Valeria se encontraba sentada en el sofá de la casa de Marina, aún sumida en pensamientos caóticos. Lo que había descubierto en aquella fiesta, la incomodidad de los días recientes y por supuesto la llegada de Alejandro, seguían rondando su mente sin cesar. No sabía por qué la presencia de ese hombre la inquietaba tanto, pero algo en él la desestabilizaba. Su forma de mirarla, de hablarle, parecía cargar con una intensidad que no podía explicar.
Marina, por su parte, observaba a su amiga con preocupación, pero no encontraba las palabras adecuadas para aliviarla. Decidió no presionar, dejándola procesar a su propio ritmo. Sin embargo, todo cambió en el instante en que el timbre sonó. Valeria levantó la mirada, sorprendida. ¿Quién sería a esta hora? No esperaba a nadie. Marina, al igual que Valeria, parecía sorprendida. Se levantó rápidamente, con una leve sonrisa que intentaba esconder su desconcierto. —Voy a ver quién es —dijo Marina, mientras Valeria la observaba en silencio. Unos segundos después, Valeria escuchó la voz de Marina, pero no pudo distinguir las palabras. La tensión creció en su pecho, como si algo, o alguien, estuviera por irrumpir en su refugio. —¿Sí? —preguntó Marina. Una voz profunda y firme respondió desde el umbral. —¿Está Valeria de la Vega? El sonido de esa voz, familiar y al mismo tiempo inquietante, hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Valeria. Sin pensarlo, se levantó del sofá, pero sus pies no respondieron con la agilidad que esperaba. La ansiedad la envolvía. De inmediato, la figura de Alejandro apareció en la entrada. No había sido un error. Era él. Alto, de porte elegante, con una mirada intensa que la recorrió de inmediato, con una calma perturbadora. Valeria, sin poder evitarlo, sintió que su respiración se detenía un segundo. —Hola, señora Valeria —saludó Alejandro, con su tono habitual de voz serena, pero con algo más en su mirada, algo que la desconcertaba. Valeria abrió la boca para responder, pero la incomodidad le robó las palabras. No podía entender por qué Alejandro estaba allí. Tampoco comprendía por qué esa presencia, tan tranquila y calculadora, la hacía sentirse como si estuviera atrapada en una red invisible. —¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz más baja de lo que habría querido, pero cargada de confusión y un atisbo de molestia. Alejandro la observó unos segundos, sin moverse, como si estuviera evaluando la situación, hasta que finalmente rompió el silencio. —Tengo instrucciones de su esposo —dijo, con una firmeza que la paralizó. Valeria frunció el ceño. Instrucciones de Renato. Esa frase, de alguna manera, ya no le resultaba tan sorprendente. Lo que sí la desconcertaba era el tono en el que Alejandro lo decía, como si nada estuviera fuera de lugar, como si todo fuera parte de una rutina. —¿Qué instrucciones? —preguntó, aunque, en el fondo, ya sabía a dónde iba. —Que no puedes salir de la casa sin que yo la acompañe —respondió, sin titubear, con una calma absoluta. Como si fuera lo más natural del mundo. Valeria lo miró, incrédula. La situación la estaba superando. Sabía que Renato era controlador, pero escuchar esas palabras de boca de un desconocido, de alguien que no le había pedido permiso para entrar en su vida, la hizo sentirse aún más atrapada. Su corazón comenzó a latir con más fuerza, la incomodidad se transformó en ira reprimida. —¿Cómo te atreves? —le espetó, sin poder evitarlo. Cada palabra le costaba, pero no iba a permitir que alguien, mucho menos un desconocido, le hablara de esa manera. Alejandro no reaccionó a su enojo. No se movió ni un centímetro, solo la observó con esa misma intensidad que la dejaba sin aliento. —No estoy aquí para discutir, señora Valeria. Solo cumplo con mi trabajo. Si necesita ir a algún sitio, yo la acompañaré. Eso es todo —dijo, como si estuviera hablando de un simple encargo, sin mostrar emociones. Marina, que había estado observando la escena en silencio, se acercó lentamente a Valeria. Sus ojos reflejaban una mezcla de confusión y preocupación. No entendía bien qué estaba sucediendo, pero podía ver que Valeria