9. EL MERCADO DE ESCLAVOS

LORIEN

—Sí, señora, muchas gracias por recibirme en su manada —la saludé con respeto, apretando mis manos sudadas.

Aún luchaba contra el impulso de inclinarme frente a los demás, de no hablar más de lo necesario y mirar sus zapatos.

—¿Por qué abandonaste a tu hijo? ¿Dónde está tu espíritu de loba? —su tono era despectivo.

—Yo… encontré a mi verdadero mate y no quería al cachorro de mi difunta pareja, así que se lo dejé a mi madre…

—Eso solo explica que eres una pésima madre, pero ¿dónde está tu loba interior?

Se acercó y me olfateó con una mueca de disgusto. El sudor frío me rodaba por la espalda.

—Tuve un accidente cerca del Bosque Oscuro, fui mordida por un insecto Guo…

En cuanto dije eso, dio un paso atrás con cara asqueada.

—¿No tendrás ninguna plaga de esas raras, no? ¡Si es así, te vas de mi manada!

—Luna, ella no tiene nada de eso, ya la examiné —Maggi intervino a mi favor, relajando el ambiente.

—Mi loba fue herida gravemente por ayudarme a combatir el veneno y está recuperándose —dije la peor mentira de todas.

Hilda y Maggi me aconsejaron ocultar la verdad. Era muy peligroso decir que no tenía loba en absoluto; eso me hacía vulnerable y rara.

—¿Tu macho sobrevivió al ataque? —de repente, el Beta me interrogó.

—Yo… no lo sé… — Iba a decir directamente que murió, pero algo en su mirada intensa me hizo dudar.

Siempre me sentía inquieta cada vez que nos encontrábamos.

—Por ahora estás sola y sabrás lo difícil que es la vida de una viuda —la Luna retomó la conversación—. No esperes ayuda del Alfa, porque solo te quedarás debido a Soren. Tú nunca perteneciste a esta manada —me dijo tajante.

—Gracias, Luna, gracias… —le agradecí entre dientes, soportando. Jamás pensé en mendigar comida tampoco.

—Me lo agradecerás más aportando cachorros a nuestro grupo de hombres lobo, así que espero que estés receptiva a aceptar otro compañero…

—Luna, ella quedó con secuelas del veneno —Maggi volvió a hablar por mí—. No creo que pueda tener más cachorros, contrajo el Síndrome de Luna Rota.

Bajé la cabeza, fingiendo vergüenza, pero capté la expresión ceñuda del Beta.

—Diosa, eres una calamidad. Bueno, mientras no molestes, sobrevive como puedas —y con esas palabras se marcharon por donde mismo vinieron.

Antes de irse, recibí un último vistazo de ese hombre.

—Ten cuidado con Orión, lo veo muy interesado en ti. Espero que no te importe la enfermedad que te inventé. La verdad, lo dije por instinto, pero también alejará a otros machos…

—Fue perfecto —la tranquilicé.

Esa enfermedad tan temida me venía como anillo al dedo. Era un “repele hombres” ideal. No estaba buscando compañía.

El Síndrome de Luna Rota representaba la peor afección que podía sufrir una loba.

Se atrofiaban los músculos de la vagina en la hembra, haciéndolos extremadamente sensibles, dolorosos y sin lubricación.

Aparearse era una tortura para las parejas.

—Maggi, necesito un último favor tuyo —le pedí mirando a Soren. Debía comenzar a planificar nuestro futuro.

—. Quiero vender unas cosas, ya sabes, para reparar la casa y que el cachorro y yo podamos comer…

—Entiendo, no tienes que explicarme —asintió—. Necesitas hacerlo en una manada más desarrollada. Mi hijo te llevará hasta el camino donde pasa la carreta. Tengan cuidado Lorien y regresen a salvo.

*****

Así fue como Soren y yo nos embarcamos en “el transporte” que llevaba a la feria de la manada vecina.

Acurrucados en un rincón, acompañados de más personas de otras manadas, con el vaivén y el traqueteo de las ruedas, atravesamos el bosque y llegamos a los altos muros que cerraban la manada “Alce Salvaje”.

Me bajé un poco nerviosa, sujetando la mano de mi muchachito, perdida entre tanta gente que iban cargadas con cestas y bolsas.

—Disculpe, señor, ¿dónde puedo encontrar el mercado? —me acerqué al cochero antes de que se marchara.

—En esa dirección, recto —señaló una calle a la derecha.

Le agradecí y pregunté cuándo regresaría a buscar personas. Me temía que tendríamos que pasar la noche aquí, ya era avanzada la tarde.

—En la mañana temprano estaré esperando en este punto, ¡no se retrasen! —me gritó antes de arriar la mula y alejarse.

—Soren, vamos a cambiar las cosas y luego a tener una rica comida—le sonreí al pequeño para animarlo. No había dicho palabra en todo el trayecto.

Sus ojitos tristes me miraron, disimulando su pesar, y me regaló una tímida sonrisa.

Sujetándolo con fuerza, nos internamos en la vorágine de personas. Pronto, los pregones de los vendedores llegaron a nuestros oídos.

Había mesitas con todo tipo de artículos distribuidos a los costados de la calle comercial y el aroma delicioso de la comida flotaba desde los pequeños puestos y tabernas.

Nuestros estómagos rugieron hambrientos.

Indagando con disimulo por aquí y por allá, me indicaron dónde podía encontrar una casa de cambio.

Caminamos por una callejuela, algo alejada del bullicio. Comencé a preocuparme de haber sido engañada, el ambiente estaba demasiado tranquilo.

Pensaba en el broche y la daga que llevaba escondidos en mi vestido.

Apresuramos el paso hasta que la callejuela se abrió a otra plaza. Solo que me congelé en el acto al descubrir lo que vendían allí.

Era un mercado de esclavos.

Horribles jaulas repletas de personas sentadas en el suelo, desahuciadas, mientras el amo anunciaba sus precios y edades, sus habilidades y ventajas.

Miles de pensamientos traumáticos pasaron por mi mente. Comencé a temblar de pánico, temiendo que alguien me reconociera y me volvieran a encarcelar.

—Vámonos, Lorien, vámonos… —la voz apremiante de Soren atravesó mis pesadillas.

Di media vuelta, decidida a marcharme apresuradamente de ese horrendo sitio, pero uno de los vendedores me cerró el paso.

—¿Busca una esclava, señora? ¿O quizás un esclavo macho? —me ofreció con un tono sugerente.

—No, no quiero…

— Mire, tengo aquí mismo mi jaula. Están todos en buenas condiciones —insistió, enredándome con su palabrería barata.

Lo odié tanto.

—¡Le dije que…! —le grité, zafando mi brazo de su agarre, cuando mis ojos se cruzaron con los de un esclavo dentro de la jaula.

Estaba sentado, harapiento y cubierto de una capa negra de hollín y sangre seca.

Su rostro arruinado por una profunda y feroz herida que lo atravesaba.

Sin embargo, levantó la mirada por un instante… y fue suficiente para reconocer esos ojos índigos tan profundos, que ahora me observaban opacos y confundidos.

¡No podía creérmelo!

Tenía que ser una ilusión, porque si no… ¡¿Qué hacía el príncipe lycan Damon de Wynter siendo vendido como un esclavo?!

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