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2. Océano y Flores silvestres

2 Mason

Dos días antes

—Sabes que debes casarte, es tiempo —dice mi padre y alfa de la manada—. Ya estas en la edad de hacerte cargo de la manada.

—Tú encontraste a mamá, es una buena Luna y tú un buen alfa —preferí adularlo antes de que sigamos por este camino— tú puedes tumbar esas reglas.

—Que astuto, eso no funciona conmigo —dijo mi padre señalándome— elige a Daniela, es la hija de mi Beta, si tu madre la entrena será una buena Luna.

—No cuentes con eso, Ulises —dijo mi madre dejando de lado su libro.

Mi madre era una empedernida de los libros y cuando se acabaron los de la manada mandó al equipo de búsqueda a comprar más libros.

—¿Por qué no? Eres una excelente Luna, puedes darle consejos a la muchacha— le responde mi padre frunciendo el ceño, tratando de parecer intimidante.

—Esa muchacha no será una buena Luna, pronto te darás cuenta del error que quieres que tu hijo cometa y espero que no sea después de que nuestro hijo la marque— sentencia mi madre.

—Voy a caminar— decreté y salí sin esperar que nadie me dijera nada más.

Llamé a mi mejor amigo para hablar con él mientras me meto en mi despacho, necesitaba la sabiduría de Alaric.

—Wolfhagen —responde la llamada con un pequeño gruñido.

—Necesito hablar contigo— le dije.

—Mason, ¿qué tal todo? —me dijo con tono sarcástico por no saludar.

—Pésimo, todo ha ido de mal en peor— respondí sin caer en su juego, no estaba de humor esta vez.

Sin importar nuestros deberes con nuestras respetivas manadas, Alaric y yo hablamos de manera constante. Tenemos seis meses sin vernos y eso nunca nos evita que nos comuniquemos siempre que podemos, su manada es la más próxima a la mía y cada vez que podemos nos escapamos para respirar y no ser solo esos que debemos ser y los que los demás esperan.

—Eso es una m****a. Tu padre de nuevo supongo— me responde poniéndose serio, entendiendo que necesito a mi amigo.

—Sí, quiere que acepte a Daniela como mi Luna y compañera, a mi madre y a mí no nos hace mucha gracia. Pero ya tengo veinticinco ¿Y si mi compañera nunca aparece?

—Es un punto válido, pero no del todo. Si quieres vente unos días a Garra Plateada para descansar un poco la mente— me ofrece como siempre que necesito un descanso de todo.

—No, quiere que en dos días escoja a mi Luna, él quiere relegarme sus obligaciones como alfa— le conté— por eso me presiona más que antes, si fuera por mi padre me hubiera casado con Daniela cuando cumplí los dieciocho.

Mi padre a estado obsesionado con mi pareja, mi padre conoció a mi mamá cuando él solo tenía diecinueve, cuando vio que yo no seguí con su suerte entró el pánico.

—Ya veo, entonces nos vemos en dos días —dijo pacíficamente como si ya supiera que decisión tomé.

De los dos, Alaric es el más tranquilo y sensato, tiene muchos tatuajes y mucho músculo, pero solo es apariencia, le gusta más razonar, yo sin embargo suelo ser más… agresivo y directo.

—¿Cómo sabes que aceptaré? —me indigné un poco.

—Te conozco, y si para eso puedes ser alfa que así sea— me restriega en la cara mis verdades— son tradiciones tontas, rómpelas, no todos los alfas tienen Luna, como yo.

Hace unos cuatro años los padres de Alaric fueron asesinados por vampiros nómadas, nunca pudimos encontrar a los verdaderos culpables, pero la comunidad de los vampiros se disculpó por no darnos a los responsables, existe una delgada línea entre los vampiros y los de nuestra especie, la Reina Ekaterina Tepes II asegura que no quiere romper el tratado de paz que ella misma firmó con nuestros antepasados.

—No es una mala tradición, todos mis antepasados la han cumplido sin excepciones —repliqué como disco rayado.

Puse los ojos en blanco en mi mente al oírme hablar como un idiota, muy profundamente no quiero deshacerme de las tradiciones que hicieron de mi manada prospera y útil.

—Nos vemos en dos días para tu fiesta de compromiso, futuro alfa— me pican sus palabras.

Resoplé y colgué, era inútil hablar con él por teléfono cuando solo hacia bromas.

—No deberías marcar a nadie más que no sea tu compañera, Alaric tiene razón —dijo mi madre entrando a mi despacho— todos quieren encontrar a su pareja destinada.

Mi despacho era la mitad de pequeño que el de papá, pero todos los futuros alfas habían pasado por aquí y lo hacía con orgullo hasta ocupar mi puesto.

