7. ROMPIENDO LAS CADENAS

LORIEN

—Hija, Soren me dijo que le salvaste la vida. Esta vieja loba… te está muy agradecida —tomó mis manos entre las suyas rugosas.

—Mi nombre es Hilda, ¿cómo te llamas?

Sus ojos oscuros, idénticos a los del niño, me observaron con gentileza. Se veía demacrada. Su vida se apagaba a cada segundo.

— Me llamo Lorien… Yo… hice lo que cualquiera haría. Él también me salvó.

Miré al cachorro, dándole una pequeña sonrisa para animarlo.

—Debemos mantenernos fuertes. La Diosa tendrá misericordia de nosotros —ella agregó esas palabras de aliento. Yo no estaba muy segura.

Me senté, apoyando la espalda contra la fría pared y abrazando mis piernas, mientras escuchaba la algarabía de la celda.

Los esclavos, al comprender que sus amos posiblemente murieron, enloquecieron. Intentaban romper los grilletes a la fuerza con algunos pedruscos.

La Sra. Hilda no tenía ninguno, quizás porque no representaba un peligro.

—¿Eres esclava de nacimiento?—su pregunta me tomó un poco desprevenida.

—Sí. Mi madre era esclava cuando me dio a luz.

—Entonces… no tienes a dónde regresar cuando escapes de aquí —negué con la cabeza baja.

No lo había pensado. Por primera vez en mi vida, podía ser libre de la esclavitud… o quizás no…

Si ninguna manada me aceptaba, seguiría siendo una pícara, y me podían capturar nuevamente.

—Está decidido. Vendrás con nosotros.

—¿Qué?—Levanté la mirada confundida.

Sus ojos sabios me observaban con determinación.

—Salimos de nuestra manada en las montañas. Me arriesgué al recibir noticias del paradero de mi hija, la madre de Soren… pero fuimos capturados por carroñeros.

Procesé sus palabras. No entendía del todo… ¿Me estaba pidiendo que usurpara el lugar de su hija?

—Eso mismo que imaginas —susurró, asintiendo.

—Debemos llegar a las montañas de Folk. Nadie conoce a mi hija ahí. Yo… la dejé con mi hermana cuando encontré a un nuevo compañero y me fui a su manada.

Evitó mi mirada ante esa revelación. La culpa se reflejaba en su expresión. Parece que la relación con su hija no fue muy buena.

—Pero… si ella regresa…

—No va a regresar conmigo… — Me interrumpió con el ceño fruncido —Un día dejaron un bebé en mi puerta. Y ella desapareció cuando falleció mi hermana.

Miré a Soren de soslayo. Su madre lo había abandonado, como le habían hecho a ella.

Entonces Hilda se inclinó hacia mí, olfateando.

— No hueles a nada… solo a humo. ¿No tienes loba interior?

—No. Nunca apareció — susurré con vergüenza. Era un cúmulo de desgracias.

—Será más fácil así. Nos inventaremos una historia. Está decidido. Serás mi nueva hija… y la madre de Soren.

Esta señora era muy astuta. No dudaba de sus buenas intenciones, pero resultaba claro que su prioridad era dejar al cachorro con alguien.

—Te ofrezco una nueva vida. Un nuevo comienzo —me sostuvo las manos con fuerza — Solo te pido una cosa a cambio: cuida de mi pequeño Soren.

Su abrazo me tomó por sorpresa. Sus dedos temblaban sobre mi espalda. Sabía que estaba muriendo y ese cachorro quedaría solo en el mundo.

Él me observaba con sus ojitos enrojecidos. Estaría desamparado. Como yo. Dos almas sin nadie que velara por nosotros.

Miles de dudas pasaron por mi mente, pero al final mis brazos se cerraron en torno a ella.

—Lo cuidaré como si fuera mío. Lo prometo.

Hilda dio un profundo suspiro.

Sabía que acababa de aceptar una responsabilidad enorme. Ni siquiera estaba segura de cómo cuidar de mí misma.

—Gracias, hija… Que la Diosa te bendiga por siempre —con un último apretón se alejó, tomándose unos segundos para recomponerse.

De un momento a otro, su expresión volvió a tornarse afilada e inteligente.

—Ahora, es tiempo de hacer planes para escapar - murmuró, haciéndonos señas y nos arrimamos a ella.

En la estancia, los demás esclavos se organizaban en pequeños grupos. Todos tramaban algo.

Nosotros también. Nuestro objetivo era huir antes de que llegaran a capturarnos y eso haríamos.

*****

—¡Está lloviendo! —fue el primer alarido de alegría que dio el hombre al abrir la trampilla.

Habíamos permanecido durante horas sumergidos en el subterráneo. Afuera, ya era de día y la bendita lluvia aplacó el incendio.

Salimos con dificultad, ayudando a la débil anciana.

La sentamos en una roca húmeda y dejé que las gotas me empaparan el rostro, sonriendo por primera vez en mucho tiempo.

El granero estaba en ruinas y sabía que la manada también.

Pensé un segundo en el príncipe lycan y una punzada de culpa y agradecimiento inundó mi alma.

“Hija, ya es hora, vámonos ahora que esas ratas están saqueando” la voz de Hilda se vertió en mi mente.

Estuvimos pendientes de los esclavos. Casi todos se quedaron dentro del subterráneo y los demás se dispersaron.

Hilda me contó que allá abajo había comida, pero lo más importante, se rumoreaba que las riquezas del Alfa.

Mientras ellos saqueaban el oro, nosotros nos escabullimos por el bosque, a través de los troncos quemados, de la hierba marchita y la fina lluvia mojándonos sin cesar.

El aire aún se sentía cargado. La anciana respiraba con dificultad y tuvimos que hacer algunas pausas antes de llegar al río.

—¡Ya estamos cerca, abuela! —Soren le gritó con alegría, pero por estar entretenido no vio un obstáculo frente a sus pies.

—¡Soren, cuidado! —Hilda exclamó al verlo caer de bruces.

La solté y me acerqué a ayudarlo. Había tropezado con dos cuerpos escondidos bajo un tronco carbonizado.

—Por todos los cielos… ven, ven, Soren —Hilda lo llamó enseguida.

Esta pareja sin duda buscaba la misma salida que nosotros, pero nunca llegaron.

—Vámonos…

—¡Espera! —los detuve, agachándome con prisas. Algo resplandecía en la ropa de la mujer.

Era un broche de oro, se veía lujoso, así que lo recogí para guardarlo en un bolsillo interior.

Me sentía fatal, pero no contábamos con nada y dudo que Hilda tuviese una fortuna esperando en su casa.

—Revisa al macho, debe poseer algo también —incluso me aconsejó. Así que, con habilidad, “saqueé a los pobres muertos”.

Rescaté una hermosa daga y algunas monedas de oro, más el broche.

Escapamos con prisas hasta llegar al pequeño muelle y con un botín en mano.

—¡Ahí está la barca, rápido Lorien, suelta la amarra! ¡Escucho pasos cercanos, vienen unos hombres!

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