La última frase quedó suspendida en el aire, pesada como plomo, mientras el sonido de las olas golpeando el casco del yate parecía amplificar el silencio que siguió. Por un instante, un destello de sorpresa atravesó los ojos vacíos de Camelia, pero fue tan fugaz como una estrella fugaz en la noche oscura.
Ariel vio cómo el cuerpo de su esposa se inclinaba ligeramente hacia adelante, preparándose para el salto. No lo pensó dos veces. Con la adrenalina corriendo por sus venas, se lanzó hacia adelante con toda la fuerza que pudo reunir. Sus músculos se tensaron al máximo mientras saltaba, extendiendo sus brazos como garras desesperadas.Sus dedos se cerraron alrededor de la cintura de Camelia justo cuando ella comenzaba a caer. El impulso los arrojó a ambos hacia atrás, sobre la cubierta del yate. Cayeron con fuerza, Ariel recibiendo el impacto principal contra la dura superficieMarlon Rhys, después de enseñar el departamento a su nueva asistente, se dirigía al encuentro del equipo de detectives asignado a la búsqueda de sus supuestos hijos robados. La voz del pequeño en su mente le martillaba: "¡Eres nuestro padre, sálvanos!"Mientras se dirigía allí, recordaba el final de la entrevista con su nueva asistente, Ariana. ¿Así que había cometido pequeños delitos como hacker? Esas habilidades le serían de mucha utilidad. Sonrió al recordar su nerviosismo al confesarlo:—Señor, antes de iniciar oficialmente y firmar el contrato general, quería decirle que yo... he hecho algunos trabajos no tan honestos —habló estrujándose las manos, completamente sonrojada.—¿Qué quiere decir con eso? —le preguntó preocupado.—Por ejemplo, puedo buscarle todo lo que usted quiera
La alarma del reloj despertó a Ariel, quien se sobresaltó al no encontrar a Camelia a su lado. La localizó junto a la ventanilla, inmóvil, contemplando el mar con la mirada perdida. Se incorporó lentamente, sintiendo cada músculo de su cuerpo protestar por el movimiento. Ella ni siquiera se inmutó cuando pasó a su lado camino al baño. Al regresar, Camelia permanecía en la misma posición, como una estatua viviente.—Debemos curarte, Cami. No queremos que se te infecten las heridas —murmuró mientras sacaba con cuidado el botiquín que Félix les había dejado—. Vamos, necesitas bañarte primero.Camelia se levantó con movimientos mecánicos y se dirigió al baño. Dejó caer la bata que la cubría y enfrentó su reflejo en el espejo: las marcas en sus senos habían evolucionado a tonos azu
Marlon se quedó observando a su pequeño hijo con incredulidad, mientras un miedo creciente le oprimía el pecho. Lo miró en silencio durante varios segundos, su mente trabajando a toda velocidad. ¿Sería verdad o alguien estaba tratando de aprovecharse de su desgracia? —¿Qué más te dijo ese niño y cuántos años tiene? —preguntó con fingida naturalidad. Para su edad, el pequeño era muy inteligente. —Es grande, papá —respondió el pequeño, levantando la mano como si quisiera mostrar la altura—. Le dije que no era verdad, que mis hermanos vivían conmigo, y me respondió que si no lo creía, que viera la foto que te mandó. Papá, dijo que tú eres el único que puede salvarlos. Se calló de golpe, mirando asustado a su padre. Él les tenía terminantemente prohibido hablar con extraños. El niño lo observaba con ansiedad. —Papá, ¿estoy castigado? —preguntó el pequeño, asustado. Marlon no respondió. Su mirada seguía fija en su hijo, que en verdad se le parecía mucho. Estaba realmente preocupa
