—Mariana, te estaba buscando… Te estuve llamando, ¿por qué no me contestabas? —la voz de Andrés sonaba quebrada, cargada de ansiedad, como si temiera la respuesta que estaba por recibir.
Mariana levantó la mirada de su celular, sorprendida al verlo allí, frente a ella, con esos ojos oscuros llenos de ternura que tanto había amado. Cerró los ojos por un instante, preparándose para lo inevitable. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía menos doloroso. —Estaba trabajando, Andrés —respondió Mariana con frialdad, aunque por dentro sentía que se desmoronaba—. Sabes que quiero terminar esta relación. Andrés retrocedió un paso, como si sus palabras fueran un golpe invisible que lo había derribado. —¿Terminar? —susurró, con un hilo de voz—. Mariana… ¿Por qué? Pensé que éramos felices, que íbamos a casarnos… Ella apretó los puños. Cada palabra de Andrés era una puñalada en su corazón. No quería hacerlo sufrir, pero no tenía elección. No después de la conversación que tuvo con la madre de Andrés, la señora Valeria, apenas unos días atrás. —Tú te quieres casar conmigo —continuó Mariana, fingiendo una indiferencia que no sentía—, pero ni siquiera tienes una casa, ni un carro para ofrecerme. Los esposos le compran bolsos, joyas a sus esposas, y yo no quiero usar estas baratijas nunca más. Con un gesto brusco, se quitó el anillo de compromiso y lo lanzó hacia Andrés. El anillo golpeó su pecho antes de caer al suelo. Andrés se agachó lentamente, recogiendo el anillo con manos temblorosas. con sus ojos llenos de lágrimas, la miraron con incredulidad. —Tú no eres así, Mariana… —susurró Andrés, mientras que su voz se quebró en cada palabra que salió de él. Pero ella no podía permitirse flaquear. No ahora. Si Andrés supiera la verdad… No, no podía dejar que eso pasara. Se obligó a mantener su mirada fría, aunque por dentro sentía que se rompía en mil pedazos. —No soy así, pero ya me cansé de todo esto —respondió Mariana, dándole la espalda para no verlo llorar—. Me voy con Pedro. Él sí me puede dar todo lo que tú no puedes, Andrés. Así que no me hagas perder más mi tiempo. Ya no te amo. Las últimas palabras casi le ahogan en un sollozo, pero logró contenerse. Andrés se quedó inmóvil, paralizado, como si su mundo se hubiera derrumbado en un instante. —Mariana, ¿estás lista? —la voz de Pedro interrumpió el silencio, al detener su auto frente a ellos. Mariana tragó saliva. Este era el momento. Sin mirar atrás, empezó a caminar hacia el auto, sintiendo la mirada de Andrés clavada en su espalda. —¿Estás segura de esto, Mariana? —preguntó Pedro en voz baja, observándola con preocupación cuando ella subió al auto. —Es lo mejor, Pedro… Arranca el auto —dijo Mariana, dándole un beso casto en los labios. Pedro sintió cómo su corazón se encogía al ver las lágrimas que empezaban a rodar por las mejillas de Mariana. —Lo siento, Mariana… No me gusta verte así —susurró Pedro mientras conducía—. Deberías haberle dicho la verdad. Mariana negó con la cabeza, limpiándose las lágrimas apresuradamente. —No puedo, ya sabes lo que me dijo su mamá. Andrés entró a su casa con el peso del mundo sobre sus hombros. Cerró la puerta con suavidad, como si el ruido pudiera romperlo aún más. Su mirada estaba vacía, perdida, y su respiración entrecortada. El anillo de compromiso, ahora inútil, se aferraba a su mano como un cruel recordatorio de lo que había perdido. Al dar unos pasos hacia la sala, encontró a su madre, Valeria, sentada en el sofá. Ella lo miró y supo al instante que algo no estaba bien. El rostro de su hijo, generalmente alegre y lleno de vida, ahora reflejaba un dolor indescriptible. Andrés se dejó caer en un sillón cercano, soltando un gruñido de frustración, dolor y cansancio. