Camelia lo mira e intenta alejarse, pero Ariel la retiene suavemente por los hombros, mirándola directamente a los ojos.
—¿Llamas a eso valentía? —cuestiona ella, molesta.
—Lo que hiciste demuestra una gran valentía, Camelia —declara con convicción—. Y no temas, así como tú borraste las marcas que quedaron en mí y me devolviste mi hombría, yo borraré las tuyas. Te lo prometo, con mis besos y mi amor haré que olvides este terrible episodio.
—¿No te causa repulsión? —murmura Camelia, bajando la mirada—. Yo misma no me soporto.
—¡Jamás! Tú eres pura, Cami. No dejes que Leandro te ensucie; no lo dejaste cuando lo hizo, así que no le des el gusto de hacerlo ahora —la estrecha de nuevo—. Seremos felices, más que antes, ya verás. Tendremos nuestra familia y viviremos
Ella lo observa sin poder creerle; tiene ese momento demasiado vívido en su mente: su mano entrando en el bolso en busca de su arma, cómo le quitó el seguro y disparó.—¿Por qué, si lo hice? Le di en el hombro con el primer disparo, tú mismo lo acabas de decir —responde desconcertada—. Después, no sé dónde más le disparé porque cerré los ojos cuando venía hacia mí.—Escucha, dirás que el jefe de mi seguridad te quitó el arma y disparó con ella. Tu padre lo arregló así. ¿De acuerdo? —explica Ariel, revelando el plan que el senador Camilo había preparado para mantenerla al margen del juicio.—Lo intentaré, pero será difícil. Sabes que no se me da bien mentir. Si me interrogan, seguro me descubren —responde Camelia con resignación.—No te p
Marlon, al escuchar la noticia, mira a su asistente Ariana, quien de inmediato se pone a tratar de localizar a Mailen en Brasil.—Gracias por avisar, Ari. No te preocupes, me haré cargo. Te doy mi palabra de que esa mujer no volverá a aparecer delante de ti. Concéntrate en tu esposa —asegura Marlon, observando cómo las manos de Ariana vuelan sobre el teclado—. Esta vez nos libraremos de una vez por todas de las amenazas, nosotros mismos. No contaremos con nadie más.—Gracias, Mano. Oye, no olvides a Manuel. Me da miedo que, si Leandro se escapó con la ayuda de ella, él también lo haga —le recuerda Ariel, preocupado por el futuro de su esposa.—No te preocupes. El senador Camilo lo metió en la cárcel con los asesinos más peligrosos, que están esperando a morir. De ahí nadie se escapa, pero lo mantendré vigilado —Ariel respira al escuchar la noticia—. ¿Y tú, cómo estás, Ariel?—Roto, Mano. No sabes cómo me duele ver todas las marcas que ese salvaje le dejó en su hermoso cuerpo a mi espo
Ariel la estrecha con fuerza, y eso es lo peor y más difícil de superar. Porque las heridas sanan, las marcas en el cuerpo desaparecen, pero esas pesadillas que él todavía padece permanecen por tiempo indefinido.—Sé que es terrible, lo viví, y a veces todavía tengo esas pesadillas. Todo estará bien, cariño, ya lo verás —habla sin dejar de abrazarla fuertemente contra su pecho—. Pero está muerto, amor. ¡Jamás te volverá a tocar! ¡Jamás!—¿Alguna vez terminan? ¿Dejaré de soñar con ese momento de terror? —pregunta Camelia, angustiada.—No será hoy ni mañana, cariño, pero te aseguro que un día lo olvidarás. Nos llenaremos de vivencias hasta que no haya cabida para las pesadillas —promete Ariel, con la esperanza de que suceda, no solo a ella, sino también a él—. Vamos, linda, deja de temblar y llorar. Estás en mis brazos, dijiste que era el lugar más seguro del mundo para ti.—¡Y lo es, lo es! Sniff… sniff… Sin embargo, tengo tanto miedo de no superar esto. Me siento tan sucia, tan mancil
