CINCO AÑOS DESPUES
El sonido de sus zapatos resonó en el suelo del aeropuerto con firmeza, cada paso reflejaba su determinación. Andrés Londoño no era el mismo hombre que partió hace años con el corazón destrozado y los sueños hechos añicos. Había cambiado. El dulce soñador que una vez creyó en el amor había muerto, dejando en su lugar a un hombre frío, implacable, que solo buscaba venganza. Su traje negro impecable y su porte imponente hacían que más de una persona girara la cabeza para verlo. Pero Andrés no prestaba atención a nada ni a nadie. Solo tenía una meta: Mariana. Apenas cruzó las puertas de la salida, un hombre de contextura media y expresión seria lo estaba, esperando. Maicol Beltrán, su asistente personal, se apresuró a abrir la puerta del auto negro que aguardaba en la entrada. —Jefe, lo llamo su asistente personal Maicol Beltrán, aquí está la carpeta de la investigación que se le hizo a su exnovia —dijo Maicol, entregándole el expediente. Andrés tomó la carpeta sin inmutarse y la abrió con lentitud. Sus ojos fríos recorrieron la información con atención. —Trabaja en la empresa Interprains MA —susurró, esbozando una sonrisa sin rastro de calidez. El destino le había facilitado las cosas. Mariana estaba justo donde él quería: bajo su control. Cerró la carpeta con un golpe seco y apoyó la cabeza en el asiento mientras su mente ya tenía el plan perfecto. — Sácala de la recepción y dale el puesto de secretaria de presidencia. Vamos a ver cuánto aguanta —ordenó con voz firme y ronca. Maicol se removió incómodo en su asiento. Sabía que su jefe no daba pasos en falso, pero aún así, el tono con el que hablaba sobre Mariana le inquietaba. —Andrés, ¿estás seguro de lo que piensas hacer con Mariana? —preguntó con cautela. —Estoy seguro. Yo volví solo para vengarme de ella. No pensé que sería tan fácil, ya que trabaja en mi empresa —respondió sin titubeos. Se acomodó en su asiento y cerró los ojos, dejando la carpeta a un lado sin revisar el resto de la información. Lo que no sabía Andrés era que aquella orden cambiaría muchas cosas. Dos días después Mariana estaba nerviosa. Desde hacía dos días, los rumores sobre el nuevo dueño de la empresa no dejaban de correr por los pasillos. Nadie sabía quién era exactamente, solo que era un empresario con mucho poder que había adquirido la compañía en una operación relámpago. Ajustó su uniforme de recepcionista y suspiró. Desde que había dejado a Andrés, su vida había cambiado mucho. Había fingido indiferencia, había renunciado a su propia felicidad para darle gusto a la madre de él, y ahora… ahora estaba pagando las consecuencias. Se sorprendió cuando su supervisora se acercó con una expresión seria. —Mariana, ven a la oficina del director de recursos humanos. —¿Pasa algo? —preguntó con un hilo de voz. —No lo sé, pero han dado la orden de que ocupes el puesto de secretaria de presidencia. Mariana sintió que el piso se movía bajo sus pies. —¿Secretaria de la presidencia? Debe ser un error. —No lo es. Ve ahora mismo. Aún confundida, Mariana tomó sus cosas y caminó con paso incierto hacia la oficina indicada. Su corazón latía con fuerza, y una extraña sensación se instalaba en su pecho y corazón. Cuando entró, el director de recursos humanos la miró con una sonrisa cálida . —Señorita López , ha sido promovida. Desde hoy para trabajar directamente con el presidente de la empresa. —Pero… yo no he solicitado un ascenso. —Es una decisión del dueño. —¿Y quién es el dueño? El director vaciló. —Lo sabrá cuando se presente en su oficina. Tiene diez minutos para estar ahí. Mariana tragó saliva y salió de la oficina. Algo en su interior le decía que estaba a punto de enfrentarse a su pasado. Cuando llegó al piso de