La noche en el apartamento de Mariana y Sofía transcurría en aparente calma. Nicolás dormía profundamente en su habitación, su respiración pausada y tranquila llenaba el ambiente de una falsa sensación de paz. Mariana y Sofía estaban sentadas en el sofá, envueltas en una manta, viendo una película que apenas lograban seguir. Pero la tranquilidad se rompió abruptamente cuando el celular de Mariana comenzó a sonar. Suspiró con fastidio al ver el nombre en la pantalla. Andrés. Hizo una mueca de desagrado y deslizó el dedo sobre la pantalla para contestar. —¿Qué quieres a esta hora, Andrés? —preguntó con irritación, dejando caer la cabeza contra el respaldo del sofá. —Quiero que mañana compres algo muy bonito y caro para una mujer. Maicol va para allá a dejarte una tarjeta ilimitada. No me falles, Mariana —exclamó Andrés con su tono autoritario. Mariana cerró los ojos con fuerza, intentando contener su molestia. —Andrés, mañana es domingo. Tengo a Nicolás y no lo puedo dejar solo
—Si las hice sentir así, lo lamento —respondió la encargada de la boutique con ironía, cruzando los brazos con desdén.Sofía sintió cómo la rabia subía por su pecho. Odiaba a la gente condescendiente y esa mujer lo era en cada gesto y palabra que hacía y decía.—Mire, señora, que usted trabaje aquí no quiere decir que… —Sofía no alcanzó a terminar su frase porque Mariana le tomó del brazo con firmeza para calmarla, conocía a su amiga lo explosiva que es.—Cálmate —susurró Mariana en su oído, intentando evitar que la situación escalara más allá de lo necesario.Sofía apretó los labios con molestia, pero Mariana ya había tomado el control de la situación. Con la elegancia que la caracterizaba, esbozó una sonrisa serena y miró directamente a la vendedora.—Muéstrame el bolso más caro que tenga —exclamó con seguridad, estirando el brazo en un gesto que no admitía objeciones.La vendedora arqueó una ceja, esbozando una sonrisa cargada de burla hacia ellas.—¿Perdón? —preguntó con ironía, c
—Oficial, menos mal que llegó. Estas dos mujeres aquí presentes están intentando cometer fraude con esta tarjeta de crédito —acusó la vendedora, señalando con desdén la tarjeta en cuestión.Mariana sintió cómo su corazón latía desbocado. El oficial tomó la tarjeta y la identificación de Mariana, examinando con detenimiento la tarjeta y la identificación de ella. Luego, levantó la vista y preguntó con voz firme:—Dice que es la tarjeta de su marido. ¿Es correcto?Mariana, con la garganta seca y las manos temblorosas, intentó responder, pero Sofía se adelantó:—¡Prometido! —corrigió rápidamente—. No es su marido aún, están comprometidos y se casarán pronto.El oficial frunció el ceño y dirigió su mirada directamente a Mariana.—Señorita, le estoy preguntando a usted.Mariana respiró hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía. —Es mi prometido —afirmó con voz temblorosa, pero decidida.La vendedora soltó una risa sarcástica, cruzando los brazos con desdén.—Prim
Andrés se giró y vio a Mariana sentada en una silla, con el rostro pálido y la mirada baja. Su corazón latió con fuerza. Caminó hacia ella con pasos lentos y firmes, como si cada movimiento estuviera calculado. Al llegar a su lado, se inclinó un poco hacia él rostro de Mariana y depositó un beso casto en sus labios, sin importarle la mirada de los presentes.—Disculpa, cariño, llegué un poco tarde —susurró en su oído, asegurándose de que solo ella pudiera escucharlo—. Sofía me contó todo. Sígueme el juego.Mariana sintió un escalofrío recorrer por toda su espalda. No entendía cómo Andrés había llegado allí tan rápido ni qué planeaba hacer, pero se aferró a sus palabras como un salvavidas. Lo miró fijamente, tratando de encontrar una respuesta en sus ojos oscuros y profundos.Andrés se enderezó y giró la vista hacia el oficial de policía y la vendedora, quitándose lentamente sus lentes de sol. Su mirada fría reflejaba que no estaba nada feliz con la situación.—¿Qué es lo que pasa aquí
A quien le irá a comprar joyas seguro a su novia que viene desde España, definitivamente debe estar muy enamorado de ella—pensó Mariana, sintiendo un pequeño dolor de pérdida en su corazón. La vendedora entró con una caja llena de joyas. —Esta es nuestra última colección. Tenemos perlas, diamantes, manillas para parejas, zafiros y esmeraldas —dijo con una sonrisa cálida mientras se las mostraba a Mariana. —¿Y qué le parecen, señora Londoño?—preguntó la vendedora. —¿Qué te parece, cariño? —preguntó Andrés con un tono de voz cargado de ironía. —A mí me parecen bastante normales… Cariño —contestó Mariana, con ganas de matar a Andrés y salir corriendo de ese lugar. Ya estaba cansada de seguirle el jueguito y aparentar algo que no tenía sentido. —Señora Londoño, le puedo asegurar que nuestros diseñadores son los mejores de la industria. —Y yo quería pedirle una disculpa por el malentendido. Siento que fue muy poco profesional de mi parte —dijo la vendedora con arrepentimiento.
