Al ver que la noche avanzaba y Camilo no regresaba, la nueva sirvienta, pues sus amigos ese día habían tenido que viajar a ver a sus padres muy enfermos, se acercó a Lirio.—Señora, es mejor que se acueste —le dijo—, el señor quizás no venga hoy.La señora Lirio aceptó; había bebido unas copas de vino, por lo que avanzaba despacio en su silla de ruedas hasta el cuarto de su pequeña hija dormida y siguió para el suyo. Se acostó feliz y triste a la vez. ¿Cómo reaccionaría Camilo? Se preguntaba mientras se quedaba profundamente dormida. El roce suave de su hija la hizo darse cuenta de que se había acostado con ella.Abrió los ojos; eran las tres de la mañana cuando el sonido de algo que se caía y rompía llegó a sus oídos. Quiso salir, pero la sirvienta había colocado muy lejos la silla.—Clavel, Clavel —llamó desesperada a su hija—, despiértate, hija.—Dime, mamá —reaccionó la niña enseguida.—Rápido, trae mi silla y el arma que está en el closet. Escóndete después ahí, no salgas pase lo
El senador Camilo Hidalgo se quedó observando la imagen congelada en la pantalla de la televisión. No podía negar el parecido entre ellas, pero podría ser una simple coincidencia. Se reuniría con el señor Rhys y le pediría que lo dejara hacerle una prueba de paternidad a la chica, sin que nadie lo supiera.—Debe ser así para que no nos pase lo de otras veces, ¿de acuerdo? —habló con seriedad—. No hagas nada, no te vayas a hacer amiga de ella como otras veces. ¡Promételo, Clavel! Esta vez lo vamos a hacer bien. No quiero hacer sufrir a tu madre con esperanzas falsas.—Pero papá, te digo que es ella… —protestó Clavel.—¡Clavel! —gritó sin poder contenerse—. ¿No te das cuenta de que estás matando a tu madre? Por favor, hija, deja que esta vez yo lo resuelva todo, ¿sí? Prométemelo.Clavel se quedó mirando a su padre y aceptó. Prometió que esperaría tranquila, que no se acercaría a ella.—Disculpa, papá —dijo con un susurro—. Es que mamá se ha pasado la vida sintiéndose culpable de haberl
El juez no respondió de inmediato. Luego de analizar de quiénes se trataban y lo que eso significaba, soltó un suspiro. Le recordó al senador que Ariel Rhys era su amigo personal y estaba muy enfermo.—¿Estás seguro de que no es un malentendido? ¿Por qué no hablas mejor con él? Rhys es un hombre correcto; estoy seguro de que si le enseñas las pruebas, suspenderá esa boda —dijo con seguridad el juez.—Sé que es un buen hombre —respondió Camilo, entendiendo al juez—. Pero debo asegurarme de que no se realice esa boda.—¿Cuál es tu empeño? ¿Qué más te da? —preguntó el juez general, sin entender—. A lo mejor es una farsa para complacerlo; es su gran anhelo ver a su hijo menor casado. ¿Sabes que tiene cáncer? —preguntó el juez, tratando de evitar una pelea por gusto que lo pondría en medio de dos poderosos hombres y amigos personales—. Por favor, Camilo, mira cómo tratas a Rhys; sé respetuoso.Luego volvió a guardar silencio antes de recordarle a Camilo que no era el único que tenía influe
No hay nada más bello que despertar al lado de la persona amada, siendo tu amor correspondido con la misma intensidad. Camelia se despierta temprano, está desnuda, envuelta en los brazos de Ariel, que aún permanece dormido. Se gira despacio para no despertarlo. Quita el cabello de su rostro y, con sumo cuidado, besa suavemente sus labios. Le parece estar todavía metida en un cuento de hadas, del cual tiene miedo de despertar.Se levanta por su necesidad de ir al baño. Después de hacer sus necesidades, se pone a revisar qué hay en el closet, para encontrar una enorme variedad de ropas, entre otras cosas, de trajes de baño. Y recuerda que están en una isla con playas, según Ismael, preciosas. Ella nunca en su vida ha ido a una. Toma un juego de dos piezas un poco atrevido para su gusto, pero lo cambia por otro más cubierto.Se lo pone y se mira en el espejo; se asombra de lo bien que le queda. Una hermosa bata de playa a juego con el bañador está doblada. Se la coloca y sale despacio d
