292. TE NECESITO PAPÁ

Las lágrimas de la señora Gisela corren libremente por su rostro arrugado. La anciana lucha por hablar desde su debilidad.  

—Debí dejar que los chicos revisaran todo. Que se quedaran con nosotras, pero no lo hice, no lo hice... Perdóname, Camelia, hija, perdona a mi familia que tanto daño te ha hecho, perdón, perdón... —las palabras se van apagando mientras el agotamiento la vence.  

—Cálmate, abuela, ya pasó, ya pasó...  

Habla Camelia con la voz desprovista de emoción. Los hombres intercambian miradas preocupadas, reconociendo en su frialdad el shock que la mantiene en pie. Ernesto se acerca con el teléfono que no deja de sonar, mostrando el nombre del senador Hidalgo.  

—Es su padre, señora —dice suavemente, extendiéndole el aparato.  

—Papá... —el sollozo escapa de su garganta, traici
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