Mariana apagó la computadora con un suspiro pesado. Había sido un día largo en la oficina, como todos los días desde que Andrés decidió que ella debía pagar las consecuencias de un pasado que no podía cambiar.—Mariana, ¿estás lista para irnos? —preguntó Sofía mientras tomaba su bolso y el celular.—Vámonos antes de que salga el gruñón de mi jefe y me haga quedar hasta tarde. No quiero perder ni un minuto para recoger a mi pequeño solecito —contestó Mariana con una sonrisa cansada.Las dos mujeres salieron de la empresa entre risas y charlas. El aire fresco de la tarde las recibió con un suave abrazo, alejando por un momento el estrés del día. Mariana se ajustó el bolso al hombro y miró a su amiga con una expresión de resignación.—No tengo ni para pagar el autobús —dijo con una sonrisa, como si fuera una broma, aunque en su mirada se reflejaba la verdad.Sofía la miró con incredulidad.—¿En serio, Mariana? No puedo creerlo. Siempre has sido tan organizada con el dinero.—Lo sé… pero
Andrés sintió que el aire se volvía denso, que el peso en su pecho le impedía respirar bien. La puerta se cerró con un golpe seco, como un eco cruel de lo que acababa de suceder , eso significaba que Mariana se había ido y que podía perderla está vez para siempre. En su interior, algo se rompió en mil pedazos. Él no podía dejarla ir otra vez , no sin luchar por ese amor que crecía cada día más y más dentro de su corazón, pero su maldito orgullo lo tenía segado.—¡Mariana, espera! —gritó con angustia.Pero ella no se detuvo. Ni siquiera se volteó a mirarlo. Caminó con prisa, con la cabeza en alto, como si su grito no hubiera sido más que el murmullo y eco del viento.Andrés no lo pensó dos veces. Corrió tras ella impulsado por la desesperación, por el miedo de perderla definitivamente. Cuando la alcanzó, la sujetó del brazo con firmeza y la giró con suavidad, obligándola a mirarlo.Se quedaron frente a frente. Sus miradas se encontraron en un choque de emociones contenidas. El corazón
Andrés y Mariana llegaron al hospital a toda prisa. Ella se bajó del auto sin esperar a que él estacionara, con las lágrimas nublando su visión y un temblor incontrolable en sus manos, sentía miedo por lo que le haya pasado a Nicolás.—Mariana, espera —gritó Andrés al verla correr hacia la entrada del hospital.Pero ella no podía detenerse. Su corazón latía con fuerza, sintiendo una angustia sofocante que le impedía respirar con normalidad. Andrés corrió tras ella y, al alcanzarla, la sujetó por los hombros con firmeza, obligándola a mirarlo.—Tienes que calmarte —susurró, mirándola a los ojos, tratando de transmitirle seguridad.Mariana negó con la cabeza. ¿Cómo podía calmarse cuando la vida de su hijo pendía de un hilo? Un sollozo escapó de su pecho, y Andrés, sin pensarlo dos veces, la abrazó con fuerza.—Vamos juntos —dijo él con voz serena—. No estás sola en estos momentos..Mariana dejó que Andrés la guiara hasta la recepción. Su cuerpo temblaba, y su mente no podía dejar de ima
El olor a desinfectante impregnó cada rincón de la sala de espera del hospital. Mariana se mantenía de pie, con los brazos cruzados y la mirada fija en la puerta de la habitación donde Nicolás seguía en coma. Dos días. Dos días sin escuchar su voz, sin ver sus ojos abiertos, sin sentir el calor de sus pequeñas manos aferrándose a las suyas. Su hijo, su pequeño Nicolás, yacía en esa cama fría, conectado a máquinas que parecían reemplazar sus funciones vitales.Sintió un nudo en la garganta cuando la ansiedad la golpeó con fuerza. No había probado bocado desde que lo ingresaron de emergencia, y aunque su cuerpo comenzaba a fallarle, su mente solo podía concentrarse en una cosa: que Nicolás despertara.—Mariana, necesitas comer algo —insistió Andrés, acercándose con un café en la mano.Su voz era firme, pero en su mirada se reflejaba la misma preocupación que ella sentía.—No tengo hambre, Andrés —respondió sin voltear a verlo—. Solo quiero que Nicolás despierte y saber que todo está bie
