La sola mención de Ariel hace que su cuerpo se estremezca violentamente. La vergüenza la consume como ácido al pensar en su esposo, en sus manos tocándola, en su mirada sobre ella. Ya no se siente digna de su amor, de sus caricias. Se siente sucia, manchada, rota.
—¡No quiero que le digas nada a mi esposo, vamos, papá, por favor! —ruega de nuevo. El terror se refleja en cada fibra de su ser. La desolación se refleja en su rostro pálido como la muerte, mientras su mirada se mueve aterrorizada alrededor. La idea de que alguien más se entere de su violación la paraliza, la ahoga. Imagina las miradas de lástima, los susurros a sus espaldas, el estigma que la perseguirá para siempre. No podría soportarlo. —Llévame con mamá, necesito a mamá —súplica, aferrándose a la única persona que siente que podría entenderla sin juzgarla—. Mi hermano, no le digas a nadie dónde estoy, promételo, ni siquiera a Ariel. El cuerpo de cameliaGerardo mira a su cuñado; puede ver la desesperación y el dolor en sus ojos. Por eso, evitando su mirada suplicante, y con el peso de la mentira aplastando su conciencia, responde: —Lo siento, Ariel, yo estoy igual que tú. No sé nada. —¡Rayos! ¡¿Cómo diablos nadie supo que Leandro estaba escondido en el apartamento de Cami?! ¿Cómo? ¡Debí negarme al pedido de Marilyn! Estoy seguro de que ella tiene que ver en esto —vocifera Ariel como un demente ante la mirada impotente de todos—. Es demasiada coincidencia. ¡Mano, impide que la saquen de la cárcel! No me importa lo que le pase, pero estoy seguro de que ella está metida en esto. —Cálmate, Ari —Marlon intenta tranquilizarlo—. Y ya Oliver impidió que Marilyn saliera; la llevaron a la clínica de la cárcel. Camelia debe haber ido para la casa. —¡No está! Acabo de hablar con mamá y no ha llegado —el grito de Ariel resuena por los pasillos del hospital, cargado de una desesperación que hiela l
Ariel no ha escuchado más de las cosas que sigue explicando su padre. Sus ojos y pensamientos se detuvieron en el aparato que le devolvería a su Camelia. Con nerviosismo, abre la caja y saca un teléfono; lo pone a cargar de inmediato mientras lee las instrucciones. Se sienta anhelante con él delante en la mesa, hasta que ve que carga un poco y lo puede abrir. En ese momento, lo pone a funcionar y un punto en el mapa aparece. —¡Está en casa de sus padres, papá! ¡Cami está en casa de Camilo Hidalgo! —exclamó incrédulo. —¿Por qué Gerardo me mintió? —A lo mejor no lo sabe, o ella le pidió que no te lo dijera —contestó su padre. —¡Me voy ahora mismo para allá! —dijo Ariel, echando el aparato en su bolsillo. —Hijo —lo detiene Aurora—, tienes que darle espacio, d
La noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia. Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado. Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento
Camelia parecía un manojo de nervios, su postura revelaba una incomodidad palpable mientras se retorcía en la silla, como si cada fibra de su ser quisiera escapar de la situación en la que se encontraba. El rubor de su rostro no solo era indicativo de vergüenza, sino también de una lucha interna que parecía consumirla. Sus ojos, que antes destellaban con la oscuridad de la noche, ahora estaban velados por la duda y la humillación, y se desviaban constantemente, incapaces de sostener mi mirada.—Ella trabaja en la empresa, en el almacén. Y debe tener veintitantos años, no sé, no conocía de su existencia hasta esa noche. Ya les digo, si la he visto antes fue muy poco y no me fijé en ella o retuve su imagen —respondió Ariel con un tono que describía que la aparición de la mujer era muy sorprendente a esa hora en su despacho.—Está bien, ¿qué quería? —Oliver no pudo contener su impaciencia.—Les contaré exactamente la conversación —Ariel hizo una pausa dramática antes de continuar.—Está
