El frío sobre el pavimento era cada vez más fuerte pues el agua caía sin contemplación alguna, mientras sus pasos firmes cada vez se sentía más lentos y el dolor en su pecho cada vez se incrementan más.
Leo Rossi nunca pensó enterrar al amor de su vida justo en su aniversario de bodas, él camina de la mano de su único tesoro, aquel tesoro que no piensa abandonar por nada de este mundo.
—Papito, ¿mamita ya no volverá a estar con nosotros? —preguntaba la pequeña victoria, dejando salir una lágrima, mientras Leo lloraba desconsoladamente, pues aún no entendía, porqué el amor de su vida se había quitado la vida, si aún tenía un angelito que sacar adelante.
—Tu mamita, va seguir aquí con nosotros, pero mientras tú y yo vamos a ser felices, mi pequeña victoria. —La niña, aunque no entendía mucho, dio grandes saltos de emoción pues siente en su pequeño corazón que su padre nunca la va abandonar.
No tardaron mucho en salir de allí, pues Leo solo quería huir de ahí, de aquel lugar en donde dejó a la mujer que más amaba, solo quería llegar a su casa y embriagarse hasta perder el conocimiento, caminaron juntos de la mano hacia la salida de panteón, pues ya no había nadie más si no ellos dos.
—El señor Leo Rossi. —Una voz gruesa y carrasposa hace que se detenga y levanté la mirada.
—¿Y quién lo necesita? —pregunta Leo, con su mirada fija en aquel hombre, quien no daba aspecto de confiar en él, pues la cicatriz en su cara lo decía todo.
—No soy nadie señor, solo me enviaron a entregarle esto, créame que le va interesar —dice aquel hombre estirando su mano para hacerle entrega de un sobre.
—No recibo nada de desconocidos, así que puede marcharse —dice Leo, mientras toma más fuerte de la mano a Victoria y sigue su camino.
—¡Señor Rossi!, No le puedo decir quien lo envía, pero si le puedo decir que contiene —le dice, aquel hombre logrando tener la toda atención de Leo, quien segundos después hubiese querido nunca haber recibido aquel papel, que solo haría que todo su mundo se volviera de cabeza.
Durante el camino a casa Leo tuvo la tentación de abrir aquel sobre, pues sabía que tenía información sobre Soledad, su gran amor, solo que su pequeña victoria se durmió en sus brazos y ahora solo debía esperar, al llegar a casa.
Leo Rossi tomó a su pequeña victoria en sus brazos, la llevó a su habitación y como ya era costumbre de todas las noches dejo un dulce y delicado mimo en su frente y salió de allí, no pudo contener más sus lágrimas y se fue directo hacia su biblioteca en donde se bebió casi toda la botella de un solo sorbo.
Su garganta quemó hasta lo más profundo de su ser, pero Leo Rossi solo quería olvidar el dolor tan grande que sentía en su pecho, por su amada Soledad, que precisamente era como se sentía en aquel momento, solo sumergido en aquella soledad en donde no sabía si algún día iba a poder salir.
Su mirada viajó a aquel papel que estaba sobre la mesa, que posiblemente tendría alguna información de su amada.
Él dejó caer la botella y caminó hacia donde estaba su escritorio, se sentó tomó un abrecartas y abrió aquel papel.
Llevó sus manos hasta el fondo del sobre y sacó de él una nota y unas cuantas fotos, sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas, pero esta vez no era de dolor, está vez era de ira, una ira que nunca pensó que podría sentir.
Pues en aquel sobre Soledad estaba en brazos de su amigo, su único y mejor amigo Manuel Lennox.
Leo no podía creerlo por más que abría sus ojos y los cerraba, ahí estaban ellos traicionándolo.
—¡Nooooo! —gritó hasta que su garganta se rasgó, del grito tan fuerte que dio, rompió y tiró todo lo que se encontró a su lado, era tanta la ira que sentía que solo quería tenerlos enfrente y destrozarlos con sus propias manos.
—¡Emma!, ¡Emma! —gritó Leo, saliendo de su biblioteca echo una furia.
—Sí, señor Rossi, dígame —le dijo la ama de llaves aún con sus ojos adormilados, pues nunca había escuchado a su jefe gritar de tal forma.
Así que salió corriendo tan pronto lo escucho, pues pensó que algo malo le había pasado, y vaya que si estaba en lo cierto, pues no sabía el infierno que su jefe estaba viviendo en ese mismo instante.
—Voy a salir, cuida a Victoria, y si algo le pasa me respondes con tu vida —dice sin pensar en las palabras que salían de su boca en ese momento.
Leo salió en busca de su auto, subió y abrió la guantera de dónde sacó lo que nunca pensó algún día utilizar, su arma.
Él miró que tuviera balas y la puso detrás de su pretina y salió como alma que lleva el diablo, llegó a casa del que creía ser su mejor amigo, Manuel Lennox y vio a aquella joven, la hija de su mejor amigo.
Julia quien al verlo corrió a sus brazos sin pensarlo y lo abrazó.
