Marlon se deja caer pesadamente en el sillón frente a María Graciela, estudiando cada detalle de su rostro ajado. La mujer parece encogerse bajo su escrutinio, pero hay algo en sus ojos, una mezcla de miedo y esperanza, que lo desconcierta. El silencio entre ambos se vuelve espeso, casi tangible.
—Señora María Graciela —habla, controlando su voz por miedo a explotar ante lo que considera una cruel mentira; quizás se trate del hijo de Ariel y ella lo confundió—, explíqueme todo con calma para ver si entiendo eso que acaba de decirme. ¿De qué hijos míos está hablando? ¿No me dijo que venía a hablar de mi hermano Ariel?—De eso se trata, señor —responde ella con mayor firmeza—. La señora Mailén me contrató para que la ayudara a tener el hijo de Ariel; se presentó con sus espermatozoides, pero ya no eran viables y entMaría Graciela baja la mirada hacia su vestido raído, intentando alisarlo con manos temblorosas. Sus mejillas se tiñen de un rojo intenso mientras confiesa:—Hoy me colé por el parqueo, que alguien lo había dejado abierto y era de mañana. Tomé un elevador que me trajo directo a este piso. —Hace una pausa mientras sus ojos se llenan de lágrimas nuevamente—. Perdón, señor Marlon, no podía salir mucho, vivo lejos y no tengo quien me cuide a los niños, ni dinero. Como puede ver, sufrí un accidente tratando de escapar el día que mi madre murió y no puedo conducir; mi pierna quedó inútil.Señala con su mano deslizándola hacia su pierna maltrecha. Cada palabra cae como una piedra en el silencio de la oficina, haciendo que la realidad de su situación sea cada vez más dolorosamente tangible. Marlon la mira fríame
El arrepentimiento golpea a Marlon como una ola helada. Debió haberle hecho caso a Marcia, debió haber buscado una segunda opinión. Ni siquiera permitió que su amigo Félix lo verificara. ¿Cómo pudo ser tan necio de quedarse con una sola opinión? La culpa lo corroe por dentro como ácido, aunque la duda no se ha esfumado.—Eran falsos esos resultados, señor —afirma María Graciela con una convicción que hace temblar las certezas de Marlon—. Estoy segura de que lo eran porque usted fecundó ocho óvulos de su esposa. ¡Se lo juro! —Asegura con una urgencia desesperada—. Estuve presente durante todo el proceso; yo ayudaba en el laboratorio, y lo sé. Además, si no me cree, puede realizarle las pruebas de paternidad a los niños.Cada palabra era como un martillo que golpeaba los cimientos de todo lo que Marlon creía saber s
María Graciela se estremeció visiblemente al rememorar la masacre en la clínica. Relató cómo había convencido a las otras mujeres de mantener sus embarazos, prometiéndoles el pago acordado. Su posición como empleada del doctor le había otorgado la credibilidad necesaria.—Durante todo el embarazo, nos encontrábamos en la consulta del ginecólogo y yo les proporcionaba dinero para subsistir —continuó—. Se alojaban en casa de una amiga de mi madre.—¿Y por qué no me avisó? —preguntó Marlon, cada vez más convencido de que algo no estaba bien con esta historia.—Ya le expliqué que los matones de ella no me dejaban ni respirar —respondió con vehemencia—. Uno se hacía pasar por mi esposo, entraba conmigo a cada consulta y, con la amenaza de matar a mi madre enferma... no me atreví a
Marlon dijo que no al detective y, en silencio, le llevó jugo y pasteles que ella devoró con rapidez. Al terminar, se levantó cojeando y se dirigió a la salida, seguida por el detective. Marlon los siguió, con un torbellino de emociones contradictorias en su mente. Consideró llamar a su esposa, pero decidió primero confirmar la verdad de aquella historia increíble.—Señor Marlon —intervino el detective Rubén junto al auto—, podemos posponer nuestro asunto para mañana si esto es tan urgente. Aunque presiento que no será necesario.—Disculpe, lo había olvidado por completo —respondió Marlon, quien efectivamente había perdido de vista todo lo demás—. Sí, mejor lo dejamos para mañana. Esto no puede esperar.Subieron al lujoso vehículo, que desentonaba completamente con el entorno al que se dirigían.
Marlon suspiró mientras se quitaba el saco. Ahora lo prioritario era llevar a la pequeña al hospital. En esos momentos, la niña lo necesitaba; lo demás podía esperar.—Es una larga historia, Oliver —y sacando su billetera, le extendió una tarjeta a su amigo—. ¿Podrías ir a comprarles algo de ropa?—Por aquí no hay tiendas cercanas —respondió Oliver, observando con preocupación a la pequeña—. Mejor envuélvela en tu saco y vámonos ya. La niña realmente se ve muy mal —aunque no entendía nada de lo que estaba sucediendo, era evidente que la situación de la pequeña era crítica.Marlon se acercó con pasos cautelosos hacia donde María Graciela sostenía a la pequeña. Al verla más de cerca, confirmó lo que la mujer le había dicho: era una versión en
Ariel abrazó a su esposa con fuerza, sintiendo cómo se estremece en sus brazos. Camelia realmente estaba muy asustada de que algo saliera mal con su abuela o de que alguien pudiera hacerle algo a su esposo. Luego se sentó en medio de las dos mujeres, asegurando que no se movería de allí. No volvería a dejarlas solas.—Ariel, ¿sabes algo de tu hermano Marlon? —preguntó su cuñada Marcia, con la preocupación reflejada en su rostro—. Ya debería estar aquí; lo dejé en la empresa con una extraña mujer que dijo tener algo que decirle sobre ti.—¿Sobre mí? —preguntó Ariel, sin entender.—Sí, pero como se demoraba tanto y Sofía me estaba apurando, vine primero. Pero ya han pasado tres horas y no aparece —explicó Marcia, mostrando el aparato en su mano—. Lo llamo y tiene el teléfo
Camilo la tomó en sus brazos y corrió con ella rumbo al helicóptero, seguido por Clavel. Se dirigieron al hospital, donde la ingresaron de urgencias en cuidados intensivos; le había dado un preinfarto.—Papá, sé que deseas que mi hermano sea ese chico que mencionaron, pero estoy segura de que es Camelia —insiste Clavel, sin entender por qué siente que es ella—. Por favor, ¿puedes, aunque sea, dejar que me haga su amiga y traerla para que mamá la vea? Mírala en esta foto y dime si no es tu hija; hasta tu lunar, como yo, tiene. ¿Qué más pruebas necesitas?—Espera solo una hora, Clavel. Mandé a los hombres detrás de ese chico. A lo mejor él sabe la verdad —habla visiblemente cansado—. Ahora Lirio está dormida; gracias a Dios que estabas a su lado cuando sucedió.—Y tú con el helicóptero &mdas
Se introducen rápidamente en la habitación que los llevará el doctor. La señora María Graciela lo ayuda a quitar la manta, aunque está desgastada y toda zurcida, dejando al descubierto el escuálido cuerpecito donde se marcan todos los huesos. Al ver esto, Marlon tiene que contenerse para no echarse a llorar. Félix, enseguida, la examina y ordena que le pongan oxígeno, entre otras cosas.—Quiero que le hagas un chequeo general a todos, incluyendo a la señora María Graciela. Por favor, Félix, que sea urgente; mira cómo están mis pobres bebés —pide emocionado, observando cómo unas enfermeras los ayudan a cambiarse de ropa, y todos, sin excepción, están en la misma situación que su pequeña, muy delgados.—No, no, señor, no es necesario —lo interrumpe María Graciela al escucharlo—. Atiendan a los