la presidencia, su corazón casi se detuvo al ver la placa dorada en la puerta: "Andrés Londoño – Presidente CEO". Sintió que el alma se le caía a los pies. No podía ser… Se quedó de pie frente a la puerta, incapaz de tocar. Pero la puerta se abrió de golpe. Y allí estaba él. Andrés Londoño. Su corazón se paralizó al verlo. Estaba aún más imponente, más atractivo… pero también más frío que nunca. Sus ojos, que antes la miraban con amor, ahora solo reflejaban dureza. Andrés la recorrió con la mirada de pies a cabeza y sonrió con burla. —Veo que aún me reconoces. Mariana sintió un nudo en la garganta. —Andrés… yo… —Bienvenida a tu nuevo trabajo, Mariana. Espero que estés lista para lo que viene. Su tono de voz la hizo estremecer. Ese no era el hombre del que se había enamorado. Era alguien completamente diferente. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo. —Tráeme un café primero que todo . Después, revisas la agenda y organizas todos esos archivos que están apilados en tu escritorio. Quiero mi café en cinco minutos y no quiero el de la cafetería de la empresa. Es horrible. Ve a la esquina, a dos cuadras de aquí —ordenó Andrés con voz fría y autoritaria mientras caminaba hacia su escritorio sin siquiera mirarla. Mariana parpadeó, atónita. Su mirada se deslizó hacia el reloj en la pared y luego de vuelta a Andrés, que ya se acomodaba en su silla de cuero negro con la indiferencia de quien da una orden sin importarle cómo se cumpla. —Pero... son dos cuadras las que tengo que caminar en menos de cinco minutos. No voy y vengo en tan poco tiempo, Andrés —exclamó, Mariana mientras su tono era una mezcla de incredulidad y frustración. Él se detuvo en seco. Mariana sintió cómo el aire en la oficina se volvía más denso. Andrés giró la cabeza lentamente hacia ella, su mirada oscura clavándose en la suya como un cuchillo afilado. Sus labios se curvaron en una línea tensa antes de ponerse de pie. Con pasos sigilosos, avanzó hacia ella, como un depredador acechando a su presa. Sus ojos desprendían una frialdad gélida, como si su paciencia estuviera colgando de un hilo invisible. —No me importa si no eres capaz —murmuró, cada palabra impregnada de veneno—. Renuncia, Mariana. De repente, su voz explotó en un grito, desgarrando en el aire como un trueno. —¡Renuncia! Con un movimiento brusco, alzó el puño y lo estrelló contra la puerta con tal fuerza que el sonido retumbó en toda la oficina. Mariana sintió el impacto en su pecho, como si ese golpe no fuera contra la madera, sino contra su propio corazón. El miedo se deslizó por su columna vertebral como un escalofrío helado. Sus manos temblaron, pero no dijo nada. No podía. Sus ojos se llenaron de lágrimas que, por más que intentó contener, rodaron silenciosamente por sus mejillas. Sin emitir una sola palabra, se giró y salió de la oficina con pasos apresurados. Cada latido en su pecho era un eco del golpe en la puerta. Sus lágrimas descendían sin control, cayendo sobre sus labios temblorosos. No entendía cómo Andrés había cambiado tanto. Se veía en su mirada el odio que sentía por ella. Tal vez no era mala idea renunciar, pero como pagaría las cuentas y los gastos de los mellizos... Continuara...Mariana salió de la empresa con paso rápido, casi corriendo. Su jefe, Andrés Londoño, le había exigido un café y, aunque sabía que era una excusa para fastidiarla, no tenía opción. Había vuelto para vengarse de ella, estaba segura de eso.Con el corazón latiendo con fuerza, llegó a la cafetería de la esquina. No había mucha gente, lo que le permitió pedir sin demoras.—Un café americano, por favor. Dos de azúcar —pidió con voz firme.La barista le sonrió mientras preparaba el pedido. Mariana aprovechó ese instante para respirar hondo. No debía dejar que Andrés la afectara, pero era imposible. Sabía que la odiaba por lo que pasó en el pasado, pero, ¿de verdad era necesario ser tan cruel?Le entregaron el café, pagó rápidamente y salió de nuevo hacia la empresa. En el ascensor, apretó los labios. La situación la frustraba, pero no permitiría que él la viera débil.Al llegar a la oficina de presidencia, empujó la puerta y entró con determinación.—Aquí está el café, señor Londoño —dijo,
