruñó Taylor, en lo que Josh se aproximó a él. —T-Tranquilo, Taylor. Nadie despedirá a nadie, por favor, no le haga
—Creí que no vendrías... —comentó Roger realizando un gesto de ironía, lo cual hizo que Taylor sintiera un poco de arrepentimiento por haber ido al restaurante en el que lo citó. «Yo tampoco tenía pensado venir, pero Max me convenció...» respondió para sus adentros. "Tú y yo hemos oído los mismos comentarios acerca de Roger Croce, así que podemos decir que es un hombre bastante prepotente y orgulloso. Por esa razón, es curioso que te llame después de haberte despedido. Deberías ir a su encuentro, probablemente se disculpe contigo. Después de todo, eres la futura heredera de una empresa multimillonaria, dudo que te deje ir así como así", fue el consejo que le dio su primo. —Me gustaría oír eso... —murmuró sin darse cuenta. —¿Qué? —Roger lo escuchó hablar, pero no logró comprenderlo. —Nada —aseveró—. Vayamos al punto, señor Croce. ¿Porqué quiso que viniera a este lugar? —¿Porqué no pides algo de comer primero? —apuntó a la carta. Taylor entornó los ojos y lo miró con recelo. —Est
—¿Qué... es este lugar? Taylor se quedó mirando las letras luminosas que formaban la palabra "Gazella" y que estaban ubicadas sobre la puerta del sitio al que lo llevó Josh. Lucía muy bien por fuera, pero tenía un mal presentimiento de lo que habría dentro. —Cuando entremos, te daré tu obsequio de bienvenida —señaló Josh con una sonrisa traviesa—. ¿Y tú qué haces aquí? Solo invité a Taylor, tú sales sobrando —bromeó a su amigo quien terminó siguiendo a ambos y colándose en los planes. —Sabía que harías algo estúpido, pero nunca me imaginé que traerías a Taylor a este lugar —espetó Roger con desagrado. —Soy consciente de que no te gusta venir aquí, así que puedes tomar el camino de regreso mientras que Taylor y yo nos divertimos —colocó el brazo alrededor del joven y lo forzó a caminar hacia la entrada. Roger frunció el ceño y decidió ingresar a aquel sitio. La preocupación se había instalado en su pecho, sentimiento que no experimentaría si se tratara de cualquier otro empleado, s
A primera hora de la mañana, Taylor subía al octavo piso a través del elevador. Al llegar, vio a Josh terminando una llamada. —Oh, Taylor —pronunció, guardando el móvil en el bolsillo delantero de su camisa y aproximándose a él. —Creí que no vendrías hoy —asumió el joven. —¿Porqué no habría de hacerlo? Ah, ¿lo dices por lo de ayer? —cuestionó, a lo que Taylor asintió con la cabeza—. No me quedé mucho tiempo —se encogió de hombros. —Supongo que eres más responsable de lo que pareces —opinó Taylor. —Por supuesto, no dejaría tirado el trabajo por una noche de placer, aunque suene muy tentador —expresó Josh—. Si no soy eficiente no me pagarán, y sin dinero no podré darme esos lujos —dijo, con una sonrisa pícara trazada en sus labios. —Tienes una gran motivación —replicó Taylor con ironía, acomodándose en su escritorio. —Ya que estás aquí, me iré a mi oficina —expuso, caminando hacia el elevador. —¿A tu oficina? —cuestionó Taylor, confundido—. ¿No trabajas en este piso? —No, no. Te
Al llegar a la recepción, Roger ubicó su mano en el hombro de Taylor. —Espera aquí un momento —ordenó, en lo que se encaminaba hacia el baño masculino. Mientras Taylor esperaba, se sumergió en sus pensamientos y dejó volar su imaginación. Se veía a sí mismo entrando al estadio deportivo para ver a Lancelot. Si no conseguía que el equipo se hospedara en I'll Castello, simplemente compraría el boleto para presenciar el gran partido. Sin embargo, sentía que sería más satisfactorio ganar la entrada mediante su propio esfuerzo. Además, el hecho de que Lancelot se alojara en el hotel en el que trabajaba, le daría oportunidades para pedir el autógrafo de todos los jugadores y hacer que firmaran su camiseta. Taylor se hallaba tan absorto que empezó a realizar algunos pasos de baile de victoria. Confiaba plenamente en su capacidad y sabía que, en efecto, lograría que su equipo favorito eligiera I'll Castello. Estaba a punto de hacer un giro para terminar su danza, cuando repentinamente coli
Tres días después, Taylor tenía lista la presentación de I'll Castello, así que se la entregó a Roger para que la leyera minuciosamente. El CEO esperaba encontrar algún error para echárselo en cara, pero no halló ninguno. Es más, le agradó el trabajo que había hecho, pero eso lo frustró ya que no tenía motivos para molestarlo. No lo halagó ni lo felicitó, lo único que hizo fue dar un asentimiento con la cabeza, lo cual fue señal de su aprobación. Cuando la fecha acordada llegó, fue Taylor quien se encargó de exponer la información acerca del hotel. Roger observó la presentación con el semblante inexpresivo, pero en el fondo, estaba impresionado por su elocuencia. El chico hablaba de I'll Castello como si lo conociera de toda la vida, y además, lo hacía con un entusiasmo cautivador, como si tuviera un vínculo especial con la empresa. Luego de realizarse la presentación de los cinco hoteles, el entrenador determinó que el ideal para los jugadores de Lancelot era I'll Castello. —Lo c
El cielo se había puesto nublado mientras jugaban, pero estaban tan concentrados que no lo notaron. De pronto, unas gotas de lluvia comenzaron a caer en picada, alertando a Roger y a Taylor. Ambos corrieron hacia la recepción de la cancha y permanecieron observando la calle. —Está lloviendo muy fuerte... —comentó Taylor. Roger lo miró de reojo y se mantuvo callado por un instante. Aún se sentía incómodo por la reciente sensación que experimentó al estar encima de su secretario, así que no quería tenerlo cerca en ese momento. —Me... iré a mi departamento para cambiarme de ropa, vete al hotel como puedas —impuso el CEO. —¿Qué? ¿No va a llevarme con usted? —cuestionó Taylor, perplejo. —¿No me oíste? Iré a mi departamento, ¿porqué te llevaría conmigo? —refunfuñó—. Por haberte seguido el juego, estoy todo sudoroso y sucio. Me cambiaré de ropa, no puedo presentarme de este modo en el hotel. Toma un taxi o algo. —Pero, señor Croce... —Te advierto que si no te encuentro en cuanto vuelv