5| Un tacón roto

Sentada en el borde de la cama, Alison estiró sus brazos mientras miraba el reloj sobre su mesita de noche. Aún tenía tiempo antes de tener que estar en la firma, pero la ansiedad que golpeaba su pecho la hizo levantarse antes de que siquiera los rayos de sol se asomaran por la ventana.

Se levantó despacio, observando el entorno familiar del pequeño departamento que había alquilado al llegar a Nueva York. No era un lugar lujoso, ni mucho menos. Las paredes mostraban los años que llevaba sin ser renovado, y los muebles, aunque funcionales, tenían un aire desgastado.

Apretando los labios, Alison caminó hacia el armario donde colgaba su limitada selección de ropa profesional.

Deslizó los dedos por los colgadores hasta detenerse en su conjunto favorito que contaba de una falda negra de talle alto y una chaqueta a juego. No eran prendas de marca ni tenían la calidad de los trajes que usaban otros abogados de la firma, pero le quedaban bien. Le daban la apariencia pulida que necesitaba para enfrentar el día, y eso era lo importante.

Alison caminó hasta el espejo en el baño y peinó sus cabellos de un marrón oscuro en una coleta alta. Volvió al dormitorio y se puso la falda, ajustándola con cuidado en la cintura. La chaqueta le quedaba ligeramente entallada, dándole una figura profesional y segura.

Mientras se abrochaba los botones, su mirada se desvió hacia la blusa que había colocado sobre una silla. Se trataba de una prenda blanca sencilla, pero el escote era un poco más profundo de lo que prefería para una jornada laboral.

Fue entonces que recordó el broche que su padre le había regalado cuando terminó el colegio, el único recuerdo físico que aún conservaba de él. Caminó hacia la pequeña cajita de madera dentro del armario y tomó el broche de plata con un diseño delicado, nada ostentoso, pero muy especial para ella. Lo tomó y lo abrochó en el borde de la blusa, cerrando el escote pronunciado.

Mientras lo hacía, recordó a su padre, un hombre bondadoso que quedó devastado cuando su madre los abandonó; había estado muchos años enfermo, lleno de deudas y devastado, finalmente, su corazón no pudo más. Había muerto de un infarto tres años atrás, cuando Alison tenía veintidos años, y Alison, sin nadie más a su lado, tuvo que vender la casa que habitaban para pagar las deudas que él había dejado. Con el dinero restante, terminó de costear su carrera universitaria.

Alison no se consideraba una mártir. En muchos sentidos, la muerte de su padre la había liberado de una carga que la estaba asfixiando. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, una parte de ella se había sentido aliviada cuando finalmente no tuvo que preocuparse por él, por sus deudas, por los constantes problemas que eso les causaba. Se sentía culpable por ese pensamiento, pero no podía negar que, sin él, había logrado concentrarse en su futuro, en su carrera. Y eso la había llevado hasta donde estaba ahora.

—Es lo que es —murmuró, mientras se miraba al espejo por última vez.

El apartamento estaba silencioso, como siempre, con solo el leve murmullo de la ciudad filtrándose desde las ventanas.

Finalmente, salió del departamento y cerró la puerta detrás de ella. El ascensor aún seguía descompuesto, pero eso no la molestaba. A veces, el esfuerzo de subir y bajar las escaleras le daba unos minutos de paz para organizar sus pensamientos.

« El primer paso en un largo camino» pensó, mientras cruzaba el vestíbulo y salía a la calle.

Alison bajó del taxi frente al imponente edificio de la firma de abogados.

Respiró hondo, y se acercó a la entrada, dejando que su mirada vagara un instante por los alrededores.

Con pasos firmes, caminó hacia las grandes puertas de cristal, pero antes de llegar. Sintió un ligero desbalance en su pie derecho, y en ese segundo eterno, el inconfundible sonido del tacón de su zapato le hizo detenerse en seco.

—¿En serio? —murmuró entre dientes, mirando hacia abajo.

El tacón de su zapato derecho se había roto casi por completo, dejándola, tambaleándose en el borde del ridículo. De todas las cosas que podrían haber salido mal, tenía que ser eso.

Respiró hondo, recuperando el control, se irguió, tratando de distribuir el peso de forma que el zapato aguantara hasta que pudiera llegar a su escritorio. —Solo unas pocas decenas de pasos. Eso es todo lo que necesito—murmuró cuando se incorporó y caminó con cuidado, sintiendo cada movimiento del tacón como una amenaza de ruina inminente.

Las puertas automáticas se abrieron y el ambiente cálido y silencioso del edificio la recibió, pero las miradas curiosas y sorprendidas de sus colegas la hicieron sentir como si estuviera en medio de un campo de batalla. Alison mantenía su cabeza en alto, ignorando los murmullos que llegaban a sus oídos.

—¿Ella es la que tomó el caso del casino? —escuchó a alguien decir. Ya todos sabían. No había forma de que aquella noticia no corriera como pólvora. Alison Hale, la novata de la firma había sido asignada al caso más polémico y complicado. Había sido una sorpresa para todos, incluso para ella.

Al llegar a su escritorio, dejó el maletín con cuidado, rezando para que el tacón aguantara un poco más. Se sentó con gracia, logrando mantener su compostura, y comenzó a revisar los documentos que había preparado. Pero antes de que pudiera siquiera concentrarse, una figura familiar apareció a su lado. Travis Johnson.

—Alison, felicidades por el caso. Sabes que todos están hablando de ti, ¿verdad? —siseó el hombre con un tono autosuficiente.

Alison sonrió con modestia, aunque una parte de ella estaba aún en alerta por el zapato que amenazaba con terminar de romperse en cualquier momento.

—Buenos días, señor Johnson, debo decir que no esperaba tanto revuelo —respondió, intentando no mostrar su incomodidad por lo ocurrido con su zapato.

Travis asintió, pero entonces su rostro se volvió un poco más serio.

—Zane Blackford, quiere verte —avisó mientras que Alison abría los ojos de par en par, su día parecía estar empeorando.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo