La alarma del reloj despertó a Ariel, quien se sobresaltó al no encontrar a Camelia a su lado. La localizó junto a la ventanilla, inmóvil, contemplando el mar con la mirada perdida. Se incorporó lentamente, sintiendo cada músculo de su cuerpo protestar por el movimiento. Ella ni siquiera se inmutó cuando pasó a su lado camino al baño. Al regresar, Camelia permanecía en la misma posición, como una estatua viviente.
—Debemos curarte, Cami. No queremos que se te infecten las heridas —murmuró mientras sacaba con cuidado el botiquín que Félix les había dejado—. Vamos, necesitas bañarte primero.Camelia se levantó con movimientos mecánicos y se dirigió al baño. Dejó caer la bata que la cubría y enfrentó su reflejo en el espejo: las marcas en sus senos habían evolucionado a tonos azuMarlon se quedó observando a su pequeño hijo con incredulidad, mientras un miedo creciente le oprimía el pecho. Lo miró en silencio durante varios segundos, su mente trabajando a toda velocidad. ¿Sería verdad o alguien estaba tratando de aprovecharse de su desgracia? —¿Qué más te dijo ese niño y cuántos años tiene? —preguntó con fingida naturalidad. Para su edad, el pequeño era muy inteligente. —Es grande, papá —respondió el pequeño, levantando la mano como si quisiera mostrar la altura—. Le dije que no era verdad, que mis hermanos vivían conmigo, y me respondió que si no lo creía, que viera la foto que te mandó. Papá, dijo que tú eres el único que puede salvarlos. Se calló de golpe, mirando asustado a su padre. Él les tenía terminantemente prohibido hablar con extraños. El niño lo observaba con ansiedad. —Papá, ¿estoy castigado? —preguntó el pequeño, asustado. Marlon no respondió. Su mirada seguía fija en su hijo, que en verdad se le parecía mucho. Estaba realmente preocupa
Ariel se despierta al sentir la mano de Camelia acariciando su rostro. Al abrir los ojos, se encuentra con los de ella, que parecen vacíos. No dice nada, se queda quieto, dejando que ella haga lo que quiera. Le parece que está allí y a la vez ausente. Permanece inmóvil, temeroso de cómo ella pueda reaccionar. —Me duele... —balbucea Camelia—. Me duele mucho allá abajo. Fue entonces cuando Ariel levanta la mano y toca la frente de su esposa. Está ardiendo, la temperatura es demasiado elevada. Salta de la cama y corre a llamar a su amigo Félix. Le explica la situación y este le dice que enviará a la ginecóloga, pues él no puede hacer nada. —Lo siento, mi amigo, pero tengo que informarle todo a nuestro suegro para que envíe el helicóptero. ¿Se movieron de lugar o están donde mismo? —pregunta, haciendo que Ariel corra a mirar por la ventanilla. —Estamos detenidos. Le preguntaré al capitán y te envío las coordenadas. Hay que ordenar el regreso —dice mientras corre a abrir la puerta,
La preocupación en el rostro de sus padres era evidente. Su madre, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas, se acercó para abrazarlo brevemente. Su padre, manteniendo la compostura característica de los Montero, le dio una palmada firme en el hombro. —Estaré bien —aseguró Ismael, intentando transmitirles confianza—. Cuida de Sofía. El rugido de las aspas del helicóptero se intensificaba mientras atravesaba el jardín hacia la pista de aterrizaje. La lluvia comenzaba a caer con más fuerza, y los relámpagos iluminaban el cielo oscurecido. —Mayor Alfonso, debemos ir a recoger a la doctora al hospital y luego ver si llegamos al yate antes de que esto se ponga más feo —ordenó, cambiando de puesto con el piloto. Ismael era el mejor que existía entre ellos. —Vamos a volar. El yate habí
En una imponente mansión en las afueras de la ciudad, Eliza, la hermana del difunto Leandro, paseaba furiosa por su despacho tras recibir una llamada que la había dejado descompuesta. —¿Qué demonios pasó? ¿Cómo es posible que no pudieran atrapar a Camelia? ¡Estaba sola en el hospital, por todos los cielos! —vociferaba, golpeando su escritorio con el puño. —No era ella, señora, era su hermana mayor, Clavel —respondió la voz al otro lado de la línea—. ¿Acaso sabía que es hija del senador Camilo Hidalgo? El lugar se llenó de guardias en cuestión de minutos. Escapamos de milagro. Lo siento, Elisa, pero nosotros nos retiramos —y trataron de cortar la comunicación. —¡Espera, maldita sea! —gritó al teléfono—. ¿Qué disparates estás diciendo? Came
