—Mariana, te estaba buscando… Te estuve llamando, ¿por qué no me contestabas? —la voz de Andrés sonaba quebrada, cargada de ansiedad, como si temiera la respuesta que estaba por recibir.Mariana levantó la mirada de su celular, sorprendida al verlo allí, frente a ella, con esos ojos oscuros llenos de ternura que tanto había amado. Cerró los ojos por un instante, preparándose para lo inevitable. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía menos doloroso.—Estaba trabajando, Andrés —respondió Mariana con frialdad, aunque por dentro sentía que se desmoronaba—. Sabes que quiero terminar esta relación.Andrés retrocedió un paso, como si sus palabras fueran un golpe invisible que lo había derribado.—¿Terminar? —susurró, con un hilo de voz—. Mariana… ¿Por qué? Pensé que éramos felices, que íbamos a casarnos…Ella apretó los puños. Cada palabra de Andrés era una puñalada en su corazón. No quería hacerlo sufrir, pero no tenía elección. No después de la conversación que tuvo con la m
Tres días antes El silencio en la habitación del hospital era abrumador. Las máquinas emitían un pitido constante, marcando el tiempo que su madre llevaba sumida en aquel sueño profundo del que parecía no despertar. Mariana acarició suavemente la mano de su madre, con la esperanza de sentir alguna señal de respuesta, pero todo seguía igual. Suspiró y esbozó una leve sonrisa, tratando de llenarse de fuerzas. —Mamá, necesito que despiertes. Solo vine a decirte que Andrés me pidió matrimonio y acepté casarme con él —susurró con una sonrisa cálida—. Además, esta mañana me enteré de que estoy embarazada y eso me hace muy feliz. Una lágrima rodó por su mejilla. Se sentía emocionada y asustada al mismo tiempo. La idea de convertirse en madre era un torbellino de emociones, pero saber que Andrés estaría a su lado le daba seguridad. Él la amaba, estaba segura de eso. La había apoyado en los momentos más difíciles y ahora estaban a punto de empezar una nueva etapa juntos. De repente, un gri
CINCO AÑOS DESPUESEl sonido de sus zapatos resonó en el suelo del aeropuerto con firmeza, cada paso reflejaba su determinación. Andrés Londoño no era el mismo hombre que partió hace años con el corazón destrozado y los sueños hechos añicos. Había cambiado. El dulce soñador que una vez creyó en el amor había muerto, dejando en su lugar a un hombre frío, implacable, que solo buscaba venganza.Su traje negro impecable y su porte imponente hacían que más de una persona girara la cabeza para verlo. Pero Andrés no prestaba atención a nada ni a nadie. Solo tenía una meta: Mariana.Apenas cruzó las puertas de la salida, un hombre de contextura media y expresión seria lo estaba, esperando. Maicol Beltrán, su asistente personal, se apresuró a abrir la puerta del auto negro que aguardaba en la entrada.—Jefe, lo llamo su asistente personal Maicol Beltrán, aquí está la carpeta de la investigación que se le hizo a su exnovia —dijo Maicol, entregándole el expediente.Andrés tomó la carpeta sin inm
Mariana salió de la empresa con paso rápido, casi corriendo. Su jefe, Andrés Londoño, le había exigido un café y, aunque sabía que era una excusa para fastidiarla, no tenía opción. Había vuelto para vengarse de ella, estaba segura de eso.Con el corazón latiendo con fuerza, llegó a la cafetería de la esquina. No había mucha gente, lo que le permitió pedir sin demoras.—Un café americano, por favor. Dos de azúcar —pidió con voz firme.La barista le sonrió mientras preparaba el pedido. Mariana aprovechó ese instante para respirar hondo. No debía dejar que Andrés la afectara, pero era imposible. Sabía que la odiaba por lo que pasó en el pasado, pero, ¿de verdad era necesario ser tan cruel?Le entregaron el café, pagó rápidamente y salió de nuevo hacia la empresa. En el ascensor, apretó los labios. La situación la frustraba, pero no permitiría que él la viera débil.Al llegar a la oficina de presidencia, empujó la puerta y entró con determinación.—Aquí está el café, señor Londoño —dijo,