—Mariana, ¿qué sucedió? —preguntó Sofía, con su voz temblorosa pero decidida, mientras se aproximaba a su amiga con un gesto protector. Con un agarre firme y sincero, entrelazó sus brazos, buscando transmitirle el consuelo que tantas veces había faltado en sus días.—Ese bobo se enojó porque no acepté, justo en su presencia, mi sincero arrepentimiento por haberlo abandonado hace cinco años —exclamó Mariana, dejando entrever la mezcla de ira y melancolía en cada palabra. Su voz se quebraba en medio de la confesión, y las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos, ocultas tras la máscara de la rabia.—Mariana, amiga, te dije que té dieras otra oportunidad , con él—insistió Sofía con voz esperanzada, intentando inyectar algo de fe en la situación—. Se nota que te ama a leguas, aunque sus acciones puedan parecer contradictorias.—Tiene novia, Sofía —respondió Mariana, apartando la mirada hacia la ventana empañada del autobús, donde las luces nocturnas se mezclaban con su tristeza—. Aunqu
Mientras tanto, en la sala de estar de la casa de Andrés, él se encontraba solo, sumido en un abismo de pensamientos y recuerdos con Mariana , que se desbordaban en su interior. El vaso de whisky se había convertido en su confidente, y en cada sorbo encontraba la amarga compañía de un destino que parecía haberle jugado una mala pasada. La soledad lo envolvía, y cada minuto transcurrido en ese vacío era una punzada que le recordaba la fragilidad de sus decisiones.—No puedo creer que esto esté sucediendo —murmuró Andrés para sí mismo, mientras su mente se debatía entre la ira y la desesperanza. El recuerdo de los momentos compartidos con Mariana se mezclaba con la amargura de un futuro incierto, y en su corazón se abría una herida que parecía imposible de cerrar.El ambiente en la casa se volvía cada vez más opresivo, y Maicol, quien había permanecido en silencio tras la conversación en la sala, decidió intervenir una vez más. Con paso decidido, se acercó a Andrés, tratando de hacerle
—Mariana, te estaba buscando… Te estuve llamando, ¿por qué no me contestabas? —la voz de Andrés sonaba quebrada, cargada de ansiedad, como si temiera la respuesta que estaba por recibir.Mariana levantó la mirada de su celular, sorprendida al verlo allí, frente a ella, con esos ojos oscuros llenos de ternura que tanto había amado. Cerró los ojos por un instante, preparándose para lo inevitable. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía menos doloroso.—Estaba trabajando, Andrés —respondió Mariana con frialdad, aunque por dentro sentía que se desmoronaba—. Sabes que quiero terminar esta relación.Andrés retrocedió un paso, como si sus palabras fueran un golpe invisible que lo había derribado.—¿Terminar? —susurró, con un hilo de voz—. Mariana… ¿Por qué? Pensé que éramos felices, que íbamos a casarnos…Ella apretó los puños. Cada palabra de Andrés era una puñalada en su corazón. No quería hacerlo sufrir, pero no tenía elección. No después de la conversación que tuvo con la m