Adrián supo en ese instante que todo se había derrumbado como un edificio en un terremoto. Todo se le vino encima. Ni siquiera sabía que era tan importante para él aquello hasta ese momento, hasta que vio el rostro de Hannah frente a él.La mujer había llorado tanto que tenía los ojos hinchados, sus labios apretados en una fina línea y sus cejas levantadas. Sus ojos abiertos esperaban una explicación, esperaban que le dijera algo, pero él no podía hacerlo. Se le había cortado la respiración, la garganta se le había cerrado como si un fuerte puño se hubiese apretado a su alrededor. Incluso le costó respirar. Dio un paso atrás y recostó la espalda en la puerta. — ¿Entonces no dirás nada, Adrián?Escuchar su nombre real en la voz de la mujer le produjo una sensación estremecedora en el cuerpo. Poco a poco comenzó a deslizarse hasta que terminó sentado en el suelo, con la espalda recostada en la puerta. Puso los codos en las rodillas levantadas y clavó su mirada en un punto fijo en la al
Hannah sintió miedo cuando el hombre caminó hacia la puerta y le puso el seguro. Ella se sentó en el borde de la cama y apretó la almohada. El ataque de rabia había cedido y lo que sentía en el cuerpo era una debilidad tan grande que creyó que podría desmayarse en cualquier momento. Y lo peor, lo peor de todo, es que lo que Adrián le había dicho era verdad.Extrañamente sentía alivio de que no fuera Alfonso. Sentía un extraño alivio de que el hombre del que se había enamorado no era su esposo, no era el monstruo de Alfonso. Pero, al mismo tiempo, eso le hacía sentir mal porque se había enamorado de una persona que no conocía. Se había enamorado de una mentira, de un fantasma.Adrián se sentó frente a ella en el mueble. La observó detenidamente y ella le apartó la mirada, incómoda. No era capaz de sostenerlo. A pesar de que lo amara, a pesar de que se hubiese enamorado de él, las mentiras del hombre lo habían condenado. Habían creado un vacío en su interior y Hannah sabía que no podría
A Francisco había muy pocas cosas en la vida que se le escaparan del radar. Había entrenado gran parte de su vida para eso: para ver las señales, para leer entre líneas, para estar atento a cada minúsculo detalle. Por eso, para él fue indudable que Adrián tenía el corazón roto.En el poco tiempo que había estado con el hombre, había entendido que era una buena persona, aunque tenía una mala percepción de sí mismo, llamándose a sí mismo un monstruo. Pero Francisco sabía que no lo era. Cada acción que había cometido en su vida, cada mentira dicha, había sido extrañamente por una buena causa. Por eso se había enamorado de Hannah; era un camino que inevitablemente tendría ese destino. Él lo sabía, y lo que veía a través del retrovisor esa mañana indudablemente era un corazón roto, destruido. — ¿Cómo se enteró de la verdad? — le preguntó después de que habían marchado, pero Adrián parecía que no tenía ganas de hablar. Se encogió de hombros. — Siguió las pistas. Fue a la isla donde me enc
Francisco, sentado en el inodoro, esperaba al secretario. Se demoró más de dos minutos en llegar con él y la paciencia ya comenzaba a colmársele. Tenían que hacer eso lo antes posible, rápido, antes de que cualquier persona se diera cuenta.Cuando la puerta se abrió, Ismael susurró en el baño:— ¿Francisco? — preguntó— Aquí estoy, en el cubículo.Cuando el joven abrió la puerta, lo miró extrañado, de pies a cabeza. — Ok, esto es muy extraño — comentó. Francisco le apartó la mirada del ojo golpeado, sintiéndose avergonzado por eso. — Necesito un favor muy grande de ti. Quiero que entres por ese conducto y que te arrastres hasta la oficina de Luciano.Ismael miró el conducto y luego al policía. — Evidentemente eso no lo voy a hacer. ¿Por qué haría algo como eso?El policía suspiró, se acercó hacia él y lo tomó por los hombros. — Confía en mí, es una misión importante que tenemos, Alfonso y yo...— ¿Así que de eso se tratan todas estas salidas misteriosas? ¿para espiar el vicepresi