—Quiero una compañera, pero si está no aparece… en unos días tendré que anunciar mi compromiso en unos meses tendré que marcar y casarme con Daniela —mi madre y yo hicimos una mueca.

—Las tradiciones se pueden romper —mi madre se acercó a mí dejando un beso en mi frente como cuando yo era un niño. Pero para eso tuve que doblarme prácticamente en dos.

Mi madre era esta pequeña persona menuda, parecía frágil. Pero era una gran Luna para la manada y aunque muchos lo dudaran era muy fuerte.

¿Cómo sería mi pareja?

¿La encontraría?

—Quiero lo que mi padre tiene— le dije dejándome caer en mi sillón favorito junto a la ventana que daba al jardín, me gustaba la vista que tenía esta oficina.

—Lo tendrás si tiene paciencia. Tu padre corrió con suerte al visitar mi antigua manada y encontrarme leyendo en los jardines de la casa grande, yo aún no tenía lobo, pero ya tu padre sabía que yo era su compañera— suspiró mi madre muy enamorada de mi padre.

En nuestra especie consigues a tu lobo a tu mayoría de edad, allí se presenta y dice su nombre, y, en la noche a la luz de la luna te conviertes por primera vez.

—No sé si mi padre me deje opción, sino tendré que ser como el abuelo de amargado —le dije a mi madre enfurruñado en mis pensamientos.

—Tu abuelo también fue presionado por su padre. Y aunque tu abuela no fue una mala luna, no era su pareja y con los años eso pesa en los hombros de quién toma la decisión de una pareja elegida y no destinada —habló mi madre y parecía tan sabía cómo lo era.

Se sentó a mi lado para acompañarme un rato más, nos quedamos en silencio cada uno metidos en nuestros pensamientos.

El abuelo, Teodoro decidió elegir también una compañera, pero la diferencia entre la elegida y la destinada es mucho, las parejas elegidas se pueden llegar a querer; reciben una marca, pero no es tan poderosa como cuando consigues a tu pareja.

El vínculo es más especial, más fuerte; vives y respiras por esa persona que la Diosa te regaló.

Mi lobo, Malaquías está triste por no poder esperar a su compañera.

«Quiero salir a correr» me dijo en un gemido lastimero.

—Me voy a correr, mamá nos vemos para la cena.

No esperé más, ya me estaba quitando toda la ropa y saliendo por la puerta secreta que había en mi despacho. La desnudez para un lobo no es nada, estamos acostumbrados a estar desnudos para poder salir a correr junto con las estrellas y la luna.

No es de noche, pero mi especie no lo necesita para convertirse en lobo y salir a correr a cualquier hora del día, es por eso que estamos en lo más profundo del bosque de Yellowstone donde ningún humano metiche pueda encontrarnos.

Mi cuerpo se agranda y comienza a cambiar, mis huesos se rompen y recomponen en la forma necesaria para que Malaquías tomé el mando.

—Es bueno estar afuera —dice con un gruñido sacudiendo su pelaje, respira hondo y aúlla al aire espantando varios pájaros.

Varios lobos ya convertidos que están por la zona responden al llamado de su futuro alfa y comienzo a correr, el viento en mi pelaje negro se siente increíblemente libre. Tan libre como no puedo serlo en la casa de la manada.

—¿No podemos esperar un poco más? —pregunta mi lobo entre enojado y triste.

Siento un dolor en el pecho por no poder esperar por ella.

—No sé si se pueda. Puedo hacer la fiesta de compromiso y atrasar lo más que pueda la boda y el tener que marcarla, no sé porque mi padre está tan empecinado en que marque a alguien que no me pertenece.

—Hablé con Edom y tampoco entiende el apuro —dice Malaquías.

Edom es el lobo de mi padre, a veces ellos se comunican sin necesidad de usarnos, siento que esto pone una brecha entre mi padre y yo, percibo un olor a océano y flores silvestres y me encamino a donde está tan magnifico olor, llego al rio y no veo a nadie.

Me transformo en humano de nuevo buscando la procedencia de ese olor, pero estoy cerca del rio, creo que perdí el aroma cuando se metieron al rio o se alejaron de este.

¡Maldición!

«¿Qué era ese olor?» me pregunta Malaquías.

—No lo sé— respondí con honestidad tratando de captar el olor de nuevo siendo en vano mis muchos intentos.

«Búscalo» exige Malaquías queriendo tomar el mando.

—No, debemos volver a casa y quiero hacerlo caminando— y cerré nuestra comunicación.

Faltaba poco para la cena y mi madre odiaba que llegáramos tarde.  

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