Me había quedado observándola sin comprender lo que me pedía. En serio, mi mente estaba en ese momento buscando posibles hechos que le hubiesen sucedido a mi empleada en mi empresa y que yo tendría que solucionar a esa hora de la noche.—Por favor señorita Camelia, ¿puede al fin decirme qué fue lo que sucedió para ver si puedo ayudarla? —pregunté algo exasperado.—Pues señor, que en los chocolates había esta droga, ya sabe esta droga…, ésta droga… —tartamudeaba como si temiera o le avergonzara decirlo.—¿Qué droga? —pregunté para incitarla a hablar ahora verdaderamente intrigado.—Pues ésta que te hace cometer locuras, que…, que quieres hacerlo con cualquiera, ya sabe, ese acto…, ese…, ya sabe…, entre un hombre y una mujer…, —trataba de explicarme toda ruborizada y bajaba la mirada mientras tartamudeaba ante mí que no podía creer lo que me decía— y ellos se reían de mí, decían que iba a ir corriendo a suplicarles a ellos que me hicieran el “favor”, ¡pero primero me mato, señor! La
No lo pensé más, la tomé en mis brazos, la monté en el coche, ella me indicó donde era su casa y allá nos fuimos. No les diré los detalles, pero para empezar era virgen. Tiene un cuerpo de infarto, que descubrí después de quitarse toda la ropa. Cuando se soltó su cabello al bañarse para estar limpia para mí, y sin sus espejuelos, ¡el patito feo se volvió un cisne! —No les miento, no estaba borracho ni nada —aseguró con firmeza Ariel—. La chica insignificante que trabaja oculta de todos en el almacén, es una preciosura sin ropas.—¿De veras? —preguntaron ambos asombrados.—Sí, Camelia es una hermosa mujer natural —aseguró.—¿Entonces, le hiciste el “favor” o no? —quiso saber Félix.—Se lo hice, toda la noche —dijo muy serio—. La estrené en todo, ella no sabía nada, nunca había tenido relaciones, me contó que tuvo un casi novio, pero que no llegó a nada. Ambos amigos se quedaron mirando a Ariel con incredulidad y un atisbo de envidia sana. Intercambiaron sonrisas cómplices mientras b
Félix y Oliver intercambiaron una mirada. Sabían que su amigo estaba al borde de algo profundo, algo que podría cambiarlo para siempre. Y aunque parte de ellos quería advertirle del peligro, otra parte deseaba verlo tomar el salto, quizás porque también anhelaban creer en la posibilidad de un amor tan poderoso como impredecible que lo ayudara. Por eso satisfecho con la respuesta de Ariel a su pregunta, Oliver continuó:—Pues escúchame, esto es lo que harás… —dijo en lo que se inclinaba hacía delante y le exponía su idea. Mientras, al otro día de San Valentín, Camelia abrió los ojos, sintiendo una mano en su estómago que hizo que girara la cabeza para ver justo ahí, pegado a su rostro, ¡su jefe! Se tuvo que tapar la boca para no soltar un grito. ¿Qué hacía su jefe en su cama? Y no solo eso, ¡estaba completamente desnudo! Sin poder remediarlo, lo detalló, Ariel Rhys era realmente hermoso. En su cuerpo se podía delimitar cada músculo existente muy bien trabajado, la espalda era firm
Ariel la observaba como hablaba nerviosa delante de él. Nunca, pero nunca, en todos los años que tenía acostándose con mujeres, se había topado con una que fuera virgen. Y mira que la lista era larga, pero todas ya habían sido estrenadas. Tampoco nunca le interesó buscar una que lo fuera, por miedo a que tuviera que casarse. Se quedó quieto pensando, ¿cómo sería ser el primero en todo con una mujer? La noche de pronto se volvió más que interesante para Ariel Rhys. Ella seguía estrujándose las manos nerviosamente, mientras lo miraba suplicante, en espera que él iniciara. Acortó la distancia que los separaba, con suaves movimientos deshizo el nudo de la bata que se había colocado Camelia, que dejó ver su cuerpo completamente desnudo. Ariel abrió sus ojos sin poderlo evitar, levantó las manos hasta los hombros de Camelia que lo miraba expectante, y dejó que la bata rodara despacio al caer por el cuerpo de la chica. ¡Era la mujer más hermosa que había visto en su vida! El patito feo