—Lo siento mucho, Leo. Sé que estás pasando por un mal momento, pero me da gusto verte aquí —dice Julia mientras sus manos recorrían el rostro lleno de desconcierto de Leo Rossi.
—¿Dónde está Manuel? —preguntó él, tratando de alejar aquella joven, que lo único que quería era poder quitar ese dolor de su pecho.
—Él no está, después del entierro de Soledad salió de viaje de negocios, solo estamos el ama de llaves y yo —dijo inconscientemente, sin saber lo que pasaba por la cabeza de Leo Rossi.
El cielo empezó a relampaguear y mostraba con dejar caer el segundo diluvio universal, las manos de Julia viajaron a la cabeza de Leo enredando sus delicados dedos en aquellos cabellos mojados.
Dejó salir un suspiro e hizo lo que en ningún otro momento se hubiera atrevido, posó sus labios rosados y carnosos en los labios de Leo, quien solo abrió sus ojos como platos al ver aquella joven de puntillas tratando de saborear su boca como si se tratara de su enamorado.
Levantó sus brazos y la quito con gran fuerza, pues para él no era correcto hacer eso a una chiquilla de 22 años, pero por otro lado, por su mente pasó la idea más descabellada que jamás se le hubiera ocurrido, vengarse de su mejor amigo, con su único tesoro Julia Lennox era la mujer perfecta para empezar con lo que había denominado Dulce venganza.
Leo la observó y no tuvo más reparo que irse, dejarla allí, su cabeza comenzó a procesar todo.
Hoy como de costumbre Julia caminaba descalza hacia el balcón donde dejaba escapar un gran suspiro, sus cabellos rubios y resplandecientes como el sol brillaban más que nunca, pues hoy era una gran noche, su padre Manuel, dueño de la empresa más grande de textiles había hecho un gran negocio y daría una fiesta para celebrarlo, incluso su gran amigo estaría allí, Leo Rossi. Un hombre arrogante y prepotente, eso decían las páginas amarillistas, pero era algo que Julia no creía mucho. Ya había pasado casi tres meses desde la muerte de Soledad y por supuesto que Leo Rossi iba a estar ahí, él tenía algo pendiente dentro de su corazón, pero sobretodo en su cabeza y lo dejaría bien claro en ese día, Leo había planeado con mucho cuidado su gran entrada, el inicio de su dulce Venganza, pues después de luchar con todos sus demonios llegó a una sola conclusión, le haría pagar una a una cada lágrima de dolor a su mejor amigo, Manuel y Julia era el pasaporte para que eso sucediera. La noche no
Era muy difícil entender lo que estaba pasando, pero en menos de tres meses Julia y Leo sabían que era el dolor de una partida del ser amado, pero al contrario de Leo, Julia sentía que su vida se iba junto con su padre, sus ojos rojos e irritados de tanto llorar solo pedían una cosa, cerrarse y no volverlos abrir nunca más. Todos los invitados estaban mirando estupefactos aquella escena, solo se escuchaban sus cuchicheos, mientras tanto Leo Rossi solo jalaba de sus cabellos, él no quería que las cosas se dieran así, Dios sabe que no, pero el mundo es un caja de sorpresas, imposible de predecir, los paramédicos no tardaron mucho en llegar, pero como ya lo había dicho un médico hace más de diez minutos él está muerto y no hay nada que se pueda hacer, su corazón no resistió otro golpe más, ya estaba débil.Sin contar que esa mañana por la emoción de la fiesta Manuel Lennox olvidó tomar sus pastillas para el corazón. Leo salió de la recepción como alma que lleva el diablo, fuera de culpa
El día de Julia no era para nada bueno, su cabeza estaba hecha un ocho y aún no entendía todo lo que tenía que hacer y mucho menos tenía idea de como manejar la empresa textilera más grande del país, pero de algo si estaba segura, si no huía de ahí iba a terminar en un manicomio o en el peor de los casos con un dolor de cabeza demasiado fuerte siendo realista, mientras una de las señoras del servicio servía el café, Julia se colocaba de pie y caminaba hacia el elevador.—¡Señorita Lennox aún no hemos terminado! —gritaba el pobre abogado, ante la mirada atónita de los inversionistas, que al igual que Julia él ya estaba agotado, solo que Julia tiro la toalla un poco más rápido, corrió por el largo pasillo y fue directo hacia el elevador en donde lo primero que se le ocurrió fue oprimir el piso uno.Ella solo quería salir de allí, no le importaba si mañana tendría que dar explicaciones, pues se sentía sofocada, por su cabeza pasaban miles de pensamientos, pero en ninguno de ellos estaba