Mariana estaba sentada en la silla del hospital, con los ojos fijos en la cama donde Nicolás descansaba. Su hijo estaba mejor, pero la preocupación en su rostro no desaparecía. La puerta de la habitación se abrió suavemente, y Sofía entró con una sonrisa cansada.—Mariana, hola —dijo Sofía, acercándose a su amiga, con pasos sigilosos y una bandeja de comida en sus manos.Mariana levantó la mirada y forzó una sonrisa antes de acomodarse en la silla.—Hola, Sofía.Sofía la observó con detenimiento. Mariana tenía el rostro cansado, ojeras marcadas y los labios apretados. Parecía que su alma cargaba un peso enorme.—¿Por qué estás tan triste, Mariana? Nicolás ya está un poco mejor —preguntó Sofía, extendiendo una bandeja con comida y una Coca-Cola.Mariana suspiró, tomando la lata sin ganas. Sus manos temblaron ligeramente antes de dejarla sobre la mesa.—Andrés me quiere quitar a Nicolás —confesó en voz baja, sintiendo que su garganta se cerraba con el dolor.Un par de lágrimas rodaron p
La noche en el apartamento de Mariana y Sofía transcurría en aparente calma. Nicolás dormía profundamente en su habitación, su respiración pausada y tranquila llenaba el ambiente de una falsa sensación de paz. Mariana y Sofía estaban sentadas en el sofá, envueltas en una manta, viendo una película que apenas lograban seguir. Pero la tranquilidad se rompió abruptamente cuando el celular de Mariana comenzó a sonar. Suspiró con fastidio al ver el nombre en la pantalla. Andrés. Hizo una mueca de desagrado y deslizó el dedo sobre la pantalla para contestar. —¿Qué quieres a esta hora, Andrés? —preguntó con irritación, dejando caer la cabeza contra el respaldo del sofá. —Quiero que mañana compres algo muy bonito y caro para una mujer. Maicol va para allá a dejarte una tarjeta ilimitada. No me falles, Mariana —exclamó Andrés con su tono autoritario. Mariana cerró los ojos con fuerza, intentando contener su molestia. —Andrés, mañana es domingo. Tengo a Nicolás y no lo puedo dejar solo
—Si las hice sentir así, lo lamento —respondió la encargada de la boutique con ironía, cruzando los brazos con desdén.Sofía sintió cómo la rabia subía por su pecho. Odiaba a la gente condescendiente y esa mujer lo era en cada gesto y palabra que hacía y decía.—Mire, señora, que usted trabaje aquí no quiere decir que… —Sofía no alcanzó a terminar su frase porque Mariana le tomó del brazo con firmeza para calmarla, conocía a su amiga lo explosiva que es.—Cálmate —susurró Mariana en su oído, intentando evitar que la situación escalara más allá de lo necesario.Sofía apretó los labios con molestia, pero Mariana ya había tomado el control de la situación. Con la elegancia que la caracterizaba, esbozó una sonrisa serena y miró directamente a la vendedora.—Muéstrame el bolso más caro que tenga —exclamó con seguridad, estirando el brazo en un gesto que no admitía objeciones.La vendedora arqueó una ceja, esbozando una sonrisa cargada de burla hacia ellas.—¿Perdón? —preguntó con ironía, c
—Oficial, menos mal que llegó. Estas dos mujeres aquí presentes están intentando cometer fraude con esta tarjeta de crédito —acusó la vendedora, señalando con desdén la tarjeta en cuestión.Mariana sintió cómo su corazón latía desbocado. El oficial tomó la tarjeta y la identificación de Mariana, examinando con detenimiento la tarjeta y la identificación de ella. Luego, levantó la vista y preguntó con voz firme:—Dice que es la tarjeta de su marido. ¿Es correcto?Mariana, con la garganta seca y las manos temblorosas, intentó responder, pero Sofía se adelantó:—¡Prometido! —corrigió rápidamente—. No es su marido aún, están comprometidos y se casarán pronto.El oficial frunció el ceño y dirigió su mirada directamente a Mariana.—Señorita, le estoy preguntando a usted.Mariana respiró hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía. —Es mi prometido —afirmó con voz temblorosa, pero decidida.La vendedora soltó una risa sarcástica, cruzando los brazos con desdén.—Prim