El senador Camilo y Ariel miran al doctor como si lo que acababa de decir, en lugar de palabras, hubieran sido puñales que se le clavaran en el corazón.
—¡Maldición! ¿Cómo esos inútiles que les pusiste de guardias pudieron hacerle caso y dejarla sola? ¡Eso quiere decir que a mi pequeña, ese desgraciado, por su culpa…! —increpa Camilo a Ariel, al tiempo que da un puñetazo contra el buró. —¿Qué quiere decir? ¿Cómo que las dejaron solas? —lo interrumpe Ariel. —¡Los mataré con mis propias manos! ¡Los mataré! ¿Dónde están, dónde? —pregunta furioso. —¡Deténganse! —les ordena el doctor. —No pueden perder la paciencia ni la cordura; nada que hagan ahora va a impedir lo que ya pasó. Enfóquense ahora en sanar a CamelAriel los miró con los ojos muy abiertos. En su mente solo se había quedado el tiempo. ¡Diez minutos! —¡Son suficientes para lo que está pasando ahora! —gritó Ariel, agachándose al escucharlo como si no pudiera respirar. —Al menos no fue por mucho tiempo —dijo Camilo y se dejó caer en el banco, sintiendo como si de pronto le cayeran los años encima. —Gracias por matar al condenado ese, muchas gracias. Ariel se queda en silencio. ¡Diez minutos! ¡Diez minutos la estuvo torturando! Una eternidad le parece, lo sabe, lo sufrió. Sabe lo que puede pasar en tan solo diez minutos en las manos de un violador. Leandro era tan inmenso, tan fuerte. Y su pobre Camelia no podía hacer nada contra ese bruto, ¡nada! ¿Por qué tuvo que ir a ese viaje? ¿Por qué aceptó que Marilyn fuera para el apartam
Camélia sigue vociferando en medio del llanto. ¡Sus guardias eran buenísimos, insistieron en revisar la casa, ellos no querían dejarla sola! ¡No querían! —¿Y qué fue lo que hice? —pregunta furiosa—. ¡No les presté atención porque la abuela dijo que todo estaba bien, y yo los boté de allí! Snif…, snif…, snif… ¿Entiendes por qué es mi culpa, mamá? ¡Ellos no querían irse, no querían! ¡Si llego a hacer eso, ellos hubieran encontrado a Leandro y nada de esto me hubiera pasado! ¡Así que no me digas que no es mi culpa, porque sí lo es! ¡Lo es! Snif…, snif…, snif… —Está bien, cálmate, hija, no debes alterarte así —se apresura la señora Lirio a alcanzarle un vaso de agua, tratando de calmarla. La ve que realment
Camélia la miró aterrada, pero Lirio siguió hablando. Se había levantado muy temprano y, aprovechando el horario en que sacaban a todos los animales y las caballerías estaban abiertas, fue y ensilló su yegua. Lo cual no podía hacer; se lo había prohibido el doctor porque tenía amenaza de aborto. —Era muy joven y me sentía invencible —continuó con gran pesar—. No creía que nunca un caballo me hiciera daño y pensé que, por dar un pequeño paseo despacio, no iba a hacer que abortara. Era tan orgullosa, pensando que podía dominarlos, que me fui a pasear en mi yegua vieja, que era muy mansa. Sí, no me mires así, era una rebelde empedernida —dice al ver cómo la miraba Camélia con incredulidad. No se imagina a su madre con el vientre abultado haciendo esas locuras. Pero ella le dice que sí, que lo hizo y tuvo e
Ella no podía creer lo que su madre le contaba. Admiró la valentía de su hermana mayor, pensando que quizás si estuviera ahora a su lado… —¿En serio Clavel te dijo eso? ¿Cuántos años tenía mi hermana? —preguntó Camélia con admiración. —Creo que cuatro, sí, cuatro. No sé si tu papá se lo había enseñado u otro adulto; el caso es que me hizo reaccionar. La abracé muy fuerte y regresé con ella a la casa. Y fue cuando se me hizo una obsesión tener otro hijo. Camilo se negaba porque el doctor no se lo aconsejó —siguió Lirio con firmeza—. Fue cuando hice todo lo que ya sabes, y de lo cual siento grandes remordimientos y culpas. Camélia no dice nada, pero no hace falta. La señora Lirio puede ver la interrogante en su mirada. Por eso sigue hablando. Sient