Mariana dejó escapar un suspiro agotado mientras se acomodaba mejor en la silla. Había pasado horas organizando documentos, archivando y asegurándose de que todo estuviera en orden. Miró el reloj: eran las once de la noche. Demasiado tarde. Se frotó los ojos cansados, recogió su bolso y salió de la empresa con un solo pensamiento en mente: llegar a casa y descansar.El taxi la dejó frente a su edificio. Al entrar, un cálido aroma a comida casera la envolvió. En la mesa del comedor, Sofía la esperaba con un plato de comida humeante.—Gracias, Sofía —susurró Mariana, llevándose el primer bocado a la boca—. Esto es delicioso, amiga.—Me alegra que te guste —respondió Sofía con una sonrisa amable—. Sabía que llegarías cansada.Mariana apenas había tomado un par de bocados cuando su teléfono vibró sobre la mesa. Frunció el ceño al ver el nombre en la pantalla.—No puede ser… —murmuró, y deslizó el dedo para contestar.—¿Qué quieres, Andrés, a esta hora?—Tengo hambre y quiero que me traiga
El despertador sonó a las cinco de la mañana. Mariana suspiró pesadamente y apagó la alarma con un movimiento torpe de la mano. Se frotó los ojos y se quedó unos segundos mirando el techo. Sabía que su día sería largo, pero no tenía opción. Desde que Andrés se había convertido en su jefe, su vida se había vuelto una tortura.Miró de reojo a su hijo, Nicolás, que dormía plácidamente abrazado a su osito de peluche. Sonrió con ternura y se inclinó para dejarle un beso en la frente.—Mi príncipe, es hora de levantarte, mi amorcito —susurró con dulzura, dejándole pequeños besos por toda su carita.Nicolás se removió en la cama, murmuró algo incomprensible y luego se estiró con pereza.—Mami… mamita… buenos días —dijo con voz soñolienta mientras se sentaba en la cama y se restregaban los ojitos.Mariana sonrió y le acarició el cabello.—Buenos días, mi amor. Vamos, hay que darse un baño y prepararse.Nicolás bostezó y miró por la ventana. Todavía estaba oscuro afuera. Se cruzó de brazos e h
Andrés acortó la distancia entre él y Mariana, su corazón palpitaba con fuerza, sintiendo una mezcla de rabia, frustración y una pizca de esperanza. Necesitaba escucharla, necesitaba saber que no todo había sido en vano.—Dime que te arrepientes de haberme dejado, Mariana —exclamó con la voz cargada de emoción.Mariana, con la mirada fría y el rostro inexpresivo, tomó el plato con el desayuno de Andrés y caminó hacia el comedor, sin siquiera voltear a verlo.—Para nada —respondió con una indiferencia que lo descolocó.Andrés sintió cómo la rabia se apoderaba de su cuerpo. ¿Cómo podía responderle así? ¿Cómo podía decirle que no se arrepentía, después de todo lo que habían vivido juntos? Su mandíbula se tensó y apretó los puños con fuerza.Se levantó abruptamente de la mesa, sintiendo que si se quedaba un segundo más allí, podría decirle algo de lo que después se arrepentiría. Respiró hondo, tratando de calmarse. No quería explotar. No quería tratarla mal.—Andrés —lo llamó ella cuando
Mariana se separó del abrazo de Sofía y se secó las lágrimas con la manga de su blusa. No quería seguir llorando, no podía permitirse mostrarse débil en el trabajo. Respiró hondo y trató de recomponerse, aunque el nudo en su garganta seguía presente.—Tenemos que ir a trabajar… No quiero que Andrés se enoje de nuevo y me haga quedar mal delante de mis compañeros —susurró con la voz temblorosa, saliendo del baño con pasos apresurados.Sofía la observó con tristeza, deseando poder hacer algo más por ella. Pero conocía a Mariana, sabía que no permitiría que nadie más la defendiera.De vuelta en la oficina, Mariana se sentó en su escritorio y comenzó a organizar unos archivos que tenía pendientes para subir a la computadora. Intentaba concentrarse, pero su mente volvía una y otra vez a la humillación de esa mañana, cuando Andrés la había reprendido frente a todos por un error mínimo en un informe. Lo había hecho solo para hacerle quedar mal y ella lo sabía. Andrés disfrutaba haciéndola s