Inmenso dolor

Era muy difícil entender lo que estaba pasando, pero en menos de tres meses Julia y Leo sabían que era el dolor de una partida del ser amado, pero al contrario de Leo, Julia sentía que su vida se iba junto con su padre, sus ojos rojos e irritados de tanto llorar solo pedían una cosa, cerrarse y no volverlos abrir nunca más. 

Todos los invitados estaban mirando estupefactos aquella escena, solo se escuchaban sus cuchicheos, mientras tanto Leo Rossi solo jalaba de sus cabellos, él no quería que las cosas se dieran así, Dios sabe que no, pero el mundo es un caja de sorpresas, imposible de predecir, los paramédicos no tardaron mucho en llegar, pero como ya lo había dicho un médico hace más de diez minutos él está muerto y no hay nada que se pueda hacer, su corazón no resistió otro golpe más, ya estaba débil.

Sin contar que esa mañana por la emoción de la fiesta Manuel Lennox olvidó tomar sus pastillas para el corazón. Leo salió de la recepción como alma que lleva el diablo, fuera de culparse por la muerte de Manuel Lennox, se sentía como un maldito desgraciado al ver a Julia llorando desconsoladamente y él sin hacer nada, pero tampoco podía quedarse allí, él sabía que después de lo sucedido debía irse, lo primero que hizo tan pronto salió de aquella casa fue tomar su auto e ir directamente hacia su casa, en donde corrió rápidamente hasta la segunda planta, sus zancadas eran grandes cargadas de miedo, angustia y mucho dolor, además que solo tenía una cosa en su mente, Victoria.  Su pequeña Victoria, a la que solo quería abrazar hasta quedarse dormido.

—¿Sucede algo papito? —preguntó Victoria algo adormilada mientras limpiaba sus ojitos y así poder ver a su padre quien la abrazaba con gran fuerza.

—No mi amor, no sucede nada, solo quería darte tu besito de las buenas noches. —Victoria dejó escapar un pequeño bostezo y le regaló una sonrisa a su padre, quien solo dejó caer una lágrima, esa lágrima era de tranquilidad, pues fuera de todo el tormento por el que pasaba en aquel momento, su niña, su pequeña Victoria estaba bien.

 Mientras tanto, Julia se dirigía a su habitación en busca de un traje negro y así poder ir a darle la última despedida al ser que ella amó hasta lo más profundo de su corazón.

—¿Ya estás lista mi niña? —preguntaba la Nana de Julia al otro lado de la puerta, mientras ella solo se sentaba a un lado de cama dejando salir un enorme suspiro, el cual iba cargado de mucha melancolía, pues aún no entendía porqué su padre la había abandonado en un abrir y cerrar de ojos

—No nana, nunca voy a estar lista. —Los ojos de Julia una vez más se encharcaron al ver que su Nana entraba en la habitación justo con un cuadro de su padre, sus manos temblaban y solo quería despertar de esa horrible pesadilla que estaba pasando, pero ya era algo imposible de que eso sucediera.

El sepelio fue el día más triste y gris de Julia, pues fuera de enterar al ser que más amo en la vida, Leo no había asistido al sepelio de su padre, Julia sabía que no podía reclamarle nada, pues eso eran cosas entre su padre y él y eso lo había dejado muy claro aquel video, pero su corazón no dejaba de sentir dolor y mucho más pues recordaba con tanto anhelo la caricia que Leo Rossi le había dado, aquel bes0 en el jardín de su casa, en donde sintió que su corazón quería salir de su pecho, en donde todas las mariposas de su estómago habían hecho explosión como si se tratara de la mismísimo Big Bang.

 Los días pasaron rápidamente y como era de esperarse Julia Lennox se convirtió en la única heredera de la empresa de textiles más grandes del país, además de heredar unas cuantas propiedades más y aunque sus nervios cada vez se hacían más grandes, ella estaba dispuesta a dar todo de sí por sacar adelante por lo que su padre tanto luchó, aunque muy en el fondo de su corazón no dejaba de pensar en Leo, quien para ese momento estaba que mataba a quien se metiera en su camino, solo maldecía y gritaba y desquitar su furia con sus empleados.

—¿Cómo es posible que soledad haya transferido tanto dinero a las empresas Lennox y nadie se haya dado cuenta? —él dijo. Tiraba una vez más los documentos, Lucas su contador quien todavía no sabía como explicarle a su jefe que él no había tenido nada que ver lo miraba. 

—Señor Rossi, la señora Soledad Salvatierra era la encargada de las transferencias, yo no podía vigilar, después de todo ella era su esposa. —Buen punto, contador uno, Leo Rossi cero.

—Eso no es excusa, a ustedes manada de ineptos se les paga, para que hagan bien su trabajo —le dijo con un grito. 

Leo con sus ojos a punto de salir de su cara, era tanta la ira que sentía recorrer sus venas, que no podía controlarse, pues él confío tanto en ella, que nunca imagino que también le estuviera robando o traicionando su amor, después de todo por lo que Leo Rossi tanto trabajo era de los dos y de su pequeña Victoria, pero ahora Leo no sabía con que clase de mujer se había casado.

—Señor, no hay forma de recuperar absolutamente nada, no creo que la señorita Lennox esté dispuesta a darle algo de lo cual ella no está segura, que sea cierto. —Lucas sabía muy bien que si había una forma, pero en ese momento solo quería patearle el trasero a Leo Rossi quien lo había gritado e insultado como nunca nadie lo había hecho en toda su vida.

—Claro que hay una forma, una muy buena forma —dijo Leo mientras en su cara se dibujaba una sonrisa, él sabía cómo y que hacer, pero para ello tendría que utilizar a Julia Lennox. 

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