Victoria caminaba por los pasillos de Lombardi Corp con el ceño fruncido y pasos decididos. Su impecable traje beige contrastaba con la tormenta que se gestaba en su interior. No se detuvo hasta llegar a la oficina de Renato, ignorando las miradas curiosas de los empleados. Abrió la puerta sin previo aviso y la cerró de un golpe tras de sí.
Renato, que estaba revisando unos documentos, alzó la vista con calma, como si ya hubiera esperado su arrebato.
—¡Dime que esto es una broma!—exigió Victoria, con los ojos encendidos de furia.
Renato suspiró, se acomodó en su asiento y entrelazó los dedos sobre el escritorio.
—No sé de qué hablas, Victoria.
—No te hagas el inocente—espetó ella, cruzando los brazos—. ¿Por qué Valeria está aquí? ¿Por qué ahora trabaja en la empresa?
Renato esbozó una sonrisa ladeada, como si la situación le divirtiera.
—Valeria decidió que quería un puesto. No veía razón para negárselo.
Victoria soltó una risa incrédula.
—¡No seas ridículo! Esa mujer ha pasado años ignorando lo que hacías aquí. Y ahora, de repente, quiere un trabajo. ¿No te parece sospechoso?
Renato se encogió de hombros con una despreocupación calculada.
—Tal vez quiere un cambio.
Victoria apoyó las manos en el escritorio y se inclinó hacia él.
—No me mientas. Algo está tramando.
Renato sostuvo su mirada, pero no respondió de inmediato. En su mente, las palabras de Valeria resonaban con una nitidez perturbadora: "Esto es un doble juego".
—Si así fuera, yo sería el primero en darme cuenta—respondió con tranquilidad fingida.
Victoria entrecerró los ojos.
—No te confíes, Renato. Si Valeria está aquí, es por algo. Y no voy a quedarme de brazos cruzados esperando a ver qué es.
Renato sonrió, pero la sombra de la duda ya había echado raíces en su mente.
Victoria se enderezó, ajustó su chaqueta y le lanzó una última mirada cargada de advertencia antes de salir de la oficina con la misma determinación con la que había entrado.
Mientras la puerta se cerraba tras ella, Renato tamborileó los dedos sobre la mesa. Por primera vez en mucho tiempo, no estaba seguro de quién tenía el control.
Victoria salió de la oficina con el corazón latiendo con furia. No podía permitir que Valeria arruinara lo que tanto esfuerzo le había costado. Ella y Renato habían construido un imperio juntos, una relación basada en el poder, la ambición y, aunque no quisiera admitirlo, una atracción que se volvía más intensa.
Se detuvo en el pasillo y sacó su teléfono. Necesitaba información. Marcó un número y esperó a que le respondieran.
—Necesito que investigues a Valeria. Quiero saber cada uno de sus movimientos desde lo que desayuna hasta lo último en su día.
—Entendido, señora Alcázar—respondió la voz al otro lado de la línea.
Victoria colgó y guardó el teléfono en su bolso con un suspiro. Si Valeria creía que podía mover sus fichas sin que ella lo notara, estaba muy equivocada.
Más tarde, Victoria tomó su teléfono nuevamente y sonrió con suficiencia. Sabía cuál sería su próximo movimiento. Llamó a la asistente de Renato y con tono imperioso ordenó:
—Quiero programar una reunión con Renato esta noche. Pero en su casa.
Sabía que con esto desestabilizaría a Valeria, le demostraría que, aunque ella intentara meterse en su territorio, seguía siendo la dueña de la situación. Pero no contaba con que Valeria ya había anticipado su golpe.
Valeria, desde su oficina, vio la notificación en la agenda de Renato y supo que Victoria estaba dando su primer paso. Pero ella estaba lista para golpear primero. Ingresó en el sistema de la empresa y con unos pocos clics borró la reunión de la agenda de Renato. Ahora, para él, esa cita nunca había existido.
La noche llegó y Valeria puso en marcha la siguiente fase de su plan. Cuando Renato llegó a casa, la encontró esperándolo con una cena elegantemente servida, música suave y una copa de vino en la mano. Llevaba un vestido rojo que resaltaba cada curva de su cuerpo y una mirada que mezclaba desafío y seducción.
—¿Qué es esto? —preguntó Renato con una mezcla de sorpresa y desconfianza.
