Los cobardes huyen.

Fiorela llegaba a la impresionante mansión Ferreti. No es que ella fuera pobre, pero este nivel de riqueza era simplemente increíble.

Los hombres tenían acceso libre, la jovén observaba los prolijos y bellos jardines, también a todos esos hombres de traje y armados con radios y auriculares en sus oídos. Parecía una enorme fortaleza.

Llegaron justo a la puerta de entrada donde uno de los hombres ayudó a bajar a la joven. Ella bajó del coche, y aunque era muy hermosa los guardaespaldas mantuvieron su distancia, Ellos sabían que sobrepasarse con alguna mujer de uno de los mafiosos Ferreti significaba la muerte.

Pronto una chica despreocupada y derrochando alegría salía de la casa para correr a abrazar a su hermana.

— ¡Fiorela, ya estás aquí, me da tanto gusto verte! No había sabido nada de ti hasta la llamada de ayer. No sabes lo preocupada que me tenías.

Las hermanas se abrazaron, parecía que por fin encontraban un poco de calma.

— ¡Azucena!... Dime, ¿Te encuentras bien?
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