318. UN RAYO DE ESPERANZA

La alarma del reloj despertó a Ariel, quien se sobresaltó al no encontrar a Camelia a su lado. La localizó junto a la ventanilla, inmóvil, contemplando el mar con la mirada perdida. Se incorporó lentamente, sintiendo cada músculo de su cuerpo protestar por el movimiento. Ella ni siquiera se inmutó cuando pasó a su lado camino al baño. Al regresar, Camelia permanecía en la misma posición, como una estatua viviente.

—Debemos curarte, Cami. No queremos que se te infecten las heridas —murmuró mientras sacaba con cuidado el botiquín que Félix les había dejado—. Vamos, necesitas bañarte primero.

Camelia se levantó con movimientos mecánicos y se dirigió al baño. Dejó caer la bata que la cubría y enfrentó su reflejo en el espejo: las marcas en sus senos habían evolucionado a tonos azu
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