Valeria sonrió y se acercó lentamente.
—¿No puedo consentir a mi esposo?
Renato la observó con cautela. Algo en ella había cambiado. Ya no era la mujer sumisa que una vez dejó en casa sin preocupaciones. Ahora jugaba un juego del que él no conocía las reglas.
Se sentaron a cenar y la conversación fluyó con una naturalidad inesperada. Valeria reía, tocaba sutilmente su mano y dejaba entrever un encanto que Renato no recordaba haber visto en ella. Su mente, siempre analítica, le decía que algo no cuadraba, pero su cuerpo reaccionaba ante la mujer que tenía enfrente.
Justo en el momento en que el ambiente se volvía más íntimo, se escuchó el sonido de un auto estacionándose frente a la casa. Valeria sonrió internamente. El golpe final estaba por llegar.
Victoria descendió de su vehículo con seguridad y caminó hasta la puerta, lista para la reunión que ella misma había programado. Llamó con firmeza y esperó a que Renato abriera.
Cuando la puerta se abrió, su expresión cambió en un segundo. Frente a ella, Valeria estaba cómodamente recostada en el sofá con una copa de vino en la mano y una sonrisa de satisfacción. Renato, aún confundido por la situación, se giró hacia Victoria con el ceño fruncido.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él.
Victoria apretó los dientes.
—Teníamos una reunión, Renato. En tu casa.
Él frunció el ceño y revisó su teléfono.
—No hay nada en mi agenda.
Victoria miró a Valeria con furia, entendiendo en un instante lo que había pasado.
—No puede ser…—susurró entre dientes.
Valeria levantó su copa y le dedicó una sonrisa encantadora.
—Lo siento, Victoria, te invitaríamos a pasar, pero estamos en una reunión solo de dos… de esposos.
Renato suspiró y se cruzó de brazos. Victoria sabía que si insistía, se delataría a sí misma. Se giró con rabia contenida y salió de la casa, sintiendo que por primera vez, Valeria había logrado darle la vuelta a la jugada.
Valeria, por su parte, sabía que la guerra apenas comenzaba. Había logrado sembrar la duda en Renato y enfrentado a Victoria en su propio juego. Ahora, su misión era clara: enamorar a Renato hasta que estuviera completamente bajo su control… y cuando eso pasara, aplastarlo sin piedad.
El sonido de sus tacones resonaba con fuerza sobre el mármol pulido del edificio de Lombardi Corp. Valeria avanzó con paso firme, su porte inquebrantable reflejaba que ya no era la misma mujer de antes. Ahora, la fragilidad que Renato había impuesto sobre ella se desmoronaba con cada decisión calculada que tomaba. —Buenos días, señora Lombardi —saludó la recepcionista con voz titubeante. Valeria le dedicó una sonrisa fugaz y siguió su camino sin detenerse. Había estudiado bien los movimientos de Renato en la empresa, sus reuniones, sus aliados, sus enemigos. Ahora era su turno de entrar en el juego. Cuando llegó a su oficina, notó que la puerta estaba entreabierta. Frunció el ceño y entró, solo para encontrar a Alejandro de pie junto a su escritorio, sosteniendo el sobre que alguien había dejado para ella. Lo miraba con el ceño fruncido, como si tratara de descifrar su contenido. —¿Desde cuándo entras sin permiso a mi oficina? —preguntó Valeria cerrando la puerta tras de sí. Ale
La noche envolvía la ciudad con su velo de sombras mientras Valeria contemplaba su reflejo en el espejo de su habitación. Había ganado una batalla en la empresa, pero la guerra estaba lejos de terminar. Desde su regreso al mundo de Lombardi Corp, sentía el peso de cada mirada, especialmente la de Renato. Sabía que él no era un hombre que aceptara sorpresas, y menos aún de alguien que consideraba una pieza inmóvil en su tablero. Bajó las escaleras con paso firme. No podía mostrar inseguridad. En el comedor, Renato estaba esperándola, con una copa de whisky en la mano y una expresión indescifrable. —Tienes buen instinto para los negocios —dijo él sin preámbulos—. Me sorprende que no lo hayas explotado antes. Valeria tomó asiento frente a él, su mirada serena. —No me lo permitiste —respondió sin titubeos. Renato sonrió de lado y dejó su copa sobre la mesa con un leve tintineo. —Tal vez subestimé lo que eres capaz de hacer. Las palabras flotaron en el aire como un desafío. Valeria
