EL CEO INDOMABLE
EL CEO INDOMABLE
Por: MAR
CAPITULO 1

—Mariana, te estaba buscando… Te estuve llamando, ¿por qué no me contestabas? —la voz de Andrés sonaba quebrada, cargada de ansiedad, como si temiera la respuesta que estaba por recibir.

Mariana levantó la mirada de su celular, sorprendida al verlo allí, frente a ella, con esos ojos oscuros llenos de ternura que tanto había amado. Cerró los ojos por un instante, preparándose para lo inevitable. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía menos doloroso.

—Estaba trabajando, Andrés —respondió Mariana con frialdad, aunque por dentro sentía que se desmoronaba—. Sabes que quiero terminar esta relación.

Andrés retrocedió un paso, como si sus palabras fueran un golpe invisible que lo había derribado.

—¿Terminar? —susurró, con un hilo de voz—. Mariana… ¿Por qué? Pensé que éramos felices, que íbamos a casarnos…

Ella apretó los puños. Cada palabra de Andrés era una puñalada en su corazón. No quería hacerlo sufrir, pero no tenía elección. No después de la conversación que tuvo con la madre de Andrés, la señora Valeria, apenas unos días atrás.

—Tú te quieres casar conmigo —continuó Mariana, fingiendo una indiferencia que no sentía—, pero ni siquiera tienes una casa, ni un carro para ofrecerme. Los esposos le compran bolsos, joyas a sus esposas, y yo no quiero usar estas baratijas nunca más.

Con un gesto brusco, se quitó el anillo de compromiso y lo lanzó hacia Andrés. El anillo golpeó su pecho antes de caer al suelo. Andrés se agachó lentamente, recogiendo el anillo con manos temblorosas. con sus ojos llenos de lágrimas, la miraron con incredulidad.

—Tú no eres así, Mariana… —susurró Andrés, mientras que su voz se quebró en cada palabra que salió de él.

Pero ella no podía permitirse flaquear. No ahora. Si Andrés supiera la verdad… No, no podía dejar que eso pasara. Se obligó a mantener su mirada fría, aunque por dentro sentía que se rompía en mil pedazos.

—No soy así, pero ya me cansé de todo esto —respondió Mariana, dándole la espalda para no verlo llorar—. Me voy con Pedro. Él sí me puede dar todo lo que tú no puedes, Andrés. Así que no me hagas perder más mi tiempo. Ya no te amo.

Las últimas palabras casi le ahogan en un sollozo, pero logró contenerse. Andrés se quedó inmóvil, paralizado, como si su mundo se hubiera derrumbado en un instante.

—Mariana, ¿estás lista? —la voz de Pedro interrumpió el silencio, al detener su auto frente a ellos.

Mariana tragó saliva. Este era el momento. Sin mirar atrás, empezó a caminar hacia el auto, sintiendo la mirada de Andrés clavada en su espalda.

—¿Estás segura de esto, Mariana? —preguntó Pedro en voz baja, observándola con preocupación cuando ella subió al auto.

—Es lo mejor, Pedro… Arranca el auto —dijo Mariana, dándole un beso casto en los labios.

Pedro sintió cómo su corazón se encogía al ver las lágrimas que empezaban a rodar por las mejillas de Mariana.

—Lo siento, Mariana… No me gusta verte así —susurró Pedro mientras conducía—. Deberías haberle dicho la verdad.

Mariana negó con la cabeza, limpiándose las lágrimas apresuradamente.

—No puedo, ya sabes lo que me dijo su mamá.

Andrés entró a su casa con el peso del mundo sobre sus hombros. Cerró la puerta con suavidad, como si el ruido pudiera romperlo aún más. Su mirada estaba vacía, perdida, y su respiración entrecortada. El anillo de compromiso, ahora inútil, se aferraba a su mano como un cruel recordatorio de lo que había perdido.

Al dar unos pasos hacia la sala, encontró a su madre, Valeria, sentada en el sofá. Ella lo miró y supo al instante que algo no estaba bien. El rostro de su hijo, generalmente alegre y lleno de vida, ahora reflejaba un dolor indescriptible. Andrés se dejó caer en un sillón cercano, soltando un gruñido de frustración, dolor y cansancio. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas sin que pudiera contenerlas.

—¿Hijo, estás bien? —preguntó Valeria con angustia, levantándose rápidamente y acercándose a él.

Andrés negó con la cabeza, sin fuerzas para hablar. Extendió su mano, entregándole a su madre el anillo de compromiso que había comprado con tanto esfuerzo y amor.

—Mariana me dejó, mamá —susurró con la voz quebrada—. Si quieres, quédate con el anillo... para lo que me sirve ahora.