Ariel reía feliz mientras Camelia lo seguía contemplando con recelo. Estaba claro que no le creía nada de lo que le decía. Él seguía asintiendo con la cabeza mientras ella trataba de encontrar en él al niño que tenía en su mente.—No te creo, no te pareces en nada a ese niño que recuerdo —dijo al fin—. A ver, si es verdad, dime cuántas conchas hay.—Cien —respondió Ariel con seguridad.—¡Ja! ¿Cien? ¡No eres tú! —exclamó Camelia.—No, espera… —dijo Ariel de inmediato—. No son cien, sino… ¡noventa y nueve! Me quedé con una que me había regalado papá antes de darte el pomo. La única que me trajo de una playa en África.Camelia dejó de reírse y burlarse de Ariel al escuchar aquello. Era cierto, su colección de con
El vaivén de las olas, en total armonía con el de sus caderas, es el mudo testigo del amor y el placer en que ambos están envueltos. Ariel se impulsa bien profundo en ella, que gime sin poder contenerse; las sensaciones que desatan no solo las embestidas lentas y vibrantes de su esposo, sino también sus manos, que, al pasar por su piel desnuda, despiertan en ella un armonioso estremecimiento, acompañado del dulce sabor de sus labios.Ariel cierra los ojos por un momento, quiere sentir sin ver; es tan grande el placer que lo embarga, esta vez sin miedo, sin contenerse, sabiendo que habita en su casa. Porque es así como siente a su Camelia, el puerto seguro donde al fin llegó. Y se aguanta, queriendo que disfrute todo lo que pueda.—Abre los ojos, cariño —le pide ella—. No importa que termines, podemos continuar todas las veces que quieras. Vamos, hazme lo que me gusta.Ariel sonríe al escu
Ese día, Nadia se despertó en el hospital en una silla al lado de la cama de la abuela Gisela, que aún no había recobrado el conocimiento. Su teléfono vibró y se alejó para contestar, después de asegurarse de que ella respiraba. Era su esposo avisándole que su mamá iba a ir a relevarla. El bebé lo cuidaría Marcia, la esposa de Marlon, unas horas para que ella pudiera descansar, porque él tenía que hacerse cargo de la editorial mientras faltaban Ariel y Camelia.—¿No le van a avisar a Lía que su abuela está enferma? —preguntó preocupado.—Yo quería hacerlo, pero el doctor Félix me pidió que esperara hasta hoy. Que a lo mejor vayamos para allá con ellos —explicó Nadia, sintiendo lo mismo que su esposo. Ellos nunca habían ocultado nada entre ellos.—¿Vamos a ir para su luna de miel? —preguntó Ricardo, extrañado.—Sí, al parecer tienen una isla de ellos y quieren reunirse todos allá, también por la seguridad —siguió explicando Nadia, que estaba muy preocupada por la seguridad de su hijo—
Mientras el senador Camilo Hidalgo estaba desde muy temprano en su despacho hablando con el fiscal general, interesado en saber qué significaba el contenido de un fax que le había enviado la noche anterior.—¿No está claro? Significa exactamente eso que dice ahí —aseguró el fiscal—. Ariel Rhys nunca estuvo casado, porque esa boda que asegura esa señora que hizo no es válida. Mailen estaba casada cuando lo hizo; ella fue la que cometió bigamia. Así que el matrimonio de esos chicos es válido. Ya está asentado y todo, mi amigo Rhys se aseguró de hacerlo anoche mismo.—¿Anoche? Rhys me dijo que no había recibido la notificación tuya —dijo Camilo, apretando los puños.El fiscal le asegura que es cierto lo que dijera el señor Rhys. Él no había mandado la notificación porque, cuando habló con el juez general para solicitarla, le había contado toda la verdad. Marlon e Ismael Rhys habían estado allí personalmente, con las pruebas de que Ariel nunca firmó en esa boda. Mailen es una mujer muy pe