6| El hombre arrogante del casino

Alison se levantó de su escritorio cuando vio a Travis subir al elevador, caminó por los pasillos de la firma, consciente de cada paso que daba. Su tacón seguía tambaleándose con cada pisada, mientras ella apretaba la mandíbula esperando que nadie la viera, hasta que, a unos metros de la puerta del CEO, ocurrió lo que más temía, el tacón cedió por completo, haciéndola perder el equilibrio y tuvo que sujetarse del muro a su costado. «Maldición» dijo en su mente, cerrando un instante los ojos, odiando la idea de que tuviera que sucederle eso justo en ese momento.

—¡No, no, no! —murmuró desesperada, manteniendo su pie apoyado en la punta del zapato. El tacón se había roto en el peor momento posible. El aire acondicionado helado la golpeaba, pero no podía moverse. 

«¿Qué se supone que haga ahora? ¿Entrar así a esa oficina? Es ridículo» pensó para sus adentros, sintiendo la presión de cada segundo que pasaba.

Rápidamente, se quitó los zapatos y miró a su alrededor, tratando de encontrar una solución. —El tocador —murmuró. Tenía que encontrar refugio antes de que alguien la viera descalza. Corrió hacia el baño que estaba al final de ese pasillo, sintiendo el frío del mármol bajo sus pies mientras el eco de sus pisadas la hacía sentir como una criminal a punto de ser descubierta.

Una vez dentro, cerró la puerta tras de sí y dejó caer los zapatos al suelo. —Perfecto, Alison. Tan cerca de tu gran momento y ahora esto —murmuró, al tiempo que se llevaba ambas manos a su rostro, intentando calmarse. Tenía que pensar en algo, pero nada parecía ayudar. Entonces, la puerta del tocador se abrió de golpe, y Alison se congeló.

Era Hilary, una de las asistentes. Rubia, con un cabello corto y ondulado que caía sobre sus hombros, llevaba un traje ceñido de color azul marino que resaltaba sus curvas, y unos labios rojos que siempre parecían destacar. Hilary, la observó con el ceño fruncido.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, cruzando los brazos mientras su mirada caía sobre los zapatos de Alison en el suelo y avanzaba hasta sus pies descalzos.

Alison, nerviosa, intentó explicarse.

—Mi... tacón se rompió justo antes de llegar a la oficina del CEO, y no puedo entrar así —confesó, sintiéndose cada vez más ridícula con cada palabra. Un resoplido salió de su boca mientras cruzaba los brazos sabiendo que ya habían pasado más de diez minutos desde que la llamaron a la oficina del CEO.

Hilary soltó una risa suave y caminó hacia el espejo, donde había dejado su bolso. Era grande y bello. Lo abrió, rebuscando algo en su interior.

—Bueno, no puedes entrar así, tienes razón —mencionó, mientras sacaba algo de su interior. 

En su mano, Hilary sostenía un par de zapatos rojos, altos y seductores. El tipo de zapatos que parecían hechos para una noche en la pista de baile, no para una reunión formal con el CEO de una de las firmas más prestigiosas de Nueva York.

—Los dejo aquí para cuando salgo a bailar después del trabajo —manifestó Hilary, sonriendo—. No es el estilo más discreto, pero es mejor que un tacón roto, ¿no crees? —inquirió, mordiendo su labio inferior.

Alison, sin dudarlo, tomó aquellos zapatos de un rojo intenso que parecían sacados de un sueño atrevido, pero tenía razón. Eran mejores que un tacón roto. Los puso en el suelo y se los colocó de inmediato sintiendo como su altura aumentaba considerablemente, por fortuna las dos tenían la misma talla de zapatos.

—Gracias… —dijo Alison haciendo una pausa, no conocía el nombre de la asistente. —Hilary —respondió la rubia con una sonrisa, completando sus palabras—. Tú eres Alison, la nueva abogada —agregó y Alison asintió, sorprendida de que conociera su nombre. Las noticias y en especial los chismes volaban como pólvora y para ese momento todos en la firma, sabían quién era Alison.

—Te debo una —dictaminó Alison, ajustando su traje para tratar de compensar el contraste entre los zapatos y su formalidad.

—Solo asegúrate de devolverlos —le guiñó un ojo Hilary, mientras salía del tocador.

Alison respiró hondo, sintiéndose mucho más segura, aunque los zapatos llamaban mucho la atención. Aun así sonrió pensando que Hillary le agradaba, aunque no habían tenido tiempo de saber más de la otra.

Acomodó su cabello frente al espejo y caminó hacia la oficina del CEO. Llegó a la recepción frente a la oficina de Zane Blackford y habló con la asistente.

—Estoy buscando al señor Blackford, solicitó que me presentara en su oficina —informó a la mujer de cabello rizado y gafas cuadradas que se encontraba detrás de un hermoso escritorio banco, intentando parecer tranquila.

La asistente, levantó la mirada de su monitor para dirigir la mirada a la de Alison.

—El señor Blackford salió a una junta, pero dejó la indicación de que lo espere en su oficina. Puedo indicarle el camino —espetó la mujer apartándose de su escritorio para llevar a Alison a la oficina del CEO.

Alison asintió y siguió a la asistente hasta la enorme puerta de madera oscura que daba al despacho del CEO. El nerviosismo que antes tenía se intensificó. La oficina era amplia, luminosa y espaciosa, con grandes ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. El ambiente tenía un aire de elegancia imponente, minimalista pero lujoso.

Alison dudó si debía sentarse o mantenerse de pie. 

«¿Qué debo hacer?» se preguntó mentalmente. Tal vez debía quedarse en un rincón esperando que el hombre regresara de su junta, pero sus ojos fueron atraídos hacia la vista desde los ventanales. Decidió acercarse y observó la ciudad en movimiento, perdiéndose por un momento en la inmensidad de Nueva York. 

Estaba tan concentrada en la vista que de momento se olvidó de donde se encontraba, tanto que casi no escuchó la puerta abrirse detrás de ella. 

Un escalofrío recorrió su espalda al oír el resonar de los pasos. Zane Blackford había llegado.

Alison giró lentamente, sintiendo que su corazón comenzaba a latir con más fuerza, y fue entonces cuando el CEO apareció en la puerta, la mirada de Alison se quedó impactada al ver sus ojos de un azul intenso, su rostro perfilado, su figura imponente.

«No puede ser» pensó, al observar que el hombre frente a ella, quien se suponía era el CEO de la firma, era el mismo hombre arrogante del casino.

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