Valeria tomó el anillo con delicadeza, observándolo con tristeza. Sabía cuánto amaba Andrés a Mariana, cuánto había soñado con formar un futuro junto a ella. Se sentó a su lado y acarició su cabello con ternura.

—Andrés, tienes que ser fuerte —dijo con suavidad, intentando consolarlo.

Andrés la miró con ojos enrojecidos, sintiendo que su mundo se desmoronaba.

—Mamá... Mariana es todo lo que siempre soñé —susurró mientras las lágrimas seguían cayendo—. Ella es mi primer amor, mi primera vez... Ella era el regalo más hermoso que la vida me dio, y hoy lo pierdo. No entiendo por qué. No entiendo qué hice mal.

Valeria abrazó a su hijo, permitiéndole llorar en su hombro. Sabía que, a veces, no había palabras suficientes para aliviar un corazón roto.

—No siempre entendemos por qué las cosas pasan así, hijo —murmuró—. Pero te prometo que, aunque ahora duela, un día mirarás atrás y verás que todo esto te hizo más fuerte.

Andrés se separó ligeramente, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Su mirada se endureció de repente, como si una decisión se hubiera formado en su interior.

—Me voy a estudiar a España, mamá —anunció con determinación—. Nadie me vuelve a lastimar como lo hizo Mariana hoy, de eso estoy seguro.

Valeria lo miró con sorpresa, pero también con preocupación.

—Andrés, ¿estás seguro? No quiero que tomes una decisión tan grande solo porque estás herido.

—No, mamá. Esto... esto no es solo por que Mariana me dejo. Necesito un cambio. Necesito alejarme de todo lo que me recuerda a ella. Si me quedo aquí, cada rincón, cada lugar, cada persona, me recordará lo que perdí. España me dará un nuevo comienzo.

Valeria suspiró, entendiendo el dolor de su hijo. Aunque no quería verlo partir, sabía que era lo mejor para su futuro y a veces la distancia era necesaria para sanar.

—Si eso es lo que necesitas, te apoyaré —dijo con un nudo en la garganta—. Pero recuerda que aquí siempre tendrás un hogar y a una madre que te ama.

Andrés asintió, agradecido por el apoyo incondicional de Valeria.

Los días siguientes fueron un torbellino de emociones y despedidas. Andrés empacó sus cosas, organizó su viaje y, cada noche, luchó contra los recuerdos de Mariana que lo atormentaban. Recordaba su risa, su mirada, el sabor de sus besos, y cada memoria era una puñalada en su corazón.

Una noche, mientras terminaba de empacar, Valeria entró a su habitación con una taza de té.

—Pensé que te vendría bien algo caliente —dijo, dejando la taza en el escritorio.

Andrés sonrió débilmente.

—Gracias, mamá.

—¿Puedo sentarme? —preguntó, señalando la cama.

—Claro.

Valeria se sentó y observó a su hijo en silencio por un momento.

—¿Sabes? Cuando tu padre y yo nos separamos, sentí que nunca volvería a amar. Sentí que me había roto en mil pedazos y que jamás podría juntar todas esas partes de nuevo.

Andrés la miró con curiosidad. Nunca había hablado mucho de su separación.

—Pero un día entendí que, aunque amé mucho a tu padre, yo merecía ser feliz. Me prometí a mí misma que no dejaría que una ruptura definiera el resto de mi vida. Me tomó tiempo, Andrés, pero lo sané. Y tú también lo harás.

Andrés bajó la mirada, dejando escapar un suspiro.

—Tengo miedo, mamá. Miedo de no poder olvidarla, de llevar este dolor conmigo para siempre.

—No la olvidarás, hijo. Pero aprenderás a vivir con ese recuerdo sin que te duela. Y un día, amarás de nuevo.

Andrés asintió, aunque no estaba seguro de si creía en esas palabras.

El día de su partida llegó rápido. En el aeropuerto, abrazó a su madre con fuerza.

—Prométeme que te cuidarás —dijo Valeria, luchando contra las lágrimas.

—Lo haré, mamá. Y prometo llamarte todos los días.

Cuando Andrés abordó el avión, miró por la ventanilla, dejando que las lágrimas cayeran libremente. Cerró los ojos y se prometió que, en esta nueva etapa, nadie volvería a lastimarlo, pero tampoco volver a entregar su corazón.

Volvería de eso estaba seguro y le cobraría todo el dolor y humillación que Mariana le causó.

El primer mes en España fue difícil. Se sentía solo, perdido, y cada noche pensaba en Mariana. Pero poco a poco, encontró su ritmo. Se sumergió en sus estudios, conoció nuevas personas y, aunque el dolor seguía ahí, empezó a cicatrizar.

Continuara...

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