estaba al borde de la desesperación. —Valeria, ¿estás bien? —preguntó, con la voz cargada de inquietud. Valeria no le respondió de inmediato. Se giró hacia Alejandro, sintiendo cómo su enojo la consumía, pero sabiendo que no podía hacer nada en ese momento. —No quiero ir a ningún lado —respondió, con voz firme, intentando recuperar el control de la situación—. Y no necesito que nadie me siga, mucho menos tú. Alejandro la miró un instante más, como si evaluara sus palabras. Finalmente, se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta. —Como desee, pero estaré esperandola afuera —dijo con voz tranquila, pero su mirada le indicó que no se iba a rendir tan fácilmente. Cuando la puerta se cerró tras él, Valeria se quedó allí, con las manos temblorosas. No podía creer lo que acababa de ocurrir. Sentía como si todo a su alrededor se estuviera desmoronando lentamente. Renato, Alejandro… ya nada parecía lo que había sido antes. Marina, al ver el estado de Valeria, se acercó y la abrazó, sin decir una palabra. Valeria se aferró a ella, pero por dentro sentía que las respuestas que necesitaba seguían escapándosele, como si cada vez más se adentrara en un laberinto del que no podía salir. Alejandro Cuando la vi por primera vez en la mansión, no me la imaginaba tan… tierna. A decir verdad, no me imaginaba que alguien con tanto misterio y esa aura de fragilidad fuera capaz de tener esa delicadeza. Mi primer encuentro con Valeria me dejó un sabor extraño, como si algo en el aire se hubiera alterado. En sus ojos vi tristeza, aunque trataba de ocultarla, y algo más… algo que no supe identificar. Pero lo que me sorprendió fue la manera en que sus ojos se desviaron rápidamente cuando me miró, como si no quisiera ver lo que veía, o no quisiera que yo viera lo que había detrás de esa mirada. Después de nuestra breve interacción, me sumergí en el trabajo. Estaba claro que mi misión era asegurarme de que Valeria estuviera vigilada, pero al mismo tiempo sentía que había algo más en ella, algo que no encajaba del todo en el escenario que había visto hasta entonces. Pasé el resto del día recorriendo la mansión, conociendo mejor al personal, entendiendo cómo funcionaba todo. La mansión era un lugar enorme, lleno de habitaciones, pasillos y secretos, pero no encontré nada que me indicara que algo estuviera fuera de lugar… hasta que me di cuenta de que Valeria ya no estaba. Al principio pensé que tal vez se había retirado a su habitación, como solía hacer, pero algo me decía que algo no estaba bien. Un vacío incómodo en el aire, una sensación de que algo había cambiado. Fue entonces cuando Renato apareció en la puerta de la habitación, como siempre, con esa mirada de control absoluto, pero esta vez algo en él era diferente. Estaba nervioso, tenso. Me miró fijamente, y antes de que pudiera decir una palabra, su voz cortó el silencio: —¿Dónde está Valeria? —preguntó con tono grave, como si la respuesta fuera algo que yo ya debía saber. Intenté mantener la calma, pero el peso de su mirada me descolocó. No había ni rastro de la seguridad habitual en su rostro. Había algo más profundo detrás de esos ojos, algo que me decía que la situación se estaba volviendo más complicada de lo que imaginaba. —No lo sé, señor —respondí, intentando no sonar demasiado evasivo, aunque mi voz se sintió más fría de lo habitual. Algo dentro de mí se removió ante su mirada, como si no pudiera comprender del todo lo que quería. Renato no pareció convencido. Sus ojos se estrecharon, evaluándome como si buscara una respuesta más concreta. La tensión entre nosotros se palpaba en el aire. —¿Cómo que no lo sabes? Es tu trabajo, Alejandro. ¿Por qué no me avisaste? —me reclamó, su tono ahora más severo, casi acusador. Me quedé en silencio por un momento, buscando las palabras adecuadas. Sabía que no podía explicarle que Valeria había salido sin que yo la viera. No podía admitir que algo de ella me desconcertaba más de lo que me gustaría aceptar. La preocupación de Renato, sin embargo, era palpable, como si estuviera esperando que yo tuviera todas las respuestas. —Lo siento, no la vi salir —respondí