4. EN LAS GARRAS DEL LOBO

LORIEN

La chica me lanzó una mirada despectiva de arriba abajo. Me arrepentí de inmediato.

—Eres tonta. ¿Cómo se te ocurre que el príncipe se bañaría en este cuchitril? ¡Vamos!

Los mozos salieron tras ella, riéndose de mi ignorancia. Ya estaba más que acostumbrada al desprecio.

Miré la tina de madera frunciendo el ceño. El vapor ascendía en volutas tentadoras, impregnando el aire con un aroma delicioso a sales de baño.

"¿Esto es para mí?"

Cerré la puerta, aún incrédula. Con temor a equivocarme. Incluso habían puesto un jabón de tocador.

Me desvestí, dejando caer sobre las baldosas mi vestido destrozado y retiré la cinta roja de satín enredada en mi pecho.

Jamás me deshacía de ella. Era un regalo de mi madre.

Siseé de dolor al tocar la herida en mi muslo. La envolví con un trozo de tela limpio para no lastimarme por las altas temperaturas.

Con el corazón aún lleno de dudas, pasé una pierna sobre el borde de la tina y me sumergí en la deliciosa agua.

—Mmmm… —gemí de placer. Mis poros suspiraron complacidos. Me hundí por completo cabeza y todo.

Esto era un lujo, algo que quizás nunca volvería a experimentar, así que me lavé a fondo y sin perder tiempo.

Salí casi a regañadientes, colocándome una bata blanca de algodón que habían dejado en un gancho, descalza y con el cabello mojado.

Enredé la cinta carmesí de nuevo en los senos. Solo llevaba eso bajo la bata y me dispuse a buscar la ropa.

No sabía cuándo su alteza me llamaría. Pero, al salir del baño, me congelé en el umbral… El príncipe Damon estaba en la habitación.

—Su… su majestad… ¿necesitaba algo? Disculpe la demora, yo… no sabía… —balbuceé nerviosa.

“Diosa…” Incluso pensé que la sirvienta me había engañado "¿Acaso el baño era para él?"

—Ven - me llamó autoritario sentado en el sillón.

Tragué en seco, sujetándome la tela de las solapas. No iba muy cubierta. Sentía su mirada intensa deslizándose sobre mi piel desnuda.

Paso a paso, me acerqué, deteniéndome a menos de un metro.

—Más. Acércate más - La orden oscura me hizo estremecer.

Mis pies descalzos se deslizaron sobre las losas hasta quedar entre sus piernas abiertas.

Clavé la vista en su pantalón de combate.

No hablaba. Pero me observaba. Podía sentirlo olfatear el aire. Seguramente ya sabía que no tenía feromonas de loba.

"¿Me desechará?" Lo más probable.

—¿Dónde está tu loba interior? - Me tensé ante lo inevitable.

—Yo… nunca la tuve. No apareció, quizás porque soy muy débil - Cerré los ojos, avergonzada. Solo era una omega defectuosa.

Esperé su rechazo, sus palabras hirientes, pero en vez de eso sentí sus dedos rudos subir por mi pierna, dejando un rastro de suaves caricias.

Las pestañas abanicaban nerviosas, no me atrevía a abrir los ojos, se acercaba a la herida en mi muslo y pensé que dolería su toque.

Me había lavado bien la sangre y restos de suciedad, pero mi cicatrización era muy lenta.

Abrió un poco la tela de la bata, me estremecí con el soplo de su respiración caliente tan cerca.

—Mmm… —gemí bajo, mordiendo mi labio inferior al sentir la punta de su lengua recorrerme.

—No… no tiene que… mmm… 

—No te muevas - descendí la mirada para encontrarme con sus ojos índigos devorándome desde abajo.

Inclinado hacia adelante, su mano atrapó la cara interna de mi muslo. Sus labios sexis se abrieron… y su lengua comenzó a lamer la herida con paciencia.

Mi cuerpo entero tembló ante los movimientos atrevidos de su boca.

La saliva de los lobos tenía propiedades curativas, pero estaba segura de que esto no era para nada “normal”.

Sobre todo cuando su mano empezó a escalar entre mis piernas y sentí el sondeo de sus dedos en mi tierno coño.

Quise cerrarlas, estaba nerviosa, pero un gruñido bajo, vibrando desde su garganta, me lo impidió.

Caricias impuras me recorrieron entre los pétalos, nunca un hombre me había tocado así, mis labios temblaban, tenía vergüenza porque algo mojado escapaba de mi intimidad y un cosquilleo placentero se arremolinaba en mi vientre.

— Mmmm - llevé mi mano a la boca cuando el príncipe estimuló en un punto demasiado sensible y excitante.

Sus besos lascivos subían por mis muslos.

— No, no su majestad… aahh… — un gemido gutural escapó de mi garganta al sentir la punta de su lengua lamer toda mi abertura.

Su nariz se hundió en los temblorosos pliegues aspirando profundamente mi aroma y más fluidos se escurrían desde mi vagina.

— Sshhh… mmm deliciosa… ¿Eres virgen? - de repente una voz ronca como una bestia vibró contra mi coño.

— Ss… sí - confesé en un susurro.

Sus ojos se estrecharon complacidos, se alejó un poco para tomar el cordón de la bata y dejarme por completo desnuda.

El suave tejido cayó por mis hombros, rodando por mi cuerpo. Él miraba cada imperfección, cada cicatriz y magulladura.

No me atrevía a ver su rostro. No sé por qué, pero no deseaba ver su cara de asco… o quizás sería lo mejor.

Así no me usaría, se buscaría a otra esclava y entonces… ¿Qué sería de mí? ¿Quién sería mi nuevo amo o ama…?

—No divagues —su voz grave se escuchó por encima de mi cabeza, se había puesto de pie.

Sus rudas manos se movieron hacia la cinta roja, desatando el nudo y descubriendo mis pequeños senos, que cayeron rebotando.

El príncipe Damon se inclinó sobre mí como un lobo al acecho. Su cabello azulado y plateado cosquilleó en mi piel, y el resoplido de su aliento abanicó la rosada aureola.

Su boca pecaminosa se abrió para lamer el duro pico en círculos lentos y dar húmedas succiones llenas de seducción y lujuria.

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