El helicóptero, pilotado por Ismael, con Félix y la ginecóloga a bordo, luchaba contra las violentas ráfagas de viento mientras el mayor Alfonso, sentado a su lado, intentaba localizar el yate en la inmensidad del océano. —Se encontraban bastante alejados, aún no hay señales de ellos —comentó Alfonso, sin apartar la vista de sus binoculares. —Estaban prácticamente en medio de la nada, en aguas internacionales —respondió Ismael, escudriñando también el horizonte. La intensa lluvia reducía considerablemente la visibilidad, dificultando la búsqueda. —¡Allí! —exclamó de repente el mayor Alfonso, señalando hacia un punto en el horizonte—. ¡A las tres en punto! Veo algo que podría ser el yate. Ismael maniobró el helicóptero con destreza, luchando contra las rachas de viento que amenazaban con desestabilizarlos. Félix y la ginecóloga se aferraron a sus asientos mientras la aeronave viraba bruscamente. —La tormenta está empeorando —advirtió Ismael—. Si queremos hacer un reconocimien
Ariel se quedó observando un poco más cómo se alejaba el helicóptero hasta que se convirtió en un punto diminuto contra el cielo ahora despejado. El rugido de las hélices se desvaneció gradualmente, dejando solo el sonido del mar y el viento. Regresó a paso lento hacia el camarote, pero se detuvo frente a la puerta. A través de la madera, podía escuchar el murmullo de voces y el tintineo de instrumentos médicos. Se pasó una mano por el rostro, exhausto, y se recostó contra la pared del pasillo. —Señor —lo llamó uno de los tripulantes—. El capitán solicita hablar con usted en el puente. Ariel dudó un momento, mirando la puerta del camarote. Luego hacia la puerta del salón donde estaban atendiendo a su esposa. ¿Alguna vez lograría que ella volviera a dejarse amar como antes? El marinero e
Camelia abrió los ojos y se encontró recostada en la enorme cama de una lujosa habitación a la que no había prestado atención antes. Giró la cabeza y, a través de la amplia ventana con las cortinas corridas, observó el mar azul extendiéndose hasta el horizonte. El suave vaivén le recordó que se encontraban en un yate. Ya no tenía fiebre, y el dolor había disminuido considerablemente. Con sumo cuidado, se incorporó, notando que, aunque aún le molestaba, la incomodidad era menor. ¿Cuánto tiempo habría dormido? Le pareció que mucho. A su mente acudió el último recuerdo de lo que había intentado hacer y buscó a su esposo de inmediato. La mirada de terror de Ariel permanecía clavada en su memoria. ¿Cómo pudo hacerle algo así? En ese preciso momento, la puerta se abrió y por ella entró él con una bandeja repleta de comida. Al verla despierta, la depositó rápidamente en una mesa cercana y avanzó hacia ella con una sonrisa en el rostro.—Buenos días, amor. ¿Cómo te sientes hoy? —se detuvo ju
Ariel bajó la mirada, sintiendo cómo el rubor subía por su cuello hasta sus mejillas. Sus manos, que hasta hacía un momento se movían con seguridad, comenzaron a temblar ligeramente. Un nudo se formó en su garganta mientras luchaba contra los recuerdos que siempre había intentado mantener enterrados. Respiró profundamente, consciente de la mirada incrédula de Camelia sobre él. La vulnerabilidad que sentía en ese momento era casi insoportable; nunca había hablado de esto con nadie, pero ahora debía desnudar su alma ante la mujer que amaba. La vergüenza se sentía como un peso aplastante sobre sus hombros. Cuando por fin logró levantar la mirada para encontrarse con la de su esposa, su rostro reflejaba dolor. Las palabras que estaba a punto de pronunciar le quemaban en la garganta, pero sabía que era el momento de compartir su verdad, por más dolorosa que fuera.—Sí, Cami... es verdad —logró articular, mientras seguía moviendo la esponja sobre los pechos marcados de su esposa. El agua