Mariana dejó escapar un suspiro agotado mientras se acomodaba mejor en la silla. Había pasado horas organizando documentos, archivando y asegurándose de que todo estuviera en orden. Miró el reloj: eran las once de la noche. Demasiado tarde. Se frotó los ojos cansados, recogió su bolso y salió de la empresa con un solo pensamiento en mente: llegar a casa y descansar.El taxi la dejó frente a su edificio. Al entrar, un cálido aroma a comida casera la envolvió. En la mesa del comedor, Sofía la esperaba con un plato de comida humeante.—Gracias, Sofía —susurró Mariana, llevándose el primer bocado a la boca—. Esto es delicioso, amiga.—Me alegra que te guste —respondió Sofía con una sonrisa amable—. Sabía que llegarías cansada.Mariana apenas había tomado un par de bocados cuando su teléfono vibró sobre la mesa. Frunció el ceño al ver el nombre en la pantalla.—No puede ser… —murmuró, y deslizó el dedo para contestar.—¿Qué quieres, Andrés, a esta hora?—Tengo hambre y quiero que me traiga
El despertador sonó a las cinco de la mañana. Mariana suspiró pesadamente y apagó la alarma con un movimiento torpe de la mano. Se frotó los ojos y se quedó unos segundos mirando el techo. Sabía que su día sería largo, pero no tenía opción. Desde que Andrés se había convertido en su jefe, su vida se había vuelto una tortura.Miró de reojo a su hijo, Nicolás, que dormía plácidamente abrazado a su osito de peluche. Sonrió con ternura y se inclinó para dejarle un beso en la frente.—Mi príncipe, es hora de levantarte, mi amorcito —susurró con dulzura, dejándole pequeños besos por toda su carita.Nicolás se removió en la cama, murmuró algo incomprensible y luego se estiró con pereza.—Mami… mamita… buenos días —dijo con voz soñolienta mientras se sentaba en la cama y se restregaban los ojitos.Mariana sonrió y le acarició el cabello.—Buenos días, mi amor. Vamos, hay que darse un baño y prepararse.Nicolás bostezó y miró por la ventana. Todavía estaba oscuro afuera. Se cruzó de brazos e h
Andrés acortó la distancia entre él y Mariana, su corazón palpitaba con fuerza, sintiendo una mezcla de rabia, frustración y una pizca de esperanza. Necesitaba escucharla, necesitaba saber que no todo había sido en vano.—Dime que te arrepientes de haberme dejado, Mariana —exclamó con la voz cargada de emoción.Mariana, con la mirada fría y el rostro inexpresivo, tomó el plato con el desayuno de Andrés y caminó hacia el comedor, sin siquiera voltear a verlo.—Para nada —respondió con una indiferencia que lo descolocó.Andrés sintió cómo la rabia se apoderaba de su cuerpo. ¿Cómo podía responderle así? ¿Cómo podía decirle que no se arrepentía, después de todo lo que habían vivido juntos? Su mandíbula se tensó y apretó los puños con fuerza.Se levantó abruptamente de la mesa, sintiendo que si se quedaba un segundo más allí, podría decirle algo de lo que después se arrepentiría. Respiró hondo, tratando de calmarse. No quería explotar. No quería tratarla mal.—Andrés —lo llamó ella cuando