La lluvia caía con fuerza aquella noche, golpeando las ventanas del majestuoso pero frío hogar de los Lombardi. Valeria de la Vega observaba cómo las gotas resbalaban por el cristal mientras sujetaba una copa de vino con manos temblorosas. Aquella mansión, que para muchos simbolizaba el éxito y la perfección, para ella no era más que una cárcel con lujos. Habían pasado cinco años desde que Renato la obligó a casarse con él, cinco años de vivir bajo su control, de soportar sus desprecios y de fingir una sonrisa ante el mundo. Valeria no podía evitar ver los detalles de la vida que una vez pensó que deseaba. Los candelabros de cristal tallado, los sofás de terciopelo y las alfombras persas daban un aire de lujo a cada rincón, pero todo eso no significaba nada para ella. Nada podía llenar el vacío que sentía dentro de sí. A pesar de tener todo el dinero y la comodidad del mundo, se sentía vacía, atrapada en una vida que no había elegido. Sus ojos, de un verde intenso, se reflejaban en
Valeria llevaba días encerrada en su habitación. Su mente no dejaba de dar vueltas a la revelación de la fiesta, pero no se sentía capaz de enfrentarse al mundo exterior. Estaba atrapada en una espiral de dudas y miedo que no lograba disipar. Ni siquiera Renato había insistido en que se levantara de la cama; parecía entender, o tal vez no quería presionar. Cuando él le preguntó por qué no había salido de la habitación, su respuesta salió automáticamente, casi sin pensarlo. Le dijo que se había enfermado repentinamente, y añadió que era una pena, citando las mismas palabras que él le había dicho en la fiesta.Él la miró con sospecha antes de responder:—Ah, ya llegó el nuevo empleado que te mencioné —dijo, saliendo de la habitación.Valeria caminó descalza por el pasillo en penumbra, con una punta de su camisón de seda levantada por la brisa. Renato se reúne con invitados en el estudio esta noche, su único breve respiro. Buscó a tientas la dirección de la puerta trasera y sus dedos ape
Valeria se encontraba sentada en el sofá de la casa de Marina, aún sumida en pensamientos caóticos. Lo que había descubierto en aquella fiesta, la incomodidad de los días recientes y por supuesto la llegada de Alejandro, seguían rondando su mente sin cesar. No sabía por qué la presencia de ese hombre la inquietaba tanto, pero algo en él la desestabilizaba. Su forma de mirarla, de hablarle, parecía cargar con una intensidad que no podía explicar.Marina, por su parte, observaba a su amiga con preocupación, pero no encontraba las palabras adecuadas para aliviarla. Decidió no presionar, dejándola procesar a su propio ritmo. Sin embargo, todo cambió en el instante en que el timbre sonó.Valeria levantó la mirada, sorprendida. ¿Quién sería a esta hora? No esperaba a nadie.Marina, al igual que Valeria, parecía sorprendida. Se levantó rápidamente, con una leve sonrisa que intentaba esconder su desconcierto.—Voy a ver quién es —dijo Marina, mientras Valeria la observaba en silencio.Unos se
El silencio en el auto era denso, como si las palabras se hubieran quedado atrapadas en el aire. Alejandro conducía con concentración, lanzando miradas fugaces a Valeria. Ella, sentada en el asiento trasero, tenía la vista fija en la ventana, observando el paisaje nocturno de la ciudad, como si intentara encontrar respuestas en la oscuridad.—¿Está bien? —preguntó él finalmente, rompiendo el silencio.Valeria giró ligeramente el rostro y le dedicó una sonrisa rápida, casi automática.—Sí, sólo estoy cansada.Alejandro asintió, aunque no parecía del todo convencido.—No pareció muy feliz con mi nuevo trabajo —comentó en tono neutro—. Pero le prometo que seré su mejor aliado.Valeria le lanzó una mirada fugaz antes de volver a fijarse en la ventana.—Digamos que no estaba de humor para este nuevo arrebato de mi esposo.Alejandro dejó el comentario en el aire. No insistió. Sabía que debía ganarse su confianza, poco a poco, tal como Renato le había sugerido.—Trabajar con el señor Lombard