Valeria llevaba días encerrada en su habitación. Su mente no dejaba de dar vueltas a la revelación de la fiesta, pero no se sentía capaz de enfrentarse al mundo exterior. Estaba atrapada en una espiral de dudas y miedo que no lograba disipar. Ni siquiera Renato había insistido en que se levantara de la cama; parecía entender, o tal vez no quería presionar. Cuando él le preguntó por qué no había salido de la habitación, su respuesta salió automáticamente, casi sin pensarlo. Le dijo que se había enfermado repentinamente, y añadió que era una pena, citando las mismas palabras que él le había dicho en la fiesta.
Él la miró con sospecha antes de responder: —Ah, ya llegó el nuevo empleado que te mencioné —dijo, saliendo de la habitación.Valeria caminó descalza por el pasillo en penumbra, con una punta de su camisón de seda levantada por la brisa. Renato se reúne con invitados en el estudio esta noche, su único breve respiro. Buscó a tientas la dirección de la puerta trasera y sus dedos apenas tocaron la fría manija de cobre...
"¿Está usted tan ansiosa por escapar de su prisión, señora?" Una profunda voz masculina surgió de las sombras detrás de él. Se giró de repente y golpeó el panel de la puerta con la espalda. La luz de la luna iluminaba el pasillo, delineando la alta silueta del hombre. Estaba apoyado contra la columna, el cigarrillo que sostenía entre las puntas de sus dedos era un poco escarlata, pero sus ojos en el humo eran tan fríos como cuchillas templadas. "Tú, no deberías estar aquí..." Ella apretó con más fuerza el cuello de su camisón, con un nudo en la garganta. Este es claramente el "guardia" recién contratado de Renato, pero su postura en este momento no es tan respetuosa como durante el día, sino más bien como la de una bestia dormida. Alejandro aplastó la colilla y el sonido de los zapatos de cuero golpeando el mármol fue como una cuenta regresiva. Se detuvo a medio paso de ella, miró sus tobillos desnudos y su clavícula manchada por la lluvia, y finalmente se posó en sus pestañas temblorosas: "Ten cuidado con resfriarte". De repente, el abrigo la envolvió con el olor a cedro y tabaco, y la temperatura le quemó la piel a través de la fina tela. Ella intentó liberarse, pero la palma de él le presionó el hombro a través de la tela. Demasiado cerca, lo suficientemente cerca como para ver con claridad la vieja cicatriz que surgía bajo su cuello, como un rayo domesticado por el tiempo. "¡Suéltame!" Ella levantó la mano y la agitó para alejarla, pero él fácilmente la agarró por la muñeca y la sujetó por encima de su cabeza. Mientras su respiración se enredaba, bajó la cabeza y se inclinó cerca de su oreja: "Tu marido me pagó para vigilarte, pero nunca dijo..." Su cálido aliento rozó el lóbulo de su oreja, "...cómo lidiar con el canario fugitivo". Hubo una repentina explosión de cristales rotos. Alejandro instantáneamente la soltó y la protegió detrás de él. Al final del pasillo, la criada derribó la bandeja de plata y el vino tinto fluyó como sangre bajo la luz de la luna. "Nos vemos mañana en el desayuno, señora." Dio medio paso atrás, usando de nuevo la perfecta máscara de mayordomo, dejando solo las marcas de los dedos calientes en sus muñecas. Mientras Valeria huía hacia las escaleras, escuchó una risa baja desde atrás: "Por cierto, el cilindro de la cerradura de la puerta trasera está oxidado". Valeria, distraída, apenas escuchó esas palabras. Su mente seguía atorada en el mismo lugar. La idea de que alguien más estuviera vigilando su vida la incomodaba. Pero no podía evitarlo, esa era la realidad con la que debía lidiar. Pero ella no podía detenerse en esos pensamientos. Tenía que irse, tenía que hablar con Marina, porque, en ese momento, lo único que deseaba era respuestas. Cuando llegó a la casa de su amiga, Valeria tocó el timbre rápidamente, como si esperara encontrar en Marina el alivio que necesitaba. La puerta se abrió, y Marina la recibió con una sonrisa que se desvaneció al ver la expresión seria en su rostro. —¿Qué pasa? —preguntó, invitándola a entrar rápidamente. Valeria se dejó caer en el sofá, sintiendo cómo todo su cuerpo se tensaba mientras luchaba contra la necesidad de hablar. No sabía por dónde empezar, pero tenía que decir algo, tenía que liberar lo que la estaba ahogando. —Todo está peor de lo que imaginaba, Marina —dijo, con la voz cargada de angustia. Ya no quería contener más sus emociones. La máscara de calma había dejado de servir. Marina se sentó junto a ella, tomando su mano con