Camelia salta asustada ante el beso y retrocede con los ojos bien abiertos. Sin embargo, Ariel finge no darse cuenta y sigue hablando como si nada, tratando de ofrecerle esa normalidad que tanto ansía. Ella lo observa quedarse desnudo frente a ella y, por instinto, se abraza como si intentara escapar, pero Ariel se inclina y le roba un beso cuando ella cierra los ojos, aterrorizada.—Deja eso, Ariel —le pide Camelia, alejándose de nuevo con voz temblorosa; sin embargo, él no la suelta y la mantiene sujeta de las manos, tirando de ella con cariño hasta que poco a poco cede y lo deja atraerla. La vuelve a besar, y esta vez Camelia no se aleja, aunque le dice—. Mejor llama para que vengan a arreglar la habitación. Ayúdame, quiero ir a bañarme. Llena la bañera y échale mucho jabón oloroso, necesito quitar esa terrible peste que no se va de mi nariz.—No puedes, cariño, la docto
Camelia se deja hacer, aunque se estremece cada vez que él la toca, recordando las terribles y asquerosas manos de Leandro. Sin embargo, se aguanta todo lo que puede; no se le ha escapado que Ariel hace un gran esfuerzo por mantenerse tranquilo, animándola, y no dice nada. Se lo agradece en el alma. Cuando termina de poner crema en cada marca de su cuerpo, ocultándolas a la vista de ambos, se abraza a él, tal como está, desnuda. Ariel también la abraza con fuerza, luchando contra las ganas de llorar al ver aquellas horrendas mordeduras. La estrecha muy fuerte, pensando en las palabras que le dijo su hermano mayor: lo único importante es que Camelia está viva.—¡Ahora sí que te huelo, amor, ahora sí! —exclama emocionada Camelia.—¿Se te quitó el otro? —pregunta Ariel, sorprendido.—Creo que sí —duda un poco, y al tomar
Ismael ha permanecido al lado de su esposa Sofía todo el tiempo. Solo se separa de ella para llevar a la ginecóloga al yate, el cual Ariel mantiene muy cerca de la costa. Han decidido esperar a que la doctora les dé el alta a Camelia antes de emprender el recorrido por el mundo. Se levanta al escuchar su teléfono sonar y, al ver que es Marlon, lo atiende de inmediato.—¿Dime, hermano? Por favor, dime que me vas a mandar a hacer algo. Estar de ama de casa no es lo mío —bromea en cuanto atiende la llamada.—Más que eso, mi hermano. Ha llegado la hora de que tú y yo tomemos las riendas para eliminar todo aquello que nos hace infelices. ¿Estás conmigo en esto? —pregunta Marlon con voz muy seria.—¡Siempre! —contesta de inmediato—. Dime a quién tengo que sacar de nuestro camino y lo haré. Más ahora que va a nacer mi hijo.—Es
El matrimonio de Ariel y Camelia sigue en el enorme yate de lujo de la familia. Ella es visitada una vez a la semana por la ginecóloga Hilda. Los primeros días fueron los peores; ella gritaba todo el tiempo y no podía dormir. Las curas que debían realizarle eran una tortura para ella. Con el tiempo, sin embargo, fue calmándose poco a poco y, conversando con su esposo, ambos decidieron mantener sesiones diarias con su psicólogo por videollamadas.Para su asombro, a la semana, Camelia comenzó a dejar de gritar por las noches. Dormía abrazada a Ariel, aterrorizada al recordar las horribles cosas que le hicieron cuando Mailén lo atrapó. Sobre todo, ese día en que su esposo se había roto delante de ella. No podía olvidar el terror que experimentó, como si le estuviese sucediendo a ella.—Cuando desperté, no estaba en Las Vegas, sino en un sótano oscuro a l
Ariel observa a su esposa mientras ella sale del agua. Es un momento que también le preocupa, pero no lo dice porque no quiere aumentar la ansiedad de Camelia.—No debes preocuparte por eso. Los dos hemos avanzado mucho en nuestra confianza. Iremos despacio, como la primera vez, ¿te acuerdas? —intenta aligerar la situación. Con expresión pensativa, continúa—. Aunque ahora que lo pienso, creo que iba demasiado despacio. Cierta persona me obligó a ir más deprisa, ja, ja, ja...—¡No seas malo! Estaba drogada —protesta Camelia, divertida al recordar aquella primera vez—. Y tú tenías miedo, no lo niegues. Solo me dabas besos, ¡tuve que ayudarte! Ja, ja, ja… ¡Te morías de miedo! Ja, ja, ja...—No lo voy a negar, tenía miedo —acepta Ariel al ver cómo ella sigue la conversación con el mismo tono de broma—. Er