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas sin que pudiera contenerlas. —¿Hijo, estás bien? —preguntó Valeria con angustia, levantándose rápidamente y acercándose a él. Andrés negó con la cabeza, sin fuerzas para hablar. Extendió su mano, entregándole a su madre el anillo de compromiso que había comprado con tanto esfuerzo y amor. —Mariana me dejó, mamá —susurró con la voz quebrada—. Si quieres, quédate con el anillo... para lo que me sirve ahora. Valeria tomó el anillo con delicadeza, observándolo con tristeza. Sabía cuánto amaba Andrés a Mariana, cuánto había soñado con formar un futuro junto a ella. Se sentó a su lado y acarició su cabello con ternura. —Andrés, tienes que ser fuerte —dijo con suavidad, intentando consolarlo. Andrés la miró con ojos enrojecidos, sintiendo que su mundo se desmoronaba. —Mamá... Mariana es todo lo que siempre soñé —susurró mientras las lágrimas seguían cayendo—. Ella es mi primer amor, mi primera vez... Ella era el regalo más hermoso que la vida me dio, y hoy lo pierdo. No entiendo por qué. No entiendo qué hice mal. Valeria abrazó a su hijo, permitiéndole llorar en su hombro. Sabía que, a veces, no había palabras suficientes para aliviar un corazón roto. —No siempre entendemos por qué las cosas pasan así, hijo —murmuró—. Pero te prometo que, aunque ahora duela, un día mirarás atrás y verás que todo esto te hizo más fuerte. Andrés se separó ligeramente, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Su mirada se endureció de repente, como si una decisión se hubiera formado en su interior. —Me voy a estudiar a España, mamá —anunció con determinación—. Nadie me vuelve a lastimar como lo hizo Mariana hoy, de eso estoy seguro. Valeria lo miró con sorpresa, pero también con preocupación. —Andrés, ¿estás seguro? No quiero que tomes una decisión tan grande solo porque estás herido. —No, mamá. Esto... esto no es solo por que Mariana me dejo. Necesito un cambio. Necesito alejarme de todo lo que me recuerda a ella. Si me quedo aquí, cada rincón, cada lugar, cada persona, me recordará lo que perdí. España me dará un nuevo comienzo. Valeria suspiró, entendiendo el dolor de su hijo. Aunque no quería verlo partir, sabía que era lo mejor para su futuro y a veces la distancia era necesaria para sanar. —Si eso es lo que necesitas, te apoyaré —dijo con un nudo en la garganta—. Pero recuerda que aquí siempre tendrás un hogar y a una madre que te ama. Andrés asintió, agradecido por el apoyo incondicional de Valeria. Los días siguientes fueron un torbellino de emociones y despedidas. Andrés empacó sus cosas, organizó su viaje y, cada noche, luchó contra los recuerdos de Mariana que lo atormentaban. Recordaba su risa, su mirada, el sabor de sus besos, y cada memoria era una puñalada en su corazón. Una noche, mientras terminaba de empacar, Valeria entró a su habitación con una taza de té. —Pensé que te vendría bien algo caliente —dijo, dejando la taza en el escritorio. Andrés sonrió débilmente. —Gracias, mamá. —¿Puedo sentarme? —preguntó, señalando la cama. —Claro. Valeria se sentó y observó a su hijo en silencio por un momento. —¿Sabes? Cuando tu padre y yo nos separamos, sentí que nunca volvería a amar. Sentí que me había roto en mil pedazos y que jamás podría juntar todas esas partes de nuevo. Andrés la miró con curiosidad. Nunca había hablado mucho de su separación. —Pero un día entendí que, aunque amé mucho a tu padre, yo merecía ser feliz. Me prometí a mí misma que no dejaría que una ruptura definiera el resto de mi vida. Me tomó tiempo, Andrés, pero lo sané. Y tú también lo harás. Andrés bajó la mirada, dejando escapar un suspiro. —Tengo miedo, mamá. Miedo de no poder olvidarla, de llevar este dolor conmigo para siempre. —No la olvidarás, hijo. Pero aprenderás a vivir con ese recuerdo sin que te duela. Y un día, amarás de nuevo. Andrés asintió, aunque no estaba seguro de si creía en esas palabras. El día de su partida llegó rápido. En el aeropuerto, abrazó a su madre con fuerza. —Prométeme que te cuidarás —dijo Valeria, luchando contra las lágrimas. —Lo haré, mamá. Y prometo llamarte todos los días. Cuando Andrés abordó el avión, miró por la ventanilla, dejando que las lágrimas cayeran libremente. Cerró los ojos y se prometió que, en esta nueva etapa, nadie volvería a lastimarlo, pero tampoco volver a entregar su corazón. Volvería de eso estaba seguro y le cobraría todo el dolor y humillación que Mariana le causó. El primer mes en España fue difícil. Se sentía solo, perdido, y cada noche pensaba en Mariana. Pero