Marilyn no podía creer que todo estuviera saliendo tan bien como le había dicho la abogada. Su sonrisa no tenía límites al ver cómo dos mujeres de seguridad se detuvieron delante de su celda. Extendió las manos, pensando que esa era la última vez que tenía que hacerlo. A partir de ahora, haría las cosas muy bien para nunca más verse entre esas rejas.Mientras caminaba feliz despidiéndose de las otras reclusas con insultos, se percató de que no iba hacia la salida, sino hacia un lugar que conocía demasiado bien: la enfermería.— ¿Por qué me traen para aquí? —preguntó Marilyn desesperada—. ¡Quiero hablar con mi abogada! Ella me aseguró que hoy saldría. ¡Ya mi abuela aceptó, ella se va a encargar de mí!— Acostúmbrate, tú de aquí no vas a salir en mucho tiempo. Ac
Las jóvenes conversaban entre sí sin percatarse de que eran escuchadas atentamente. Las tres amigas, cada una con sus mascotas, siguieron hablando del suceso en el edificio.— ¿No me digas que es esa y vivía en nuestro edificio? —preguntaron las dos sorprendidas—. ¿Camelia, es ese su nombre? Creo que es amiga de Nadia y Ricardo.— La misma. Lo que pasa es que no la vimos porque se fue después del escándalo para casa de los Rhys —siguió diciendo la que había llegado, que parecía ser la que conocía más de la historia.— ¡Oye, qué enterada estás de todo! —rieron las tres, mientras soltaron a sus mascotas y se sentaron en uno de los bancos, continuando su conversación. Luego de un rato, las interrumpió la abogada Elisa, la hermana menor de Leandro, que había escuchado todo y contenía las lágrimas. Se levantó y se acercó a las tres jóvenes. Ellas la observaron con recelo, pero como estaba bien vestida, se quedaron esperando a ver qué quería.— Disculpen, escuché lo que hablaban sin quere
Desde que el doctor Félix y Clavel se reencontraron, no habían querido separarse. Ella había entregado oficialmente la responsabilidad de la granja a su hermano Gerardo, quien, al haber nacido y crecido en el campo, no tuvo ningún problema con ello. Era como si toda su vida se hubiera desarrollado en la finca Hidalgo, y muy pronto conocía a todos los trabajadores, dirigiéndolos sin dificultad. Además, su padre Camilo estaba tan feliz de tener un hijo varón que regresaba cada día a su casa para compartir con él.Ese día habían regresado de un viaje al extranjero en el que Félix había asistido a una conferencia de salud. Antes de ir a su casa, pasaron por el hospital, y en ese preciso momento, Clavel se encontraba sentada en la cafetería, esperando a su prometido mientras tomaba un café, cuando sintió que le tocaban el hombro.—¿Es usted Camelia Oduarte? —preguntó una mujer.Clavel la observó sin responder; estaba vestida de uniforme y detrás de ella la seguían otros dos agentes de la p
Clavel Hidalgo, desde que nació, se vio obligada a tratar con gente así. Rodeada siempre de la seguridad de su padre, muy pronto aprendió lo que era el poder. Por ello, ésta detective no la intimidaba; la miró de frente sin asustarse por lo que le había dicho. —No lo sé —respondió Clavel, manteniendo su actitud tranquila—. Yo estaba de viaje y papá me llamó para avisarme que habían asaltado a mi hermana, y que él la había llevado a una clínica privada, que no fuera y no me dijo cuál. —¿Sabe que la puedo acusar de obstrucción a la justicia? —la amenazó la mujer directamente. —Agente —intervino el abogado Oliver de nuevo, visiblemente molesto—, cuando la señorita Camelia esté en condiciones de ir a la estación, yo mismo la llevaré. Ella quedó muy mal y está siendo atendida. —Tenemos órdenes de llevarla ahora mismo detenida, díganos dónde está —insiste la detective, mirando a Oliver. El abogado mira fijamente a la mujer. Es quien lleva el caso de Camelia y, junto a su padre, lograron