Hannah contuvo el aliento, con fuerza y se recostó en el lavamanos. El desazón que sentía en el pecho le impedía respirar, pero intentó hacerlo. Abrió la boca e inhaló aire en el estómago.Los minutos comenzaban a pasar. La prueba ya estaba lista, pero no se atrevía a mirarla. No se atrevía a poner los ojos en ese pedazo de plástico. — Esto no puede estar pasando — se dijo a sí misma, mirando hacia el espejo — . ¿Cómo pude haber sido tan estúpida? ¿Cómo me está sucediendo esto a mí ahora, Dios?Caminó por el baño, se despeinó el cabello y apretó los puños con fuerza, enterrándose las uñas en las palmas de las manos hasta que ese dolor externo le ayudó a calmar un poco el dolor interno que sentía: el miedo, el vacío.Observó la prueba de embarazo sobre el mesón junto al lavamanos. Tenía ganas de tomarla y lanzarla a la papelera sin mirarla. Pero tenía que hacerlo, tenía que hacerlo. Su periodo era completamente y absolutamente regular. Toda su vida fue un calendario perfecto y tenía
La tarde comenzó a caer y Adrián, dentro de su oficina, se moría de los nervios. No había hecho más que eso en todo el día: agonizar lentamente del miedo.Las cosas que le habían pasado, la pelea con Hannah, la posibilidad de que su padre se diera cuenta de que estaba vivo y se había hecho pasar por su hermano, y todo lo del plan lo tenían al borde de la silla.Literalmente, no trabajó en todo el día; solo se quedó ahí, observando la pantalla del computador. Ya ni siquiera intentaba trabajar. A partir de esa noche, encontrar lo que buscaba sería lo último que haría como Alfonso. Ya no tenía más opción. Estaba seguro de que Hannah no le guardaría el secreto, y aunque lo hiciera, aunque ella no lo delatara, ¿qué más podía hacer? Era lo último que tenía.Caminó de un lado para otro. Lo que el policía le había dicho en la costa lo dejó incluso más asustado. Ahora ya ni siquiera podía confiar en la policía. Fuese cual fuese la información que encontraran, sería complicado lograr que llega
La ciudad estaba sumida en un tremendo embotellamiento esa noche y a Hannah le costó mucho llegar a la empresa. Estaba a dos cuadras cuando tuvo que bajarse del taxi para caminar. Le lanzó un par de billetes al taxista y prácticamente salió corriendo hacia Vital. Recordaba muy bien dónde quedaba la oficina de Alfonso.Cuando llegó, la noche ya había caído. Estaba en la recepción, hablando con la recepcionista para que la anunciara, cuando las puertas del elevador se abrieron y apareció Luciano. El hombre caminó hacia ella con una sonrisa en el rostro, su maleta al hombro, ya dispuesto a irse a casa. — Mira nada más, la queridísima Hannah Valencia. ¿Pensaste en lo que te dije la última vez que hablamos? — le preguntó Luciano. — Sí, lo pensé e hice mi tarea. Resulta que ese hermano sí está muy muerto. Alfonso ha cambiado y vamos a tener que aceptarlo así — mintió Hannah — . Si no te importa, entonces iré a ver a mi esposo.Luciano la sujetó con fuerza por el brazo cuando ella pasó p
Lo que se tenía que hacer no era realmente muy complicado. Por eso Adrián insistió varias veces en que Hannah se quedara en su oficina, a pesar de la insistencia de la mujer.Ella se había ofrecido a ayudarlo a hacer lo que fuera necesario para que él encontrara su venganza, y una vez terminada, resolver lo que fuese que sucediera entre los dos. Pero Adrián insistió también, así que Hannah no tuvo más opción que quedarse en la oficina.Cuando salió, se encontró con Ismael. El joven secretario estaba organizando sus cosas para irse. — ¿Aún sigues aquí? — le preguntó Adrián, y el joven asintió.El policía le había contado lo que había sucedido con los prestamistas y que lo habían golpeado, pero Adrián no le dijo nada más. — Por favor, vete a casa, descansa. Mañana nos vemos, ¿okay? — Entraré a despedirme de Hannah — le contestó él, y se introdujo en la oficina.Adrián caminó por el pasillo y entró al área de las escaleras. Ahí estaba Ana María charlando alegremente con el policía,