suavidad, tratando de ofrecerle algo de consuelo. —¿Qué descubriste? —preguntó, en un susurro, como si temiera que Valeria no pudiera hablar. Valeria cerró los ojos por un momento, respiró hondo y comenzó a llorar. Renato Renato cerró la puerta tras de sí, quedándose unos segundos observando la habitación vacía. La sensación de inquietud se apoderó de él. "Se enfermó repentinamente…" El tono de Valeria había sido suave, como si tratara de evitar algo más profundo, y esa excusa no lo convenció. ¿Por qué mentir? Había algo en sus ojos que le decía que no estaba diciendo toda la verdad. Las palabras de ella seguían resonando en su cabeza: “Una pena…” Las mismas que él había usado en la fiesta. Pero Valeria no había estado en esa fiesta. ¿Habrá sido una coincidencia? ¿O algo más estaba sucediendo? Aunque ella no le había dicho nada directamente, Renato podía percibir que algo había cambiado en ella. Su actitud era distante, incluso fría. ¿Qué sabía? ¿Qué había descubierto? Lo peor de todo era que, aunque Valeria no lo había confrontado, Renato sentía que la barrera entre ellos se estaba haciendo más gruesa con cada día que pasaba. Algo que nunca había sucedido. Por primera vez, sentía que no dominaba a su esposa. Flashback: su primer encuentro con Alejandro Renato estaba sentado en su despacho, repasando algunos papeles, cuando escuchó el sonido de la puerta abriéndose. En ese instante, Alejandro Ferrer, el nuevo empleado, hizo su entrada. Era un hombre que no pasaba desapercibido. Alto, con una mirada que parecía ver más allá de lo evidente, su postura confiada lo hacía destacar desde el primer momento. —Doctor Lombardi, un placer conocerlo —saludó con una voz firme, su mirada profesional pero distante. Renato asintió y lo invitó a tomar asiento. El hombre tenía la presencia que necesitaba para su trabajo. En ese momento, necesitaba que alguien se encargara de ciertos detalles. Aunque el propósito inicial de Alejandro era claro —sería parte del equipo de seguridad— Renato tenía otras expectativas para él. —Vamos al grano —dijo, mirando directamente a Alejandro—. Quiero que te encargues de mantener a mi esposa ocupada. Quiero saber todo lo que hace, que esté vigilada, pero lejos de mis asuntos. ¿Me entiendes? Alejandro lo miró en silencio durante unos segundos, evaluando las palabras de Renato, antes de responder con una sonrisa profesional. —Entendido, señor —asintió Alejandro. Renato lo observó, asegurándose de que el hombre comprendiera lo que implicaba ese trabajo. No podía permitirse perder el control sobre Valeria. Sabía que la situación con ella estaba cada vez más tensa, especialmente después de que, semanas antes, le había sugerido participar más activamente en su empresa. “Solo asegúrate de que se mantenga ocupada,” pensó Renato mientras despedía a Alejandro. No confiaba del todo en ese nuevo empleado, pero no tenía muchas opciones. Valeria tenía que mantenerse al margen, y él necesitaba que su vida, su mundo, siguiera el curso que él había planeado. No podía dejar que ella se involucrara más de lo necesario.Valeria se encontraba sentada en el sofá de la casa de Marina, aún sumida en pensamientos caóticos. Lo que había descubierto en aquella fiesta, la incomodidad de los días recientes y por supuesto la llegada de Alejandro, seguían rondando su mente sin cesar. No sabía por qué la presencia de ese hombre la inquietaba tanto, pero algo en él la desestabilizaba. Su forma de mirarla, de hablarle, parecía cargar con una intensidad que no podía explicar.Marina, por su parte, observaba a su amiga con preocupación, pero no encontraba las palabras adecuadas para aliviarla. Decidió no presionar, dejándola procesar a su propio ritmo. Sin embargo, todo cambió en el instante en que el timbre sonó.Valeria levantó la mirada, sorprendida. ¿Quién sería a esta hora? No esperaba a nadie.Marina, al igual que Valeria, parecía sorprendida. Se levantó rápidamente, con una leve sonrisa que intentaba esconder su desconcierto.—Voy a ver quién es —dijo Marina, mientras Valeria la observaba en silencio.Unos se