finalmente, manteniendo la calma exterior, aunque por dentro sentía que algo no estaba bien. Renato me observó con esa mirada dura, esa que solía imponer respeto, pero ahora me parecía cargada de una tensión que no había visto antes. No dejaba de preguntarse qué estaba pasando, y yo no podía ofrecerle una respuesta que lo tranquilizara. La conversación siguió por unos minutos, y aunque intenté no mostrarlo, me sentí cada vez más atrapado. No entendía qué quería exactamente de mí, pero su presencia era imponente, y algo me decía que lo que había sucedido con Valeria no era tan sencillo como parecía. Finalmente, Renato se marchó sin decir nada más, pero antes de salir, me lanzó una última mirada que me heló el corazón. No sé si esperaba que yo tuviera más control sobre la situación, o si algo en mi actitud le hacía pensar que no estaba capacitado para este trabajo. Lo cierto es que, después de ese encuentro, no pude dejar de pensar en lo que había sucedido. Algo no encajaba, algo que ni Renato ni yo estábamos entendiendo por completo. Y Valeria… Valeria se había convertido para mí en todo un misterio, una pregunta sin respuesta que no dejaba de rondar mi mente. Poco después, la muchacha del servicio se acercó a mí, visiblemente nerviosa. —¿Está todo bien, señor? —me preguntó con cierta cautela. La miré, sin saber qué responder, hasta que ella continuó, casi como si no quisiera decirlo en voz alta: —Creo que… la señora Valeria salió hace un rato. No la vi irse, pero una de las otras sirvientas me dijo que se dirigió a casa de la señora Marina. No creo que tarde mucho. Esa fue la información que necesitaba. Sabía que Marina era la única amiga cercana de Valeria, y aunque en un principio no me preocupaba que fuera a visitarla, algo en la manera en que la muchacha lo mencionó me hizo pensar que no todo estaba tan claro. ¿Por qué no había avisado a nadie? ¿Por qué no había dicho nada sobre su partida? Sin perder tiempo, decidí ir a buscarla. Si Valeria estaba con Marina, tal vez podría entender más de lo que estaba ocurriendo. Algo me decía que había algo que se me escapaba, algo más profundo que no podía ver a simple vista. Y así, sin pensarlo mucho, tomé el coche y me dirigí a la casa de Marina, con la esperanza de que allí la encontraría.El silencio en el auto era denso, como si las palabras se hubieran quedado atrapadas en el aire. Alejandro conducía con concentración, lanzando miradas fugaces a Valeria. Ella, sentada en el asiento trasero, tenía la vista fija en la ventana, observando el paisaje nocturno de la ciudad, como si intentara encontrar respuestas en la oscuridad.—¿Está bien? —preguntó él finalmente, rompiendo el silencio.Valeria giró ligeramente el rostro y le dedicó una sonrisa rápida, casi automática.—Sí, sólo estoy cansada.Alejandro asintió, aunque no parecía del todo convencido.—No pareció muy feliz con mi nuevo trabajo —comentó en tono neutro—. Pero le prometo que seré su mejor aliado.Valeria le lanzó una mirada fugaz antes de volver a fijarse en la ventana.—Digamos que no estaba de humor para este nuevo arrebato de mi esposo.Alejandro dejó el comentario en el aire. No insistió. Sabía que debía ganarse su confianza, poco a poco, tal como Renato le había sugerido.—Trabajar con el señor Lombard
Victoria caminaba por los pasillos de Lombardi Corp con el ceño fruncido y pasos decididos. Su impecable traje beige contrastaba con la tormenta que se gestaba en su interior. No se detuvo hasta llegar a la oficina de Renato, ignorando las miradas curiosas de los empleados. Abrió la puerta sin previo aviso y la cerró de un golpe tras de sí.Renato, que estaba revisando unos documentos, alzó la vista con calma, como si ya hubiera esperado su arrebato.—¡Dime que esto es una broma!—exigió Victoria, con los ojos encendidos de furia.Renato suspiró, se acomodó en su asiento y entrelazó los dedos sobre el escritorio.—No sé de qué hablas, Victoria.—No te hagas el inocente—espetó ella, cruzando los brazos—. ¿Por qué Valeria está aquí? ¿Por qué ahora trabaja en la empresa?Renato esbozó una sonrisa ladeada, como si la situación le divirtiera.—Valeria decidió que quería un puesto. No veía razón para negárselo.Victoria soltó una risa incrédula.—¡No seas ridículo! Esa mujer ha pasado años i
