CAPITULO 3

CINCO AÑOS DESPUES

El sonido de sus zapatos resonó en el suelo del aeropuerto con firmeza, cada paso reflejaba su determinación. Andrés Londoño no era el mismo hombre que partió hace años con el corazón destrozado y los sueños hechos añicos. Había cambiado. El dulce soñador que una vez creyó en el amor había muerto, dejando en su lugar a un hombre frío, implacable, que solo buscaba venganza.

Su traje negro impecable y su porte imponente hacían que más de una persona girara la cabeza para verlo. Pero Andrés no prestaba atención a nada ni a nadie. Solo tenía una meta: Mariana.

Apenas cruzó las puertas de la salida, un hombre de contextura media y expresión seria lo estaba, esperando. Maicol Beltrán, su asistente personal, se apresuró a abrir la puerta del auto negro que aguardaba en la entrada.

—Jefe, lo llamo su asistente personal Maicol Beltrán, aquí está la carpeta de la investigación que se le hizo a su exnovia —dijo Maicol, entregándole el expediente.

Andrés tomó la carpeta sin inmutarse y la abrió con lentitud. Sus ojos fríos recorrieron la información con atención.

—Trabaja en la empresa Interprains MA —susurró, esbozando una sonrisa sin rastro de calidez.

El destino le había facilitado las cosas. Mariana estaba justo donde él quería: bajo su control.

Cerró la carpeta con un golpe seco y apoyó la cabeza en el asiento mientras su mente ya tenía el plan perfecto.

— Sácala de la recepción y dale el puesto de secretaria de presidencia. Vamos a ver cuánto aguanta —ordenó con voz firme y ronca.

Maicol se removió incómodo en su asiento. Sabía que su jefe no daba pasos en falso, pero aún así, el tono con el que hablaba sobre Mariana le inquietaba.

—Andrés, ¿estás seguro de lo que piensas hacer con Mariana? —preguntó con cautela.

—Estoy seguro. Yo volví solo para vengarme de ella. No pensé que sería tan fácil, ya que trabaja en mi empresa —respondió sin titubeos.

Se acomodó en su asiento y cerró los ojos, dejando la carpeta a un lado sin revisar el resto de la información.

Lo que no sabía Andrés era que aquella orden cambiaría muchas cosas.

Dos días después

Mariana estaba nerviosa.

Desde hacía dos días, los rumores sobre el nuevo dueño de la empresa no dejaban de correr por los pasillos. Nadie sabía quién era exactamente, solo que era un empresario con mucho poder que había adquirido la compañía en una operación relámpago.

Ajustó su uniforme de recepcionista y suspiró. Desde que había dejado a Andrés, su vida había cambiado mucho. Había fingido indiferencia, había renunciado a su propia felicidad para darle gusto a la madre de él, y ahora… ahora estaba pagando las consecuencias.

Se sorprendió cuando su supervisora se acercó con una expresión seria.

—Mariana, ven a la oficina del director de recursos humanos.

—¿Pasa algo? —preguntó con un hilo de voz.

—No lo sé, pero han dado la orden de que ocupes el puesto de secretaria de presidencia.

Mariana sintió que el piso se movía bajo sus pies.

—¿Secretaria de la presidencia? Debe ser un error.

—No lo es. Ve ahora mismo.

Aún confundida, Mariana tomó sus cosas y caminó con paso incierto hacia la oficina indicada. Su corazón latía con fuerza, y una extraña sensación se instalaba en su pecho y corazón.

Cuando entró, el director de recursos humanos la miró con una sonrisa cálida .

—Señorita López , ha sido promovida. Desde hoy para trabajar directamente con el presidente de la empresa.

—Pero… yo no he solicitado un ascenso.

—Es una decisión del dueño.

—¿Y quién es el dueño?

El director vaciló.

—Lo sabrá cuando se presente en su oficina. Tiene diez minutos para estar ahí.

Mariana tragó saliva y salió de la oficina. Algo en su interior le decía que estaba a punto de enfrentarse a su pasado.

Cuando llegó al piso de la presidencia, su corazón casi se detuvo al ver la placa dorada en la puerta: "Andrés Londoño – Presidente CEO".

Sintió que el alma se le caía a los pies.

No podía ser…

Se quedó de pie frente a la puerta, incapaz de tocar. Pero la puerta se abrió de golpe.

Y allí estaba él.

Andrés Londoño.

Su corazón se paralizó al verlo. Estaba aún más imponente, más atractivo… pero también más frío que nunca. Sus ojos, que antes la miraban con amor, ahora solo reflejaban dureza.

Andrés la recorrió con la mirada de pies a cabeza y sonrió con burla.

—Veo que aún me reconoces.

Mariana sintió un nudo en la garganta.

—Andrés… yo…

—Bienvenida a tu nuevo trabajo, Mariana. Espero que estés lista para lo que viene.

Su tono de voz la hizo estremecer.

Ese no era el hombre del que se había enamorado.

Era alguien completamente diferente.

Y por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo.

—Tráeme un café primero que todo . Después, revisas la agenda y organizas todos esos archivos que están apilados en tu escritorio. Quiero mi café en cinco minutos y no quiero el de la cafetería de la empresa. Es horrible. Ve a la esquina, a dos cuadras de aquí —ordenó Andrés con voz fría y autoritaria mientras caminaba hacia su escritorio sin siquiera mirarla.

Mariana parpadeó, atónita. Su mirada se deslizó hacia el reloj en la pared y luego de vuelta a Andrés, que ya se acomodaba en su silla de cuero negro con la indiferencia de quien da una orden sin importarle cómo se cumpla.

—Pero... son dos cuadras las que tengo que caminar en menos de cinco minutos. No voy y vengo en tan poco tiempo, Andrés —exclamó, Mariana mientras su tono era una mezcla de incredulidad y frustración.

Él se detuvo en seco. Mariana sintió cómo el aire en la oficina se volvía más denso. Andrés giró la cabeza lentamente hacia ella, su mirada oscura clavándose en la suya como un cuchillo afilado. Sus labios se curvaron en una línea tensa antes de ponerse de pie.

Con pasos sigilosos, avanzó hacia ella, como un depredador acechando a su presa. Sus ojos desprendían una frialdad gélida, como si su paciencia estuviera colgando de un hilo invisible.

—No me importa si no eres capaz —murmuró, cada palabra impregnada de veneno—. Renuncia, Mariana.

De repente, su voz explotó en un grito, desgarrando en el aire como un trueno.

—¡Renuncia!

Con un movimiento brusco, alzó el puño y lo estrelló contra la puerta con tal fuerza que el sonido retumbó en toda la oficina. Mariana sintió el impacto en su pecho, como si ese golpe no fuera contra la madera, sino contra su propio corazón.

El miedo se deslizó por su columna vertebral como un escalofrío helado. Sus manos temblaron, pero no dijo nada. No podía. Sus ojos se llenaron de lágrimas que, por más que intentó contener, rodaron silenciosamente por sus mejillas.

Sin emitir una sola palabra, se giró y salió de la oficina con pasos apresurados. Cada latido en su pecho era un eco del golpe en la puerta. Sus lágrimas descendían sin control, cayendo sobre sus labios temblorosos.

No entendía cómo Andrés había cambiado tanto. Se veía en su mirada el odio que sentía por ella. Tal vez no era mala idea renunciar, pero como pagaría las cuentas y los gastos de los mellizos...

Continuara...

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