324. NO TODO ESTÁ PERDIDO

Ariel se quedó observando un poco más cómo se alejaba el helicóptero hasta que se convirtió en un punto diminuto contra el cielo ahora despejado. El rugido de las hélices se desvaneció gradualmente, dejando solo el sonido del mar y el viento.  

 Regresó a paso lento hacia el camarote, pero se detuvo frente a la puerta. A través de la madera, podía escuchar el murmullo de voces y el tintineo de instrumentos médicos. Se pasó una mano por el rostro, exhausto, y se recostó contra la pared del pasillo.  

—Señor —lo llamó uno de los tripulantes—. El capitán solicita hablar con usted en el puente.  

Ariel dudó un momento, mirando la puerta del camarote. Luego hacia la puerta del salón donde estaban atendiendo a su esposa. ¿Alguna vez lograría que ella volviera a dejarse amar como antes? El marinero e
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