Tres días antes
El silencio en la habitación del hospital era abrumador. Las máquinas emitían un pitido constante, marcando el tiempo que su madre llevaba sumida en aquel sueño profundo del que parecía no despertar. Mariana acarició suavemente la mano de su madre, con la esperanza de sentir alguna señal de respuesta, pero todo seguía igual. Suspiró y esbozó una leve sonrisa, tratando de llenarse de fuerzas. —Mamá, necesito que despiertes. Solo vine a decirte que Andrés me pidió matrimonio y acepté casarme con él —susurró con una sonrisa cálida—. Además, esta mañana me enteré de que estoy embarazada y eso me hace muy feliz. Una lágrima rodó por su mejilla. Se sentía emocionada y asustada al mismo tiempo. La idea de convertirse en madre era un torbellino de emociones, pero saber que Andrés estaría a su lado le daba seguridad. Él la amaba, estaba segura de eso. La había apoyado en los momentos más difíciles y ahora estaban a punto de empezar una nueva etapa juntos. De repente, un grito interrumpió el momento. —¡Mariana, estás embarazada! El corazón de Mariana se paralizó al escuchar esa voz tan imponente. Lentamente giró el rostro hacia la puerta y sintió un escalofrío recorrer su espalda. —Señora Londoño… —susurró, sintiendo como el miedo se apoderaba de ella. Valeria Londoño la miraba con una mezcla de furia y desprecio. Entró en la habitación con pasos firmes, y su rostro reflejaba una ira contenida. —Quiero que termines tu relación con Andrés —dijo con frialdad—. No tienes por qué arrastrarlo a que se haga cargo de tu madre y mucho menos de ese bastardo que estás esperando. Mariana sintió que le faltaba el aire. —¿Bastardo? —repitió con la voz entrecortada. —Así es. No voy a permitir que destruyas el futuro de mi hijo. ¿Sabes que Andrés se ganó una beca para estudiar en España? —continuó Valeria con su tono cortante—. No dejaré que lo amarres con un embarazo. Él tiene un futuro brillante por delante y tú solo serías un obstáculo y un gran estorbo a la vez. Los ojos de Mariana se llenaron de lágrimas. Andrés nunca le había mencionado nada sobre la beca. —Pero… Andrés no me había dicho nada —exclamó con un hilo de voz. —Por supuesto que no, porque no quería lastimarte. Pero ahora que sé que estás embarazada, no puedo permitir que lo manipules con eso. —Yo jamás haría algo así —sollozó Mariana—. Andrés y yo nos amamos. —No seas ilusa —espetó Valeria con desprecio—. El amor no es suficiente. Mariana bajó la mirada, sintiendo cómo el dolor la consumía. —Te lo advierto, Mariana. Deja a mi hijo o no sabes de lo que soy capaz —amenazó Valeria, sacando un fajo de billetes de su bolso y lanzándose los en la cara—. Toma este dinero y deshazte de ese estorbo. No quiero volver a verte nunca más. El sonido de los billetes golpeando el suelo resonó en la habitación. Mariana sintió que la sangre se le helaba en las venas. Valeria la observó con una mirada de superioridad antes de girarse y salir de la habitación sin decir una palabra más. El silencio que dejó tras su partida fue ensordecedor. Mariana temblaba de impotencia, dolor y rabia. Se dejó caer sobre la silla y cubrió su rostro con las manos, permitiendo que las lágrimas fluyeran sin control. Miró el dinero esparcido en el suelo. No podía creer lo que acababa de pasar. Valeria realmente pensaba que podía comprarla, que podía obligarla a deshacerse de su hijo como si fuera un error que debía corregir. —¿Qué voy a hacer? —susurró entre sollozos. Su corazón estaba destrozado. Amaba a Andrés, había soñado con formar una familia con él, pero ahora todo se desmoronaba frente a sus ojos. Las horas pasaron y Mariana permaneció junto a la cama de su madre, en silencio, con la mirada perdida. Su mente era un caos. Pensó en Andrés, en su amor, en los planes que habían hecho juntos. ¿Realmente la amaba lo suficiente como para luchar por ella y su bebé? ¿O su madre tenía razón y él se iría a España, dejándola atrás? Se abrazó el vientre con ternura. Apenas era un pequeño milagro dentro de ella, pero ya lo amaba con todo su