La cena fue silenciosa, pero a pesar de eso, Adrián disfrutó de estar nuevamente en su casa, de estar al lado de su hermana. Aunque no compartieran la misma sangre, ella era su hermana. Era más hermana de lo que Alfonso jamás sería.Adrián sabía que podría convencerla, solo tenía que darle una buena razón, una muy simple y precisa. Por eso, después de que terminaron la cena, estiró la mano y agarró la de su hermana, Ana María, apretándola con fuerza. Cuando los ojos de la muchacha se posaron en los suyos, Adrián le dijo: — Quiero que sepas que esto lo hago de verdad por los dos. No es un juego ni tampoco simplemente un intento de venganza sin sentido. Es supervivencia. Recuerda cómo mataron a nuestro padre. ¿Quieres verme morir así también, o quieres que yo te vea morir de la misma forma?La muchacha le apartó la mirada, así que Adrián aprovechó ese momento de vulnerabilidad para presionarla. — Ayúdanos a detenerlo, Ana María. Eres la única que conozco que puede ayudarnos. Si no lo
Hannah sabía que el accidente tenía algo que ver, algo dentro de ella se lo decía desde el primer instante en el que había descubierto aquello.Fue el inicio del conocimiento del nuevo Alfonso. Lo único que tenía que hacer era ir más profundo, más allá. Así que después de pasar la noche completa y absolutamente en vela, se levantó tan temprano en la mañana, incluso antes de que saliera el sol, y se sentó frente a su computadora.Entró a la página donde había encontrado la información del accidente de Alfonso en aquella pequeña isla y leyó una y otra vez el artículo.Había sido tan ingenua al creer las palabras del hombre en el artículo. Se veía claramente que Alfonso no había sufrido ningún daño grave. ¿Cómo había sido tan estúpida de no verificar la información? ¿Cómo había sido tan tonta, tan ciega?A pesar de que buscó y buscó, no encontró a quién había atropellado. Tal vez no había sido a nadie importante. Lo más probable es que no hubiese sido a nadie importante, que el accidente
Hacía muy poco que Hannah se había enterado de la verdad, ni siquiera había sido capaz de entender completamente lo que estaba sucediendo. Aún había sido incapaz de aceptarlo y ahora ya tenía el verdadero Alfonso frente a ella.Le entró un mareo tan fuerte que tuvo que aferrarse con fuerza al escritorio de la recepcionista. La mujer se puso de pie y la ayudó, la tomó por el brazo y la llevó hasta una mesita de centro, luego la sentó en el mueble. El aire acondicionado la tenía un poco más mareada, solo quería salir, quería salir de ahí y no escuchar a nadie, no hablar con nadie, enfrentar nada, quería morirse. — ¿Qué estás haciendo aquí? — le preguntó a Alfonso. Estaba de pie a su lado, tenía las manos metidas en los bolsillos. — Pues en cuanto noté que mi esposa salía de la ciudad, no me quedé con las ganas de saber hacia dónde iba. Me pareció curioso que Adrián saliera de viaje y luego lo hicieras tú. — Escuchar de nuevo el nombre de Adrián le trajo otra puñalada al corazón. —
— No me parece que sea una buena idea — dijo Adrián. Estaban sentados en la playa. Aquello a Adrián le parecía un tanto absurdo — . Es como si hubiéramos estado de vacaciones, pero planeando un golpe de estado para derrocar a miembros corruptos de una organización que produce órganos en el mercado negro.Francisco estaba sobre la arena, haciendo unas flexiones de pecho, seguramente para impresionar a un grupo de chicos que lo observaba desde el otro lado. Su hermana Ana María se estaba deleitando con el cuerpo del policía. Adrián tomó un puñado de arena y se lo tiró a su hermana. — Te estoy diciendo que no me parece una buena idea. ¿Cómo haremos para que te encierres tanto tiempo dentro de la oficina de Luciano?Ella se encogió de hombros. — No lo sé. Alguna forma se les ocurrirá. Antes deberían agradecer que les voy a ayudar en esto. — Sabes que tienes que hacerlo porque me quieres mucho.Fue ella la que tomó un puñado de arena y se lo lanzó a la cara. Adrián respiró profundo mie