Hoy era un día diferente, no como cualquiera que Julia hubiera experimentado al Lado de Leo Rossi, hoy saldrían los tres. Sí, Leo había invitado a Julia a un día de campo junto con su pequeña Victoria, Leo Rossi solo quería ganarse más la confianza de Julia y hacer que ella firmara su propia tumba, así era como cada mañana Leo decía mirándose al espejo, solo que más adelante se iba arrepentir toda su vida.—¡Niña Victoria!, no puede llevar tantas cosas —dijo Emma, la ama de llaves tratando de quitarle parte de sus muñecas, bueno y también su traje de baño y su vajilla de tomar té. Y como no, si Victoria era la más entusiasmada en ir al día de campo.—Emma créeme esto lo voy a necesitar, ya deja de hacerlo —respondió Victoria llevando sus manos a la cabeza para rascarse con intensidad, pues esto era la guerra, la guerra contra la ama de llaves la cual iba perdiendo.—No, niña victoria a donde vas no hay piscinas y mucho menos mar, así que vas a dejar tu traje de baño y parte de tus mu
Hoy Julia se sentía flotando sobre una nube o mejor dicho se sentía como una digna princesa de un cuento de hadas al que por supuesto ella era la princesa, llevó sus manos a la cara y limpio con gran fuerza sus ojos pues era difícil distinguir si estaba soñando, pero no, no estaba soñando era la realidad anoche Leo le había dado un beso, el mejor beso de su vida y hasta ahora el mejor, se coloco de pie y arrastró sus pies descalzos hasta el baño en dónde se despojó de toda su ropa, y se metió a la ducha, en dónde soñaba como se podría sentir las manos de Leo sobre su cuerpo.—¡Señorita Julia! —Unos suaves golpes al otro lado de la puerta llamaba la atención de Julia.—Ya voy Nana —respondió, mientras enredaba una toalla alrededor de su cuerpo, al salir vio a su Nana bastante nerviosa, cosa que llamó su atención.—¿Te sucede algo Nana? —preguntó mientras caminaba hacia el closet en donde sacó un hermoso vestido azul oscuro, el cual ella sabía que se le veía magnífico.—Señorita Julia,
Los besos fueron subiendo aún más de nivel, Leo tenía que hacer algo más para tener a Julia completamente rendida a sus pies, y aunque lo que iba hacer era el acto más despreciable, no había otra opción para que Julia terminará de caer rendida a sus pies.Las manos de Leo se posaron en los muslos de Julia subiendo el vestido prácticamente hasta la cintura, la cual dejó salir un suspiro ahogado, era como si estuviera tratando de contenerse, pero ya no podía más, su cuerpo lo pedía a gritos, sin contar que muchas noches soñó con este momento, hasta mojar su ropa interior por completo.—Espera Leo, no puedo al menos no así. —Julia se retiró bruscamente mientras su pecho subía y bajaba con gran esfuerzo.La mirada de Leo era de desconcierto, pues estaba seguro de que Julia se entregaría a él sin mayor problema, ¿O no?—No entiendo, ¿a qué te refieres? —preguntó Leo, tratando de disimular la erección que se había formado en medio de sus pantalones, pues tampoco era de piedra, y Julia le at
Leo dejó caer su cuerpo cansado y lleno de sudor al lado del cuerpo desnudo de Julia, estaba feliz, y no lo podía disimular, mientras Julia miraba embelesada hacia el techo, estaba flotando en una nube, y claro que no quería bajar de allí, estiró su cuello y quiso ponerlo en el pecho de Leo, solo que él se coloco de pie y fue hacia el baño.Ella alzó su vista, sin embargo, no prestó importancia, era obvio que él iba asearse, así que ella se enredó en las sábanas blancas hasta que su cuerpo cayó rendido de cansancio, solo sonreía y supuraba por el momento tan mágico que acabo de vivir.Mientras en el baño Leo, jalaba sus cabellos, y renegaba de sentir lo que estaba sintiendo, se sentía impotente y realmente frustrado.—No, no —maldecía, en voz baja, pues en ese momento todos los recuerdos de Julia en sus brazos llegaban a su mente como una ráfaga de aire, además que era imposible no sentir nada por ella, tantos momentos en estos días a su lado había empezado a despertar algo extraño en
Es difícil entender al ser humano, sus acciones lo pueden llevar por el camino de bien, o en su defecto por el camino del mal, y eso es lo que está viviendo Maya Salvatierra, la hermana gemela de Soledad, la difunta esposa de Leo, quien tomó una decisión algo difícil, pero que no está dispuesta a echar su brazo a torcer, después de todo ella también tiene derechos.—Quiero ir con mi papito, tú no eres mi mamita, ella está en el cielo y tú no me quieres —le dijo Victoria llevando sus manos a los ojos, pues había llorado tanto que ya le dolían sus ojitos.—Ya te dije que no, tu no puedes volver con él, yo soy tu tía, la hermana de tu madre. —Era la quinta vez que Maya le decía lo mismo a una pequeña Victoria, solo que la niña no podía procesar, ella solo quería ir a casa, al lado de su padre.Además Victoria aún no entendía porque Maya, su tía ahora la quería con ella, si antes de que su madre se quitará la vida, Maya había sido muy cruel y despiadada con ella.—Yo me quiero ir, no te q