ser. En ese momento lo tuvo claro. No importaba lo que dijera Valeria, ni lo que hiciera Andrés. Su bebé era lo más importante que tenía por ahora. Se limpió las lágrimas y recogió el dinero del suelo. Lo observó con una mezcla de asco y determinación. Si la señora Londoño pensaba que la humillaría con eso, estaba muy equivocada. Usaría ese dinero para comprar lo necesario para su bebé. No se lo devolvería, no porque lo aceptara como soborno, sino porque lo tomaría como una oportunidad para empezar desde cero. Respiró hondo y miró a su madre con tristeza. —Mamá, sé que en el fondo puedes escucharme —susurró con ternura—. Me encantaría que estuvieras conmigo en esto. Pero aunque no despiertes pronto, quiero que sepas que voy a salir adelante. Se puso de pie, con la decisión firmemente arraigada en su corazón. Tendría a su hijo. Y lo sacaría adelante sola. Mariana salió del hospital con el corazón hecho pedazos. El aire fresco de la tarde no fue suficiente para aliviar el peso en su pecho. Sentía un nudo en la garganta que amenazaba con hacerla llorar de nuevo. Tomó su teléfono con manos temblorosas y marcó el número de Pedro. —Mariana, ¿qué pasa? —contestó él, notando la angustia en su voz. —Necesito verte… estoy en la cafetería del hospital —susurró, con su voz quebrándose al final. —Voy para allá. No te muevas. Mariana colgó y caminó con pasos pesados hasta la cafetería. Se sentó en una mesa junto a la ventana, mirando hacia afuera sin realmente ver nada. Su mente daba vueltas, reviviendo las crueles palabras de Valeria Londoño una y otra vez. El mundo a su alrededor seguía su curso, la gente entraba y salía de la cafetería, pero ella se sentía completamente sola. Su vista se nubló con lágrimas que luchó por contener. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? Unos minutos después, la voz cálida de su mejor amigo la sacó de sus pensamientos. —Hola, hermosa —dijo Pedro, sentándose frente a ella con su característica sonrisa, pero esta desapareció al notar el estado de su amiga—. Mariana… ¿qué pasó? Su mirada se llenó de preocupación al ver sus ojos rojos e hinchados. Sin dudarlo, tomó sus manos entre las suyas. —Dímelo todo —insistió con suavidad, pero con firmeza. Mariana tragó saliva y sintió cómo las lágrimas querían salir de nuevo. respiró hondo y con la voz temblorosa, empezó a contarle lo ocurrido. Le habló de la beca de Andrés, de cómo Valeria la había humillado en la habitación del hospital, de la forma despiadada en que se refirió a su bebé, del dinero que le lanzó en la cara como si pudiera comprar su dignidad. A medida que hablaba, la rabia y el dolor se mezclaban en su voz. Pedro la escuchaba atentamente, sin interrumpir, pero su mandíbula se tensaba con cada palabra. Cuando terminó, Mariana bajó la mirada, sintiéndose más vulnerable que nunca. Pedro, incapaz de contenerse más, golpeó la mesa con el puño, haciendo que algunas personas voltearan a mirarlos. —¡Esa vieja es una maldita arpía! —soltó con furia—. No puedo creer que haya sido capaz de decirte semejante barbaridad. Mariana dejó escapar una risa amarga. —Lo dijo sin inmutarse, sin dudarlo ni un segundo… como si tuviera el derecho de decidir sobre mi vida y la de mi hijo. Pedro la miró con ternura y, sin pensarlo dos veces, se levantó de su asiento y la abrazó con fuerza. —Claro que cuentas conmigo, amiga —susurró, estrechando su cuerpo contra su pecho—. No estás sola en esto. Mariana cerró los ojos y por primera vez en horas sintió un poco de paz. Pedro siempre había estado a su lado, y en este momento, su apoyo era lo que más necesitaba. —Me alegra que vayas a tener a mi sobrino o sobrina —añadió con una sonrisa—. Ya me veo enseñándole a decir groserías y a hacer travesuras. Mariana rió entre lágrimas. —¡No te atrevas, Pedro! —Es mi deber como tío postizo —bromeó, guiñándole un ojo—. Pero en serio, Mariana… nunca dudes de que voy a estar aquí para ti y para ese bebé. Ella asintió, sintiendo un poco de luz en medio de tanta oscuridad. Tal vez el camino sería difícil, pero ella