Adrián supo en ese instante que todo se había derrumbado como un edificio en un terremoto. Todo se le vino encima. Ni siquiera sabía que era tan importante para él aquello hasta ese momento, hasta que vio el rostro de Hannah frente a él.La mujer había llorado tanto que tenía los ojos hinchados, sus labios apretados en una fina línea y sus cejas levantadas. Sus ojos abiertos esperaban una explicación, esperaban que le dijera algo, pero él no podía hacerlo. Se le había cortado la respiración, la garganta se le había cerrado como si un fuerte puño se hubiese apretado a su alrededor. Incluso le costó respirar. Dio un paso atrás y recostó la espalda en la puerta. — ¿Entonces no dirás nada, Adrián?Escuchar su nombre real en la voz de la mujer le produjo una sensación estremecedora en el cuerpo. Poco a poco comenzó a deslizarse hasta que terminó sentado en el suelo, con la espalda recostada en la puerta. Puso los codos en las rodillas levantadas y clavó su mirada en un punto fijo en la al
Hannah sintió miedo cuando el hombre caminó hacia la puerta y le puso el seguro. Ella se sentó en el borde de la cama y apretó la almohada. El ataque de rabia había cedido y lo que sentía en el cuerpo era una debilidad tan grande que creyó que podría desmayarse en cualquier momento. Y lo peor, lo peor de todo, es que lo que Adrián le había dicho era verdad.Extrañamente sentía alivio de que no fuera Alfonso. Sentía un extraño alivio de que el hombre del que se había enamorado no era su esposo, no era el monstruo de Alfonso. Pero, al mismo tiempo, eso le hacía sentir mal porque se había enamorado de una persona que no conocía. Se había enamorado de una mentira, de un fantasma.Adrián se sentó frente a ella en el mueble. La observó detenidamente y ella le apartó la mirada, incómoda. No era capaz de sostenerlo. A pesar de que lo amara, a pesar de que se hubiese enamorado de él, las mentiras del hombre lo habían condenado. Habían creado un vacío en su interior y Hannah sabía que no podría
A Francisco había muy pocas cosas en la vida que se le escaparan del radar. Había entrenado gran parte de su vida para eso: para ver las señales, para leer entre líneas, para estar atento a cada minúsculo detalle. Por eso, para él fue indudable que Adrián tenía el corazón roto.En el poco tiempo que había estado con el hombre, había entendido que era una buena persona, aunque tenía una mala percepción de sí mismo, llamándose a sí mismo un monstruo. Pero Francisco sabía que no lo era. Cada acción que había cometido en su vida, cada mentira dicha, había sido extrañamente por una buena causa. Por eso se había enamorado de Hannah; era un camino que inevitablemente tendría ese destino. Él lo sabía, y lo que veía a través del retrovisor esa mañana indudablemente era un corazón roto, destruido. — ¿Cómo se enteró de la verdad? — le preguntó después de que habían marchado, pero Adrián parecía que no tenía ganas de hablar. Se encogió de hombros. — Siguió las pistas. Fue a la isla donde me enc
Francisco, sentado en el inodoro, esperaba al secretario. Se demoró más de dos minutos en llegar con él y la paciencia ya comenzaba a colmársele. Tenían que hacer eso lo antes posible, rápido, antes de que cualquier persona se diera cuenta.Cuando la puerta se abrió, Ismael susurró en el baño:— ¿Francisco? — preguntó— Aquí estoy, en el cubículo.Cuando el joven abrió la puerta, lo miró extrañado, de pies a cabeza. — Ok, esto es muy extraño — comentó. Francisco le apartó la mirada del ojo golpeado, sintiéndose avergonzado por eso. — Necesito un favor muy grande de ti. Quiero que entres por ese conducto y que te arrastres hasta la oficina de Luciano.Ismael miró el conducto y luego al policía. — Evidentemente eso no lo voy a hacer. ¿Por qué haría algo como eso?El policía suspiró, se acercó hacia él y lo tomó por los hombros. — Confía en mí, es una misión importante que tenemos, Alfonso y yo...— ¿Así que de eso se tratan todas estas salidas misteriosas? ¿para espiar el vicepresi