poco a poco, encontró su ritmo. Se sumergió en sus estudios, conoció nuevas personas y, aunque el dolor seguía ahí, empezó a cicatrizar. Continuara...Tres días antes El silencio en la habitación del hospital era abrumador. Las máquinas emitían un pitido constante, marcando el tiempo que su madre llevaba sumida en aquel sueño profundo del que parecía no despertar. Mariana acarició suavemente la mano de su madre, con la esperanza de sentir alguna señal de respuesta, pero todo seguía igual. Suspiró y esbozó una leve sonrisa, tratando de llenarse de fuerzas. —Mamá, necesito que despiertes. Solo vine a decirte que Andrés me pidió matrimonio y acepté casarme con él —susurró con una sonrisa cálida—. Además, esta mañana me enteré de que estoy embarazada y eso me hace muy feliz. Una lágrima rodó por su mejilla. Se sentía emocionada y asustada al mismo tiempo. La idea de convertirse en madre era un torbellino de emociones, pero saber que Andrés estaría a su lado le daba seguridad. Él la amaba, estaba segura de eso. La había apoyado en los momentos más difíciles y ahora estaban a punto de empezar una nueva etapa juntos. De repente, un gri
CINCO AÑOS DESPUESEl sonido de sus zapatos resonó en el suelo del aeropuerto con firmeza, cada paso reflejaba su determinación. Andrés Londoño no era el mismo hombre que partió hace años con el corazón destrozado y los sueños hechos añicos. Había cambiado. El dulce soñador que una vez creyó en el amor había muerto, dejando en su lugar a un hombre frío, implacable, que solo buscaba venganza.Su traje negro impecable y su porte imponente hacían que más de una persona girara la cabeza para verlo. Pero Andrés no prestaba atención a nada ni a nadie. Solo tenía una meta: Mariana.Apenas cruzó las puertas de la salida, un hombre de contextura media y expresión seria lo estaba, esperando. Maicol Beltrán, su asistente personal, se apresuró a abrir la puerta del auto negro que aguardaba en la entrada.—Jefe, lo llamo su asistente personal Maicol Beltrán, aquí está la carpeta de la investigación que se le hizo a su exnovia —dijo Maicol, entregándole el expediente.Andrés tomó la carpeta sin inm
Mariana salió de la empresa con paso rápido, casi corriendo. Su jefe, Andrés Londoño, le había exigido un café y, aunque sabía que era una excusa para fastidiarla, no tenía opción. Había vuelto para vengarse de ella, estaba segura de eso.Con el corazón latiendo con fuerza, llegó a la cafetería de la esquina. No había mucha gente, lo que le permitió pedir sin demoras.—Un café americano, por favor. Dos de azúcar —pidió con voz firme.La barista le sonrió mientras preparaba el pedido. Mariana aprovechó ese instante para respirar hondo. No debía dejar que Andrés la afectara, pero era imposible. Sabía que la odiaba por lo que pasó en el pasado, pero, ¿de verdad era necesario ser tan cruel?Le entregaron el café, pagó rápidamente y salió de nuevo hacia la empresa. En el ascensor, apretó los labios. La situación la frustraba, pero no permitiría que él la viera débil.Al llegar a la oficina de presidencia, empujó la puerta y entró con determinación.—Aquí está el café, señor Londoño —dijo,
Mariana dejó escapar un suspiro agotado mientras se acomodaba mejor en la silla. Había pasado horas organizando documentos, archivando y asegurándose de que todo estuviera en orden. Miró el reloj: eran las once de la noche. Demasiado tarde. Se frotó los ojos cansados, recogió su bolso y salió de la empresa con un solo pensamiento en mente: llegar a casa y descansar.El taxi la dejó frente a su edificio. Al entrar, un cálido aroma a comida casera la envolvió. En la mesa del comedor, Sofía la esperaba con un plato de comida humeante.—Gracias, Sofía —susurró Mariana, llevándose el primer bocado a la boca—. Esto es delicioso, amiga.—Me alegra que te guste —respondió Sofía con una sonrisa amable—. Sabía que llegarías cansada.Mariana apenas había tomado un par de bocados cuando su teléfono vibró sobre la mesa. Frunció el ceño al ver el nombre en la pantalla.—No puede ser… —murmuró, y deslizó el dedo para contestar.—¿Qué quieres, Andrés, a esta hora?—Tengo hambre y quiero que me traiga