El silencio en el auto era denso, como si las palabras se hubieran quedado atrapadas en el aire. Alejandro conducía con concentración, lanzando miradas fugaces a Valeria. Ella, sentada en el asiento trasero, tenía la vista fija en la ventana, observando el paisaje nocturno de la ciudad, como si intentara encontrar respuestas en la oscuridad.—¿Está bien? —preguntó él finalmente, rompiendo el silencio.Valeria giró ligeramente el rostro y le dedicó una sonrisa rápida, casi automática.—Sí, sólo estoy cansada.Alejandro asintió, aunque no parecía del todo convencido.—No pareció muy feliz con mi nuevo trabajo —comentó en tono neutro—. Pero le prometo que seré su mejor aliado.Valeria le lanzó una mirada fugaz antes de volver a fijarse en la ventana.—Digamos que no estaba de humor para este nuevo arrebato de mi esposo.Alejandro dejó el comentario en el aire. No insistió. Sabía que debía ganarse su confianza, poco a poco, tal como Renato le había sugerido.—Trabajar con el señor Lombard
Victoria caminaba por los pasillos de Lombardi Corp con el ceño fruncido y pasos decididos. Su impecable traje beige contrastaba con la tormenta que se gestaba en su interior. No se detuvo hasta llegar a la oficina de Renato, ignorando las miradas curiosas de los empleados. Abrió la puerta sin previo aviso y la cerró de un golpe tras de sí.Renato, que estaba revisando unos documentos, alzó la vista con calma, como si ya hubiera esperado su arrebato.—¡Dime que esto es una broma!—exigió Victoria, con los ojos encendidos de furia.Renato suspiró, se acomodó en su asiento y entrelazó los dedos sobre el escritorio.—No sé de qué hablas, Victoria.—No te hagas el inocente—espetó ella, cruzando los brazos—. ¿Por qué Valeria está aquí? ¿Por qué ahora trabaja en la empresa?Renato esbozó una sonrisa ladeada, como si la situación le divirtiera.—Valeria decidió que quería un puesto. No veía razón para negárselo.Victoria soltó una risa incrédula.—¡No seas ridículo! Esa mujer ha pasado años i
El sonido de sus tacones resonaba con fuerza sobre el mármol pulido del edificio de Lombardi Corp. Valeria avanzó con paso firme, su porte inquebrantable reflejaba que ya no era la misma mujer de antes. Ahora, la fragilidad que Renato había impuesto sobre ella se desmoronaba con cada decisión calculada que tomaba. —Buenos días, señora Lombardi —saludó la recepcionista con voz titubeante. Valeria le dedicó una sonrisa fugaz y siguió su camino sin detenerse. Había estudiado bien los movimientos de Renato en la empresa, sus reuniones, sus aliados, sus enemigos. Ahora era su turno de entrar en el juego. Cuando llegó a su oficina, notó que la puerta estaba entreabierta. Frunció el ceño y entró, solo para encontrar a Alejandro de pie junto a su escritorio, sosteniendo el sobre que alguien había dejado para ella. Lo miraba con el ceño fruncido, como si tratara de descifrar su contenido. —¿Desde cuándo entras sin permiso a mi oficina? —preguntó Valeria cerrando la puerta tras de sí. Ale
La noche envolvía la ciudad con su velo de sombras mientras Valeria contemplaba su reflejo en el espejo de su habitación. Había ganado una batalla en la empresa, pero la guerra estaba lejos de terminar. Desde su regreso al mundo de Lombardi Corp, sentía el peso de cada mirada, especialmente la de Renato. Sabía que él no era un hombre que aceptara sorpresas, y menos aún de alguien que consideraba una pieza inmóvil en su tablero. Bajó las escaleras con paso firme. No podía mostrar inseguridad. En el comedor, Renato estaba esperándola, con una copa de whisky en la mano y una expresión indescifrable. —Tienes buen instinto para los negocios —dijo él sin preámbulos—. Me sorprende que no lo hayas explotado antes. Valeria tomó asiento frente a él, su mirada serena. —No me lo permitiste —respondió sin titubeos. Renato sonrió de lado y dejó su copa sobre la mesa con un leve tintineo. —Tal vez subestimé lo que eres capaz de hacer. Las palabras flotaron en el aire como un desafío. Valeria
La lluvia caía con fuerza aquella noche, golpeando las ventanas del majestuoso pero frío hogar de los Lombardi. Valeria de la Vega observaba cómo las gotas resbalaban por el cristal mientras sujetaba una copa de vino con manos temblorosas. Aquella mansión, que para muchos simbolizaba el éxito y la perfección, para ella no era más que una cárcel con lujos. Habían pasado cinco años desde que Renato la obligó a casarse con él, cinco años de vivir bajo su control, de soportar sus desprecios y de fingir una sonrisa ante el mundo. Valeria no podía evitar ver los detalles de la vida que una vez pensó que deseaba. Los candelabros de cristal tallado, los sofás de terciopelo y las alfombras persas daban un aire de lujo a cada rincón, pero todo eso no significaba nada para ella. Nada podía llenar el vacío que sentía dentro de sí. A pesar de tener todo el dinero y la comodidad del mundo, se sentía vacía, atrapada en una vida que no había elegido. Sus ojos, de un verde intenso, se reflejaban en