ya no se sentía completamente sola... Continuara...CINCO AÑOS DESPUESEl sonido de sus zapatos resonó en el suelo del aeropuerto con firmeza, cada paso reflejaba su determinación. Andrés Londoño no era el mismo hombre que partió hace años con el corazón destrozado y los sueños hechos añicos. Había cambiado. El dulce soñador que una vez creyó en el amor había muerto, dejando en su lugar a un hombre frío, implacable, que solo buscaba venganza.Su traje negro impecable y su porte imponente hacían que más de una persona girara la cabeza para verlo. Pero Andrés no prestaba atención a nada ni a nadie. Solo tenía una meta: Mariana.Apenas cruzó las puertas de la salida, un hombre de contextura media y expresión seria lo estaba, esperando. Maicol Beltrán, su asistente personal, se apresuró a abrir la puerta del auto negro que aguardaba en la entrada.—Jefe, lo llamo su asistente personal Maicol Beltrán, aquí está la carpeta de la investigación que se le hizo a su exnovia —dijo Maicol, entregándole el expediente.Andrés tomó la carpeta sin inm
Mariana salió de la empresa con paso rápido, casi corriendo. Su jefe, Andrés Londoño, le había exigido un café y, aunque sabía que era una excusa para fastidiarla, no tenía opción. Había vuelto para vengarse de ella, estaba segura de eso.Con el corazón latiendo con fuerza, llegó a la cafetería de la esquina. No había mucha gente, lo que le permitió pedir sin demoras.—Un café americano, por favor. Dos de azúcar —pidió con voz firme.La barista le sonrió mientras preparaba el pedido. Mariana aprovechó ese instante para respirar hondo. No debía dejar que Andrés la afectara, pero era imposible. Sabía que la odiaba por lo que pasó en el pasado, pero, ¿de verdad era necesario ser tan cruel?Le entregaron el café, pagó rápidamente y salió de nuevo hacia la empresa. En el ascensor, apretó los labios. La situación la frustraba, pero no permitiría que él la viera débil.Al llegar a la oficina de presidencia, empujó la puerta y entró con determinación.—Aquí está el café, señor Londoño —dijo,
Mariana dejó escapar un suspiro agotado mientras se acomodaba mejor en la silla. Había pasado horas organizando documentos, archivando y asegurándose de que todo estuviera en orden. Miró el reloj: eran las once de la noche. Demasiado tarde. Se frotó los ojos cansados, recogió su bolso y salió de la empresa con un solo pensamiento en mente: llegar a casa y descansar.El taxi la dejó frente a su edificio. Al entrar, un cálido aroma a comida casera la envolvió. En la mesa del comedor, Sofía la esperaba con un plato de comida humeante.—Gracias, Sofía —susurró Mariana, llevándose el primer bocado a la boca—. Esto es delicioso, amiga.—Me alegra que te guste —respondió Sofía con una sonrisa amable—. Sabía que llegarías cansada.Mariana apenas había tomado un par de bocados cuando su teléfono vibró sobre la mesa. Frunció el ceño al ver el nombre en la pantalla.—No puede ser… —murmuró, y deslizó el dedo para contestar.—¿Qué quieres, Andrés, a esta hora?—Tengo hambre y quiero que me traiga
—Mariana, te estaba buscando… Te estuve llamando, ¿por qué no me contestabas? —la voz de Andrés sonaba quebrada, cargada de ansiedad, como si temiera la respuesta que estaba por recibir.Mariana levantó la mirada de su celular, sorprendida al verlo allí, frente a ella, con esos ojos oscuros llenos de ternura que tanto había amado. Cerró los ojos por un instante, preparándose para lo inevitable. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía menos doloroso.—Estaba trabajando, Andrés —respondió Mariana con frialdad, aunque por dentro sentía que se desmoronaba—. Sabes que quiero terminar esta relación.Andrés retrocedió un paso, como si sus palabras fueran un golpe invisible que lo había derribado.—¿Terminar? —susurró, con un hilo de voz—. Mariana… ¿Por qué? Pensé que éramos felices, que íbamos a casarnos…Ella apretó los puños. Cada palabra de Andrés era una puñalada en su corazón. No quería hacerlo sufrir, pero no tenía elección. No después de la conversación que tuvo con la m