El sonido de sus tacones resonaba con fuerza sobre el mármol pulido del edificio de Lombardi Corp. Valeria avanzó con paso firme, su porte inquebrantable reflejaba que ya no era la misma mujer de antes. Ahora, la fragilidad que Renato había impuesto sobre ella se desmoronaba con cada decisión calculada que tomaba. —Buenos días, señora Lombardi —saludó la recepcionista con voz titubeante. Valeria le dedicó una sonrisa fugaz y siguió su camino sin detenerse. Había estudiado bien los movimientos de Renato en la empresa, sus reuniones, sus aliados, sus enemigos. Ahora era su turno de entrar en el juego. Cuando llegó a su oficina, notó que la puerta estaba entreabierta. Frunció el ceño y entró, solo para encontrar a Alejandro de pie junto a su escritorio, sosteniendo el sobre que alguien había dejado para ella. Lo miraba con el ceño fruncido, como si tratara de descifrar su contenido. —¿Desde cuándo entras sin permiso a mi oficina? —preguntó Valeria cerrando la puerta tras de sí. Ale
La noche envolvía la ciudad con su velo de sombras mientras Valeria contemplaba su reflejo en el espejo de su habitación. Había ganado una batalla en la empresa, pero la guerra estaba lejos de terminar. Desde su regreso al mundo de Lombardi Corp, sentía el peso de cada mirada, especialmente la de Renato. Sabía que él no era un hombre que aceptara sorpresas, y menos aún de alguien que consideraba una pieza inmóvil en su tablero. Bajó las escaleras con paso firme. No podía mostrar inseguridad. En el comedor, Renato estaba esperándola, con una copa de whisky en la mano y una expresión indescifrable. —Tienes buen instinto para los negocios —dijo él sin preámbulos—. Me sorprende que no lo hayas explotado antes. Valeria tomó asiento frente a él, su mirada serena. —No me lo permitiste —respondió sin titubeos. Renato sonrió de lado y dejó su copa sobre la mesa con un leve tintineo. —Tal vez subestimé lo que eres capaz de hacer. Las palabras flotaron en el aire como un desafío. Valeria
La lluvia caía con fuerza aquella noche, golpeando las ventanas del majestuoso pero frío hogar de los Lombardi. Valeria de la Vega observaba cómo las gotas resbalaban por el cristal mientras sujetaba una copa de vino con manos temblorosas. Aquella mansión, que para muchos simbolizaba el éxito y la perfección, para ella no era más que una cárcel con lujos. Habían pasado cinco años desde que Renato la obligó a casarse con él, cinco años de vivir bajo su control, de soportar sus desprecios y de fingir una sonrisa ante el mundo. Valeria no podía evitar ver los detalles de la vida que una vez pensó que deseaba. Los candelabros de cristal tallado, los sofás de terciopelo y las alfombras persas daban un aire de lujo a cada rincón, pero todo eso no significaba nada para ella. Nada podía llenar el vacío que sentía dentro de sí. A pesar de tener todo el dinero y la comodidad del mundo, se sentía vacía, atrapada en una vida que no había elegido. Sus ojos, de un verde intenso, se reflejaban en
Valeria llevaba días encerrada en su habitación. Su mente no dejaba de dar vueltas a la revelación de la fiesta, pero no se sentía capaz de enfrentarse al mundo exterior. Estaba atrapada en una espiral de dudas y miedo que no lograba disipar. Ni siquiera Renato había insistido en que se levantara de la cama; parecía entender, o tal vez no quería presionar. Cuando él le preguntó por qué no había salido de la habitación, su respuesta salió automáticamente, casi sin pensarlo. Le dijo que se había enfermado repentinamente, y añadió que era una pena, citando las mismas palabras que él le había dicho en la fiesta.Él la miró con sospecha antes de responder:—Ah, ya llegó el nuevo empleado que te mencioné —dijo, saliendo de la habitación.Valeria caminó descalza por el pasillo en penumbra, con una punta de su camisón de seda levantada por la brisa. Renato se reúne con invitados en el estudio esta noche, su único breve respiro. Buscó a tientas la dirección de la puerta trasera y sus dedos ape