Ariel se despierta al sentir la mano de Camelia acariciando su rostro. Al abrir los ojos, se encuentra con los de ella, que parecen vacíos. No dice nada, se queda quieto, dejando que ella haga lo que quiera. Le parece que está allí y a la vez ausente. Permanece inmóvil, temeroso de cómo ella pueda reaccionar. —Me duele... —balbucea Camelia—. Me duele mucho allá abajo. Fue entonces cuando Ariel levanta la mano y toca la frente de su esposa. Está ardiendo, la temperatura es demasiado elevada. Salta de la cama y corre a llamar a su amigo Félix. Le explica la situación y este le dice que enviará a la ginecóloga, pues él no puede hacer nada. —Lo siento, mi amigo, pero tengo que informarle todo a nuestro suegro para que envíe el helicóptero. ¿Se movieron de lugar o están donde mismo? —pregunta, haciendo que Ariel corra a mirar por la ventanilla. —Estamos detenidos. Le preguntaré al capitán y te envío las coordenadas. Hay que ordenar el regreso —dice mientras corre a abrir la puerta,
La preocupación en el rostro de sus padres era evidente. Su madre, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas, se acercó para abrazarlo brevemente. Su padre, manteniendo la compostura característica de los Montero, le dio una palmada firme en el hombro. —Estaré bien —aseguró Ismael, intentando transmitirles confianza—. Cuida de Sofía. El rugido de las aspas del helicóptero se intensificaba mientras atravesaba el jardín hacia la pista de aterrizaje. La lluvia comenzaba a caer con más fuerza, y los relámpagos iluminaban el cielo oscurecido. —Mayor Alfonso, debemos ir a recoger a la doctora al hospital y luego ver si llegamos al yate antes de que esto se ponga más feo —ordenó, cambiando de puesto con el piloto. Ismael era el mejor que existía entre ellos. —Vamos a volar. El yate habí
En una imponente mansión en las afueras de la ciudad, Eliza, la hermana del difunto Leandro, paseaba furiosa por su despacho tras recibir una llamada que la había dejado descompuesta. —¿Qué demonios pasó? ¿Cómo es posible que no pudieran atrapar a Camelia? ¡Estaba sola en el hospital, por todos los cielos! —vociferaba, golpeando su escritorio con el puño. —No era ella, señora, era su hermana mayor, Clavel —respondió la voz al otro lado de la línea—. ¿Acaso sabía que es hija del senador Camilo Hidalgo? El lugar se llenó de guardias en cuestión de minutos. Escapamos de milagro. Lo siento, Elisa, pero nosotros nos retiramos —y trataron de cortar la comunicación. —¡Espera, maldita sea! —gritó al teléfono—. ¿Qué disparates estás diciendo? Came
El helicóptero, pilotado por Ismael, con Félix y la ginecóloga a bordo, luchaba contra las violentas ráfagas de viento mientras el mayor Alfonso, sentado a su lado, intentaba localizar el yate en la inmensidad del océano. —Se encontraban bastante alejados, aún no hay señales de ellos —comentó Alfonso, sin apartar la vista de sus binoculares. —Estaban prácticamente en medio de la nada, en aguas internacionales —respondió Ismael, escudriñando también el horizonte. La intensa lluvia reducía considerablemente la visibilidad, dificultando la búsqueda. —¡Allí! —exclamó de repente el mayor Alfonso, señalando hacia un punto en el horizonte—. ¡A las tres en punto! Veo algo que podría ser el yate. Ismael maniobró el helicóptero con destreza, luchando contra las rachas de viento que amenazaban con desestabilizarlos. Félix y la ginecóloga se aferraron a sus asientos mientras la aeronave viraba bruscamente. —La tormenta está empeorando —advirtió Ismael—. Si queremos hacer un reconocimien
Ariel se quedó observando un poco más cómo se alejaba el helicóptero hasta que se convirtió en un punto diminuto contra el cielo ahora despejado. El rugido de las hélices se desvaneció gradualmente, dejando solo el sonido del mar y el viento. Regresó a paso lento hacia el camarote, pero se detuvo frente a la puerta. A través de la madera, podía escuchar el murmullo de voces y el tintineo de instrumentos médicos. Se pasó una mano por el rostro, exhausto, y se recostó contra la pared del pasillo. —Señor —lo llamó uno de los tripulantes—. El capitán solicita hablar con usted en el puente. Ariel dudó un momento, mirando la puerta del camarote. Luego hacia la puerta del salón donde estaban atendiendo a su esposa. ¿Alguna vez lograría que ella volviera a dejarse amar como antes? El marinero e