NO SOY UN CHICO:

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Un silencio que pareció una eternidad se hizo presente. 

—Raissa fue a New York de compras, le alenté a que te diera una sorpresa —soltó una risita de niña traviesa—. Espero que hayan logrado verse, me gusta que te relaciones con ella. 

—¡Eres única, mamá! —exclamó exasperado— ¡Entre Raissa y yo no existe ninguna relación!

—Por tu tono de voz, creo que te molestó mi comentario —la mujer inquirió de manera firme—. Sabes bien que no me importa, quiero que sientes cabeza de una vez por todas, y ver corriendo a mis nietos por toda la casa. 

—Eso será cuando llegue el momento, y yo decidiré con quién.

—No me hables en ese tono, Bash —le regañó—. Recuerda que soy tu madre, y solo quiero lo mejor para ti. La familia Vlachos, es una de las más ricas e influyentes de Grecia.

—¿Y crees que eso me importa? No me trates como a un chico, soy lo suficientemente mayor como para hacer mi propio dinero. 

—Soy tu madre, así tengas cien años. Sé lo que es mejor para ti, por eso me preocupo. 

—Madre, no quiero discutir en este momento contigo. Además, el avión va a despegar. 

Sin decir nada más, terminó la llamada. Se ajustó de nuevo el cinturón de seguridad, y se reclinó en su asiento. Cerró los ojos, muy poco le importaba que sus hombres de seguridad supieran las discusiones con su madre. Al contrario, estaban acostumbrados.

Muchas veces había discutido con su padre, por haber ido a la universidad en América, y no en el Reino Unido, como él quería. Pero principalmente lo hacía por descansar de ambos, a veces era agobiante estar entre el medio de los dos. 

Sin embargo, su padre se sintió orgulloso de él en el instante en que enfermó y Bastiaan se hizo cargo de manera inmediata del negocio familiar. Dándole a demostrar que había valido la pena visitar la hermosa Grecia, solo verano y en Navidad durante muchos años.

Cosmo Karagiannis, había muerto de un infarto dos años después que le cedió el control absoluto de toda su fortuna. La cual, Bastiaan con su esfuerzo, dedicación, astucia, inteligencia y determinación, triplicó. Ya no eran ricos e influyentes, en la actualidad eran más poderosos y reconocidos a nivel mundial. 

—Tienes cojones al mandar al carajo a Raissa —Leander se estaba burlando de él. 

El avión se estabilizó, y una de las azafatas se acercó con una botella de whiskey y dos vasos. 

—Ella y mi madre quieren volverme loco. 

—Sabes que la chica tiene años esperando poder atraparte.  

—Yo no quiero nada con ella, y mi madre se empeña en metérmela por los ojos.

—Sea con ella o con otra, tendrás que casarte algún día. 

—Es cierto, pero más que continuar con mi apellido, quiero a una mujer que sea mi compañera —dio un trago hasta el fondo de bebida—. No quiero ser como mi padre, y mi madre. 

—Entiendo, llegamos en ciento veinte minutos a Brooksprings —le informó Leander cambiando el tema.

—¿Has llamado a Astrid? Le informé esta tarde que llegaríamos hoy.  

—Le diré a Donna que lo haga.

Al darse cuenta de la manera cortante en que Leander habló, frunció el ceño. 

—¿Sigues molesto con ella? 

—Esa puerta mejor no abrirla en este momento, Bash —miró a los lados. 

—De acuerdo, no quise entrometerme —se encogió de hombros—, pero si quieres un consejo, no le des tregua. Es mi prima y la amo, pero en algún momento tiene que sentar cabeza. 

—¡Ja! Me parece absurdo que seas tú quien diga eso —Leander negó con la cabeza y se tomó su whiskey.

—Tienes razón, no soy quién para hablar del tema —Bastiaan alzó las manos en gesto de rendición.

—Señor, disculpe —La voz de la azafata llamó la atención de los dos hombres—. Tiene que venir a ver lo que hizo su prometida. 

—¡¿Mi qué?! —gritó Bastiaan.

—Lo siento, señor —la joven se aclaró la garganta—. Lo que hizo la señorita Raissa en su habitación. 

Ambos hombres se levantaron al mismo tiempo, y fueron a ver de qué se trataba. Raissa había destrozado el lugar. Desde los espejos y lámparas, pasando por las sábanas y almohadas.  

—¡Joder! —Bastiaan estaba completamente furioso— ¡Esta mujer quiere volverme loco!

—Es una chica enamorada —Leander se estaba carcajeando.

—Cuando llegue a esa jodida ciudad en donde está Astrid, lo primero que haré será llamar a Néstor e informarle todas las estupideces que hace su hija. 

—Pienso que no deberías de hacerlo —esa vez Leander hablaba en serio. 

—¿Por qué no? —quiso saber él. 

—Sabes que la última vez que hablaste con él, fue para decirle que no aceptabas su propuesta de sociedad —Leander hizo un gesto—. Si le dices que no quieres nada con su hija, lo tomará como un rechazo y eso puede traer repercusiones. 

Bastiaan lo miró algo ofendido. 

—Tienes razón, pero no sé por qué presiento que saldré jodido en todo esto con esa mujer. 

—Si esa es la mujer que tiene el destino para ti —su amigo le palmeó el brazo, burlándose—. Entonces así será, Bastiaan.

Leander, había sido su mejor amigo, desde que tenía nueve años. Él era completamente griego, puesto que nació en Atenas. Su llegada siempre fue un misterio, y más por el disgusto de Minerva, su madre, que cuando se enteró de que el chico fue adoptado sin consultarle, se marchó a Grecia por dos años. Su padre insistió en que se trataran como verdaderos como hermanos. 

Por su parte, Bastiaan había nacido en América. Pero por insistencia de su abuelo materno, para que aprendiera el idioma, vivió en Grecia hasta los siete años. Por eso fue muy fácil para él relacionarse con Leander, y desde entonces se habían vuelto cercanos, aunque no compartieran la misma sangre. 

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