Mariana se separó del abrazo de Sofía y se secó las lágrimas con la manga de su blusa. No quería seguir llorando, no podía permitirse mostrarse débil en el trabajo. Respiró hondo y trató de recomponerse, aunque el nudo en su garganta seguía presente.—Tenemos que ir a trabajar… No quiero que Andrés se enoje de nuevo y me haga quedar mal delante de mis compañeros —susurró con la voz temblorosa, saliendo del baño con pasos apresurados.Sofía la observó con tristeza, deseando poder hacer algo más por ella. Pero conocía a Mariana, sabía que no permitiría que nadie más la defendiera.De vuelta en la oficina, Mariana se sentó en su escritorio y comenzó a organizar unos archivos que tenía pendientes para subir a la computadora. Intentaba concentrarse, pero su mente volvía una y otra vez a la humillación de esa mañana, cuando Andrés la había reprendido frente a todos por un error mínimo en un informe. Lo había hecho solo para hacerle quedar mal y ella lo sabía. Andrés disfrutaba haciéndola s
Mariana apagó la computadora con un suspiro pesado. Había sido un día largo en la oficina, como todos los días desde que Andrés decidió que ella debía pagar las consecuencias de un pasado que no podía cambiar.—Mariana, ¿estás lista para irnos? —preguntó Sofía mientras tomaba su bolso y el celular.—Vámonos antes de que salga el gruñón de mi jefe y me haga quedar hasta tarde. No quiero perder ni un minuto para recoger a mi pequeño solecito —contestó Mariana con una sonrisa cansada.Las dos mujeres salieron de la empresa entre risas y charlas. El aire fresco de la tarde las recibió con un suave abrazo, alejando por un momento el estrés del día. Mariana se ajustó el bolso al hombro y miró a su amiga con una expresión de resignación.—No tengo ni para pagar el autobús —dijo con una sonrisa, como si fuera una broma, aunque en su mirada se reflejaba la verdad.Sofía la miró con incredulidad.—¿En serio, Mariana? No puedo creerlo. Siempre has sido tan organizada con el dinero.—Lo sé… pero
Andrés sintió que el aire se volvía denso, que el peso en su pecho le impedía respirar bien. La puerta se cerró con un golpe seco, como un eco cruel de lo que acababa de suceder , eso significaba que Mariana se había ido y que podía perderla está vez para siempre. En su interior, algo se rompió en mil pedazos. Él no podía dejarla ir otra vez , no sin luchar por ese amor que crecía cada día más y más dentro de su corazón, pero su maldito orgullo lo tenía segado.—¡Mariana, espera! —gritó con angustia.Pero ella no se detuvo. Ni siquiera se volteó a mirarlo. Caminó con prisa, con la cabeza en alto, como si su grito no hubiera sido más que el murmullo y eco del viento.Andrés no lo pensó dos veces. Corrió tras ella impulsado por la desesperación, por el miedo de perderla definitivamente. Cuando la alcanzó, la sujetó del brazo con firmeza y la giró con suavidad, obligándola a mirarlo.Se quedaron frente a frente. Sus miradas se encontraron en un choque de emociones contenidas. El corazón
Andrés y Mariana llegaron al hospital a toda prisa. Ella se bajó del auto sin esperar a que él estacionara, con las lágrimas nublando su visión y un temblor incontrolable en sus manos, sentía miedo por lo que le haya pasado a Nicolás.—Mariana, espera —gritó Andrés al verla correr hacia la entrada del hospital.Pero ella no podía detenerse. Su corazón latía con fuerza, sintiendo una angustia sofocante que le impedía respirar con normalidad. Andrés corrió tras ella y, al alcanzarla, la sujetó por los hombros con firmeza, obligándola a mirarlo.—Tienes que calmarte —susurró, mirándola a los ojos, tratando de transmitirle seguridad.Mariana negó con la cabeza. ¿Cómo podía calmarse cuando la vida de su hijo pendía de un hilo? Un sollozo escapó de su pecho, y Andrés, sin pensarlo dos veces, la abrazó con fuerza.—Vamos juntos —dijo él con voz serena—. No estás sola en estos momentos..Mariana dejó que Andrés la guiara hasta la recepción. Su cuerpo temblaba, y su mente no podía dejar de ima